29 d’abril 2020

REFORMAR EL ESTADO (una oportunidad única)


El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez lo tiene claro: para salir del atolladero en que nos ha metido el Covid-19, cuantos más arrimemos el hombro, mejor. Por eso, semanas atrás lanzó la idea de reeditar unos nuevos Pactos de la Moncloa. Después, otras voces se unieron al planteamiento del presidente.
Es evidente que, en la situación actual, la prioridad absoluta debe ser luchar contra el coronavirus y acabar con él, o como mínimo neutralizarlo hasta encontrar el antídoto y/o la vacuna que lo convierta en inocuo o casi. Pero, a la vez, los representantes políticos y agentes sociales tiene la obligación de ir hilvanando las estrategias necesarias para que cuando llegue la nueva normalidad nos resulte lo menos traumática y lesiva posible.
En ese nuevo futuro, cuantos más seamos los que rememos en una misma dirección, menos nos costará remontar la situación. Por eso, me parece un acierto la iniciativa de Sánchez. Otra cosa es la manera en que se están planteando las negociaciones. No tengo claro que se tengan que realizar encuentros a distintos niveles. Unos, en una comisión parlamentaria que se va a crear en el Congreso, otros, con las CCAA y otros, con los agentes sociales. A mi modo de ver sería bastante más operativa una sola mesa de negociación, aunque estuviera fragmentada por sectores u otros criterios.  Con este formato, exigido por el PP, puede ocurrir que lo que se acuerde con las CCAA o con los agentes sociales, se rechace más tarde cuando se tenga que aprobar en un pleno del Parlamento. Ya sabemos cuál es la mayoría que sustenta al Gobierno, quién la conforma y su volatilidad. Pero, en fin, bien está lo que bien acaba.
Es verdad que la fragmentación política actual no facilita las cosas y que, si los Pactos de la Moncloa vieron la luz, fue porque todos los participantes eran conscientes de que, sin una situación económica aceptable, la democracia no sería posible. También tuvieron un valor decisivo la inteligencia y a voluntad política de los líderes de entonces, quizás escarmentados, por lo menos los de izquierdas, en la noche de la dictadura. En cambio, en la actualidad, es muy probable que algunos acudan a la mesa de negociación con pocas ganas de acuerdo y mucha predisposición a que el Gobierno fracase, por aquello del “quítate tú que me pongo yo”
De todas maneras, entiendo que hay que darle una oportunidad a la esperanza y lo que procede ahora es otorgar un voto de confianza a nuestros políticos y líderes de la sociedad civil, a ver si pronto nos dicen que han llegado a un acuerdo para firmar un Pacto de Estado que nos permitirá salir de esta, todos a una y sin que nadie se quede atrás. Sería fantástico.
Es posible que muchos piensen que esto es un cuento de hadas. Tal vez. No obstante, si, aunque fuera por casualidad, llegara a materializarse algún acuerdo para remontar la situación actual, sería el momento de aprovechar la entente y seguir en la brecha para llevar a cabo la reforma constitucional que desde hace años vienen demandando representantes de todos los partidos políticos, intelectuales, creadores de opinión etcétera, es decir, poner al día nuestro sistema democrático mediante una actualización de la Constitución en aquellas cuestiones que se han quedado desfasadas con el paso del tiempo.
Esta idea, con todas las matizaciones que se quiera, es compartida en todos los ámbitos del organigrama del Estado. Los partidos políticos, tanto los clásicos como los emergentes no son una excepción. Sin embargo, no deja de ser curioso que cuando llegan a lo más alto de las estructuras de poder se olvidan del tema. Tan solo Rodríguez Zapatero, secundado por Mariano Rajoy siguió las indicaciones de Ángela Merkel y modificó nuestra Carta Magna al dictado de la líder alemana.
Resulta decepcionante la ausencia de un proyecto político que, más allá de aumentar el gasto social, luchar contra el paro y sanear el déficit, nos indique el camino a seguir como país. Y conste que valoro cono se merecen las iniciativas que buscan el aumento de la calidad de vida de los ciudadanos, es decir, la justicia social. Pero hace falta algo más si queremos recuperar la estima como nación.
Y ese algo más, empieza por la reforma Constitucional. Necesitamos instituciones sólidas, estables e independientes que queden protegidas del sectarismo coyuntural. Solo así tendremos un Estado democrático y moderno que se proyecte en el incierto escenario internacional y ponga en valor todo nuestro potencial que es mucho y muy potente.
No obstante, desde hace tiempo venimos sufriendo demasiados intentos de patrimonializar y utilizar de forma partidista nuestras estructuras fundamentales; si a eso le añadimos el interés de algunos por dinamitar el Estado y dejarlo hecho añicos, más pronto que tarde nos podemos encontrar con el país a los pies de los caballos.
Ya sé que no se le pueden pedir peras al olmo, y tenemos lo que tenemos, pero o nuestros representantes políticos toman conciencia de la magnitud del problema, y aprovechan la coyuntura que puede propiciar la situación actual y ponen manos a la obra o es muy posible que acabemos lamentándolo.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 27/04/20


21 d’abril 2020

DE LA PANDEMIA A LA RECESIÓN


El camino aún será largo y difícil, pero estamos empezando a ver la luz al final del túnel. Poco a poco la pandemia ocasionada por el Covid-19 va quedando atrás. No obstante, los números son demoledores, solo en los catorce primeros días de marzo se perdieron 900.000 puestos de trabajo y, hasta el momento, casi 4.000.000 de trabajadores se han visto afectados por un ERTE. Por otra parte, las personas contagiadas en España se acercan a los 200.000 y la cifra oficial de fallecidos supera los 20.000, aunque, con toda probabilidad, los datos reales de portadores y difuntos son superiores.
La situación que hemos sufrido estas últimas semanas es más propia de una película de terror que de hechos reales ocurridos en pleno siglo XXI. Ahora nos dicen los expertos que hemos superado el pico de la crisis y relativamente pronto comenzaremos la desescalada. Después, con prudencia y sin prisa, habrá que volver de forma gradual a la normalidad. Una nueva normalidad que no será la misma que tuvimos hasta el 16 marzo, día que empezó el estado de alarma.
El coronavirus cogió a los gobiernos de todo el mundo con el paso cambiado. Por eso, tardaron en reaccionar varias semanas. El desconocimiento inicial de las características del virus, su rápida capacidad de contagio y la falta de medios para controlarlo generó una crisis humanitaria sin precedentes.
Ahora, que la situación sanitaria empieza a estar más o menos controlada hay que pensar en el día de después y ver cómo afrontar la debacle económica. Hay opiniones para todos los gustos. Algunos dudan de la supervivencia del sistema capitalista como lo hemos conocido hasta ahora.  Para otros, como el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Pompeu i Fabra, José García Montalvo, “esta crisis no tiene nada que ver con la de 2008. En aquella ocasión fue un problema interno de la banca que había podrido la economía. En cambio, esta vez, es una crisis económica causada por un shock endógeno como es la pandemia.
Para Joaquín Almunia que fue comisario europeo y vicepresidente de la Comisión Europea de 2004 a 2014, que vivió en directo la “Gran Recesión” que empezó en 2008, “esta crisis es muy diferente”. “Ahora”, explica, “hay un problema de salud y lo prioritario es reforzar el sistema sanitario en una crisis que todavía no sabemos las consecuencias que va a tener y cuánto va a durar” “En esta ocasión tenemos una paralización de la oferta que no tuvimos en la crisis anterior. No sabemos cuándo va a rebotar la economía. Además, hay sectores como el turismo que no pueden rebotar, lo que se pierda este año ya no se podrá recuperar. Es probable que esto acabe en una recesión que creo será muy fuerte”, concluye el exdirigente europeo.
“Ya es demasiado tarde para evitar la recesión: estamos ante un frenazo masivo y repentino con efectos devastadores” (…) “debemos hacer el máximo para evitar una depresión…” sostiene Mohamed El Erian, Jefe Asesor Económico de Allianz.
En opinión de Alan Blinder, ex número dos de la Reserva Federal, “mientras dure el parón todos los esfuerzos de los gobiernos y bancos centrales han de ir encaminados a un único objetivo: hacer todo lo posible para que se pueda salir de esta”.
Comentarios como esos se pueden reproducir casi hasta el infinito; y es que todos los analistas coinciden, por unanimidad, en que hay que salvar a las empresas y el empleo a cualquier precio.
Desde luego, las previsiones son demoledoras. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya ha advertido de la inmensa gravedad de la situación. La economía global se contraerá un 3% en 2020 y eso es el mayor descalabro dese la Gran Depresión,1929-1930. Las previsiones sobre España aún son peores, para nosotros el pronóstico es que el PIB caiga un 8%, habría que remontarse a la primera mitad del siglo para encontrar un batacazo parecido.
En un principio, el Banco Central Europeo (BCE) tuvo una reacción tibia, con muchos titubeos. Sin embargo, pronto rectificó y puso en marcha un programa de compra de activos de 750.000 millones de euros.
Ante las dimensiones bíblicas de la tragedia, la Comisión Europea, que preside Úrsula van de Leyen, ha planteado una ampliación sin precedentes del presupuesto comunitario y destinar los nuevos recursos a un histórico plan de reconstrucción de la economía de Europa.
De igual manera, la activación preventiva de préstamos por 240.000 millones de euros que saldrán del fondo de rescate permanente, conocido como Mecanismo de Estabilidad (MEDE), decidido por el Eurogrupo, es un buen balón de oxígeno para las economías porque no se imponen condiciones específicas para su obtención.
Las circunstancias son excepcionales y, en consecuencia, las soluciones también han de ser excepcionales. La solidaridad entre europeos está recogida en los Tratados de constitución de la Unión y ha de ser un principio básico entre los pueblos. Europa no puede ser tan solo un espacio de intereses ha de ser, sobre todo, un espacio de corresponsabilidad y, por consiguiente, de solidaridad. Es el momento de aunar esfuerzos y poner en marcha una economía de guerra, promover la resistencia para reconstruir desde lo local hasta lo global.
Sería un gran avance, además de una gran muestra de solidaridad, mutualizar la deuda que al final deje la pandemia. De esa forma se evitaría hacer más grande la brecha norte sur. Asimismo, se podrían establecer estrategias coordinadas entre los diferentes gobiernos para elaborar un gran plan de choque que permitiera llevar a cabo la recuperación en toda la UE.
Esa sería la mejor manera para salir todos a una de este maldito atolladero, sin dejar nadie atrás.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 20/04/20


15 d’abril 2020

SUMAR PARA RECONSTRUIR


Ese virus que se conoce como Covi-19, ha generado una pandemia que está ocasionando consecuencias sociales, económicas y políticas todavía imposibles de calcular. Por eso, no son pocas las voces, entre ellas, la del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que piden una reedición de los Pactos de la Moncloa.
Desde luego, no sería mala cosa llegar a acuerdos y pactos que facilitasen la salida del pozo en que nos ha hundido el coronavirus. Ahora bien, hemos de tener cuenta que, aunque nos encontremos, ante una emergencia nacional, como en 1977, que es cuando se firmaron aquellos pactos, los contextos social, político y económico, de entonces y ahora, son muy diferentes.
En aquella época la UCD, de Adolfo Suárez, disponía de una cómoda mayoría parlamentaria, el problema más acuciante era la situación económica, España estaba en suspensión de pagos, la inflación rondaba el 30% y el paro no dejaba de aumentar. Eso hizo que políticos tan diferentes e incluso antagónicos como Fraga Iribarne, Santiago Carrillo, Felipe González o Miquel Roca, sólo por citar algunos nombres, renunciaran a parte de sus postulados para favorecer el interés general mediante el acuerdo.
Por eso, desde la derecha tardo franquista representada por Alianza Popular hasta el Partido Comunista, pasando por diferentes formaciones socialistas, nacionalistas vascos y catalanes entendieron que no se saldría de aquel atolladero si no se llegaba a un gran pacto de todas las fuerzas políticas y sociales.
Los acuerdos logrados se reflejaron en los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Asimismo, se llevó a cabo una reforma fiscal para que todo el mundo pagara impuestos y se elaboró, también, el Estatuto de los Trabajadores.
En el preámbulo del acuerdo se decía que estos pactos “recogen el fruto de una negociación entre las fuerzas políticas españolas porque son conscientes de que la grave situación requiere un esfuerzo común construido a base del más auténtico patriotismo…”
Aquellos pactos llevaban implícito el reconocimiento de que ninguna ideología ni ningún partido político contaba ni con la fuerza ni la capacidad suficiente para sacar a la sociedad de aquella profunda crisis, en solitario.
Hoy, la crisis es igual de grave y profunda. Sin embargo, las circunstancias son otras. Para empezar el actual Gobierno cuenta con el soporte parlamentario de una mayoría tan exigua como volátil. Así la gobernabilidad es muy difícil y en los tiempos que vendrán quizás imposible.
Con este panorama de fondo, Vox ya ha anunciado que no participará en ningún pacto y es de lamentar porque, por muy extrema derecha que sean (y lo son), es la tercera fuerza política en el Congreso y sus 52 diputados representan a más de 3.700.000 españoles y eso no se puede obviar.
Por su parte, Pablo Casado calificó la oferta de unos nuevos pactos de La Moncloa, primero como un “señuelo” para un “cambio de régimen” y después de “trampantojo”. Y es que Casado se alimenta ideológicamente en las ubres de FAES y, según la fundación de José María Aznar, firmar un pacto de Estado con el “populismo chavista” es un riesgo.
Una vez más, la derecha ultramontana muestra su visón cortoplacista de la situación. No se dan cuenta que para ellos está podría ser una oportunidad magnífica para poner coto al programa del Gobierno de coalición que tanta urticaria les genera, pero ni así.
Tampoco parece que ni ERC ni JxCat están por la labor. Todo lo que no sea hablar en exclusiva de Cataluña les importa entre poco y nada. Resulta curioso comprobar con qué frecuencia coinciden PP y los seudo republicanos catalanes a la hora de tomar decisiones y/o votar. Votaron igual contra la aprobación del Estatuto de Cataluña, votaron también no en contra de la tramitación de los PGE en enero de 2019 y ahora ambas fuerzas políticas se niegan a sentarse a dialogar. Hay quien dice que populares y seudorepublicanos votan igual, pero están en las antípodas ideológicas. Yo no lo tengo tan claro.
Ahora, el concepto de Estado y la solidaridad se hacen más imprescindibles que nunca. Necesitamos que Europa sea solidaria con nosotros y nosotros lo hemos de ser con nuestro entorno.
En este contexto, recupera toda su vigencia aquella frase de Winston Churchill que dice qué: “un político es aquel que piensa en las próximas elecciones y un estadista piensa en las próximas generaciones”.
Hace bien Pedro Sánchez queriendo sentar a la mesa, además de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, a las CCAA, a los agentes sociales, empresarios y sindicatos. Eso, puede ser, en principio, un inconveniente, pero al final una ventaja.
El inconveniente puede venir dado porque tanto participante puede plantear un discurso cacofónico muy difícil de armonizar. Ahora bien, si se logra establecer unos planteamientos básicos a partir de los cuales se pueda empezar el diálogo, a los negacionistas les resultará más difícil descolgarse.
Si el acuerdo fue posible en 1977 debería serlo también ahora. No obstante, no nos hagamos demasiadas ilusiones. No creo que tengan la misma capacidad política, ni parecen muy equiparables Pablo Casado con Adolfo Suárez, Pablo Iglesias con Santiago Carrillo y, mucho menos, Quim Torra o Gabriel Rufián con Miquel Roca.
En los próximos días, líderes políticos y agentes sociales han de mantener contactos y ver si son capaces de constituir una mesa de diálogo; veremos entonces la voluntad real de cada uno de ellos para llegar a acuerdos. A mi juicio, en algunos, más bien escasa. En realidad, varios de los posibles firmantes no aspiran a otra coa que poner al Gobierno de rodillas, mientras que otros sueñan con dinamitar el Estad.
Está claro que aquí cada uno va a la suya… y así es imposible.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 14/0420

07 d’abril 2020

INEPTITUD POLÍTICA Y MISERIA MORAL


Pensaba que durante el tiempo que dure la pandemia del Covid-19 no escribiría sobre las trapacerías del independentismo catalán. Sin embargo, por decencia política y dignidad moral he sentido la obligación de escribir esta columna.
Me equivoqué y di por hecho que la unidad de acción de todas las administraciones estaría muy por encima de las luchas partidistas y de los intereses espurios que en ocasiones se pueden agazapar en determinados recovecos de la acción política. Santa inocencia la mía. La miseria moral de algunos secesionistas es tan grande que no desaprovechan la más mínima ocasión para señalar un enemigo exterior a quien cargar todas las responsabilidades de los males que asolan Cataluña. Poco les importa que el enemigo solo exista en su imaginación y los problemas que le achacan, con frecuencia, sean fruto de su propia ineptitud política.
Justo es reconocer que, en esa extraña habilidad de cargar a otros competencias propias, por aquí tenemos grandes entendidos en la materia. El gran maestro fue, sin dudad alguna, Jordi Pujol, que logró crear escuela. No obstante, de un tiempo para acá ha florecido una interesante cantera, entre ellos destaca, Quim Torra, president del Govern de la Generalitat que está mostrando maneras y, de seguir así, muy pronto se convertirá en líder indiscutible de la falsedad y la maldad.
Cuando Pedro Sánchez decretó el estado de alarma a Torra y su cohorte de acólitos les faltó tiempo para hablar de un nuevo 155 encubierto; pero la ciudadanía no compró el argumento. Y es que el president está obsesionado en convertir el problema de convivencia que padecemos en Cataluña en un conflicto político internacional y para lograrlo no se para en barras. Por eso, el pasado 19 de marzo, en una entrevista en la BBC, demostró que su único interés era poner de manifiesto la situación que vivimos los catalanes como la disputa entre dos entidades en pie de igualdad soberana, es decir, dos estados.
Desde que se declaró la pandemia, los mensajes responsabilizando a España de lo que pasaba y que al “Estado español no el importaban los muertos catalanes” no han dejado de circular en las redes sociales y en los medios de comunicación públicos y subvencionados por el Govern que, en Cataluña son legión. En esa línea, la ANC envío una carta a todos los cónsules acreditados en Barcelona en la que, entre otras lindezas, les venía a decir que “con la independencia hubiera habido menos muertos.” Además de responsabilizar a Madrid de la propagación del coronavirus. Sencillamente demencial.
La crack, Laura Borrás, que es la portavoz en el Congreso de JxCat, ha llegado a decir que “los uniformes que necesitamos son los blancos, no los verdes, ni los de camuflaje,” y según ella la receta mágica para todo que utiliza el Gobierno central es la “unidad de España.”
Pero lo más vergonzante de todo son los palos a las ruedas que han puesto para que la Unidad Militar de Emergencias (UME) no viniera a cooperar en Cataluña para salvar vidas.
Han intentado evitar por todos los medios que se instalasen hospitales de campaña. Quizás el caso más flagrante fue el de Sabadell. Allí cuestionaron el levantamiento de uno de esos hospitales porque eran tiendas de campaña militares y exigieron que se cambiaran las separaciones verdes “porque eran muy militares” por plafones blancos. Sin comentarios. En Castelldefels paralizaron otro y han entorpecido la desinfección de las residencias de la tercera edad, pero el Govern es incapaz de hacerlo.
Siendo todo esto muy grave que lo es, podríamos hacer un poco (solo un poco) la vista gorda, si el Govern de la Generalitat hubiera mostrado una capacidad de acción, de eficacia y eficiencia extraordinarias, pero lamentablemente los números de contagiados y fallecidos en Cataluña hablan por sí solos.
Por esta vez es suficiente, en otra ocasión comentaremos la gestión.

Bernardo Fernández
Publicado en El catalán 06/04/20

01 d’abril 2020

JAQUE A EUROPA


Nadie sabe con certeza como afectara el Brexit a los europeos. No obstante, parece evidente que se va a producir una regla de tres inversa, es decir, si al Reino Unido le va mal es muy posible que los países de la UE cierren filas y Europa gane en cohesión, ya se sabe aquello de que la unión hace la fuerza. En cambio, si a los británicos el divorcio les va bien, más de un Gobierno de los componentes de la Unión querrá aprovechar el rebufo y seguir el camino marcado desde Londres, y eso podría suponer el principio del fin de la UE, tal y como la hemos conocido hasta ahora.
De todas maneras, antes de que algo de eso suceda, hay que jugar otro partido que puede hacer que lo del Brexit resulte poco menos que intranscendente. Me estoy refiriendo a la respuesta que desde Bruselas den a la pandemia del Covid-19.
Llueve sobre mojado. Cada día que pasa resulta más obvio que la Unión está, cada vez, menos unida. Según el artículo 168 del Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión, “la Unión garantizará un alto nivel de salud humana” y establece que “los Estados miembros en colaboración con la Comisión coordinarán entre si sus políticas” y que “el Parlamento Europeo y el Consejo podrán adoptar medidas destinadas a proteger y mejorar la salud humana y, en particular, a luchar contra las pandemias transfronterizas. También bajo el título “Clausulas de solidaridad”, en el artículo 222 del mismo Tratado se afirma que “la Unión y los Estados miembros actuarán conjuntamente y con espíritu de solidaridad cuando un Estado miembro sea víctima de una catástrofe natural”.
Pues bien, no parece que los mandatarios europeos estén teniendo en cuenta el citado Tratado sobre el funcionamiento de la Unión, porque España, está en el epicentro de la pandemia, lo mismo que e Italia y Francia ya nos sigue a corta distancia. Sin embargo, los países europeos del norte miran hacia otro lado. La solidaridad hasta el momento está siendo más bien escasa.
El impacto por contagio y muertes por el Covid-19 es brutal y todas las acciones deben ir encaminadas a proteger la salud de los ciudadanos. No obstante, hay hechos incontestables y desde que se decretó el confinamiento, en nuestro país se destruyen 100.000 empleos cada día. Los expertos han empezado a hacer números y, aunque de manera provisional, ya se apunta para este trimestre una caída del PIB del 12%. Pero es que además España, depende de forma muy directa de la industria del automóvil y del turismo y en esos sectores el desplome puede ser de lo nunca visto, ni siquiera imaginado.
Es posible que casi todos los gobiernos europeos, en un principio, reaccionaran de manera tibia. Quizás pensaron que China estaba muy lejos y lo que allí sucedía nunca llegaría a Europa.  Pocos podían imaginar que la globalización también tiene que ver con la salud en el concepto más amplio.
Sin embargo, hay que admitir que finalmente la mayoría de los gobiernos de la UE se han puesto las pilas. El Ejecutivo español reaccionó con un plan de choque de 200.000 millones de euros y en la misma línea se han movido Francia y Alemania, Italia ya lo había hecho con anterioridad porque fue el primer país de Europa en recibir el gran mazazo de la pandemia.
En un principio Christine Lagarde se mostró esquiva a que el Banco central europeo se movilizara para acudir al recate de los más afectados. Sin embargo, en un Consejo de Gobierno de urgencia se dio luz verde para que el BCE vuelva a la senda que marcó Mario Draghi inyectando 750.000 millones de euros en activos públicos y privados, dando así un poco de aire a las primas de riesgo de los países del sur que estaban subiendo de manera alarmante.
Las críticas por la inacción europea frente a la pandemia son prácticamente unánimes. Para el economista, Antón Costas, expresidente del Círculo de Economía, “España no puede esperar a que la UE rompa su irresponsable inacción” y añade “o Europa reacciona o hasta los más convencidos europeístas veremos este proyecto con una mezcla de decepción y amargura”. Tampoco se ha mordido la lengua el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, para quien “hay que mutualizar la deuda”. En la misma línea se ha expresado Unai Sordo actual líder de CCOO para quien “Europa ha de demostrar que sirve para algo o su crisis de legitimidad será brutal”.
Esta crisis es muy distinta a la financiera de 2008. Entonces se puso de manifiesto que algunos gobiernos habían permitido un relajamiento en los controles económico-financieros excesivo y la burbuja inmobiliaria causó estragos; ahora no. La situación que estamos viviendo es sobrevenida y ajena, en sus orígenes, a los manejos especulativos de cualquier clase. Por eso es irritante la actitud de los países del norte, en especial Alemania y Holanda.
La cuestión no es menor. Los países del sur aspiran a mutualizar la deuda que está generando la pandemia y esperan una respuesta ambiciosa de la UE. Pedro Sánchez ha hablado de un nuevo Plan Marshall. En cambio, alemanes y holandeses, desde su teórica superioridad, son partidarios de que cada cual afronte el envite por su cuenta.
Las espadas quedaron en alto tras la reunión por videoconferencia que mantuvieron los líderes europeos el pasado 26 de marzo, Dentro de un par de semanas se han de volver a reunir, la solución no se puede demorar mucho más. Quizás, para entonces, todos cederán algo y el acuerdo se encuentre en una reinterpretación del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).
Me gustaría equivocarme, aunque mucho me temo que, pacten lo que pacten, será, a todas luces, insuficiente. Y si eso acaba siendo así, el jaque a Europa estará servido.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 31/03/20

DEL SOCIALISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

En el siglo XIX, la socialdemocracia fue una tendencia revolucionaria difícil de diferenciar del comunismo. Pretendía acabar con la división...