23 de febrer 2021

HASÉL COMO EXCUSA


Claro y concreto: Pablo Hasél no ha ido a la cárcel por injurias a la Corona. Pablo Hasél está en prisión por acumulación de condenas.  El expediente judicial del rapero no se limita a delitos de opinión, también ha sido condenado por agresiones y amenazas.

En efecto, en 2014, el rapero fue condenado a dos años de cárcel por enaltecimiento del terrorismo en algunas de sus letras.

Después, en 2019, la Audiencia Nacional suspendió la ejecución de la sentencia durante tres años porque en aquel momento no tenía antecedentes penales. En el auto hecho público entonces se decía que si Hasél volvía a delinquir ‘se procedería, sin más trámite, a ejecutar la pena en su día impuesta’.

Más tarde, ya en 2018, la Audiencia Nacional volvió a condenar al rapero por un segundo delito de enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona y Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en una serie de tuits.

Para redondear la brillante carrera en los tribunales de este singular ‘artista’, en enero de 2020 fue condenado a seis meses de cárcel por agredir a un periodista de TV3 en una rueda de prensa. El juez consideró probado que Hasél empujó, insultó y roció con un líquido de limpieza al periodista.

Y, por si su historial de cuentas con la justicia no era suficientemente extenso, el pasado jueves la Audiencia de Lleida confirmó otra condena de dos años y medio por amenazas a un testigo en un juicio a unos guardias urbanos de Lleida. Aunque esta condena no computa para su estancia en prisión porque se puede recurrir.

En consecuencia, debe quedar claro que, ha sido por la acumulación de condenas por lo que el rapero fue detenido e ingresó en prisión el pasado 16 de febrero.

Eso no significa que no deba hacerse una revisión en profundidad de nuestro Código Penal y modificar lo que se tenga que modificar para adecuarlo a los tiempos que corren, porque nuestro marco legal es muy restrictivo. Pero, en ningún caso, esa presunta falta de actualización puede justificar la violencia que estos días se está viviendo con especial intensidad en Barcelona, pero también en el resto de Cataluña y en otros lugares como Madrid o Valencia.

El caso es que Pablo Hasél se ha convertido en una estrella icónica en la supuesta batalla por la libertad de expresión.

Según los estudiosos de los movimientos sociales, los manifestantes, muchos menores de edad, no tienen una carga ideológica definida y son de perfiles diversos que se mezclan con grupos antisistema, a menudo de pasado violento. Hay que sumar aquí cuadrillas que se autodenominan anarquistas o de forma genérica antifascistas: Algunos tuvieron un papel relevante en los disturbios del otoño de 2019 en Barcelona u otros lugares de Cataluña.

Se activan a través de las redes sociales por los denominados ‘movimientos anti represión’. Según expertos policiales ‘la fatiga’ derivada de las restricciones impuestas por la pandemia de la Covid 19, está íntimamente ligada a la violencia que estamos padeciendo estos días, y para algunos es un mecanismo de escape.

El uniforme ‘informal’ que suelen utilizar es una sudadera con capucha para taparse el rostro y llevar herramientas para atacar y/o levantar adoquines cuando convenga.

En opinión de esos estudiosos y expertos, estos movimientos son un fenómeno en evolución que a partir de una supuesta defensa de la libertad de expresión y rechazo a la policía se pretenden justificar por el estancamiento a que está sometida la juventud.

Algunos jóvenes consultados consideran que ‘no tienen perspectiva de un proyecto vital’, otros dicen que ‘su realidad no es la del Estado del bienestar’ y los hay que han afirmado que ‘participar en los disturbios y quemar contenedores les divierte’.

Los barceloneses tenemos un máster en soportar acciones vandálicas.  A finales del siglo pasado fueron las manifestaciones a favor del movimiento okupa, con dosis no menores de vandalismo incorporado. Unos años después soportamos manifestaciones y disturbios contra las políticas de austeridad que tuvieron su punto culminante en junio de 2011, cuando grupos autodenominados ‘Indignados’, sitiaron el Parlament, insultaron y zarandearon a varios diputados y el entonces president Artur Mas y la presidenta de la Cámara Nuria de Gispert tuvieron que acceder hasta la puerta del Hemiciclo en helicóptero. En octubre de 2017 volvimos a las andadas; se repitieron los disturbios con violencia incorporada y, de nuevo, en 2019. Esta vez, en protesta por la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del procés.

Pasear por el centro de Barcelona, como yo hice el domingo por la mañana, da grima. Motos quemadas, jardineras destrozadas, entidades financieras con los cristales destrozados, tiendas, tanto de grandes marcas, como pequeñas, franquiciadas o no, de artículos de lujo o de ropa deportiva, es igual, todas con los escaparates hecho añicos y bastantes saqueadas. La violencia ha sido tan absurda y tan desproporcionada que en esta ocasión no se ha salvado ni el Palau de la Música, templo emblemático del catalanismo, que también ha sido apedreado.

La cuestión es que esa innegable problemática social viene auspiciada por una larga etapa de laissez faire, laissez passer política. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Durante años, la intervención mínima, a veces inexistente, de los Governs de la Generalitat, incluso en ocasiones. La invitación más o menos encubierta a la insumisión o desobediencia nos han traído hasta aquí. Quién no recuerda el ‘apreteu, feu bé d’apretar’, de Quim Torra.

Ante esta situación, lo razonable es que los dirigentes políticos cierren filas con los Mossos d’Esquadra; tiempo habrá, si se considera oportuno, de hacer investigaciones, depurar responsabilidades y modificar protocolos. Ahora el objetivo, absolutamente, prioritario debería ser parar la violencia.

Sin embargo, los dos partidos que están en el Govern y la CUP se han dedicado a cuestionar las actuaciones de los Mossos. Incluso los antisistema han pedido la dimisión del conseller de Interior. Ver para creer.

En estas circunstancias, los nueve sindicatos que hay en la policía catalana han pedido una reunión de urgencia con el conseller porque dicen que ‘están al límite’, y no me extraña, porque con semejantes dirigentes no hay para menos.

Como dice el escritor mallorquín Valentí Puig, en un brillante artículo publicado en Crónica Global (21/02/21). ‘No es el paro juvenil. Es el desgobierno.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 22/02/2021

18 de febrer 2021

MÁS DE LO MISMO...O NO


 

El 50,7% de la ciudadanía que fue a votar el pasado domingo, 14 de febrero, en las elecciones al Parlament, decidió pegarse un tiro en el pie. No tengo nada que decir. Vivimos en un país libre, aunque algunos no lo crean, y cada cual puede votar lo que más le plazca. Lo que ocurre es que las consecuencias de esa decisión las hemos de asumir todos como colectivo. En eso consiste, también, la democracia.

Desde luego, es perfectamente legítimo votar independentismo, pero hay que ser consciente de que se vota sectarismo, odio y decadencia. Y esa observación no es subjetiva porque si alguien no lo tiene claro que reflexione sobre las declaraciones de Pere Aragonés la misma noche electoral, “sentaré al Gobierno para negociar un referéndum”, o las de Oriol Junqueras el lunes, en una entrevista en la Sexta, “el PSC encarna los valores de una Monarquía corrupta y decadente, nosotros los valores de una república. El PSC es un partido con un historial de corrupción”, y siguió, “el PSC se ha manifestado con la extrema derecha repetidamente, estaba dispuesto a aceptar sus votos”. Después de tanto exabrupto, ¿alguien piensa, de verdad, que se puede pactar con esa gente?

No voy a hacer aquí un análisis en profundidad de los resultados electorales porqué ni tengo espacio ni es mi papel. Pero sí sugiero, con toda la modestia de que soy capaz, que en la burbuja secesionista se haga una lectura rigurosa de los resultados del 14 F. Es totalmente cierto que obtuvieron el 50,7% de los votos válidos emitidos. El mejor resultado de la historia en unas elecciones autonómicas desde que se recuperó la democracia. Ahora bien, no se debería perder de vista que en 2017 el 38% del censo apoyó opciones independentistas y en 2021 el soporte al independentismo se ha quedado en el 27%, que cada cual saque sus conclusiones.

Soy consciente de que en política las cosas casi nunca son lo que parecen. Pero era, y sigue siendo, deseable que tras las elecciones se hubiese abierto una etapa primero de distensión y más tarde de reconciliación que buena falta nos hace a todos para serenar los ánimos y calmar angustias. Sin embargo, tras escuchar las declaraciones que llegan desde la burbuja independentista cada vez tengo más claro que estamos sentados sobre un bidón de gasolina y veo gente que viene con mechas encendidas.

Habrá que ver como la incide situación política catalana en la gobernabilidad de España. En círculos políticos cercanos a la Moncloa consideran que los resultados electorales del 14 F suponen la consolidación definitiva de la legislatura. Me gustaría equivocarme, pero yo no lo veo igual, con ERC lo más seguro es que quizás. Basta con echar mano de otras declaraciones del presidenciable Pere Aragonés a TV3: “Al Congreso no vamos a gobernar España, lo que hemos hecho es abrir una etapa de negociación con el Estado”, entiendo que muchas de las declaraciones que se hacen son para consumo interno y mantener alta la moral de tropa, máxime en estos momentos de exaltación indepe, pero admito que me producen cierto desasosiego. El problema es que no hay relevo efectivo para sustituir a ERC.

En estas circunstancias, tendremos que esperar que el independentismo caiga del caballo, vea la luz y entienda que la petición de amnistía y auto determinación son un brindis al sol. La libertad de los políticos presos vendrá mediante el indulto o la reforma del código penal, y el referéndum es más que probable que se transforme en una consulta para ratificar una negociación y un pacto entre el Gobierno central y el Govern de la Generalitat, con la participación del resto de fuerzas políticas.  Por eso, cuanto más pronto entiendan los independentistas que ese es el camino, más pronto podremos ponernos en marcha y antes nos encontraremos.

Mientras, sería imperdonable no aprovechar la sinergia que produce un nuevo ejecutivo para presentar un programa de gobierno que tenga como ejes vertebradores el reforzamiento de las políticas públicas; en especial sanidad, educación, servicios sociales, por un lado, y, por otro, la inaplazable recuperación económica, llevando a cabo una gestión impecable de los fondos que han de llegar de la UE. Ha llegado el momento de hacer una apuesta clara por una Cataluña digitalizada, sostenible y verde.

Quiero terminar esta columna reproduciendo aquí un fragmento que el fantástico actor, director y miembro de la Real Academia de la Lengua Española, José Luís Gómez, ha publicado en El País (16/02/21) que dice: “No sé si eres independentista o no y poco me importa. Eres mi amigo y eso es lo que me importa. A mis años, aunque siempre los supiera, sé bien del valor de la amistad. Te necesito, te necesito para estar vivo, en vida, para seguir viviendo. No dejemos que ningún muro nos separe”.  Con toda humildad hago mías las palabras y, sobre todo, el sentimiento de Gómez.

 

Bernardo Fernández

Publicado en El catalán 17/02/2021

17 de febrer 2021

EL CAMBIO EN MARCHA


 Cuando el pasado 30 de diciembre Miguel Iceta anunció que daba un paso al lado para que Salvador Illa fuese candidato de los socialistas a la presidencia de la Generalitat, a muchos no independentistas se nos encendió una luz en el horizonte de la negra noche de la política catalana. Solo nos faltaron, para empezar a soñar, varias encuestas que anunciaban qué la victoria del PSC era factible.

Y la mayoría de estudios demoscópicos esta vez dieron en el clavo.

En efecto, el PSC ha ganado las elecciones al Parlament celebradas el domingo 14 de febrero. El candidato, Salvador Illa, ya ha anunciado que se presentará a la investidura. Sin embargo, la correlación de fuerzas que ha salido de estas elecciones hace casi imposible que el líder de los socialistas pueda llegar, ahora, al Palau de la Generalitat.

Han sido unas elecciones atípicas en unas circunstancias excepcionales. Con una participación que no llegó al 54 % del censo, es la más baja desde 1980. El PSC ha ganado en votos y ha empatado a 33 escaños con ERC, y casi ha doblado los escaños obtenidos en 2017 que entonces fueron 17.

La paradoja es que el independentismo ha logrado los mejores resultados desde la restauración de la democracia. Por primera vez han superado el 50 % de los votos emitidos y han logrado 74 escaños. Una gran victoria, sin duda. No obstante, no se debería perder de vista que en números absolutos se han dejado por el camino más de 725.000 papeletas con respecto a 2017, mientras que el PSC ha sumado unas 46.500. Además, el independentismo está más dividido que nunca porque carecen de un proyecto político común, más allá de lograr la independencia, pero ahí empieza y acaba todo.

Hay partidos políticos independentistas de corte más o menos clásico con presencia en el territorio y arraigo en la sociedad, es el caso de ERC y como partido más pequeño la CUP. En cambio, JxCat es una organización política creada desde la distancia que no tiene estructura territorial y que necesita de los cargos públicos que se han escindido de otro partido, el PDeCat, para conectar con la ciudadanía. Por eso necesitan tener acceso a los resortes de poder para seguir existiendo, pero el día que su líder y alma mater, Carles Puigdemont, caiga en desgracia se convertirá en una organización residual porque no tiene ni estructura orgánica, ni raíces territoriales.  

Una vez pasado el calentón de la campaña electoral, veremos si el independentismo tiene voluntad real de acercamiento a posiciones templadas, en especial ERC. De momento los mensajes de Pere Aragonés han sido poco alentadores. En la noche electoral ya dijo que “sentaría al Gobierno para negociar un referéndum”, mal empezamos. Y es que si no hay reciprocidad no sé si serán sostenibles los pactos que el Gobierno de España mantiene con los republicanos. O si será viable la mesa de diálogo Tampoco sé, si tiene mucho sentido tramitar los indultos a los líderes del procés ni rebajar el delito de sedición en la legislación vigente, cuando siguen insistiendo en la amnistía y la autodeterminación. Imaginemos, por un momento, que “ho tornin a fer” (lo vuelven a hacer), como ya han advertido los condenados y no se cansan de repetir, ¿cómo quedaría el Gobierno ante la oposición y la opinión pública? Para que un acuerdo sea factible las dos partes han de estar dispuestas a ceder y modular sus reivindicaciones si no, es imposible.

Ojalá me equivoque, pero es muy poco probable que salvador Illa logre los apoyos necesarios para presentarse a la investidura con garantías. En esas circunstancias, será Pere Aragonés quien intente conseguir la presidencia de la Generalitat y es muy posible que lo consiga, porque lo tiene casi todo de cara. De todas maneras, no olvidemos que Aragonés lideró la campaña del “España nos roba” cuando dirigía las juventudes de su partido. Y eso nos puede dar una idea de su talante.

En cualquier caso, habrá que ver que Govern forma y con quién lo constituye. Aragonés ya ha manifestado su intención de formar un ejecutivo amplio con Junts, la Cup y Comunes. Mal comienzo, en mi opinión, porque un Govern con trumpistas catalanes, personas imputadas en presuntos delitos de corrupción y antisistema no creo que garanticen un futuro de reencuentro que es lo que más necesitamos, a día de hoy, en Cataluña.

Por cuestiones de espacio y tiempo dejo para otra ocasión el análisis de la entrada de Vox en el Parlament con el correspondiente sorpasso a los dos partidos de la derecha, Ciudadanos Y PP. Ahí el drama no ha hecho más que empezar. Creo que tanto a Pablo Casado como a Inés Arrimadas el domingo por la noche se les aparecieron todos los fantasmas y un sudor muy frío les bajaba por la espalda, aunque la noche no fue nada calurosa.

Pero no quiero terminar esta columna sin recordar que, durante los años convulsos del procesismo, el nacional-independentismo había dado al PSC por amortizado. De hecho, ya tenían el epitafio preparado,”los del 155”. Habían previsto poner en su tumba política. Sin embargo, resulta que después de soltar lastre el socialismo catalán ha vuelto para quedarse. Ha ganado las elecciones y ha puesto el cambio en marcha. Un cambio que nadie va a poder parar.

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 16/02/2021

09 de febrer 2021

FIN DE FIESTA


 

El proceso secesionista catalán, como lo hemos conocido hasta la fecha, tiene los días contados. Las elecciones al Parlament del próximo 14 de febrero deberían ser un punto de inflexión en la política catalana.

Eso no significa que el independentismo vaya a desaparecer, ni mucho menos. Primero porque importantes segmentos de la población tiene las señas de identidad o el sentido de pertenencia muy arraigado y eso es terreno abonado para plantar la semilla independentista. Y segundo porque muchos han hecho de la lucha por la independencia, nominal, su modus vivendi. Durante el pujolismo se creó un extenso entramado de empresas, organismos y entidades, todos ellos controlados por personas, nacionalistas más o menos moderados, leales a la causa que con Artur Mas y sus sucesores mutaron al independentismo; y eso les ha permitido controlar  importantes resortes de poder, como por ejemplo, los medios públicos de comunicación.  Y ahí siguen.

De todas formas la realidad es tozuda y más pronto o más tarde acaba por imponerse. Según una encuesta publicada en el último trimestre de 2020, por el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (ICPS) de la UAB, los catalanes qué creen que se alcanzará la independencia no llegan al 10%. Este dato es muy relevante porque para que una determinada opción política triunfe es fundamental su credibilidad. En cambio, el 42% de los consultados piensan que todo esto acabará con una mejora del autogobierno y el 26% que esta etapa se cerrará con el decaimiento de las reivindicaciones.

La verdad es que aquí nos quisieron dar gato por liebre: se nos prometió que el proceso para conseguir la independencia de Cataluña sería escrupulosamente democrático, cosa que ha sido objetivamente falsa. Nunca fue democrático ni fue constitucional, tal y como la Comisión de Venecia se encargó de recordar. En aquel aciago pleno parlamentario del 6 y 7 de septiembre de 2017, se visualizó el delirio independentista, tumbaron la Constitución, el Estatut y, además, no respetaron la minoría parlamentaria que representaba la mayoría social; y, todo eso, se hizo fuera de los cauces representativos y con total opacidad. Es, por lo tanto, una ofensa a la inteligencia ligar procés independentista con democracia. 

Hay que ser realistas y reconocer que, ni la idea de la unilateralidad ni una separación abrupta de España, tienen recorrido en la UE del siglo XXI. El derecho a la secesión como un derecho fundamental no existe en la vida jurídica ni a nivel del Estado español ni a nivel internacional. Por si alguien tenía alguna duda, una resolución del Parlamento europeo aprobada el pasado 26 de noviembre dice que: el derecho de autodeterminación y, por lo tanto, la independencia no proceden dentro de la Unión, lo deja meridianamente claro

En consecuencia, los independentistas harían bien en dar por finiquitado lo que ellos llaman el mandato del 1 O, la entelequia de la república de los ocho segundos y las bagatelas diversas con que envuelven sus ensoñaciones quiméricas.

Con todo, la independencia como parte integral de un credo ideológico, además de ser legítima, es perfectamente defendible. No obstante, los líderes de un proyecto semejante deberán aprender de los errores que en los últimos años se han cometido en Cataluña y denunciarlos para que no vuelvan a ser las piedras en las que vuelva a tropezar su proyecto.

Aunque el terreno para la discordia y el enfrentamiento estaba abonado con la sentencia del Tribunal Supremo por los recortes a que fue sometido el Estatut de 2006, así como la labor en la sombra de los independentistas más hiperventilados, fue Artur Mas quien puso a Cataluña a los pies de los caballos. Su gestión como máxima autoridad de los catalanes fue, sencillamente, nefasta. Quiso hacer una transición hacia un Estado propio, pero el balance es una Cataluña donde se ha roto la cohesión social, se ha degradado el autogobierno, nos hemos empobrecido como país y como sociedad y hoy el mundo nos mira… y queda perplejo.

La fiesta independentista se ha terminado. Ha llegado el momento de pasar página. Lo primero que debemos hacer es recuperar la convivencia (en mi opinión el valor más preciado que tenemos) y el respeto al Estado de derecho. Después, conseguir que Cataluña vuelva a ser la locomotora de España y la referencia de muchos. Para lograrlo necesitamos una mejor financiación y más autogobierno, con más competencias y más corresponsabilidad en la cogobernanza. Ahora bien, hemos de ser conscientes de que los puentes están rotos, se deberán recomponer y eso costará tiempo y esfuerzo. En este contexto, fue un acierto la moción presentada por ERC en el Congreso de los diputados para poner de nuevo en marcha la mesa diálogo, inmediatamente después del 14 F, que fue aceptada de inmediato por PSOE e IU Podemos, y votada por toda la izquierda y varios partidos nacionalistas. A destacar aquí que JxCat votó, no. Es decir se alineó con PP, Cs y Vox.

Esperemos que tras las elecciones del próximo domingo un nuevo horizonte político se empiece a vislumbrar en Cataluña. Si es así, el esfuerzo habrá merecido la pena. Pero, si las urnas validan el aquelarre independentista, respetaremos los resultados, aunque muchos, entre los que me incluyo, seguiremos en la trinchera plantando cara.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 08/02/2021

03 de febrer 2021

LA FALACIA DEL 50%


 

El 26 de noviembre de 2020, el Parlamento europeo votó una enmienda de la diputada de ERC, Diana Riba, en la que se proponía el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las entidades sub-estatales que reivindiquen su nacionalidad diferenciada, como, por ejemplo, Cataluña, Flandes o el País Vasco.

La votación dio como resultado 487 votos en contra, 170 a favor y 31 abstenciones. Es decir, los representantes democráticos de los 27 estados miembros del UE, decidieron por abrumadora mayoría que el derecho de autodeterminación y, por lo tanto, la independencia no proceden dentro de la Unión. Se puede decir más alto pero no más claro.

De todos modos, los independentistas más hiperventilados son inasequibles al desaliento, y como parece que la moral de los parroquianos secesionistas flojea, nada mejor que un buen chute de entelequia falaz. Quizás por eso, la candidata de JxCat, Laura Borrás, lanzó un órdago en un acto en Barcelona diciendo que reactivaría la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), si los votos secesionistas superan el 50%. Poca broma, porque, aunque pueda parecer una bravata propia de un acto de campaña electoral, algunos estudios demoscópicos están apuntando la posibilidad de un escenario en el que por primera vez el voto independentista rompa el techo de cristal que supone la mitad de los sufragios.

De momento, parece que ni ERC ni la CUP están por la labor. Los republicanos insisten en lo de la vía amplia, es decir, sumar más gente a su proyecto aunque no sean netamente independentistas. Nada que objetar, es una opción legítima. Por su parte, los antisistema han calificado la idea de Borrás de independentismo “mágico” (?). Aunque, en realidad, nunca se sabe porque si alguien se lía la manta a la cabeza y tira por el camino de en medio, quién es el guapo que se queda atrás, para que luego digan que es un traidor a la causa.

De todas maneras, si después de todo se decidieran a dar el paso y hacer una DUI, el fracaso está garantizado. Porque si no hay bastante con el pronunciamiento del Parlamento europeo, hay que tener en cuenta que ningún poder del Estado les daría soporte, que a la élite del capital se le pone la piel de gallina cuando oye hablar del tema por la inestabilidad política e inseguridad jurídica que se generaría y, por si fuera poco, carecen del más mínimo reconocimiento internacional, con estas cartas de presentación, la proclamación de una DUI es lo más parecido a un brindis al sol.

Aunque para mayor seguridad, lo más conveniente, sería llenar las urnas con votos que garanticen dos cuestiones: la primera es que tengamos la certeza de que a quién votemos no es independentista y la segunda que el candidato o candidata y la formación que encabeza tiene el suficiente músculo político para gobernar Cataluña. Esa es la mejor vacuna contra la pandemia secesionista.

Sé que me aparto un poco del hilo conductor de esta columna, pero no quisiera terminar sin dejar una interpelación en el aire, a la espera de que algún independentista informado la responda. Estamos viendo, estos días, los problemas que está teniendo la UE con el suministro de la vacunas. Pues bien, si hubiese triunfado la DUI que se hizo en 2017 hoy Cataluña sería independiente y, por lo tanto, estaría fuera de la Unión; en esas circunstancias, ¿cómo nos hubiéramos abastecido de esos medicamentos?

Quedo a la espera de respuesta.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en El catalán 03/02/2021

LAS ELECCIONES MÁS IMPORTANTES


 

El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) anunció, el viernes pasado, que se mantenía el calendario electoral y anulaba, de forma definitiva, el decreto del Govern que pretendía trasladar las elecciones al Parlament del 14 de febrero al 30 de mayo. Tras esa nueva muestra de incompetencia gubernamental (con 137 licenciados en derecho en nómina fueron incapaces de redactar un decreto como Dios manda), nadie ha dimitido, ni, tampoco, nadie se ha dignado a pedir disculpas por el fiasco. Al contrario, la culpa es del “Estado que lo manipula todo”, según la opinión de los dirigentes secesionistas… Hay que jorobarse.

Horas antes de conocerse la decisión del TSJC había empezado la campaña electoral. La campaña más atípica desde que se recuperó la democracia.  Una campaña rara en un Estado perverso y opresor como el español, que permite que unos individuos que fueron juzgados y condenados a prisión por unos delitos tipificados en el código penal, salgan de la cárcel con un tercer grado, sin que hayan cumplido la parte correspondiente de la pena y participen en actos políticos, saltándose además el confinamiento municipal al que estamos obligados todos los ciudadanos.  Más o menos lo mismo que aquellos que lucharon por la República española y fueron encarcelados en los penales franquistas. Para que luego salgan iluminados haciendo comparaciones odiosas. Como diría un viejo amigo “es para mear y no echar gota”, disculpen ustedes la obscenidad.

Pero volvamos al quid de la cuestión: el 14 F.  Puede parecer un tópico, pero estamos ante las elecciones al Parlament más importantes de nuestra historia reciente. Quizás las más decisivas en los últimos 40 años. El futuro de Cataluña, esto es, el porvenir de nuestros hijos y nietos, está en juego. O sea, la Cataluña de las personas.

Hemos llegado hasta aquí después de casi diez años de caos político, y los últimos tres han sido una auténtica anomalía democrática. En esta última legislatura tan solo se han aprobado trece proyectos de ley y se han convalidado 75 decretos, un balance que no llega a discreto. Sin embargo, para los secesionistas todos los problemas que estamos padeciendo tienen su origen en “la represión del Estado” por la aplicación del artículo 155 de la Constitución en 2017 y la inhabilitación de Quim Torra en 2020.

De todas maneras, el hecho cierto es que la gestión que se ha hecho por parte del Govern es francamente mejorable; y eso, no es solo la opinión de los partidos de la oposición, es, también, un criterio compartido tanto por los sindicatos como por la patronal, así como por distintas entidades y asociaciones de diversos sectores que si en ocasiones callan es por miedo a que les cierren el grifo de las subvenciones, cada vez más menguado, por cierto.

“Ningún Gobierno puede funcionar sin unidad, sin una estrategia común compartida entre los socios”, dijo el 29 de enero de 2020 el entonces president Quim Torra, una de las pocas cosas sensatas que se le oyeron decir a lo largo de su mandato. Por eso, estas elecciones son más necesarias que nunca. En el plano ideológico porque es imprescindible pasar página y dejarse ya de martingalas imposibles como un referéndum por la autodeterminación, la proclamación de una república de ocho segundos o hacer una DUI. Pero también en el ámbito de la gestión, baste aquí un apunte: necesitamos, como agua de mayo, para 2022, unos presupuestos con los que poder atajar la brecha social que no para de crecer y evitar que las empresas sigan marchando de Cataluña. Dos condiciones sine qua non para empezar a remontar

Ante esta situación y con un panorama tan complejo está por ver como evoluciona el efecto Illa. No obstante, está claro que es el candidato a batir para el resto de formaciones. Los secesionistas, ya sea ERC o JxCat, porque ven peligrar su hegemonía y temen que el PSC pueda romper su estrategia y hacer imposible que el 14 F sumen. Y los autoproclamados constitucionalistas porque otean que su electorado puede ver al exministro como la persona idónea para poner a raya al independentismo.

De todas maneras, es más que posible que la llave de la gobernabilidad esté en manos de los indecisos. En las elecciones de 2017 votó el 79,5% del censo, ahora los sondeos demoscópicos auguran un 62 %. Me gustaría equivocarme, pero los independentistas, aunque están desmotivados, desencantados y no sé cuántas cosas más, no se quedaran en casa y con una baja participación volverán a llevarse el gato al agua.

Estas elecciones serán una auténtica partida de ajedrez y es posible que no haya un ganador claro. Por eso, será fundamental administrar los tiempos y saber lanzar los mensajes adecuados en los momentos oportunos. Es posible que la aritmética parlamentaria obligue a negociar con el adversario más iracundo. Hay quien apunta que lo importante no será ganar, sino con quién se podrá pactar. Tal vez, pero, por si acaso, yo preferiría ganar.  La experiencia me dice que es la mejor manera de sentarse a negociar.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 01/02/2021

DEL SOCIALISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

En el siglo XIX, la socialdemocracia fue una tendencia revolucionaria difícil de diferenciar del comunismo. Pretendía acabar con la división...