Me siento orgulloso de formar parte de una sociedad
bilingüe como es la catalana. Poder hablar dos idiomas, de forma indistinta, en
el día a día, con absoluta normalidad, es un lujo intelectual y una riqueza
cultural de la que pocos seres humanos pueden presumir. Por eso me parece una
aberración que algunos descerebrados quieran imponer la primacía de una lengua
sobre otra en un país como Cataluña porque tenemos la inmensa fortuna de tener
dos idiomas oficiales. Sin embargo, para nuestra desgracia, las lenguas se han
convertido en un arma arrojadiza de unos contra otros y de otros contra unos, y
así se azuzan las más bajas pasiones.
La polémica sobre la inmersión lingüística es recurrente
en nuestro país. Cada equis tiempo surge algún motivo que reaviva el debate. Lo
estamos viviendo estos días con la resolución del Tribunal Superior de Justicia
de Cataluña (TSJC) que obliga a un colegio de Canet de Mar a dar el 25% de las
clases en castellano, a petición de los padres de un alumno.
Da la sensación que hemos olvidado que el catalán, al
igual que otras muchas cosas, fue duramente reprimido por la dictadura
franquista en sus casi cuarenta años de existencia. Además de eso, se da la
circunstancia de que es una lengua minoritaria y, por lo tanto, debe ser
tratada con especial delicadeza para que no quede en algo puramente anecdótico.
Así lo entendieron las fuerzas de izquierda (PSC y PSUC)
en los comienzos de nuestra democracia, de tal manera que esa inquietud quedó
plasmada en la ley de normalización lingüística que se aprobó en el Parlament en
1983. CiU que era partidaria de una doble red escolar (educar en catalán y
castellano por separado), acabó sumándose al acuerdo, logrando, de ese modo, un
amplio consenso sobre la cuestión.
Más tarde, se aprobó la Ley 1/1998 de 7 de enero de
Política Lingüística. El apartado II del marco jurídico de dice que El Estatuto
de Autonomía, en
el artículo 3, dispone:
«1. La lengua
propia de Cataluña
es el catalán. 2.
El idioma catalán
es el oficial
de Cataluña, así
como también lo
es el castellano, oficial
en todo el
Estado español. 3.
La Generalidad garantizará
el uso normal
y oficial de los
dos idiomas, adoptará
las medidas necesarias
para asegurar su
conocimiento y creará las
condiciones que permitan
alcanzar su plena
igualdad en lo
que se refiere
a los derechos y
deberes de los
ciudadanos de Cataluña… ».
Así pues, en Cataluña se viene practicando la inmersión
lingüística desde 1983. La inmersión es un
sistema diseñado para garantizar la competencia en catalán y en castellano de
todos los alumnos. Nació con la idea de que los hijos de los no nacidos en
Cataluña, a partir de la lengua, tuviesen una integración social y cultural
plena. Otra cosa es el uso y/o abuso indebido que en alguna ocasión se haya
podido hacer de la norma
Ahora bien, desde
que se puso en marcha la inmersión han ocurrido muchas cosas, como, por
ejemplo, la globalización económica, social y cultural o la aparición de las
redes sociales y, todo eso, está incidiendo en el uso, no solo del catalán,
sino de todos los idiomas. Quizás, por eso, ha llegado el momento de abrir un
debate sobre la efectividad real de la inmersión y si son necesarios cambios.
La convivencia de
lenguas en la democracia española, mal pese a algunos, es un éxito. Los
conflictos son escasos, pero preocupantes porque ponen de manifiesto que alguna
cosa falla en el sistema. En Cataluña existen más de 5.000 centros escolares y
se pueden contar con los dedos de las manos los lugares en que ha habido roces
significativos. De todas formas, es un mal síntoma que los jueces tengan que
decidir sobre cuestiones que tiene que ver con la educación, pero es peor,
todavía, buscar pingüe rentabilidad socio política exacerbando al personal con
una materia tan sensible como la lengua.
Lo que no es de
recibo, y deberíamos rechazar todos, es convertir el uso de una lengua u otra
en un campo de batalla. Es inadmisible que se presione a los dependientes de
comercios, bares o restaurantes a que se dirijan a sus clientes en una lengua
determinada. Como tampoco se puede admitir que algún que otro hiperventilado de
las élites políticas y/o sociales ha llegado a criticar a la Generalitat por
contratar a 600 profesionales de la sanidad provenientes de Andalucía porque no
hablan catalán.
De la misma manera,
tampoco es admisible la actitud de un repartidor que no dejó un paquete en su
destino porque el receptor le cantó el número de su Documento Nacional en
catalán. Al igual que es reprobable la actitud de una familia en Lleida que se
llevó el ataúd, en mitad del funeral, porque el párroco estaba haciendo la
ceremonia en catalán.
La realidad es
tozuda y el hecho cierto es que en la Cataluña de hoy más de la mitad de los
ciudadanos tenemos nuestros orígenes fuera del país y, por lo tanto, nuestra
lengua materna no es el catalán y renunciar a eso es algo que pocos , muy pocos
están, dispuestos a hacer. Aunque, como se demuestra en la vida cotidiana,
hablar dos idiomas de forma indistinta, no supone, para la inmensa mayoría,
ningún problema.
Otra cosa es la
actuación torticera del Govern, haciendo de pirómano y bombero a la vez. Porque mientras jalea al independentismo más recalcitrante
y anima a los profesionales de la enseñanza a la desobediencia, el conseller
Josep González Cambray aplica la resolución dictada por el TSJC. Eso ha hecho que
se abriera una nueva grieta entre los socios del Ejecutivo y ya van unas
cuantas. Otros han preferido banalizar el lenguaje con expresiones como
“apartheid lingüístico”, han magnificado el problema y han hecho de la lengua
un arma arrojadiza, para estar unos días en las portadas. Pero todo eso, si les
parece, lo trataremos en una nueva entrega.
De momento celebren
las Fiestas de forma prudente que, merecido lo tenemos, sean razonablemente felices
y, si les apetece, nos volvemos a encontrar en 2022. Para mí será un placer.
Bernardo Fernández
Publicado en e
notícies 16/12/2021