El
descalabro sufrido por los socialistas en las recientes elecciones autonómicas
en Galicia y Euskadi es de difícil digestión.
De hecho, esas derrotas han abierto al PSOE en canal y han puesto de
manifiesto lo que era un secreto a voces: la gran división interna que existe
entre buena parte de los barones socialistas y el secretario general, Pedro
Sánchez.
Ante
tamaño desaguisado, unos y otros han actuado de la peor manera posible. El
máximo mandatario intentando convocar primarias y un congreso a contra reloj, y
los mandamases exigiendo responsabilidades a quien, ciertamente, las tiene,
pero ni tantas ni de tanta magnitud como para hacerle el único responsable del
desastre.
Es
verdad que desde que llegó Sánchez a la dirección del PSOE, los socialistas, a
excepción de las elecciones andaluzas, han ido de derrota en derrota y cada vez
más abultada. No obstante, sería muy primario atribuir esa debacle continuada
en el tiempo a una sola persona, ni siquiera a un equipo. En mi opinión hay que
buscar los motivos de esa decadencia en otros ámbitos.
No descubro nada nuevo si digo que
el PSOE se encuentra en un nuevo escenario político y social y, hasta el
momento, no ha sabido adaptarse a esa nueva realidad. La consecuencia es que la
nueva situación genera graves divisiones internas y ataques entre sus
dirigentes, como estamos viendo estos días. Quizás el nudo gordiano de todo
este guirigay tiene mucho de ambiciones personales y muy poco de proyecto
político.
En etas circunstancias, conviene
hacer un análisis tan desapasionado e imparcial como sea posible e intentar ver
la situación con una cierta perspectiva. De todos modos, más pronto que tarde
la organización deberá reflexionar sobre los problemas de fondo. Al fin y al
cabo, mientras esos problemas no se resuelvan, las expectativas electorales
seguirán siendo las mismas.
El origen de todo este galimatías
político se ha querido centrar en el “no es no” de Sánchez a la investidura de
Rajoy. Personalmente considero demasiado simple poner solamente el foco en esa
cuestión. Bien es verdad que, en términos políticos, hubiera sido mucho más
hábil y rentable, a medio plazo, una abstención condicionada porque, aunque en
un principio hubiese levantado cierto desencanto, condicionar la investidura a
determinados pactos como la derogación de la LOMCE, la derogación, al menos
parcial, la reforma laboral, la subida
del salario mínimo o la creación de una comisión para abordar la necesaria
reforma Constitucional u otros asuntos de suma importancia, hubiera permitido
al PSOE ejercer de primer partido de la oposición, que es lo que corresponde a
una formación con 85 diputados sobre 350.
Pues bien, en vez de discutir la
estrategia a seguir en los órganos correspondientes de la organización (comité federal
y comisión ejecutiva), unos y otros se han dedicado a cruzarse acusaciones y
mandarse mensajes a través de los medios de comunicación y así no se hacen las
cosas. Eso es darle tres cuartos al pregonero o como dicen los viejos del lugar
“que se queme la casa, pero que no salga el humo”. Y se ha hecho demasiado humo.
En estas circunstancias, los
socialistas deberían ser conscientes de su situación. El PSOE ya no cuenta para
aquellos que nacieron en democracia. Es una reliquia del pasado. “A esos les votan
los padres o los abuelos”, suelen decir los jóvenes. Y los barones que estos
días tanto alzan la voz, deberían no olvidar que en diversas comunidades gobiernan
en minoría, abrazados a aquellos que tienen como objetivo ocupar, tan pronto
como sea posible, el espacio socialista.
Por su parte el secretario general
debería haber sido consciente de que no se puede dirigir una organización en
contra de sus dirigentes, por mucho que haya sido designado en elecciones
primarias. Los cargos orgánicos y de representación son elegidos por las
federaciones, esa es la realidad.
Sea quien sea el secretario
general, lo sustancial es elaborar un proyecto que, sin renegar de los logros
de antaño, conecte con la nueva realidad socio-política y dé respuesta a las
incertezas que hoy tiene planteadas la sociedad. Sólo así se podrá recuperar la
confianza de la ciudadanía que mayoritariamente está huérfana de referentes
políticos sólidos y creíbles.
Ahora, tras el bochornoso y
vergonzante espectáculo del último comité federal, por respeto a los votantes y
a la propia historia, es urgente y necesario que el sentido común regrese a las
filas socialistas. Que pidan perdón a la ciudadanía por no haber sabido estar a
la altura de las circunstancias. Que reflexionen todos y cada uno de los dirigentes y
responsables y den lo mejor de sí mismos, incluso si eso significa dejar la
política, porque no sólo Pedro Sánchez es culpable y no sólo él es quien ha de
dimitir. Las responsabilidades deben ser compartidas.
En esta situación el socialismo
español va camino de convertirse en una fuerza política marginal y eso no le
conviene ni, tan siquiera, a la derecha, aunque en estos momentos los
carroñeros de la política se froten las manos.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global
04/10/16