Claro y concreto: Pablo Hasél no ha ido a la cárcel por injurias a la Corona. Pablo Hasél está en prisión por acumulación de condenas. El expediente judicial del rapero no se limita a delitos de opinión, también ha sido condenado por agresiones y amenazas.
En efecto, en 2014, el rapero fue
condenado a dos años de cárcel por enaltecimiento del terrorismo en algunas de
sus letras.
Después, en 2019, la Audiencia
Nacional suspendió la ejecución de la sentencia durante tres años porque en
aquel momento no tenía antecedentes penales. En el auto hecho público entonces se
decía que si Hasél volvía a delinquir ‘se procedería, sin más trámite, a ejecutar
la pena en su día impuesta’.
Más tarde, ya en 2018, la
Audiencia Nacional volvió a condenar al rapero por un segundo delito de
enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona y Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado en una serie de tuits.
Para redondear la brillante
carrera en los tribunales de este singular ‘artista’, en enero de 2020 fue
condenado a seis meses de cárcel por agredir a un periodista de TV3 en una
rueda de prensa. El juez consideró probado que Hasél empujó, insultó y roció con
un líquido de limpieza al periodista.
Y, por si su historial de cuentas
con la justicia no era suficientemente extenso, el pasado jueves la Audiencia
de Lleida confirmó otra condena de dos años y medio por amenazas a un testigo
en un juicio a unos guardias urbanos de Lleida. Aunque esta condena no computa
para su estancia en prisión porque se puede recurrir.
En consecuencia, debe quedar claro
que, ha sido por la acumulación de condenas por lo que el rapero fue detenido e
ingresó en prisión el pasado 16 de febrero.
Eso no significa que no deba
hacerse una revisión en profundidad de nuestro Código Penal y modificar lo que
se tenga que modificar para adecuarlo a los tiempos que corren, porque nuestro
marco legal es muy restrictivo. Pero, en ningún caso, esa presunta falta de
actualización puede justificar la violencia que estos días se está viviendo con
especial intensidad en Barcelona, pero también en el resto de Cataluña y en
otros lugares como Madrid o Valencia.
El caso es que Pablo Hasél se ha
convertido en una estrella icónica en la supuesta batalla por la libertad de
expresión.
Según los estudiosos de los
movimientos sociales, los manifestantes, muchos menores de edad, no tienen una
carga ideológica definida y son de perfiles diversos que se mezclan con grupos
antisistema, a menudo de pasado violento. Hay que sumar aquí cuadrillas que se
autodenominan anarquistas o de forma genérica antifascistas: Algunos tuvieron
un papel relevante en los disturbios del otoño de 2019 en Barcelona u otros
lugares de Cataluña.
Se activan a través de las redes
sociales por los denominados ‘movimientos anti represión’. Según expertos
policiales ‘la fatiga’ derivada de las restricciones impuestas por la pandemia
de la Covid 19, está íntimamente ligada a la violencia que estamos padeciendo
estos días, y para algunos es un mecanismo de escape.
El uniforme ‘informal’ que suelen
utilizar es una sudadera con capucha para taparse el rostro y llevar
herramientas para atacar y/o levantar adoquines cuando convenga.
En opinión de esos estudiosos y
expertos, estos movimientos son un fenómeno en evolución que a partir de una
supuesta defensa de la libertad de expresión y rechazo a la policía se pretenden
justificar por el estancamiento a que está sometida la juventud.
Algunos jóvenes consultados
consideran que ‘no tienen perspectiva de un proyecto vital’, otros dicen que
‘su realidad no es la del Estado del bienestar’ y los hay que han afirmado que
‘participar en los disturbios y quemar contenedores les divierte’.
Los barceloneses tenemos un máster
en soportar acciones vandálicas. A
finales del siglo pasado fueron las manifestaciones a favor del movimiento
okupa, con dosis no menores de vandalismo incorporado. Unos años después soportamos
manifestaciones y disturbios contra las políticas de austeridad que tuvieron su
punto culminante en junio de 2011, cuando grupos autodenominados ‘Indignados’,
sitiaron el Parlament, insultaron y zarandearon a varios diputados y el
entonces president Artur Mas y la presidenta de la Cámara Nuria de Gispert tuvieron
que acceder hasta la puerta del Hemiciclo en helicóptero. En octubre de 2017
volvimos a las andadas; se repitieron los disturbios con violencia incorporada
y, de nuevo, en 2019. Esta vez, en protesta por la sentencia del Tribunal
Supremo a los líderes del procés.
Pasear por el centro de Barcelona,
como yo hice el domingo por la mañana, da grima. Motos quemadas, jardineras
destrozadas, entidades financieras con los cristales destrozados, tiendas,
tanto de grandes marcas, como pequeñas, franquiciadas o no, de artículos de
lujo o de ropa deportiva, es igual, todas con los escaparates hecho añicos y
bastantes saqueadas. La violencia ha sido tan absurda y tan desproporcionada
que en esta ocasión no se ha salvado ni el Palau de la Música, templo emblemático
del catalanismo, que también ha sido apedreado.
La cuestión es que esa innegable
problemática social viene auspiciada por una larga etapa de laissez faire, laissez passer política.
Aquellos polvos trajeron estos lodos. Durante años, la intervención mínima, a
veces inexistente, de los Governs de la Generalitat, incluso en ocasiones. La
invitación más o menos encubierta a la insumisión o desobediencia nos han traído
hasta aquí. Quién no recuerda el ‘apreteu, feu bé d’apretar’, de Quim Torra.
Ante esta situación, lo razonable
es que los dirigentes políticos cierren filas con los Mossos d’Esquadra; tiempo
habrá, si se considera oportuno, de hacer investigaciones, depurar
responsabilidades y modificar protocolos. Ahora el objetivo, absolutamente,
prioritario debería ser parar la violencia.
Sin embargo, los dos partidos que
están en el Govern y la CUP se han dedicado a cuestionar las actuaciones de los
Mossos. Incluso los antisistema han pedido la dimisión del conseller de
Interior. Ver para creer.
En estas circunstancias, los nueve
sindicatos que hay en la policía catalana han pedido una reunión de urgencia
con el conseller porque dicen que ‘están al límite’, y no me extraña, porque
con semejantes dirigentes no hay para menos.
Como dice el escritor mallorquín
Valentí Puig, en un brillante artículo publicado en Crónica Global (21/02/21).
‘No es el paro juvenil. Es el desgobierno.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 22/02/2021