Confieso que siento un cierto hartazgo de escribir
con tanta frecuencia sobre la cuestión catalana. El día que deje de hacerlo,
será porque en Cataluña hemos empezado a vivir una etapa de normalidad política.
No obstante, mientras eso no suceda, pienso seguir insistiendo para denunciar
las barrabasadas que en pro de una hipotética república catalana, los
independentistas están diciendo. Y, lamentablemente, están empezando a hacer.
Ciertamente, lo sucedido estos últimos días en la
Cámara catalana no deja de ser un ataque de paranoia colectivo. La declaración
de inicio de “desconexión” con el resto de España, aprobada el pasado 9 de
noviembre, es el error más grave que se ha cometido jamás en democracia en
nuestro país. Así como la falta de acuerdo entre los diputados independentistas
para investir un presidente, resultaría cómica si no fuera auténticamente
patética.
De hecho, estamos ante un auténtico insulto a la
inteligencia. Un atentado a las normas
democráticas establecidas. Lo que está ocurriendo estos día en Cataluña, pone
de manifiesto que la mayoría política existente son una pandilla de
descerebrados. Se mire como se mire, lo sucedido no tiene nombre. Atenta contra
las más elementales normas de convivencia, violenta la legalidad vigente y pone
de manifiesto la baja catadura moral y política de los que primero han
propuesto y después votado ese mal llamado proceso de construcción de la
república catalana.
Como se ha dicho hasta la saciedad, la candidatura
impuesta por Artur Mas, Junts pel Sí (JxSí) ganó las elecciones del pasado 27
de septiembre pero perdió el plebiscito que el propio Mas y sus secuaces había
planteado. No obstante, han decidido tirar por el camino de en medio y además
de la rotura con la legalidad vigente plantean la creación de una hacienda y
una seguridad social propias, a la vez que se elaborará una constitución catalana. Es decir, dividir la sociedad en
dos mitades, más de lo que ya está.
Estos aprendices de brujo deberían saber que para
según qué proyectos, son imprescindibles grandes consensos; basta recordar la
época de la Transición. La historia nos
recuerda que procesos de gran envergadura sin grandes apoyos están condenados
al fracaso.
Por otra parte, resulta curioso que junto con la resolución de “desconexión” se
aprobaron una serie de medidas –Plan de emergencia y urgencia social, lo
denominan los impulsores de la CUP- que,
en principio, deberían ser bienvenidas, si fuera creíble que aquellos que han
sido adalides en recortes y prácticas austericidas ahora las pondrán en marcha.
Sucede que son cuestiones que el gobierno aún en funciones había rechazado
reiteradamente llevar a término en las pasadas legislaturas, alegando falta de
recursos materiales, ahora, cuando lo pide la CUP, a los del JxSí se les abren
las carnes para dar satisfacción a los “cuperos”. Pero es que además surge la
pregunta: ¿Si todo eso se puede hacer, es que hay recursos, entonces para qué
se quiere la independencia?
Ante esta situación de despropósito, y como no podía
ser de otra manera, Mariano Rajoy, por una vez, ha reaccionado y el Gobierno,
tras escuchar la opinión del Consejo de Estado, presentó ante el Tribunal
Constitucional (TC) un recurso para que éste suspenda la iniciativa aprobada en
el Parlamento de Cataluña. Como no podía ser de otro modo, el TC suspendió de inmediato la propuesta y,
además, hizo llegar una advertencia a los responsables parlamentarios y del
gobierno catalán de los delitos que podían cometer en el caso de seguir en la
porfía.
Decía Josep Tarradellas que en política todo se
puede hacer menos el ridículo. Pues bien, parece que Artur Mas desconoce esa
máxima “tarradelliana” y ante la imposibilidad de ser investido tan solo por
los suyos, al no tener el número de votos suficientes, decidió lanzarse en
manos de los antisistema, mancillando y degradando la Presidencia de la
Generalitat como Institución, convirtiéndola en moneda de cambio, no ya por un
palto de lentejas, sino por mantener al cargo a cualquier precio, aunque se
quede como algo poco menos que decorativo.
La imagen que se transmite hoy de Cataluña a la
comunidad internacional es de esperpento político. Así por ejemplo, Agbar ha
decidido trasladar su sede a Madrid, la agencia de calificación FITCH da a la
deuda catalana el nivel de bono basura. En el ámbito interno la sanidad pública
está en proceso de desguace al igual que la educación, y si un sistema y el
otro se mantiene es gracias a los profesionales que derrochan energías y
vocación para salir adelante; de otros servicios sociales mejor no hablar, al
fin y al cabo son bagatelas ante la inmensa obra que nuestros gobernantes deben
llevar a cabo.
Con este panorama de fondo, en un país normal (como
les gusta decir a algunos), lo normal sería convocar elecciones. Sin embargo,
los nacional secesionistas saben que su proyecto ha entrado en la recta final y
las próximas elecciones –sean cuando sean- pueden ser la puntilla a su sueño de
verano. Además con unas elecciones generales de por medio, la bicoca de que “en
Madrid no nos hacen caso” puede tener los días contados. Por eso, y aunque en
estos últimos tiempos, en Cataluña lo más imprevisible suele ser lo más
factible, es muy probable que JxSí y las CUP acaben encontrando alguna fórmula
magistral para seguir adelante. Como diría un antiguo compañero: los antisistema
han tocado poder y les ha gustado. Y yo añadiría: y Artur Mas hará lo que sea
para seguir en la poltrona.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 16/11/15