Bien entrada la noche del 25 de octubre de 2017 se reunía en el Palau de la Generalitat el Estado Mayor del independentismo. La situación era muy delicada y los nervios estaban a flor de piel. La aplicación del artículo 155 de la Constitución planeaba sobre Cataluña y había que tomar decisiones que, para bien o para mal, afectarían a todo el país durante mucho tiempo.
Con ese panorama tan poco
esperanzador, el president Puigdemont abrió la reunión diciendo a los
convocados: “Es necesario valorar si
mañana (jueves 26) llegamos al Parlament con más gente o menos a favor de la
Declaración de Independencia (DI), pienso que llegaremos con menos”. Con
esa palabras empezaba un largo y tenso debate en el que participaron todos los
allí presentes, desde el vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras, hasta el
cantautor y entonces diputado, Lluís Llach, pasando por la portavoz de Esquerra,
Marta Rovira, o el conseller de JxCat, Josep Rull. Para dar por terminada la
reunión, el president Puigdemont dijo: “Disolveré
el Parlament y convocaré elecciones” (…) “No pido que se comparta mi decisión, pido que se respete. Tengo la
garantía de que si convoco elecciones no habrá 155. Tomo esta decisión para
evitar el 155 y pido que respetéis mi decisión”.
Sin
embargo, el guion que se había marcado el president cambió de la noche a la
mañana. El tuit de Gabriel Rufián de “las
155 monedas de plata” y la convocatoria, por las redes sociales de una
manifestación frente a la Generalitat, hecha presuntamente por ERC, hizo
cambiar el punto de vista de Puigdemont. Por lo que los días 26 y 27 de octubre
de 2017, se celebró un pleno en el Parlament que albergó un debate sobre una
posible declaración secesionista; al final del mismo, se votó una propuesta de
declaración unilateral de independencia, con el resultado de 70 votos a favor,
10 votos en contra y 2 votos en blanco. Los 53 diputados de Ciudadanos, PSC
y PP se ausentaron de la votación por no estar de
acuerdo con ella. Esa resolución fue presentada como la proclamación de la República.
No obstante, la falta de votación de la declaración completa, así como su no
publicación en el Diario Oficial de Cataluña, hace que la validez jurídica de la decisión sea más que
cuestionable. Pero es que además, la bandera de España nunca dejó de
ondear en el Palau de la Generalitat y el Govern, una vez acabada la sesión
parlamentaria, marchó de fin de semana como si no hubiese ocurrido nada
extraordinario.
Eso
sí, Carles Puigdemont y alguno de sus corifeos aprovecharon el despiste de ese
primer fin de semana de la “República non
nata” para marchar a Bruselas y poner tierra por medio con la justicia
española.
Estos
días se cumplen cuatro años de aquellos lamentables hechos y, aún es la hora en
que alguien salga a decir: “nos
equivocamos”. Quizás porque eso es algo que solo lo pueden hacer los
grandes estadistas y entre los líderes del
“procés” no hay ninguno. Al contrario, no faltan los descerebrados que
insisten en el “ho tornarem a fer”.
Con
ese panorama, es necesario que algún personaje de solvencia contrastada dentro
del secesionismo diga a la ciudadanía que la independencia jurídica,
sociológica y económicamente es imposible. Los ciudadanos tienen derecho a
saber que lo del “Estado propio” era
un engaño. Ni el Consejo de Seguridad ni la Asamblea de naciones Unidas
reconocerán nunca un Estado nuevo con los atributos que presenta Cataluña.
Cualquier pretensión de ese tipo iría en contra del principio que rechaza la
ruptura parcial o total de la unidad nacional y la integridad territorial de un
país plenamente democrático y la haría incompatible con los propósitos y
principios de la Carta de las Naciones Unidas.
Tampoco
en la Unión Europea una opción de esa naturaleza tendría recorrido. Por razones
similares pero también por las propias normas jurídicas de la UE. Si Cataluña
se independiza, Cataluña sale de la Unión. Aquella ocurrencia de Artur Mas de
que seguiríamos dentro de la Unión porque conservaríamos la nacionalidad
española no resiste el análisis más elemental. Dicho en Román paladino: es una
tontería como una catedral.
Si
por unos instantes nos olvidamos de los aspectos jurídico técnicos de la
secesión y centramos la mirada en la cuestión económica., la situación no es,
tampoco, nada esperanzadora para el secesionismo. Ante la incertidumbre que esa
iniciativa generaría la economía catalana entraría de inmediato en recesión. El
efecto frontera, el desastre de la cuentas públicas que la transición dejaría
al descubierto, la desconfianza financiera internacional, las obligaciones que
la situación haría recaer sobre el nuevo Estado, es decir, defensa, pensiones,
deuda pública y un largo etcétera; así como la pérdida de respaldo europeo y la
más que probable marcha a lugares más templados en términos políticos,
jurídicos e institucionales de inversores, entidades financieras, emprendedores
e incluso turismo, convertirían Cataluña en un páramo.
No
es mi intención ser apocalíptico ni pintar un panorama desolador. Me lleva a
escribir de esta forma el simple análisis de la realidad que nos envuelve. La
situación puede gustar más o menos (porque hay gustos hay colores), pero el
hecho indiscutible es que jamás Cataluña había gozado de tanto autogobierno ni
se había reconocido su especificidad lingüística y cultural tanto como ahora.
Además es una falacia que ha hecho correr el nacional-independentismo que somos
una comunidad maltratada. No existe ningún argumento razonable que sostenga esa
afirmación. Otra cosa es que cada cual puede tener los sueños y entelequias que
quiera.
De
toda formas, por si hay quien piensa que exagero o cree que doy una visión
caótica y totalmente negativa de un hipotético proceso secesionista, propongo al
independentismo de buena fe que conteste con honestidad las siguientes
preguntas: ¿Con el proceso independentista, Cataluña ha conseguido más
autogobierno? ¿Cataluña tiene más o menos prestigio y/o reconocimiento a nivel
nacional e internacional ahora o antes del órdago independentista? ¿Los
catalanes hemos ganado más calidad de vida desde que se puso en marcha el “procés”? ¿Hemos mejorado la cohesión
social? Tengo la convicción que si se responde a estas preguntas con honradez, el
dilema de si nos interesa que Cataluña sea o no independiente, está resuelto.
Bernardo
Fernández
Publicado
en e notícies 25/10/2021