El presidente del Gobierno,
Pedro Sánchez lo tiene claro: para salir del atolladero en que nos ha metido el
Covid-19, cuantos más arrimemos el hombro, mejor. Por eso, semanas atrás lanzó
la idea de reeditar unos nuevos Pactos de la Moncloa. Después, otras voces se
unieron al planteamiento del presidente.
Es evidente que, en la
situación actual, la prioridad absoluta debe ser luchar contra el coronavirus y
acabar con él, o como mínimo neutralizarlo hasta encontrar el antídoto y/o la
vacuna que lo convierta en inocuo o casi. Pero, a la vez, los representantes
políticos y agentes sociales tiene la obligación de ir hilvanando las
estrategias necesarias para que cuando llegue la nueva normalidad nos resulte
lo menos traumática y lesiva posible.
En ese nuevo futuro, cuantos
más seamos los que rememos en una misma dirección, menos nos costará remontar
la situación. Por eso, me parece un acierto la iniciativa de Sánchez. Otra cosa
es la manera en que se están planteando las negociaciones. No tengo claro que
se tengan que realizar encuentros a distintos niveles. Unos, en una comisión
parlamentaria que se va a crear en el Congreso, otros, con las CCAA y otros,
con los agentes sociales. A mi modo de ver sería bastante más operativa una
sola mesa de negociación, aunque estuviera fragmentada por sectores u otros
criterios. Con este formato, exigido por
el PP, puede ocurrir que lo que se acuerde con las CCAA o con los agentes
sociales, se rechace más tarde cuando se tenga que aprobar en un pleno del
Parlamento. Ya sabemos cuál es la mayoría que sustenta al Gobierno, quién la
conforma y su volatilidad. Pero, en fin, bien está lo que bien acaba.
Es verdad que la fragmentación
política actual no facilita las cosas y que, si los Pactos de la Moncloa vieron
la luz, fue porque todos los participantes eran conscientes de que, sin una
situación económica aceptable, la democracia no sería posible. También tuvieron
un valor decisivo la inteligencia y a voluntad política de los líderes de
entonces, quizás escarmentados, por lo menos los de izquierdas, en la noche de
la dictadura. En cambio, en la actualidad, es muy probable que algunos acudan a
la mesa de negociación con pocas ganas de acuerdo y mucha predisposición a que
el Gobierno fracase, por aquello del “quítate tú que me pongo yo”
De todas maneras, entiendo que
hay que darle una oportunidad a la esperanza y lo que procede ahora es otorgar un
voto de confianza a nuestros políticos y líderes de la sociedad civil, a ver si
pronto nos dicen que han llegado a un acuerdo para firmar un Pacto de Estado
que nos permitirá salir de esta, todos a una y sin que nadie se quede atrás.
Sería fantástico.
Es posible que muchos piensen
que esto es un cuento de hadas. Tal vez. No obstante, si, aunque fuera por
casualidad, llegara a materializarse algún acuerdo para remontar la situación
actual, sería el momento de aprovechar la entente y seguir en la brecha para llevar
a cabo la reforma constitucional que desde hace años vienen demandando
representantes de todos los partidos políticos, intelectuales, creadores de
opinión etcétera, es decir, poner al día nuestro sistema democrático mediante
una actualización de la Constitución en aquellas cuestiones que se han quedado
desfasadas con el paso del tiempo.
Esta idea, con todas las
matizaciones que se quiera, es compartida en todos los ámbitos del organigrama
del Estado. Los partidos políticos, tanto los clásicos como los emergentes no
son una excepción. Sin embargo, no deja de ser curioso que cuando llegan a lo
más alto de las estructuras de poder se olvidan del tema. Tan solo Rodríguez
Zapatero, secundado por Mariano Rajoy siguió las indicaciones de Ángela Merkel
y modificó nuestra Carta Magna al dictado de la líder alemana.
Resulta decepcionante la
ausencia de un proyecto político que, más allá de aumentar el gasto social,
luchar contra el paro y sanear el déficit, nos indique el camino a seguir como
país. Y conste que valoro cono se merecen las iniciativas que buscan el aumento
de la calidad de vida de los ciudadanos, es decir, la justicia social. Pero hace
falta algo más si queremos recuperar la estima como nación.
Y ese algo más, empieza por la
reforma Constitucional. Necesitamos instituciones sólidas, estables e
independientes que queden protegidas del sectarismo coyuntural. Solo así
tendremos un Estado democrático y moderno que se proyecte en el incierto
escenario internacional y ponga en valor todo nuestro potencial que es mucho y
muy potente.
No obstante, desde hace tiempo
venimos sufriendo demasiados intentos de patrimonializar y utilizar de forma partidista
nuestras estructuras fundamentales; si a eso le añadimos el interés de algunos
por dinamitar el Estado y dejarlo hecho añicos, más pronto que tarde nos
podemos encontrar con el país a los pies de los caballos.
Ya sé que no se le pueden
pedir peras al olmo, y tenemos lo que tenemos, pero o nuestros representantes
políticos toman conciencia de la magnitud del problema, y aprovechan la
coyuntura que puede propiciar la situación actual y ponen manos a la obra o es
muy posible que acabemos lamentándolo.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
27/04/20