La Monarquía es una forma de
política sutil y muy delicada. Consiste en el ejercicio de la Jefatura del
Estado por los miembros de una familia en régimen de monopolio. Ese privilegio
solo se puede entender de manera democrática si esa familia se singulariza por
su exquisitez moral, el prestigio ganado a pulso, el reconocimiento de haber
prestado grandes servicios a la comunidad, la ejemplaridad y la transparencia
en el comportamiento de todos sus miembros con respecto a la sociedad en la que
reinan.
Estas virtudes son exigibles a
todos y cada uno de los miembros de la Dinastía. Entre otras cosas porque todos
ellos viven de la remuneración que perciben de los ciudadanos que conforman su
reino. Por lo tanto, en la medida en que alguno de sus integrantes falta a sus
obligaciones, la Monarquía puede empezar a perder legitimidad.
Por eso, el comunicado
difundido por la Casa del Rey el pasado domingo, 15 de marzo, cuando no hacía
ni veinticuatro horas que el Gobierno había decretado el estado de alarma, sonó
a huero y oportunista. Huero porque en el mismo Felipe VI renunciaba a la
herencia de su padre ─cosa que jurídicamente no tiene ningún valor─ y le
retiraba la asignación económica prevista en los presupuestos de la Jefatura
del Estado ─algo que no ha de afectar demasiado al Rey emérito si se confirma
que tiene importantes sumas de dinero fuera de España. Y oportunista porque
hacer público ese comunicado en estas fechas, con la pandemia que estamos
padeciendo, es al menos sospechoso. Sobre todo, porque también se ha sabido que
hace un año un despacho de abogados británico se puso en contacto con La
Zarzuela, para comunicar lo que ahora hemos sabido, y el Rey acudió, entonces,
a un notario para renunciar expresamente a cualquier beneficio que pudiera
corresponderle por las cuentas que Juan Carlos I tuviese presuntamente en
paraísos fiscales. Por lo tanto, ¿a santo de qué ese comunicado ahora?
En La rebelión de las masas
Ortega y Gasset nos dice que no se puede gobernar contra la opinión pública; se
puede alargar la situación más o menos, pero a la larga se impone el dictamen
de esta. El ejercicio del poder exige de muchos requisitos, entre ellos, el
crédito y el tiempo son inexcusables. En consecuencia, cuando el crédito se
agota el tiempo para ejercer el poder empieza a ser escaso.
La práctica de la Monarquía no
se revalida de manera periódica en las urnas. Por eso es de vital importancia
que los atributos a que se hace referencia al principio de este escrito sean
percibidos por la ciudadanía con absoluta claridad. Sin embargo, desde hace
demasiado tiempo la Dinastía que reina España aparece a menudo enfangada en
asuntos poco claros.
Hace unos años fue el yerno
del entonces Rey del Juan Carlos I. Iñaki Urdangarin, el que apareció envuelto
en turbios asuntos de corrupción en el famoso caso Noós. Tan turbios que acabó
con sus huesos en la cárcel. El papel de su esposa en todo el affaire, la
Infanta Cristina que, aunque absuelta por la Justicia, nunca quedó claro a
nivel de opinión pública. También por esa época saltó a los medios de
comunicación la caza de elefantes en Botsuana por parte de Juna Carlos I,
cuando aquí más fuerte estaba pegando la crisis económica. Eso por no referir
los líos de faldas del ahora Rey emérito.
Todo esto viene a colación
porque se ha hecho público recientemente que existen dos fundaciones en el
extranjero, no declaradas en España, en las que Juan Carlos de Borbón aparece
como beneficiario y su hijo Felipe en una de ellas, según dice el Monarca sin
su conocimiento (?). Una de esas fundaciones habría recibido pagos de Arabia
Saudí.
No entraré en martingalas jurídicas
de si el Rey emérito puede ser o no juzgado. Eso lo dejo para los expertos. La
cuestión es que la justicia española lleva tiempo trabajando en el caso. La Fiscalía
Anticorrupción y la Audiencia Nacional están esperando, desde hace meses, que
les llegue de la justicia suiza la documentación que acredita una presunta
cuenta bancaria en el país helvético de Juan Carlos I. Según parece el celo de
las autoridades de aquel país para estas cosas y la burocracia están retrasando
la entrega de los papales solicitados.
Por otra parte, en septiembre
de 2018, el juez Manuel García Castellón sobreseyó una pieza separada sobre las
cintas de Corina Larsen y las supuestas cuentas suizas de Juan Carlos de
Borbón. Sin embargo, ahora, esta nueva vía de posible corrupción que se abre
por las obras del AVE a la Meca podría dar pie a reabrir la causa de Corina y
las grabaciones con el Rey que se tuvieron que archivar por falta de pruebas.
“la mujer del César no solo
debe ser honrada, sino que además debe aparentarlo”, dice un conocido adagio. No
sé si el día que lo explicaron en la escuela, el entonces niño Juan Carlos de
Borbón no asistió a clase o, quizás, con el tiempo se le ha olvidado, pero hay
cosas que son imperdonables. Considero que como sociedad nos hemos de marcar
unas prioridades. Desde luego lo primero es la salud y entre todos hemos de ganar
a la pandemia. Después, deberemos recuperar, lo más rápido posible, el pulso
económico que teníamos los primeros días de marzo y todo lo que eso conlleva.
Más tarde, deberíamos empezar a replantearnos el modelo de Estado que más nos
conviene bien entrados en el siglo XXI.
Madurez para eso y mucho más
la hemos demostrado de sobras.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
24/03/20