El Govern de la Generalitat de
Cataluña está siendo superado por la segunda ola de la pandemia de la Coid-19.
La sensación que transmite el Ejecutivo catalán es que el desbarajuste y el
caos se han instalado en el lado montaña de la plaza de Sant Jaume de Barcelona.
La gestión que se está haciendo de esta crisis es patética. Parafraseando a
Stephen Hawking podríamos decir que la situación podría llegar a ser cómica si
no hubiese vidas en juego.
Los miembros del Govern
parecen más preocupados en apuntarse tantos de cara a las próximas elecciones
al Parlament que de plantar cara al coronavirus. Los desencuentros entre los
diversos departamentos son una constante; y eso es una mala noticia porque
cuando un gobierno de coalición no actúa de manera colegiada y solidaria acaba
afectando a la ciudadanía. Ahí tenemos, sin ir más lejos, los choques entre
Empresa y Salud por la reapertura de la restauración o la cultura, el fiasco
sin paliativos de las ayudas a los autónomos o el embrollo que han montado con,
si podían abrir o no, las salas de conciertos.
No es fácil destacar un fiasco
sobre otro porque la cadena de desatinos se sucede de forma continua; pero,
puestos a señalar uno, quizás nos deberíamos quedar con lo que ocurrió el
pasado 9 de noviembre, cuando se colapsó el portal habilitado para ayudar a los
trabajadores autónomos afectados por la crisis con 2.000 euros. Se recibieron
unas 400.000 solicitudes de ayuda cuando solo había una previsión de fondos
para 10.000. Casi 15 días después, la gran solución que han ideado consiste en
que los potenciales beneficiarios rellenen un formulario introduciendo sus
datos para quedar inscritos. Ante tanto sin sentido sobran los comentarios.
Los hechos ocurridos son muy
graves porque afectan de manera directa a personas con nombres y apellidos y,
aunque se analicen con cierta condescendencia, no se pueden relativizar. Estamos
viviendo situaciones sobrevenidas que desbordan el marco conceptual al que
estábamos acostumbrados y, sin embargo, el propósito de mejora y enmienda, por
parte de nuestros gobernantes, ni se ve ni se vislumbra. Con todo, lo peor es
la incapacidad manifiesta de este Govern para manejarse en situaciones
complejas. Y en eso, hay que reconocer que el conseller Chakir El Homrani es un
crack. En su currículo como miembro del Govern de Cataluña tiene páginas tan
brillantes como la gestión de las residencias de ancianos, impagos a las
entidades sociales, decir que el teletrabajo es obligatorio en Cataluña o el
fiasco de las ayudas a los autónomos, ya comentado, entre otras perlas.
Pero esa incapacidad
manifiesta no es exclusiva de un solo miembro del Ejecutivo. Yo diría que es el
común denominador de todo el equipo. Un caso elocuente es la situación
económica de la Generalitat. Se da la circunstancia que a finales de septiembre
el Govern disponía de casi 900 millones de euros procedentes del superávit
financiero de la ejecución presupuestaria que se hubieran podido utilizar para
luchar contra la Covid, pues ni eso. Como dijo la portavoz parlamentaria del
PSC, Eva Granados, “no es mala fe, es incompetencia”.
Aquellos polvos trajeron estos
lodos. Con la primera ola de la pandemia en plena efervescencia, el ya expresident
Quim Torra optó por la confrontación abierta con el Gobierno de Pedro Sánchez.
El argumento era tan sencillo como falaz, como se está demostrando ahora, pero
tenía su parroquia: “con las competencias en manos del Govern la lucha contra
el virus sería más eficaz”, decía el exmandatario.
A muchos nos ha quedado en la
retina, pero sobre todo en el corazón, aquella imagen de soberbia que
transmitió la portavoz del Govern, Meritxell Budó, en una comparecencia el
pasado 20 de abril, cuando dijo que de haber tenido las competencias el
Ejecutivo catalán, aquí ni hubiera habido tantos infectados ni tantos muertos.
Cuando le pidieron que explicara que hubieran hecho, dijo que habrían
concretado el confinamiento 15 días antes. Se olvidó la portavoz de que justo,
15 días antes, el propio Govern había convocado un acto masivo en Perpiñán.
El Govern con su gestión de la
pandemia ha demostrado que es más fácil culpar a otros que tomar decisiones
acertadas, pese a que han tenido tiempo más que suficiente para prepararse y
llevar a cabo iniciativas como crear dispositivos de seguimiento de nuevos
contagios y sus contactos, como pedía el personal sanitario, pero no lo hicieron
como se debía hacer, y lo poco que se ha hecho no se ha hecho bien.
Ante esta situación a los
ciudadanos solo nos queda cruzar los dedos, contener la respiración, confiar
que esto no vaya a peor y votar con sentido común en las próximas elecciones la
Parlament, que si no se aplazan, como han empezado a insinuar algunos miembros
del Govern, ahora que el suelo se les abre bajo los pies, serán el 14-F. Estemos
preparados.
Bernardo Fernández
Publicado en e noticies
24/11/20