Es posible que, cuando estas
líneas salgan a la luz, ya se haya hecho pública la sentencia a los líderes del
procés. Seamos conscientes y estemos preparados porque cualquier cosa puede
ocurrir. Desde una declaración institucional fuera de tono y contexto, pasando
por concentraciones y/o manifestaciones pacíficas de rechazo al fallo del
Tribunal Supremo, hasta actos vandálicos y, ahí, el abanico de posibilidades es
inmenso. Adonde lleguen, sólo dependerá de la imaginación y la osadía de los
descerebrados que decidan llevarlos a cabo.
De todas maneras y, suceda lo
que suceda, no deberíamos caer ni en ostentaciones innecesarias, ni dejarnos
amedrantar por las provocaciones chulescas de los más hiperventilados.
El hecho cierto será que el
Estado democrático, social y de derecho habrá triunfado sobre aquellos que
quisieron reventarlo desde dentro. Eso es lo que al final quedará. Eso es lo
que pasará a la historia, y, con eso, nos hemos de quedar.
Tras el dictamen, habrá llegado
el momento de pasar página. Se debería trazar una hoja de ruta clara para
amortiguar, tanto como sea posible, los daños que ha causado el procés a nivel
económico, social y cultural. Lo prioritario ha de ser zurcir la sociedad y
recuperar la convivencia. No obstante, eso no será posible si no va acompañado
de otras mediadas que hagan que Cataluña vuelva a ser la locomotora de España,
y para eso necesitamos que las empresas que marcharon, tras los acontecimientos
de septiembre y octubre de 2017, vuelvan.
En ese contexto, sería de gran
ayuda que los líderes independentistas que provocaron el fiasco reconozcan sus
errores y admitan que hechos como los ocurridos aquel triste otoño no se pueden
repetir. Yo nunca le voy a pedir a nadie que renuncien a sus ideas, pero sí
exijo que los proyectos políticos sean inclusivos y no sólo para una parte de
la sociedad. De todos modos, mal vamos cuando uno de los eslóganes preferidos
del secesionismo en estos últimos meses es, “ho tornarem a fer”, así no hay
manera.
Tampoco vamos bien cuando
algunos iluminados de esos que copan tertulias y llenan periódicos con
artículos que pontifican sobre lo divino y lo humano sostienen que el problema
es político. Discrepo. Ciertamente, el problema que estamos viviendo en
Cataluña tiene sus raíces en la política. Ahora bien, la cuestión ha excedido
con creces el terreno de juego de la política. Los líderes del procés, a
sabiendas, cometieron presuntamente delitos tipificados en el Código Penal, y
de eso va l sentencia, no más, pero tampoco menos.
Otra cosa es que una vez
dilucidadas las responsabilidades penales se vuelva a la mesa de negociación, y
mediante el diálogo se llegue a acuerdos dentro del marco constitucional y con
la legalidad como eje vertebrador.
Ante esta situación, no es de
recibo que a los que nunca hemos estado por la ruptura, ahora se nos tache de
intransigentes, sencillamente creemos en la justicia y la acatamos. Cuando nos
gusta y cuando no.
Durante demasiado tiempo el
constitucionalismo ha estado acomplejado en Cataluña. Ha llegado el momento de
decir basta y vivir con normalidad. O lo que es lo mismo: sin complejos.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
14/10/19
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