26 de desembre 2015

SUDOKU POLÍTICO

Pese al varapalo recibido por el PP en las elecciones generales del pasado domingo -se han dejado en el envite 63 escaños-, hay que felicitar a los populares porque en esos comicios han sido la fuerza más votada. Una victoria amarga, ciertamente.
En  los sistemas de representación proporcional como el que rige en nuestro país, es normal que los partidos exploren combinaciones distintas para formar una mayoría parlamentaria suficiente que dé soporte a un ejecutivo.  Y aunque Mariano Rajoy ha dicho que intentará formar un gobierno estable, cosa absolutamente legítima, lo más probable es que tenga que desalojar la Moncloa y el PP pase a la oposición.
Tampoco le ha ido demasiado bien al PSOE. Los socialistas no han sabido aprovechar el desgaste de los populares y han perdido  una veintena de diputados. En estas circunstancias, deberían realizar una reflexión serena pero profunda y decidir cómo afrontan el futuro que se presenta, cuando menos, complicado.
Sin embargo, las formaciones emergentes, Podemos y Ciudadanos han irrumpido con fuerza y han mordido espacio a los partidos tradicionales. El bipartidismo pasa a mejor vida, y en nuestro país se abren unas expectativas políticas inéditas hasta la fecha. El cuatripartidismo ya es un hecho en España.  Con esos resultados sobre la mesa formar gobierno puede resultar harto complicado.
Los comicios del pasado 20 D dejan un auténtico sudoku político para resolver y entramos en una etapa de difícil gobernabilidad. Por consiguiente, las negociaciones serán duras, largas y complejas. Los protagonistas políticos deberán mostrar sus habilidades y capacidad para llegar a acuerdos. En estas circunstancias, no estaría de más recuperar el mejor espíritu pactista de la Transición y llevar a cabo una reedición actualizada de los pactos de la Moncloa.
Si al fin se logra un acuerdo, el gobierno resultante del proceso negociador ha de ser consciente de que debe jugar un papel galvanizador, puesto que se encontrará con 3 grandes cuestiones a resolver: regeneración democrática, Estado del bienestar y encaje territorial. Temas que van a marcar la agenda política de los próximos años. Su complejidad y magnitud va a requerir algo más que una simple mayoría parlamentaria para salir adelante.

De todos modos, si el posicionamiento de los diversos partidos resultase irreconciliable, no hay que descartar nuevas elecciones. Al fin y al cabo, la política es el arte de lo posible y gobernar con este panorama puede resultar imposible.

Bernardo Fernández

Publicado en ABC 23/12/15

14 de desembre 2015

EMERGENTES EN ASCENSO

Según indican todos los sondéos, las elecciones generales del próximo 20 de diciembre pondrán fin al bipartidismo imperfecto que ha regido nuestro sistema electoral hasta el momento. El mapa político de nuestro país está más fragmentado que nunca.  Además, y según una reciente encuesta del CIS, los indecisos superan el 40% del total del censo; por tanto, todo es posible.
Las formaciones políticas emergentes han irrumpido con fuerza y están comiendo terreno a los partidos tradicionales. Si las encuestas no erran vamos camino del cuatripartidismo. De confirmarse estas predicciones, formar gobierno a partir del 21 D, sin una mayoría propia en el Congreso, puede resultar harto complicado.
Fue Podemos quien con unos resultados inesperados en la elecciones europeas abrió la caja de Pandora de nuestro mapa electoral. Después, tras  los comicios de Andalucía y las municipales de mayo, el balance estuvo  bastante por debajo de lo esperado. Eso,  sumado a alguna rebelión interna y otras yerbas, ha hecho que la formación de Pablo Iglesias trastabille  un poco.
Sin embargo, Ciudadanos, la formación de Albert Rivera que nació hace 10 años como una plataforma cívica, desde las autonómicas andaluzas  está subiendo como la espuma y, a día de hoy, se codea en las encuestas con PP y PSOE.  Mientras, Podemos, siempre según los mismos sondeos, está quedando algo por descolgado.
Con ese panorama de fondo, en nuestro país se abren unas perspectivas políticas inéditas hasta la fecha. El dialogo, la negociación y el pacto, serán más necesarios que nunca, primero para escoger un presidente que forme gobierno y después  para lograr la imprescindible estabilidad parlamentaria con la que llevar a cabo las ineludibles reformas que hay que acometer para no quedar varados en una cuneta de la historia.
Sea del color que sea el gobierno que el próximo 20 D salga de las urnas, deberá afrontar con prontitud y decisión las tres grandes cuestiones que hay sobre la mesa: regeneración democrática, Estado del bienestar y problema territorial. A buen seguro que esos serán los ejes que vertebren la política española en los próximos años.
Resulta absolutamente imprescindible llevar a cabo una regeneración democrática que no sea tan solo un cambio de nombres y caras. Hace falta un cambio de talante que acerque la política a los ciudadanos y que ésta sea comprensible para ellos. Asimismo, es preciso luchar decididamente contra la corrupción y ser implacables con aquellos que utilizan situaciones de privilegio para realizar trapacerías.
En segundo lugar, pero no por eso menos importante, es necesario recuperar el Estado del bienestar que se ha desballestado utilizando la crisis económica como pretexto. Además se deberá ampliar y consolidar. La ciudadanía espera acciones concretas que disminuyan la precarización del mercado laboral, que se creen puestos de trabajo, que la sanidad y la educación sean unos servicios públicos de calidad y que se dote a la dependencia de  recursos suficientes, entre otras muchas cuestiones. De la misma forma que espera que se afronte, de una vez,  una reforma tributaria que sea equitativa.
Por otra parte, no se puede demorar por más tiempo la reforma del Estado de las autonomías. Soy de la opinión que el camino en este ámbito es una reforma federal de la Constitución. Quizás para muchos ciudadanos  este no sea el problema más acuciante y no les faltará razón, pero si es consustancial para un parte importante de la población que espera respuestas, especialmente en Cataluña, Euskadi  y otros lugares del Estado, Ignorarlo sin más, pienso que es un error que más pronto que tarde pagaremos todos.
Es posible que a partir del 21D entremos en una etapa de mayor zozobra parlamentaria. De ser así, la gobernabilidad será más difícil. Tal vez vamos a una etapa de menor estabilidad. Eso obligará a  dialogar, negociar y pactar. Al fin y al cabo, esa es una de las esencias de la democracia.  Y el acuerdo siempre es preferible a la imposición.

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 12/12/15

04 de desembre 2015

EN DEFENSA DE LA CONSTITUCIÓN

En breve se cumplirá el trigésimo séptimo aniversario de la aprobación de la Constitución vigente en España. Esa Carta Magna, como toda obra humana, tiene luces y sombras y sin duda es perfectible. Ahora bien, no podemos olvidar que, primero, fue el instrumento que nos permitió, como pueblo, pasar de una dictadura a una democracia y, después, ha sido el eje vertebrador que ha hecho posible la etapa más prolongada de paz y progreso en nuestro país.
Aunque la Transición acabó hace muchos años, su legado sigue vivo. No obstante, de un tiempo para acá, se ha puesto de moda en algunos círculos de opinión criticar y minusvalorar tanto esa Ley de Leyes como las consecuencias que se han derivado de su vigencia.  Por eso, cuando leo u oigo  ciertos comentarios denostando nuestra norma máxima de convivencia, me pregunto dónde andarían esos agoreros aquella noche gélida de enero cuando asesinaron a los abogados laboralistas de Atocha o qué hicieron la noche de los transistores (noche del 23 al 24 de febrero de 1981, cuando se produjo el fallido intento de golpe de Estado). Ciertamente, ahora es fácil criticar, pero la realidad de entonces no era nada halagüeña.
Es verdad que la España de 1978 poco o nada tiene que ver con la de 2015. Ciertamente, eso no es atribuible a la Constitución; ahora bien, es innegable que esa transformación se ha producido dentro del marco constitucional.
De hecho, nuestra Constitución, en buena medida, es la consecuencia de un pacto entre diferentes. Un acuerdo al que llegaron los representantes de la entonces vieja política: los franquistas, y los representantes de la nueva: los demócratas.
El hispanista Paul Preston sostiene que nuestra Constitución “fue la mejor posible en aquellas circunstancias y aunque no fue modélica  ni perfecta. si fue posibilista”. Realmente, en la Transición se cometieron muchos errores, pero no deberíamos olvidar que a la muerte de Franco las fuerzas armadas estaban preparadas para perseguir al enemigo interior y no al exterior.  En aquel contexto, el cometido que se esperaba del nuevo monarca era perpetuar la dictadura. Bien es verdad que ésta, en algunos aspectos, se había suavizado, pero seguía fusilando,  baste recordar las ejecuciones de septiembre de 1975, dos meses antes de la muerte del dictador. En consecuencia había miedo.
 A priori desde la izquierda nadie se fiaba de Juan Carlos. Corrían infinidad de chistes y chascarrillos poniendo en tela de juicio su capacidad. Entre todos ellos, tuvo especial éxito el del sobrenombre de Juan Carlos “el breve”, por lo poco que se preveía que durara al frente de la jefatura del Estado. Sin embargo, con habilidad y mano izquierda, logró sujetar a las fuerzas franquistas, nombró a Adolfo Suárez presidente del Gobierno y se trenzó un proyecto para cambiar las leyes fundamentales del régimen sin romper su juramento. De esa forma, salimos de una dictadura para ir a unas elecciones libres y establecer un sistema democrático sin grandes algaradas y perfectamente homologable.  Eso es un logro que se debe reconocer.
Para analizar con justicia lo sucedido en aquella época de nuestra historia, debemos conocer el contexto en el que los actores de entonces debían desenvolverse. Es verdad que había entusiasmo por consolidar las libertades, pero también había miedo porque se pudieran reproducir enfrentamientos civiles como sucedió en le pasado. El terrorismo mataba un día tras otro. Las condiciones económicas y sociales no daban pie a la esperanza: una inflación del 19,8%, aunque con algo menos de paro que ahora, pero, también, con menos coberturas y prestaciones y una renta per cápita anual que no llegaba ni a una cuarta parte de la actual.     
Tengo la convicción de que la mayoría de los que participaron en el debate para redactar una Constitución, tenían más en la cabeza la construcción de un Estado que la construcción de una nación. Estado democrático y valores correspondientes: libertad, democracia, garantía de derechos y justicia. Esos fueron los objetivos que hubieran podido, perfectamente, figurar en el frontispicio de los numerosos espacios que acogieron debates sobre el particular.
En aquel entonces, lo nacional no tenía demasiado predicamento, solía asociarse al Movimiento; quizás a excepción de algún círculo nacionalista en Euskadi o Cataluña, la identidad nacional era algo no marginal, pero sí secundario. Por eso, los términos identidad nacional y autonomía no supusieron ningún obstáculo insalvable ni en la ponencia ni en la comisión constitucional. Más bien los recelos llegaron desde fuera, pero no pasaron a mayores y se pudieron mantener los objetivos.
Es verdad que en estos ya treinta y siete años de vigencia de nuestra Carta Magna han sucedido muchas cosas, la sociedad ha evolucionado y se precisan cambios. Pero hemos de ser conscientes de que España tiene un ADN dramático y transcendental. Por eso, los cambios que en otros lugares se ven como naturales y normales, aquí no lo son.
La crisis económica, la corrupción y el inmovilismo han resultado letales para el interés general.  Se ha roto la cohesión social, así como la política y la territorial. Estamos viviendo una etapa en la que los ciudadanos han perdido buena parte de la confianza que habían depositado en la política y las instituciones. Y eso sucede porque en conjunto no se ha administrado de la mejor forma posible el legado de los constituyentes.
De todos modos, el problema más grave que tenemos hoy en día es el territorial. Un asunto que se arrastra desde hace 150 años. Y en los 3 últimos años ese problema se ha reproducido de forma sustancial en Cataluña.
En consecuencia, la reforma de la Constitución ya no puede esperar más. Una reforma integradora, que no un proceso constituyente, como proponen algunos con pasmosa ligereza, a la vez que descalifican lo que ellos llaman el “régimen de 78”. Parece más razonable explorar seriamente una reforma federal, el refuerzo de la protección de los derechos sociales, reformas en el proceso electoral y hacer del Senado una auténtica Cámara territorial, suprimiendo de ese modo, su inútil cometido de Cámara de segunda lectura.
Si de verdad se quiere dar una solución duradera al problema  territorial, hay que buscar un cauce para los ciudadanos de Cataluña que rechazan la ruptura que proponen los independentistas, pero tampoco están de acuerdo con el statu quo.
En este contexto, sería muy positivo el reconocimiento de la singularidad nacional catalana, sin que ello signifique privilegio alguno. Así como claridad y simplificación competencial, capacidad normativa fiscal y respeto al principio de ordinalidad, son algunas de las cuestiones que de manera inexcusable debería  recoger esa reforma constitucional.
En cualquier caso, conviene saber que reformar la Constitución no es la panacea para todos los males. Ahora bien, es la mejor manera de desmontar los argumentos de los mangurrinos  que pretenden desmantelarlo todo y, a la vez, la mejor forma de regenerar la democracia. Desde luego, no es poco, pero vale la pena intentarlo.

Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 03/12/15
 



25 de novembre 2015

CAMBIO DE RUMBO

Han pasado ya dos meses desde las elecciones al Parlament y seguimos con un gobierno en funciones en la Generalitat. Por ese motivo, entraremos en 2016 con los presupuestos prorrogados. La deuda de la Generalitat con las empresas de la sanidad (farmacias, centros sanitarios concertados, ortopedias, etc.) supera los 2.000 millones de euros; y los servicios públicos funcionan más por inercia que por  el soporte político que reciben.  Además, la resolución independentista aprobada por el Parlament el pasado 9 de noviembre, día de su constitución,  está generando inseguridad jurídica. Una de las consecuencias es que muchas empresas dudan hacer inversiones ante la incertidumbre política que estamos viviendo, y otras han decidido trasladar sus sedes corporativas  a Madrid (es el caso de Derby Hoteles o Agbar entre otras). 
La situación política catalana es preocupante. Por eso, el siempre moderado y prudente Círculo de Economía ha reclamado a Mas un “cambio de rumbo” y que forme un gobierno “estable y respetuoso con la legalidad. Y, si eso no es posible, que se convoquen nuevas elecciones.
Por su parte, el ministro Montoro ha desbloqueado el FLA, pero impone un férreo control a la Generalitat para evitar “veleidades independentistas”. Aunque eso, en la práctica, significa la asfixia financiera de Cataluña.
Asimismo, en los cenáculos políticos europeos están estupefactos ante la deriva catalana. Nunca imaginaron que los acontecimientos evolucionarían de esa manera. Además, tras los atentados de París, es previsible que la situación política europea afronte una etapa de regresión en diversos ámbitos.
Por todo ello, los soberanistas están nerviosos  y desanimados. Las incongruencias afloran. Recurren leyes ante un Tribunal (El Constitucional) al que desobedecen y niegan legitimidad. Tanto  Andreu Mas-Colell como Francesc Homs reconocen que con la CUP no pueden establecer acuerdos y que no poseen fuerza para  seguir adelante.
En estas circunstancias, es evidente que el “proces”, sin una mayoría social suficiente, sin la necesaria cohesión interna y sin el más mínimo reconocimiento internacional, está periclitado. Y Artur Mas, sea o no investido presidente, está amortizado.
Por todo ello, esta legislatura, que acaba de comenzar, dure lo que dure, está políticamente agotada. En un mundo globalizado como el actual, el discurso sobre soberanía nacional y sujeto político, a día de hoy, no tiene sentido y la “desconexión”, nos retrotrae al siglo XIX.
Y tengo la sensación que, pese a todo, la inmensa mayoría preferimos seguir en el XXI.

Bernardo Fernández

Publicado en ABC  25/11/15  

17 de novembre 2015

ESPERPENTO POLÍTICO

Confieso que siento un cierto hartazgo de escribir con tanta frecuencia sobre la cuestión catalana. El día que deje de hacerlo, será porque en Cataluña hemos empezado a vivir una etapa de normalidad política. No obstante, mientras eso no suceda, pienso seguir insistiendo para denunciar las barrabasadas que en pro de una hipotética república catalana, los independentistas están diciendo. Y, lamentablemente, están empezando a hacer.
Ciertamente, lo sucedido estos últimos días en la Cámara catalana no deja de ser un ataque de paranoia colectivo. La declaración de inicio de “desconexión” con el resto de España, aprobada el pasado 9 de noviembre, es el error más grave que se ha cometido jamás en democracia en nuestro país. Así como la falta de acuerdo entre los diputados independentistas para investir un presidente, resultaría cómica si no fuera auténticamente patética.
De hecho, estamos ante un auténtico insulto a la inteligencia.  Un atentado a las normas democráticas establecidas. Lo que está ocurriendo estos día en Cataluña, pone de manifiesto que la mayoría política existente son una pandilla de descerebrados. Se mire como se mire, lo sucedido no tiene nombre. Atenta contra las más elementales normas de convivencia, violenta la legalidad vigente y pone de manifiesto la baja catadura moral y política de los que primero han propuesto y después votado ese mal llamado proceso de construcción de la república catalana.
Como se ha dicho hasta la saciedad, la candidatura impuesta por Artur Mas, Junts pel Sí (JxSí) ganó las elecciones del pasado 27 de septiembre pero perdió el plebiscito que el propio Mas y sus secuaces había planteado. No obstante, han decidido tirar por el camino de en medio y además de la rotura con la legalidad vigente plantean la creación de una hacienda y una seguridad social propias, a la vez que se elaborará una constitución  catalana. Es decir, dividir la sociedad en dos mitades, más de lo que ya está.
Estos aprendices de brujo deberían saber que para según qué proyectos, son imprescindibles grandes consensos; basta recordar la época de la Transición. La historia  nos recuerda que procesos de gran envergadura sin grandes apoyos están condenados al fracaso.   
Por otra parte, resulta curioso que junto  con la resolución de “desconexión” se aprobaron una serie de medidas –Plan de emergencia y urgencia social, lo denominan los impulsores de la CUP-  que, en principio, deberían ser bienvenidas, si fuera creíble que aquellos que han sido adalides en recortes y prácticas austericidas ahora las pondrán en marcha. Sucede que son cuestiones que el gobierno aún en funciones había rechazado reiteradamente llevar a término en las pasadas legislaturas, alegando falta de recursos materiales, ahora, cuando lo pide la CUP, a los del JxSí se les abren las carnes para dar satisfacción a los “cuperos”. Pero es que además surge la pregunta: ¿Si todo eso se puede hacer, es que hay recursos, entonces para qué se quiere la independencia?
Ante esta situación de despropósito, y como no podía ser de otra manera, Mariano Rajoy, por una vez, ha reaccionado y el Gobierno, tras escuchar la opinión del Consejo de Estado, presentó ante el Tribunal Constitucional (TC) un recurso para que éste suspenda la iniciativa aprobada en el Parlamento de Cataluña. Como no podía ser de otro modo,  el TC suspendió de inmediato la propuesta y, además, hizo llegar una advertencia a los responsables parlamentarios y del gobierno catalán de los delitos que podían cometer en el caso de seguir en la porfía.
Decía Josep Tarradellas que en política todo se puede hacer menos el ridículo. Pues bien, parece que Artur Mas desconoce esa máxima “tarradelliana” y ante la imposibilidad de ser investido tan solo por los suyos, al no tener el número de votos suficientes, decidió lanzarse en manos de los antisistema, mancillando y degradando la Presidencia de la Generalitat como Institución, convirtiéndola en moneda de cambio, no ya por un palto de lentejas, sino por mantener al cargo a cualquier precio, aunque se quede como algo poco menos que decorativo.
La imagen que se transmite hoy de Cataluña a la comunidad internacional es de esperpento político. Así por ejemplo, Agbar ha decidido trasladar su sede a Madrid, la agencia de calificación FITCH da a la deuda catalana el nivel de bono basura. En el ámbito interno la sanidad pública está en proceso de desguace al igual que la educación, y si un sistema y el otro se mantiene es gracias a los profesionales que derrochan energías y vocación para salir adelante; de otros servicios sociales mejor no hablar, al fin y al cabo son bagatelas ante la inmensa obra que nuestros gobernantes deben llevar a cabo.  
Con este panorama de fondo, en un país normal (como les gusta decir a algunos), lo normal sería convocar elecciones. Sin embargo, los nacional secesionistas saben que su proyecto ha entrado en la recta final y las próximas elecciones –sean cuando sean- pueden ser la puntilla a su sueño de verano. Además con unas elecciones generales de por medio, la bicoca de que “en Madrid no nos hacen caso” puede tener los días contados. Por eso, y aunque en estos últimos tiempos, en Cataluña lo más imprevisible suele ser lo más factible, es muy probable que JxSí y las CUP acaben encontrando alguna fórmula magistral para seguir adelante. Como diría un antiguo compañero: los antisistema han tocado poder y les ha gustado. Y yo añadiría: y Artur Mas hará lo que sea para seguir en la poltrona.     

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 16/11/15

04 de novembre 2015

EL OASIS, LA CIÉNAGA Y EL CAOS

Durante más de 25 años los catalanes de buena fe, que somos la mayoría, hemos vivido en la inopia. Nos hicieron creer que Cataluña era diferente, y aquí nunca ocurrirían casos de corrupción tan vergonzantes como, por ejemplo,  el de la operación Malaya (¿Recuerdan? El expolio del Ayuntamiento de Marbella, con su cerebro, Juan Antonio Roca, que  tenía valiosas obras de arte colgadas en el cuarto de baño), o las mordidas  del que fue Director de la Guardia Civil, Luís Roldán. Mientras que en el resto de España menudeaba la perversión y el capitalismo de amiguetes, esto era un oasis.
El oasis catalán nos decían. Pues bien, con el tristemente célebre 3% y todo lo que de ahí se deriva, más la familia Pujol al completo, han convertido Cataluña en una auténtica ciénaga. Todo ello con un hilo conductor imprescindible: Convergencia Democrática de Cataluña.
La relación de mordidas, corruptelas y comisiones ilegales es larga y probablemente nunca se conocerá en su totalidad. No obstante,   conviene señalar que fue Pasqual Maragall quien puso el dedo en la llaga y por primera vez, en sede parlamentaria, habló del 3%.
En ese gran entramado de corrupción la familia Pujol Ferrusola tiene un papel preponderante. Tanto es así que los investigadores la consideran una trama familiar delictiva que ha acumulado importantes cantidades de dinero de origen ilícito en cuentas en el extranjero, principalmente en Andorra.
Por si todo esto fuera poco, el caos y la paranoia llegaron a la política catalana con la constitución del nuevo Parlament.  La flamante presidenta de la cámara, Carme Forcadell, cerró su discurso de investidura  con un “viva la república catalana”. Acto seguido, las dos formaciones independentistas del mismo, Junts pel Sí y la CUP, presentaban una propuesta de resolución en la que se declara “solemnemente” el inicio de “un proceso de creación del Estado catalán en forma de república”. Ahí es nada.
Es evidente que tanto si prospera como si no esta iniciativa parlamentaria, el “procés” ha perdido toda legitimidad, si es que alguna vez la tuvo. Además, sus impulsores han puesto de manifiesto su más absoluta incompetencia y miopía política. Ni Lluís Companys llegó tan lejos en octubre del 34.
Como consecuencia de todo esto, hoy Cataluña proyecta al mundo una imagen de corrupción sistémica y desvarío político colosal. Lamentablemente, esa es la realidad.

Bernardo Fernández

Publicado en ABC 04/11/15

01 de novembre 2015

EL FALLIDO VIAJE AL CENTRO

Corría el mes de diciembre de 2014 cuando Podemos hizo su presentación oficial en Barcelona. Fue en el pabellón Municipal d’Esports de la Vall d’Hebron de la capital catalana.  La sala estaba a reventar, no pudieron entrar todos los que acudieron  a la cita del nuevo partido. Tampoco todos los que asistieron pudieron ver en vivo y en directo a Pablo Iglesias, el nuevo mesías. Entonces no se sabía, pero faltaba un año justo para las elecciones generales y parecía que la victoria estaba al alcance de la mano. Si se hubieran convocado los comicios a primeros de este 2015, muy probablemente Podemos  hubiera asaltado los cielos y Pablo Iglesias hoy sería el inquilino de la Moncloa. Sin embargo, eso no ha sucedido y no parece que vaya a ocurrir en un futuro inmediato. ¿Por qué? Cabe preguntarse. Veamos.
Podemos se presentó por primera vez a unas elecciones en la primavera de 2014. Fue en mayo, y contra todo pronóstico obtuvo 5 escaños en los comicios al parlamento europeo. A partir de ahí las expectativas de la nueva formación se dispararon, parecía que sus aspiraciones no tenían techo. No obstante, el primer contratiempo electoral llegó en las elecciones autonómicas andaluzas, celebradas el pasado mes de marzo. Su resultado, para cualquier otra formación, hubiera sido un gran resultado. Ciertamente pasar de 0 a 15 escaños, es un salto a tener muy en consideración, pero fueron tantas las expectativas que había generado la nueva formación que aquel desenlace tuvo un sabor amargo. Además, después les faltaron cintura y reflejos para negociar, mientras que Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, con mucho menos ruido mediático obtuvo 9 diputados y se convirtió en el partido emergente por excelencia.
Apenas 2 meses después llegaron las elecciones municipales en toda España y autonómicas en 13 comunidades. En esa ocasión el éxito obtenido por los de Iglesias fue diverso, pero estuvo en función, en gran medida, de la superación de las candidaturas de partidos al uso. Fue el caso de Madrid, Barcelona, Zaragoza o Badalona, por poner algún ejemplo.
Casi sin solución de continuidad llegaron las elecciones catalanas del mes de septiembre. En esa ocasión el batacazo de los de Podemos junto con Iniciativa per Catalunya Verds ha sido considerable.  Y claro, como suele ocurrir en política, cuando las cosas van mal dadas, a los de la formación morada se les han encendido todas las alarmas. Sólo ha faltado el cara a cara político entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, líderes de Podemos y Ciudadanos, en la cadena de televisión La Sexta, dirigido por Jordi Évole. En el mismo, y según la práctica totalidad de observadores y comentaristas políticos, Rivera le ganó la partida holgadamente a Pablo; habló de manera más convincente, llevó la iniciativa y transmitió más seguridad a la hora de comentar los temas más importantes. Pero es que además, según dicen los expertos, el tono del discurso siempre es importante, y  el líder de Podemos parece no haber evolucionado, su oratoria se asemeja poco a la de un candidato a La Moncloa.
De forma casi paralela, la cúpula de Podemos ha estado explorando la posibilidad de acudir a las elecciones generales confluyendo con Alberto Garzón e Izquierda Unida, pero las negociaciones se rompieron y el excesivo ruido mediático además de dejar en entredicho la capacidad negociadora de unos y otros y la voluntad real de entenderse, no beneficia a nadie.
Quizás el secreto del éxito de los de Pablo Iglesias deberíamos buscarlo en el enfado y la indignación de cientos de miles de ciudadanos hartos de PP y PSOE y que, sin embargo, hasta ahora no han encontrado una formación que catalice su malestar.
De todos modos, tal vez uno de los problemas de Podemos es la inconcreción de sus objetivos y programas. Los ciudadanos tienen todo el derecho a saber qué alternativas ofrecen para resolver cuestiones que los partidos clásicos no han sabido, no han podido o no han querido atajar. Asimismo, parece evidente que cambiar el eje derecha-izquierda por el concepto arriba-abajo no les ha funcionado.
Acostumbraba a decir, con frecuencia, el ex senador y ex presidente del PSC, Isidre Molas, que para ganar unas elecciones es necesario tener los pies en la izquierda y el culo en el centro. El político catalán tenía toda la razón. Según todos los sondeos ese espacio aglutina un 40% de la población. En consecuencia, es condición necesaria, aunque no suficiente ganar en ese ámbito,  si se tienen aspiraciones reales de llegar a La Moncloa.
Todo este galimatías electoral ha hecho que la dirección de Podemos decida presentarse en listas conjuntas en comunidades como Cataluña, Valencia o Galicia. Está por ver si de esa forma se potencia su proyecto o por el contrario se diluye en un magma de intereses, tan legítimos como imposibles de armonizar de manera conjunta. El tiempo nos dirá si la decisión ha sido la correcta.
Faltan pocas semanas para las elecciones generales y todo indica que el viaje al centro de los de Pablo Iglesias está resultando fallido. En estas circunstancias, y, a juzgar, por lo que anuncian las encuestas y los estudios de opinión el asalto a los cielos de la gente de Podemos tendrá que eseprar.

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 30/10/31

14 d’octubre 2015

ERROR TRAS ERROR

El proceso secesionista catalán se asemeja cada vez más a un vodevil. Sólo faltaba la CUP poniendo en cuestión la investidura de Artur Mas e intentando imponer su hoja de ruta antisistema con 10 diputados a Junts pel Sí que tiene  62
Ciertamente, la situación es compleja y la equidistancia no sirve para analizar el momento político que estamos viviendo en Cataluña. Sin ánimos de criminalizar a nadie, resulta evidente que la responsabilidad del conflicto recae sobre aquellos que pretenden pasarse la legalidad por el arco del triunfo.
De todos modos, el problema catalán viene de lejos, no hace falta remontarse a la noche de los tiempos. Basta con recordar la actitud del PP cuando era oposición y la de Mariano Rajoy y su gobierno ahora, o por acción o por omisión –más bien lo segundo-, han generado una situación entre Cataluña y el resto de España de difícil solución.
El tiempo acostumbra a poner las cosas en su lugar, y la evolución de los acontecimientos demuestra que el PP erró su estrategia negándose a participar en la elaboración del Estatut de 2006. También se equivocó al cuestionar la convivencia en Cataluña, con patrañas y malas artes. De la misma manera que erró recurriendo ante el Tribunal Constitucional artículos del Estatuto que luego validó en el Estatuto de Andalucía de 2007. En consecuencia, aquellos polvos han traído estos lodos. 
Solía decir Winston Churchill que un político es aquel que piensa en las próximas elecciones y un hombre de Estado el que piensa en la próxima generación. Aplicando ese principio queda claro que Mariano Rajoy tiene poca madera de estadista. Le ha faltado cintura política y capacidad de dialogo para sentar a los nacional soberanistas en una mesa y hacerles alguna propuesta que, sin salirse del marco de la legalidad y sin caer en al agravio comparativo, hubiera desactivado la argumentación rupturista.
Quizás esa actitud genere al PP, a corto plazo, pingües réditos electorales, pero es evidente que a medio y largo plazo lo vamos a pagar todos y, muy probablemente, con un sobre coste añadido.
El tiempo se está agotando y entre errores y soberbia, el carro puede acabar despeñado por el pedregal. En ocasiones como esta, se necesita gente que piense en las próximas generaciones, antes que en las próximas elecciones y, de momento, o  no existen o no se dejan ver.

Bernardo Fernández

Publicado en ABC 14/10/15

12 d’octubre 2015

STAND BY SECESIONISTA

Decir a estas alturas que las elecciones del pasado 27-S las ganó Junts pel Sí, pero que perdieron el plebiscito que habían planteado, puede parecer una obviedad. No obstante, conviene repetirlo para que nadie olvide que el último domingo de septiembre en Cataluña se celebraron elecciones autonómicas y por consiguiente ahora, tras constituir el parlamento  y escoger entre los diputados electos un Presidente, éste deberá formar gobierno.
Está por ver si la astucia y la capacidad estratégica que mostró Artur Mas para lograr una candidatura unitaria de la que ERC  había renegado hasta la saciedad se prolonga, primero para lograr su investidura,  y después para formar gobierno y diseñar la acción que ha de llevar acabo ese ejecutivo.
En efecto, Mas echó el resto para articular la coalición ganadora, llegando incluso a amenazar con no convocar las elecciones si CDC y ERC, más un conglomerado de independientes pro secesión no iban juntos a los comicios. Además,  yendo en el cuarto lugar de la lista evitaba hablar de privatizaciones, corrupción y recortes entre otros asuntos. Justo es admitir que la estratagema le ha salido bien y los resultados electorales le han dado a la razón.
Sin embargo, si buceamos un poco en esos resultados, comprobaremos que tanto ERC como CDC, en tanto en cuanto que partidos políticos, han retrocedido de manera clara en estas elecciones.  ERC sacó 21 diputados en 2012 y, ahora, cuando lo tenía todo de cara para convertirse en el primer partido de Cataluña, al quedar subsumida en el all i oli de Junts pel Sí, se ha quedado con 19 escaños. Quizás Oriol Junqueras ha perdido la oportunidad de ser presidente de la Generalitat y ha condenado a ERC a ser, en el mejor de los casos, una organización comparsa  y no el partido hegemónico de su país.
Por su parte, CDC sigue en caída libre y de los 62 diputados que obtuvo con Artur Mas a la cabeza en 2010 pasó a 50 en 2012, cuando pedía una mayoría “excepcional” para viajar a Ítaca y ahora caen a 30, aunque, eso sí, de forma discreta al ir a las elecciones bajo el paraguas inventado por su líder.
En las próximas semanas veremos si Artur Mas es tan solo un embaucador o es verdaderamente un político capaz de formar un ejecutivo que genere crecimiento económico y creación de empleo. Un gobierno que luche contra la pobreza y las desigualdades, que sea capaz de recomponer el maltrecho Estado del bienestar, que ofrezca unos servicios sociales como la sanidad y la educación, como mínimo del mismo nivel que tenían cuando CiU llegó al gobierno, y que luche de verdad contra la corrupción. En definitiva, comprobaremos si Artur Mas tiene fuste para ser presidente de la Generalitat, cosa que prácticamente no ha hecho en los casi 5 años que lleva en el cargo.
Y, a su vez, podremos comprobar si Mas es un auténtico hombre de Estado y sabe esperar su momento –que llegará, con toda probabilidad, tras las elecciones generales de diciembre- y es capaz, entonces, de plantear sus reivindicaciones, pero de  manera adecuada y buscando complicidades. Sabiendo que una negociación conlleva siempre alguna renuncia.
Tras las elecciones del 20-D si el PP no logra mayoría absoluta, habrá llegado el momento de plantearse una reforma de la Constitución. Después de 38 años  parece lógico pensar que así es. No obstante, conviene no perder de vista, que esta Constitución nos ha permitido asentar un Estado de democrático y de derecho, inmediatamente después de salir de una larga dictadura. Ha dado estabilidad al sistema político y jurídico, y ha sido eje vertebrador de nuestra convivencia. Por esta Constitución hemos pasado de súbditos a ciudadanos y el régimen democrático al que da sustento es homologable a cualquier otro régimen democrático.
En ese contexto, si los soberanista catalanes capitaneados por Artur Mas son razonablemente inteligentes y son capaces de recabar las complicidades necesarias, podrán encontrar un encaje que dé satisfacción adecuada a muchas de sus aspiraciones. Pero mientras el 21-D no llegue, lo más oportuno es que los secesionistas mantengan un discreto stand-by. Sabido es que las prisas son malas consejeras y no vaya a ser que la impaciencia eche el carro por el pedregal. Cosas más raras se han visto.

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica  Global 10/10/15

03 d’octubre 2015

LA INDEPENDENCIA IMPOSIBLE

Las previsiones se han cumplido. Como indicaban la práctica totalidad de encuestas y estudios de opinión hechos públicos en las últimas semanas, los independentistas han ganado ampliamente las elecciones al Parlament de Cataluña del pasado domingo, 27 de septiembre.
Bien es verdad que le resultado de la coalición Junts pel Sí, con 62 escaños queda sensiblemente por debajo de los 71 que tenían en la pasada legislatura CiU y ERC, integrantes de esa candidatura, más destacados miembros de la sociedad civil. Sin embargo la CUP ha obtenido 10 actas de diputado, siete más que en el anterior mandato. Son, sin duda, junto con Ciutadans los grandes triunfadores de la noche electoral.
No obstante la opción independentista ha quedado lejos de su objetivo. Pese o precisamente por la alta participación (77,46%), no han llegado al 50% de los votos (47,9%). De hecho, 1,900.000 votos prácticamente los mismos que en la seudoconsulta del 9-N. 
Sea como sea, hay que felicitar a los vencedores. La estrategia de una lista transversal trufada con nombres de cierto prestigio de la sociedad civil, con el presidente saliente y aspirante a repetir emboscado en el cuarto lugar de la candidatura, el líder de la oposición en el quinto, más la añagaza de prometer la tierra prometida sin explicar los costes que hay que asumir ha dado buenos resultados. A la coalición de Junts pel Si  hay que sumar los antisitema de la CUP, empeñados en salir de Europa y el euro. Ahora está por ver  si unos y otros son capaces de entenderse en el parlamento y cambio de qué. Además, estoy convencido de que la inacción del presidente Rajoy y su actitud displicente, han sido el mejor acicate para despertar el voto independentista dormido.
Sorprende, de todos modos, el sentido acrítico de una buena parte de los votantes de Junts pel Si que han preferido la incerteza de lo desconocido sin pararse, ni tan siquiera, a escuchar a los que han advertido hasta la saciedad de los graves inconvenientes que nos acechan  si el gobierno opta por el camino de la inseguridad jurídica; o sea, salida de los organismos internacionales -como la UE, la ONU o la OTAN-  hacer caso omiso de la corrupción, o poner en riesgo las pensiones de nuestros mayores.
Los resultados de estas elecciones van a ser muy difíciles de gestionar y se va a necesitar mucho dialogo Consejo Ejecutivo. En buena lógica, ese equipo lo que debería hacer en primera instancia es zurcir el país. Las últimas elecciones han dejado una sociedad dividida en dos mitades. Sin solución de continuidad haría bien en dedicarse a recuperar el desballestado Estado del bienestar. Recuperar los estándares que tuvimos en la asistencia sanitaria hasta 2010. Cubrir las bajas en los últimos  4 o 5 años se han producido entre los docentes. Dar unos servicios sociales dignos de un país desarrollado. Buscar la inversión necesaria para realizar las infraestructuras que tanto se precisan para seguir progresando y poner el país a punto para los retos que le futuro nos tiene reservados.
De hecho, para ese tipo de cuestiones ha sido elegido ese parlamento y el gobierno que de esa elección se deriva. Sería una grave irresponsabilidad pretender asumir competencias que no están recogidas en la legalidad vigente.
En cualquier caso si se aspira a iniciar el cacareado proceso de “desconexión” del resto de España lo mínimamente razonable sería esperar a las elecciones generales anunciadas para el 20 de diciembre. Después de los supuestamente 300 años de sometimiento no vendrá de 3 meses.
Si algo ha quedado claro tras estas elecciones, es que ahora empieza todo y la negociación (dentro de la legalidad)  es inevitable. Mariano Rajoy, o mejor quien le suceda, tras las próximas elecciones generales, en la presidencia del gobierno de España, no puede negar las evidencias.      
Como sostiene Josep Borrel en un artículo publicado en El País (27/09/15) España tiene un grave problema en su relación con Cataluña. La “conllevanza” orteguiana no es ya la solución, si es que alguna vez lo fue. La abúlica indiferencia de Rajoy, tampoco. Y algunas de sus actuaciones agravan el problema. Una sociedad no puede desarrollarse normalmente en el seno de un Estado si una parte muy importante de la población cree que estaría mejor sin él. Pase lo que pase, habrá que restablecer el diálogo, mejorar la información, extremar el respeto y hacer las reformas constitucionales, financieras y fiscales necesarias para que esa parte disminuya hasta el límite de los que hacen de la independencia una cuestión de dignidad ante la que no hay razones que esgrimir. Pero que no justifica un salto en el vacío negando la ley de la gravedad.
En consecuencia, ahora toca dialogo, negociación y pacto.

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 28/09/15

A LOS INDECISOS

En las últimas semanas han proliferado en los medios de comunicación cartas a los catalanes, a los españoles y al sursuncorda. Esa epístolas tienen por objeto poner de relieve las grandes ventajas o los graves inconvenientes del proceso soberanista catalán, en función, claro está, del criterio de sus autores.
Yo, muchísimo más modesto y limitado en términos políticos y  literarios que los firmantes de las misivas, me quiero dirigir a ese millón largo de indecisos que según dicen los sondeos de opinión, aún no han decidido que harán con su voto el próximo domingo, día de las elecciones al Parlament. Quizá ellos no lo saben, pero en sus manos, es decir, en su papeleta puede estar el futuro de Cataluña.
En esencia, se nos proponen tres opciones. Una, la de aquellos que han decidido tirar el carro por el pedregal y no se paran en barras. Tanto les da tergiversar la historia, hacer caso omiso de la corrupción, excluirnos de los organismos internacionales -como la UE, la ONU o la OTAN- o poner en riesgo las pensiones de nuestros mayores. Todo vale para llegar a la Arcadia feliz, aunque sea de la mano de un vendedor de humo como Artur Mas.
La segunda opción es la de aquellos que quieren hacer del inmovilismo virtud. El statu quo actual ya les va bien y piensan que con decir no y apelar al cumplimiento de la ley es suficiente.
Y entre estos dos posicionamientos enrocados, emerge una tercera alternativa que va ganando adeptos aquí y allá. Esa tercera posibilidad es una apuesta por una reforma federal de la Constitución. Una reforma que debería reconocer, para Cataluña,  competencias exclusivas en lengua, educación y cultura, así como un acuerdo fiscal justo que respete el principio de ordinalidad, A ese conjunto de propuestas de nítida orientación federalizante algunos lo llaman Tercera Vía. Tanto da, el nombre no hace la cosa.
En cualquier caso, es evidente que esa es la mejor manera para seguir avanzando y preservar la unidad civil de la sociedad catalana.
De todos modos, ha de quedar claro que tenemos tanto derecho de ir a votar como de quedarnos en casa. Tan legítimo es lo uno como lo otro. Ahora bien, el domingo por la noche se contarán votos y  asignarán diputados que luego tomarán decisiones; y como dice un viejo amigo: a lo hecho, pecho.

Bernardo Fernández

Publicado en ABC 24/09/15

13 de setembre 2015

COSAS QUE NO SE DICEN

Cuando faltan pocos días para la celebración de las elecciones autonómicas catalanas del 27 de septiembre, se pueden ver, por los pueblos y ciudades de Cataluña, las paredes embadurnadas de carteles –cosa, por cierto, que va contra las normas, puesto que hay lugares dedicados explícitamente a la propaganda electoral-,  tan sugerentes como los que dicen: “sí a un país on tothom arribi a final de mes; si a un país que parli de tu a tu amb el socis eurperus; si a una Catalunya que doni feina als joves”, y otras lindezas por el estilo. Como si los ejecutivos autonómicos que nos han gobernado hasta la fecha, fueran ajenos a las circunstancias políticas y sociales que estamos viviendo. 
En suma, para los nacional soberanistas, lo malo que nos sucede siempre es culpa de otros y en una Cataluña independiente todo sería tan fantástico y maravilloso que hasta los perros se acabarían atando con longanizas, o casi.
Sin embargo, la realidad  es mucho más prosaica. David Cameron, primer ministro británico, en una reciente visita a España dijo que los planes independentistas de Artur Mas para Cataluña dejarían a esa Comunidad fuera de la Unión Europea y la situaría a la cola de otros países candidatos que quieren negociar su ingreso.
Por su parte, Jean-laude Piris, director general del Servicio Jurídico de la UE de 1998 a 2010, escribía en un brillante artículo publicado en El País (29/08/15) que aquellos que mantienen que la UE incorporaría a una supuesta Cataluña independiente demuestran un desconocimiento craso tanto del derecho aplicable como de las realidades políticas en los Estados miembros de la UE.
Suponiendo –que ya es suponer- que aquí unos descerebrados proclamasen una declaración unilateral de independencia) (DUI) y se solicitase la integración de Cataluña como miembro de la Unión, tan solo se podría admitir la candidatura si cumpliese determinadas  condiciones, tales como ser un Estado europeo o tener en cuenta los criterios de elegibilidad acordados por el Consejo Europeo. Pues bien, para poder ser reconocido como tal, sería necesario que a Cataluña la reconocieran los 28 Estados miembros de la Unión. Bastaría que uno solo negara ese reconocimiento para que el mismo no se llevara a cabo, como reza el artículo  49 del Tratado de la Unión Europea (TUE).
Más claro agua.
En cuanto a la vertiente más política del asunto, es obvio que por sentido común, ningún país de nuestro entorno dará soporte a un proceso secesionista, aunque sólo sea para evitar posibles contagios en el jardín de su casa.
Algo similar sucedería con las pensiones. El letrado de la Administración de la Seguridad Social, José Domingo, sostiene que la creación de una frontera entre Cataluña y España conllevaría empobrecimiento, despoblación y envejecimiento demográfico para Cataluña, lo que se traduciría en pensiones más bajas.
Es evidente que un sistema de Seguridad Social es algo tremendamente complejo y, en consecuencia, resulta imprescindible regular perfectamente la financiación, quienes son los sujetos a proteger, cuales las prestaciones, y cuales los requisitos que dan derechos a las mismas entre otros asuntos no menores.  Asimismo, sería interesante saber cómo se calcularían las pensiones de los catalanes, de dónde saldría el dinero para pagarlas, cuál sería el nivel de protección social, o bien si la gestión de esa teórica Seguridad Social sería pública o privada. Son cuestiones que los nacional soberanistas no han explicado jamás. Como mucho han dicho que las pensiones en una Cataluña independiente podrían ser más elevadas que las actuales, sin razonar ni  cómo ni por qué.
Por otra parte, es verdad que Cataluña transfiere dinero a otras comunidades (éste es el cacareado tema de las balances fiscales). Ciertamente hay que buscar soluciones, que haberlas hay las. Ahora bien, no es menos cierto que las mencionadas balances fiscales tiene una conexión muy profunda con las balances comerciales.
Según el Centro de Predicción Económica, financiado, por siete comunidades autónomas, según un informe publicado en julio de 2015, Cataluña fue la autonomía con un saldo más positivo (unos 14.700 millones de euros en 2014) en las transacciones comerciales con el resto comunidades autónomas. ¿Alguien es capaz de pensar qué con una independencia de por medio en Cuenca o en Villanueva de los Caballeros (pongamos por caso) comprarían de igual manera los productos provenientes de Cataluña, al menos a corto y medio plazo? ¿Estarían dispuestas las empresas asentadas en nuestro país a renunciar a un mercado potencial de casi 40.000 millones de personas qué es España?
De eso no nos hablan ni desde CDC ni ERC ni la CUP. Tampoco hacen comentarios al respecto los fenómenos que encabezan la candidatura de Junts pel Si, Raul Romeva, Carme Forcadell o Muriel Casals.
De igual manera omiten los fervientes defensores de la segregación que la deuda pública de Cataluña se situaría entre el 80 y el 105 % del PIB, según expertos independientes, tras una hipotética separación.
En unas elecciones libres cada formación política puede y debe presentar las propuestas  que considere más adecuadas para captar el interés de los ciudadanos y lograr que éstos con su voto les otorguen la confianza, faltaría más. Ese uno de los pilares de la democracia. En efecto, sin embargo, no todo vale y la oferta de cualquier organización ha de estar basada en la verdad, en la honestidad y en la sinceridad.  Ser independentista es legítimo, pero mentir para lograr un puñado de votos es además de inmoral indecente. No obstante, en los últimos tiempos, lo uno y lo otro, se lleva mucho en Cataluña.        

Bernardo Fernández

Publicado en Crónica Global 11/09/15

02 de setembre 2015

LAS VERDADES DEL BARQUERO

Un prestigioso medio de comunicación de ámbito estatal publicaba el pasado domingo, 29 de agosto, una carta abierta a los catalanes del ex presidente de gobierno Felipe González.
La misiva hablaba de cosas tan lógicas como que “Cataluña de seguir por el camino del independentismo podría convertirse en la Albania del siglo XXI” o que “España dejará de serlo sin Cataluña, y Cataluña no sería lo que es, separada y aislada”.  Asimismo, el ex presidente decía, entre otras muchas cosas,  que “Artur Mas miente cuando dice que el derecho a decidir sobre el espacio público que compartimos como Estado nación se puede fraccionar arbitraria e ilegalmente”.
De hecho, la mencionada carta no viene a decir nada demasiado diferente de aquello que decimos los que estamos en contra de la ruptura de la cohesión social, a favor de la legalidad y pensamos que hay caminos que vale la pena explorar. La diferencia radica, sobre todo, en que González además de argumentar perfectamente, ha tenido un magnífico altavoz y nosotros tenemos vedados los medios de comunicación públicos catalanes, así como los subvencionados, que son mayoría, salvo honrosas excepciones.
Como se podía esperar, a los subalternos de Mas y a sus voceros, el artículo les ha sentado como una patada en salva sea la parte. Su respuesta no se ha hecho esperar. Lógico. Pero resulta patético que, lo que era una llamada a la cordialidad y un llamamiento a buscar “formas pactadas que garanticen los hechos diferenciales sin romper la unidad”, no haya sido rebatido con argumentos, si no con descalificaciones personales o hurgando en viejas historias.
De todos modos, esta actitud desafiante y un punto petulante de los nacional soberanistas no nos debería extrañar. Es la misma pose utilizada días atrás cuando la Guardia Civil registró la  sede de CDC y la Catdem, su fundación afín, buscando pruebas del pago del 3% a Convergencia.
Por otra parte, está bien que el gobierno de Rajoy se felicite por la carta. Ahora bien,  González dice en la misma que no está de acuerdo con “el inmovilismo del gobierno de la nación, cerrado al diálogo y a la reforma”.
No hay duda que el responsable de este desaguisado es Artus Mas. Pero quizás si al otro lado hubiera habido alguien dispuesto a  escuchar y a dialogar no hubiéramos llegado hasta aquí. Por eso, que cada palo aguante su vela.

Bernardo Fernández
Publicado en ABC 02/09/15


    

VOTAR ES NORMAL

El pasado 3 de agosto, el presidente Artur Mas convocó elecciones al Parlamento de Cataluña para el próximo 27 de septiembre. Ese día los ciudadanos escogeremos 135 diputados. Esos diputados, en su momento,  escogerán a uno de ellos como presidente del nuevo gobierno y éste, a su vez, nombrará el ejecutivo que ha de gobernar Cataluña, al menos en principio, los próximos cuatro años.

Eso es y no otra cosa lo que escogeremos el próximo 27S. No más pero tampoco menos. Quien diga que esas elecciones son para algo distinto de lo aquí expresado, sencillamente, falta a la verdad.

No obstante, y a pesar de esa verdad irrefutable, los partidos políticos Convergencia (CDC) y Esquerra Republicana (ERC) junto con Omnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana (ANC) han conformado una coalición electoral, que presentarán a las mencionadas elecciones autonómicas del mes de septiembre,  bajo el nombre Junts pel Sí. Esa candidatura impulsada por  Artur Mas arropado por los talibanes de Convergencia, tiene dos objetivos fundamentales. El primero es evitar el descalabro electoral que auguran todos los sondeos si se presenta él al frente de la lista de su partido. Algo de eso ya sucedió en las elecciones de 2012 cuando CiU cosechó los peores resultados de la historia, y ahora aquello podría volver a repetirse corregido y aumentado.

El segundo objetivo de la coalición nacional  soberanista sería aprovechar la ventaja técnica que ofrece nuestro sistema electoral -que es la Ley d’Hont- a la lista más votada para lograr la anhelada mayoría absoluta; condición sine quanon para poder seguir con la matraca independentista.

De hecho, para los soberanistas la cuestión es sencilla: si logran los 68 diputados, que dan la mayoría absoluta en la cámara catalana, harán una lectura de los resultados en clave de referéndum o plebiscitaria, y aunque no hayan ganado en votos -cosa que puede perfectamente suceder- dirán que el pueblo de Cataluña quiere la separación del resto de España.

Esa es la lógica de Junts pel Sí, y ese va a ser el mensaje con que nos van a bombardear  en las próximas semanas. Que lo aceptemos o no depende de nosotros. No obstante, sería conveniente que los ciudadanos antes de ir a votar echáramos un vistazo a la situación política que vivimos en Cataluña desde que Mas llegó a la presidencia de la Generalitat.

Estoy convencido de que su gestión como gobernante no pasará a la historia como un modelo seguir.  Cuando nos hemos encontrado frente a la crisis económica más grave de los últimos ochenta años, los gobiernos presididos   por Mas, en vez de intentar paliar las graves consecuencias que esa crisis acarreaba a los ciudadanos, se dedicaban a calentar al personal con la sopa boba de la independencia.

Artur Mas ha sido un alumno aventajado en recortar las políticas sociales, un entusiasta del austericismo más contumaz. Desde 2010, que es cuando Mas llegó al poder,  6.832 funcionarios han perdido su puesto de trabajo. La mayoría de ellos estaban en sanidad y educación.    

En ese tiempo, en Cataluña, el paro ha afectado a amplios sectores de la población, de forma especialmente encarnizada a la juventud. Casi ha desaparecido la clase media, las desigualdades se han acentuado y tanto la sanidad como la educación han sufrido un deterioro que quizás ya resulte irreversible.

Ciertamente, la candidatura de Junts pel Sí tiene sus peculiaridades. Para empezar, han puesto de cabeza de lista a un ex ecosocialista, cabe imaginar que para dar un cierto barniz progre y de sensibilidad social  a esa lista, constituida y formada por aquellos que en cinco años hicieron oídos sordos a las demandas sociales. Pero es que resulta chocante que el actual presidente del gobierno vaya emboscado en el cuarto lugar e inmediatamente después el supuesto jefe de la oposición.

Además, tanto desde CDC como desde el gobierno de la Generalitat se han empeñado en dejar claro que en caso de victoria de la candidatura de Junts pel Sí, Artur Mas sería el nuevo presidente. Llegados a este punto, la pregunta es obvia: ¿Y entonces por qué el aspirante a presidente va de tapado en el número cuatro?

De todos modos, y más allá de esas minucias, conviene no perder de vista que dentro de la lista de nacional soberanista, va el partido que tiene quince sedes embargadas, que son los mismos del caso Palau y del caso Innova. Los mismos que prometieron el oro y el moro con Barcelona Word, y ya vemos como está el tema, por no hablar de la privatización de la ATLL y el ridículo que han hecho con la misma.

Ahora esos individuos se escondan tras gentes de cierto reconocimiento social, pero son aquellos  que pactaron con el PP -al que tanto demonizan- desde presupuestos, hasta leyes tan vergonzantes como la de la Reforma Laboral  o al de Estabilidad Presupuestaria, entre otras.

Votar es normal en un país normal, rezaba un eslogan que buscaba la participación de la ciudadanía en la seudo consulta del 9N. Cierto. Por eso, los que estamos por una sociedad cohesionada, los que creemos en la legalidad, aquellos que defendemos la Constitución y estamos en contra de la confrontación  y a favor del dialogo, el pacto y el acuerdo, vamos a votar el 27 S para que Cataluña vuelva a ser, por fin, un país normal y empecemos a dejar atrás la pesadilla que nos han hecho vivir unos irresponsables.

No olvidemos que somos más y, además, tenemos la fuerza de la razón. Todo depende de nosotros mismos.


Bernardo Fernández  
Publicado en Crónica Global 31/08/15


                                                                                           

APUNTES PARA UN NUEVO MODELO DE FINANCIACIÓN

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