En política, la geometría
variable debe hacerse con el mismo esmero que se hace el encaje de bolillos. Utilizada
en dosis adecuadas acostumbra a generar importantes beneficios. Sin embargo, usada
sin mesura puede resultar perniciosa y ocasionar graves daños colaterales que
pueden afectar seriamente a la salud democrática y la credibilidad de quien la
utiliza. Y eso es lo que le ocurrió al Gobierno de coalición que preside Pedro
Sánchez en el pleno del Congreso del pasado 20 M.
La exigua y, sobre todo,
volátil mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno de Sánchez exige que
desde Unidas Podemos, pero sobre todo desde el PSOE, por ser el grupo
mayoritario, tengan que estar en permanente tensión, hacer cabriolas en el
alambre y buscar alianzas a diestro y siniestro, para ganar las votaciones que
plantean las iniciativas del Ejecutivo.
El martes 19 de mayo, en la Moncloa
no tenían nada claro que Ciudadanos acabase votando la nueva prórroga del
estado de alarma que se iba a presentar a votación en el Congreso al día
siguiente, 20 de mayo. Por eso, los socialistas forzaron la máquina para que los
grupos parlamentarios (PSOE, UP y EH Bildu) llegaran a un acuerdo y cubrir así
el posible desaire de la formación naranja. Con la abstención de los
independentistas vascos se cubría el expediente. Estos, por su parte, vieron la
ocasión para colgarse la medalla de forzar la derogación integra de la reforma
laboral del PP y otros logros para Navarra y Euskadi, como, por ejemplo,
suavizar la regla de gasto y ampliar la capacidad de endeudamiento de esas
comunidades y de sus entidades locales y forales.
El acuerdo puede gustar más o
menos (a mí no me gusta nada, pero esa no es la cuestión). La cuestión es que
el pacto se mantuvo en secreto hasta que el Ejecutivo logró el apoyo de PNV y
Ciudadanos y, por lo tanto, los cinco votos de Bildu eran irrelevantes; pero es
que además se hizo público una vez acabado el pleno. Después vino el culebrón,
los dimes y diretes, donde dije digo, digo Diego, las rectificaciones y los
desmentidos. En definitiva, todo el sainete que tanto daño hace a la
credibilidad de la política.
El pacto, por desconocido e
insólito, sacudió tanto a buena parte del Gobierno como a la mayoría de los
barones del PSOE. El asunto no es menor porque lo que se ha puesto en cuestión es
la fiabilidad del Gobierno y a sus principales apoyos parlamentarios,
encabezados por Adriana Lastra y Pablo Echenique. En consecuencia, es necesario
que alguien asuma responsabilidades, pida disculpas y haga las maletas. Y esto,
que es muy duro, es conveniente para recuperar la imagen compacta de un
Ejecutivo, en estos momentos, fragmentado y débil.
Afortunadamente, entre ese
marasmo de confusión emergió la figura de la vicepresidenta económica, Nadia
Calviño, que poniendo sentido común forzó la rectificación del acuerdo, y eso
llevó un poco de tranquilidad a las revueltas aguas de los agentes sociales,
mientras que los empresarios amenazaban con dar por roto el diálogo social.
La vicepresidenta aprovechó
que el día siguiente del fiasco, intervenía, mediante video conferencia, en un
acto del Cercle d’Economía para marcar diferencias con el vicepresidente Pablo
Iglesias y manifestar con rotundidad que con la derogación inmediata de la
reforma laboral “Nos enfrentaríamos a la mayor recesión de nuestra historia.
Con esa realidad, sería absurdo y contraproducente abrir un debate sobre esta
materia”. En ese acto, también participaba el vicepresidente de la Comisión
Europea Valdis Dombrovskis, así el mensaje tenía doble recorrido: hacia dentro
y hacia afuera.
En ese papel de apagafuegos,
Calviño se puso en contacto con el líder de la patronal, Antonio Garamendi,
para apaciguar los ánimos y que todo vuelva a la normalidad a la mayor brevedad
posible. De momento, lo que la vicepresidenta ha conseguido es que no se
dinamite el diálogo social que en la situación en que nos encontramos es más
necesario que nunca. Por lo tanto, eso, per se, es todo un éxito.
El politólogo Fernando
Vallespín en un artículo publicado en El País (20/05/20) afirma que: “…Calviño
tiene el perfil de quien guiado por la ética de la responsabilidad sabe que los
problemas no se resuelven aplicando las conclusiones de un seminario de teoría
política…” Y añade:” …No es momento de confrontación ideológica sino de
remangarse para sacar adelante la economía del país…” Perfecto.
Ahora es el Gobierno el que debe
arremangarse, aparcar discrepancias y recuperar la cohesión interna. Ha de enviar mensajes claros de empatía y
complicidad para recuperar la confianza que perdió al pactar (y de la manera
que lo hizo) con los independentistas vascos. PNV, sindicatos y empresarios han
de percibir señales claras de que hechos como el sucedido no volverán a ocurrir.
El fino jarrón de porcelana
china que es el diálogo social ha quedado hecho añicos al caerse al suelo tras
una maniobra imprudente. Por consiguiente, habrá que recuperar todas las piezas
y recolocarlas del mejor modo posible para que la pieza vuelva a lucir en un
lugar privilegiado de la estantería institucional del Ejecutivo.
Todo el mundo se puede
equivocar. Ahora hay que demostrar que se ha aprendido la lección y que algo
asÍ no volverá a ocurrir.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
26/05/20