28 d’abril 2024

LAS ELECCIONES VASCAS COMO REFERENCIA

El pasado domingo por la noche en el palacio de la Moncloa respiraron aliviados. Después del fiasco en las elecciones autonómicas gallegas, el resultado obtenido por el PSE tuvo efectos balsámicos. Pero es que también Sumar consiguió un balance positivo, al lograr un escaño en la Cámara vasca, aunque no con su cabeza de cartel, si no con el representante de Izquierda Unida Ese balance debería generar una cierta tranquilidad en el seno del Gobierno que, últimamente, parece un poco atribulado. Además, va a permitir tanto al PSOE como a Sumar encarar las elecciones catalanas y las europeas con relativo optimismo.

Por el contrario, se ha confirmado un poco más el hundimiento de Podemos que ha perdido los seis diputados que tenía y se queda fuera del Parlamento vasco. Lo cual nos viene a confirmar aquella máxima de que la izquierda cuando se divide, pierde. También el PP sumó un escaño más, pero ni será relevante ni han logrado unificar al centroderecha, que eran sus objetivos.

La victoria del PNV, aunque muy ajustada, ha supuesto un respiro, porque de haber ganado EH Bildu, los socialistas, como depositarios de la llave de la gobernabilidad, se habrían tenido que decantar por unos o por otros y eso, hubiera podido significar un serio inconveniente para la estabilidad del Gobierno central. Sin embargo, con estos resultados sobre la mesa se podrá reeditar la colaboración entre PNV y PSE, vigente desde 2016 que hasta el momento ha funcionado razonablemente bien.

Ahora, con la campaña de las elecciones al Parlament ya en marcha, no estaría de más que los partidos catalanes, especialmente los independentistas, peor no solo ellos, echaran un vistazo a como se ha desarrollado el proceso electoral en Euskadi. Han sido las elecciones autonómicas más inciertas en los últimos años porque estaba en juego la hegemonía en el mundo nacionalista que se disputaban PNV y EH Bildu que, por primera vez, podía dar el sorpasso y a punto estuvo de conseguirlo.

Fue muy positivo constatar que a lo largo de la campaña en ningún momento se intentó mezclar la política nacional con la autonómica. Es más, a diferencia de lo que ocurre en la política nacional, los políticos se han centrado en hablar de los problemas cotidianos. Cuestiones como la supuesta degradación de los servicios públicos, el precio de la vivienda o propuestas para mejorar el Estado del bienestar han llenado de contenido las intervenciones de los aspirantes a lendakari que han orillado los temas identitarios. Es decir, sus propuestas han ido en la línea de mejorar la gestión del autogobierno que quieren ampliar y consolidar: Y es que todo indica que sacaron conclusiones del plan Ibarretxe y el desenlace del procés les ha servido para escarmentar en cabeza ajena.

Los peneuvistas no acostumbran a dar puntada sin hilo. Por eso, supieron jugar sus cartas y, a cambio del apoyo a la investidura de Pedro Sánchez, obtuvieron el compromiso de que en dos años se traspasarían las competencias del Estatuto de Guernica aún pendientes.

Sería muy interesante que algunos de nuestros políticos tuvieran como referencia la manera de barrer para casa del PNV. El Estatuto de Guernica es de 1979, el único que aún no se modificado. De hecho, en la legislatura que acabó el 21 de abril, Íñigo Urkullu intentó un proceso de reforma, pero muy pronto se vio que aquello difícilmente saldría adelante de forma consensuada. La posible inclusión del “derecho a decidir” embarrancó los trabajos e hizo descarrilar la comisión que se había creado. Por eso ahora el PNV pretende llevar a cabo un nuevo Estatuto más posibilista a la espera de que EH Bildu y el PSE formen parte del acuerdo. Además, es muy probable que los nacionalistas pretendan que EH Bildu baje a la arena de la política y se tengan que retratar con la realidad de la situación y así se vean forzados a aparcar parte de sus entelequias   

Parece que peneuvistas y responsables de la izquierda abertzale ya habían mantenido contactos en el mandato anterior para llevar a cabo la tarea. No obstante, todos saben que para reformar el Estatuto con éxito hay lograr el mayor consenso posible porque deberá pasar el cedazo del Congreso de los diputados y para eso es indispensable contar con el concurso de los socialistas. Además para EH Bildu es imprescindible que Sánchez siga en la Moncloa, al menos hasta que culmine el proceso de acercamiento de presos ETA a las cárceles vascas. Por consiguiente, es razonable pensar que la legislatura se apuntala un poco más. Al menos por lo que respecta a los partidos vascos.  

Mientras aquí, unos piden una financiación singular y al día siguiente un referéndum, y a mí me asalta una duda: ¿para qué querrán una financiación singular si a lo que aspiran es marchar de España? Otros, en cambio, se aferran a bagatelas pasadas, dicen no renunciar a la unilateralidad y amenazan con vetos y retirar su apoyo al Gobierno central si los socialistas catalanes no ceden a sus pretensiones. Y eso que siempre hemos alardeado de que la política catalana no dependía de lo que sucediera en Madrid.

En cambio, el candidato del PSC, Salvador Illa, propone establecer una negociación con el Gobierno para cerrar 50 traspasos pendientes y lograr un pacto de financiación que dote a Cataluña de los recursos que necesita, pero sin dar la espalda ni mirar por encima del hombro a nadie.

A la espera de la decisión que la decisión que anuncie el próximo lunes, Pedro Sánchez, respecto a si dimite o no como presidente del Gobierno, va a condicionar todo lo que se ha escrito aquí en clave de futuro, Y es evidente que, suceda lo que suceda, habrá un antes y un después del 29 A.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e Notícies 27/04/2024

 

25 d’abril 2024

DEL SOCIALISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

En el siglo XIX, la socialdemocracia fue una tendencia revolucionaria difícil de diferenciar del comunismo. Pretendía acabar con la división de la sociedad en clases, terminar con la propiedad privada de los medios de producción y, en definitiva, destruir al capitalismo. La democracia y la vía parlamentaria para conseguirlo eran “trampas de la burguesía”. Sin embargo, en la actualidad no se parece en nada a aquello: la socialdemocracia ha devenido en sinónimo de socialismo democrático.

El concepto de “socialismo” se ha vistió a menudo contaminado por su asociación con las distintas dictaduras del siglo XX (nacionalsocialismo, socialismo real,…). De hecho, la idea ha evolucionado y ya es habitual hablar de socialdemocracia. Esta representa un compromiso de aceptación de un capitalismo de rostro humano y de la democracia parlamentaria como marcos en los que se van a atender los intereses de amplios sectores de la población.

La edad de oro de la socialdemocracia coincidió con la edad dorada del capitalismo,  (desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la primera crisis del petróleo): fue cuando más creció la economía, hubo pleno empleo y disminuyeron las desigualdades. Fueron los años en que la socialdemocracia se convirtió en fuerza hegemónica.

En el año 1959, el todopoderoso Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) abandonó el marxismo para convertirse en una formación partidaria de la economía social de mercado, identificando directamente al socialismo con la democracia. El SPD propuso crear un nuevo orden económico y social conforme a los “valores fundamentales del pensamiento socialista, la libertad, la justicia y la mutua obligación derivada de la común solidaridad”. La consigna sería: “competencia donde sea posible, planificación donde sea necesaria”.

La socialdemocracia se articula sobre los principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad y se añade la responsabilidad. Los grandes objetivos socialdemócratas son la universalización: de las pensiones, la educación y la sanidad. Sus principios inmutables son el compromiso con la democracia, las medidas de redistribución de la renta y la riqueza, la regulación de la economía, y la extensión del Estado de bienestar “desde la cuna hasta la tumba”. Para lograrlo es necesario un Estado democrático fuerte para moverse dentro de la economía de mercado, incluso para garantizarla. Hay dos creencias consustanciales en la naturaleza de la socialdemocracia. Una es el reconocimiento de que el capitalismo es un sistema inestable en su funcionamiento. Otra que es muy poco equitativo al distribuir sus beneficios entre los ciudadanos. Por eso, esas desviaciones deben corregirse mediante una adecuada intervención del Estado. Esa intervención la han de decidir los políticos, no los economistas. Contra lo que a veces se cree, las nacionalizaciones no son una de las señas de identidad de la socialdemocracia, aunque fueron aplicadas en algunos países como en el Reino Unido de Clement Attle o la Francia de Mitterrand.

A partir de los años setenta del siglo pasado, la socialdemocracia fue declinando electoralmente. En primer lugar, por su ineficacia en la lucha contra la inflación motivada por las dos crisis del petróleo: los que habían domado el paro fueron incapaces de hacerlo con los precios. También influyeron una serie de cambios sociológicos profundos que modificaron las circunstancias vitales como por ejemplo,  un progresivo decaimiento de la clase obrera tradicional y la aparición de una emergente clase media; como consecuencia de ello y de la revolución tecnológica se produjo el declive de la afiliación sindical; la transición demográfica (de una sociedad de jóvenes a una sociedad de mayores), que ponía en peligro la viabilidad del Estado del bienestar; la ruptura del equilibrio entre el capital y el trabajo que se había establecido en los años anteriores, etcétera.

La revolución conservadora de los años ochenta y la Gran Recesión del año 2008, fueron sendos torpedos en la línea de flotación socialdemócrata. Ante la fortaleza de los postulados ideológicos de Thatcher y Reagan, una parte de la socialdemocracia puso en marcha la llamada “tercera vía”. Sus principales protagonistas el americano Bill Clinton, el británico Blair y el alemán Schröder. Intentaron, básicamente, armonizar la política económica de la derecha conservadora con la política social de la izquierda, para ocupar el centro, que es donde, se supone, se ganan las elecciones. Sin embrago, fue el liberalismo el que ganó la partida. Solo se percibieron algunas pulsiones de socialismo reformador en medio de un movimiento desregulador, con rebajas de impuestos y una participación menor del Estado en la economía social de mercado. En el mejor de los casos, se hablaba de centro-izquierda. Cuando le preguntaban a Thatcher cuál es su herencia intelectual, respondía: “Mi mejor legado es Tony Blair”.

Con la Gran Recesión que comenzó en 2008, se hizo evidente que la economía mundial había entrado en una crisis general muy profunda; fueron muchos los analistas que creyeron que había llegado incluso la hora final del capitalismo. Sin embargo, lo que se estaba anunciando, era otra crisis de la socialdemocracia, con fenómenos desconcertantes como trabajadores de baja cualificación que, al sentirse desamparados se fueron a refugiar en la extrema derecha, o profesionales de alta cualificación buscando soluciones a la izquierda del socialismo.

De hecho, la socialdemocracia ha pasado de querer acabar con el capitalismo a tratar de gestionarlo para hacerlo más justo. Ahora, los valores clásicos socialdemócratas son defendidos también por los partidos a la izquierda de la izquierda. El comunismo es algo residual en el mundo. Si examinamos detenidamente los programas de esas fuerzas políticas que se autodenominan de “izquierda consecuente” sus propuestas son, por lo general, un regreso a la edad dorada de la socialdemocracia (keynesianismo, impuestos progresivos, regulación, servicios públicos, universalidad de las pensiones, la educación y la sanidad, etcétera), con las implementaciones del feminismo y el ecologismo.

Con la pandemia global de la Covid y la guerra en Ucrania han cambiado las condiciones. Ahora la socialdemocracia tiene otra oportunidad. Esperemos que los partidos socialdemócratas hayan aprendido la lección del 2008. Hay que ensayar nuevos escudos sociales para completar el Estado de bienestar y practicar un intervencionismo selectivo. La cuestión principal es si podemos permitirnos sanidad, pensiones públicas, universales, seguro de desempleo, una educación que no sea prohibitiva, etcétera, o todos estos beneficios y servicios son demasiado caros. ¿Es un sistema de protecciones y garantías “de la cuna a la tumba” más útil que una sociedad impulsada por el mercado en la que el papel del Estado se mantiene al mínimo?

En definitiva, ¿tiene futuro la socialdemocracia? Esa es la cuestión.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e Notícies 20/04/2024

 

15 d’abril 2024

LO QUE PUDO HABER SIDO Y NO FUE

Estos días se cumplen 93 años de la proclamación de la Segunda República española. Aquel hecho histórico fue posible porque se dieron una serie de circunstancias especialísimas: una grave crisis política, serios problemas de desigualdad y subdesarrollo, agravados por la depresión mundial y un renacimiento intelectual muy vigoroso y positivista. A todo eso, hay que añadir que en la España de los años treinta la Monarquía se había convertido en una institución obsoleta, la economía estaba gripada, los desequilibrios, entre la España rural y la urbana eran muy acusados y la crispación entre las corrientes políticas e intelectuales antagónicas estaba a flor de piel.

En este contexto, el Gobierno del almirante Aznar, conocido como dictablanda en contraposición al de la dictadura de Primo de Ribera, alteró el orden electoral que correspondía y convocó elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. La idea era que al tener los comicios un sesgo administrativo sirviesen para atemperar posiciones y calmar los ánimos contra el régimen que estaban muy alterados.

Sin embrago, ni los partidos de izquierdas, ni los republicanos mordieron el anzuelo y plantearon la campaña como si de elecciones a Cortes se tratase. De hecho, aquellos comicios fueron planteados como un plebiscito a la Monarquía de Alfonso XIII. La victoria social-republicana fue arrolladora. La conjunción republicano-socialista ganó en la práctica totalidad de capitales de provincia, pero es que también lo hizo en lugares  como VallecasBaracaldo o Vigo y también en  SabadellTarrasaHospitalet de Llobregat y   Linares, la CarolinaAlgecirasTomellosoMieresLangreoGijón o Mahón. ​

El conde de Romanones, ministro de Estado, relató: «Al volver a Madrid (pasada la tarde en el campo) me di inmediata cuenta de que la batalla estaba perdida. Me bastó saber que en el centro del barrio de Salamanca, donde solo hay clase media y donde habita la aristocracia de la sangre y del dinero, el escrutinio resultaba adverso para los monárquicos».

Como no podía ser de otra forma, tras la euforia de unos por la victoria electoral y la decepción de los otros por el fracaso de sus opciones, el lunes 13 de abril nadie sabía que iba a pasar en España.

El Gobierno estaba desconcertado, los monárquicos descolocados y en la oposición temían que se pusiera en marcha una ola represiva. En ese contexto, quizás fueron los asesores más cercanos a Alfonso XIII los que supieron hacer una lectura correcta de la situación y tras no pocas tensiones, propuestas y contrapropuestas que no cristalizaron, para evitar un baño de sangre, optaron por proponer al rey que se expatriase “temporalmente”.     

Una vez proclamada la Segunda República, el 14 de abril de 1931, está adoptó la forma de república unitaria, si bien permitía la formación de regiones autónomas (a lo que se acogieron Cataluña y País Vasco). La República pronto tuvo que enfrentarse a la polarización política propia de la época y a importantísimos poderes fácticos encabezados por el sector financiero, la Iglesia y el ejército. Pronto quedó claro que aquello sería una obra de titanes. De forma simultánea, en Europa se vivía el ascenso al poder de dictaduras totalitarias. El primer presidente de la República fue Niceto Alcalá Zamora, de la Derecha Liberal Republicana; en tanto que Manuel Azaña, de Acción Republicana (más tarde Izquierda Republicana (IR)) en coalición con el PSOE, fue el presidente del Gobierno tras la victoria izquierdista en las elecciones del 28 de junio. Este gobierno trató de realizar numerosas reformas, como la Ley de Reforma Agraria, por lo que su gobierno es conocido como el Bienio Reformista. Fue en 1931 cuando se extendió también, por primera vez en España, el sufragio universal a las mujeres.

Ya en 1932 tuvo lugar un fallido golpe de estado protagonizado por el general Sanjurjo, muestra de la inestabilidad política del momento. En las elecciones de 1933, ganó la Confederación Española de Derechas Autónomas de José María Gil-Robles, seguida del Partido Republicano Radical de Lerroux. La CEDA, que unía a diversos partidos conservadores y presentaba ciertos rasgos de carácter fascistoide, fue rechazada por Alcalá Zamora para presidir el gobierno, otorgándoselo a Lerroux, si bien éste integró en su gobierno a varios ministros de la CEDA. La integración de la CEDA en el Gobierno fue una de las razones que motivó la Revolución de 1934, en la que sectores del PSOE, Unión General de Trabajadores (UGT), Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y Partido Comunista de España (PCE) protagonizaron una huelga general en el marco de la cual se intentó el derribo del gobierno, al tiempo que Lluís Companys (ERC)), president de la Generalidad de Cataluña, proclamaba el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La violenta represión de la Revolución, en especial en Asturias, donde tomó especial fuerza, la supresión de la autonomía catalana y la detención de numerosas personalidades políticas de importancia (incluidas algunas que no estuvieron detrás de los hechos acaecidos, como Azaña), motivaron la formación del Frente Popular por PSOE, UGT, PCE, Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), IR, Unión Republicana (UR) y ERC, entre otros. El Frente Popular venció en las elecciones de 1936, volviendo a asumir el gobierno Manuel Azaña, quien pronto fue elegido presidente de la República tras la destitución de Alcalá Zamora.

Pero ese es otro capítulo de la historia que podremos tratar en otra entrega. Hoy quedémonos con lo que puedo haber sido y no fue.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en E Notícies 13/04/2024

 

08 d’abril 2024

LA SOCIALDEMOCRACIA DESNORTADA




Cuando el pasado mes de noviembre, Pedro Sánchez fue investido presidente del Gobierno de España, los socialdemócratas europeos respiraron aliviados. Pensar que uno o varios miembros de Vox podrían sentarse en los Consejos de ministros ponía los pelos de punta a cualquier persona sensata.

La victoria de Sánchez en 2019  fue un revulsivo para la socialdemocracia de la UE. Entonces el socialismo cogobernaba en Alemania bajo la dirección de la conservadora Angela Merkel, pero habían perdido en Italia en 2018 y se había hundido en Francia el año anterior. A Pedro Sánchez le precedió Antonio Costa, que llegó al poder en Portugal en 2015. Cuando, a finales de 2019, se formó la primera coalición de izquierdas de la historia de España, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Eslovaquia y Malta eran gobernadas por socialdemócratas, y en Grecia y Rumania había gobiernos de izquierdas. Posteriormente se sumó Alemania, en otoño de 2021, con una coalición tripartita encabezada por el socialdemócrata Olaf Scholz junto a Verdes y liberales.

No obstante, parece que esto de la gobernanza política es cíclico. En 2019, cuando el PSOE ganó las elecciones, la izquierda encadenó una buena racha de triunfos, tanto en elecciones nacionales como en las europeas. Sin embargo, todo indica que ese ciclo se está agotando y están proliferando gobiernos de derechas. La socialdemocracia ya no es la fuerza dominante de hace unos años y da la sensación de que pierde combustible de manera sostenida.

En ese contexto, vemos cómo, elección tras elección, la extrema derecha alcanza el voto de los descontentos con los partidos tradicionales. En España Vox ya ha entrado en las instituciones de la mano del PP, está en varios gabinetes autonómicos y tiene un número de concejales, nada desdeñable, repartidos por los ayuntamientos. Y en Portugal, desde las últimas elecciones, celebradas el pasado mes de marzo, Chega (versión lusa de derecha extrema) es la tercera fuerza.  

L a aceptación de la socialdemocracia en Europa está en uno de los niveles más bajos desde los años 80-90 y ha caído, salvo honrosas excepciones, de forma sistemática desde la crisis de 200 8. La lista de partidos socialistas en mínimos históricos va en Crescendo: comenzó con la casi desaparición del Pasok en Grecia y ha seguido con problemas crecientes en países como Francia o el Reino Unido .

Aunque cada lugar tiene sus propias especificidades, existe un denominador común que tiene que ver con los problemas estructurales que enfrentan estos partidos:

El eje vertebrador de la desconexión entre los socialdemócratas y los ciudadanos es la economía. Esto se puso especialmente de alivio con la crisis financiera de 2008. Entonces la respuesta de la derecha y del mundo financiero a aquella Gran Crisis fue el austericismo, y ahí la socialdemocracia tuvo una respuesta entre tibia y contemporizadora. Los partidos socialdemócratas no supieron o no pudieron responder de forma adecuada al discurso que lo fiaba todo a la austeridad.

La incerteza económica más el terrorismo perpetrado por el islam radical ha hecho que una parte sustancial de la ciudadanía recele de la migración y la multiculturalidad. Es más, la migración es una de las cuestiones que más preocupan al conjunto de los europeos. Estamos viendo como partidos de nítido corte progresista incorporan, sin ningún rubor, a sus programas propuestas de corte populista y xenófobo.

La derecha radical, y en ocasiones la no tan radical, propone sin tapujos la prohibición de la llegada de foráneos y la expulsión de los que estén aquí de forma irregular. El argumento es fácil, aunque falaz: De esa forma, se mantendrían los empleos para los de “casa” y se evitaría la delincuencia y el terrorismo.

Mientras, la socialdemocracia duda y no sabe cómo adaptarse a la nueva realidad: ¿Hay que renunciar al multiculturalismo? ¿Cerrando fronteras se defiende el Estado del bienestar? Estas son algunas de las muchas preguntas que se hacen los teóricos de la socialdemocracia sin llegar a ninguna respuesta concreta.

Los socialdemócratas, junto a los demócratas cristianos, fueron los grandes arquitectos del modelo social europeo surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Aquella izquierda hizo posible la provisión de salud universal, la educación, las pensiones dignas y los derechos laborales, algo que hasta ahora nadie ha cuestionado. Sin embrago, desde hace un tiempo, ya se empiezan a escuchar voces que ponen en cuestión esas conquistas históricas.

En buena medida, el éxito de los partidos socialdemócratas vino dado por la sintonía que se desarrolló con los sindicatos y determinados movimientos sociales, que sirvieron para amplificar el discurso y hacer llegar sus mensajes a la mayoría social, algo que nunca tuvo la derecha. Sin embargo, todo eso se ha ido desmoronando de forma paulatina pero constante. Los cambios en el mundo laboral, con un número creciente de trabajadores temporales o en actividades informales, unidos a la falta de apoyo político al movimiento sindical explican, en parte, esa situación.

Aunque, quizás, lo más paradójico es que la agenda socialdemócrata centrada en la lucha por la igualdad política, económica y la estabilidad de los ciudadanos es hoy más relevante que nunca. Sin embargo, parece que la socialdemocracia ha perdido la brújula y no sabe dónde está el norte.

En consecuencia, si los socialdemócratas no quieren perder el tren de la historia de forma definitiva, se hace indispensable un rearme ideológico que permita reconectar con las clases medias y populares. Y, para lograrlo, es necesario hacer una redistribución de la riqueza más equitativa, apostar por la transición ecológica, y reducir la incertidumbre económica. Es imprescindible nuevos equilibrios entre Estado y mercado, reimpulsar la agenda de los derechos humanos universales, las políticas de vivienda, salud, pensiones y educación, adecuándolas al tiempo que nos ha tocado vivir. Para conseguirlo, la socialdemocracia ha de reinventarse, con más participación, más transparencia y mayor democracia interna.

No hay fórmulas mágicas, pero es evidente que el inmovilismo puede llevar a la marginalidad. Por lo tanto, para mejorar hay que arriesgar.

 

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en E Notícies 04/06/2024


02 d’abril 2024

LA POLÍTICA Y LOS VASOS COMUNICANTES

Muchos ciudadanos, tanto partidarios, como contrarios, de la ley de amnistía, pensaban que, con la aprobación de la medida de gracia, tendríamos un tiempo de cierta tranquilidad política. Se equivocaron. De forma, prácticamente, simultánea a la aprobación de esa ley, en el Parlament de Cataluña. En Comú Podem votaba no a la tramitación de los presupuestos presentados por el Govern. Dicen algunos que los de Ada Colau bloquearon las cuentas de la Generalitat con la excusa de la construcción del complejo de ocio y casinos Hard Rock en Tarragona, pero que en realidad lo hicieron para castigar a los socialistas por el veto que Jaume Collboni había puesto a Colau para formar parte del gobierno municipal de Barcelona.

Nunca sabremos si ese voto fue una represalia o no. El hecho cierto es que a renglón seguido, el presidente Pere Aragonés anunciaba el fin de la legislatura y la convocatoria de elecciones a la Cámara catalana para el próximo 12 de mayo.

Faltaría a la verdad si dijese que esa convocatoria nos cogió por sorpresa. Desde que se inició la legislatura, en mayo de 2021, el Govern, primero de coalición (Junts-ERC) y luego en solitario de ERC ha tenido que hacer malabares para no descarrilar. Si no lo ha hecho, ha sido gracias al seny que el grupo parlamentario del PSC ha puesto para que la legislatura no se fuera a Norris. Y es que gobernar con 33 diputados de un total de 135, no es un milagro, pero casi. Los republicanos han de agradecer, a un ángel de la guarda, llamado Salvador Illa, que haya hecho posible la gobernabilidad en todo este tiempo.  

Nunca sabremos si el no de los comunes a los presupuestos fue la verdadera causa para convocar las elecciones, o fueron los intereses partidistas de Aragonés los que le llevaron a dar la legislatura por finiquitada. La cuestión es que ahora tenemos por delante un ciclo de tres procesos electorales en un mes y medio: elecciones vascas el 21 de abril, catalanas el 12 de mayo y al Parlamento europeo el 9 de junio. Luego nos extrañará si los ciudadanos muestran hartazgo y desafección a la política.

Ese panorama hará que el Congreso entre en una fase de letargo porque ni los partidos vascos ni los independentistas catalanes tendrán ningún interés en aparecer como “colaboracionistas” de la política española. De hecho, el Gobierno central, tras la convocatoria electoral catalana, decidió no presentar las cuentas para 2024, ante la posibilidad de que los socios del Ejecutivo reaccionen de forma imprevisible en la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado.

La política, en ocasiones, es endiablada y ahora estamos ante una situación que puede tener tintes maquiavélicos. Según diversos sondeos es muy probable que se produzca un empate entre el PNV y EH-Bildu en las selecciones vascas. Si eso es así, tendrá que ser el partido socialista quien decante la balanza a favor de una u otra formación para que alcance la lehendakaritza. Sánchez ya anunció, tiempo atrás, que si se daba esa circunstancia, el apoyo del partido socialista sería para el PNV. Es decir, que el PNV seguirá mandando en el País Vasco con el apoyo del PSE si dan los números, claro está; ya que nacionalistas y socialistas gobiernan en las tres capitales y las diputaciones forales y según parece ni a unos ni a otros les va nada mal. Pero eso significa que no se pueda descartar que los abertzales, en algún momento, quieran ajustar cuentas con el Gobierno y aprovechen alguna votación importante en el Congreso para marcar distancias ante el Ejecutivo de Sánchez.

Algo similar o, incluso, peor puede suceder con el independentismo catalán. Aquí todo indica que el PSC ganará las elecciones, pero también que necesitará del concurso de ERC o Junts para gobernar y ahí es donde se puede abrir la caja de los truenos. Porque tanto unos como otros igual piden la presidencia de la Generalitat a cambio de su apoyo en el Congreso, negarse a colaborar con el Ejecutivo central si ellos no están en el Govern o cualquier otra cosa que se les pueda ocurrir a cambio de sus votos. De hecho, Pere Aragonés ya ha puesto la financiación “singular” para Cataluña (eufemismo de concierto fiscal) como condición “sine qua non” para seguir dando soporte al Gobierno de Sánchez.

Por lo que pueda venir conviene que nos vayamos acostumbrando a todo tipo de componendas por raras que parezcan. Por ejemplo: siempre se había dicho que la política catalana se hacía en Cataluña. Sin embargo, la semana anterior supimos que Aragonés llamó a Yolanda Díaz para que intercediese ante En Comú Podem y le dejaran tramitar los presupuestos. Y es que, por lo que se ve, algunos son independentistas solo cuando les conviene.    

Lo que queda claro es que la política tiene mucho que ver con los vasos comunicantes. Lo que ocurre aquí acaba repercutiendo allí y viceversa.  Y aunque en esta legislatura el Gobierno goza, al menos sobre el papel, de una amplia mayoría en el Congreso de los diputados, esa mayoría está constituida por un bloque muy heterogéneo que en cualquier momento se puede quebrar con relativa facilidad.

 

Bernardo Fernández

Publicado en E-notícies 30/03/2024

 

LAS ELECCIONES VASCAS COMO REFERENCIA

El pasado domingo por la noche en el palacio de la Moncloa respiraron aliviados. Después del fiasco en las elecciones autonómicas gallegas, ...