22 de febrer 2022

LUCHA POR EL PODER


 “Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible” , dice un conocido refrán andaluz. Por eso, aunque Pablo Casado y su club de fans inunden de cirios la capilla de San Judas Tadeo, patrono de las causas imposibles, Casado nunca será presidente del Gobierno de España.

 Desde que Casado llegó a la presidencia del PP, en julio de 2018, siguió bastante de cerca de su carrera y, en mi opinión, no tiene ni el fuste ni el cuajo necesario para ser el líder del centro derecha que este país necesita. Además, tampoco su equipo de colaboradores más próximo, es ninguna maravilla y, ahora, para terminar de sepultar, sus ya escasas aspiraciones, ha reavivado la guerra con Isabel Díaz Ayuso y, según parece, con especial virulencia.

 Los dirigentes populares habían diseñado una estrategia en la que daban por hecho que el PP ganaría las elecciones de Castilla y León con una mayoría muy holgada; unos meses después elecciones y victoria en Andalucía y, de esa forma, el camino hacia la Moncloa, de Pablo Casado, sería un paseo.

 Una de las pretensiones ocultas de los “cerebros pensantes” de Génova era demostrar que no es la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, quien consigue la mayorías arrasadoras, sino el PP.   Sin embargo, Pablo Casado y su lugarteniente Teodoro García Egea cometieron un grave error de cálculo. Pensaron que con los precios disparados, la sexta ola de la Covid en pleno apogeo y su plan para retrasar los  fondos europeos  asfixiarían al Gobierno. Ante esa situación decidir activar la maquinaria electoral en Castilla y León y convertir el 2022 en un año de desgaste para el Ejecutivo, con la vista puesta en las elecciones generales de 2023. 

 Sin embargo, la convocatoria de esas elecciones es un ejemplo de lo que nunca se debe hacer en política. Los populares han pasado de gobernar con una mayoría cómoda y un socio dócil, aunque tuvieran alguna salida de tono, a tener que mendigar para conseguir la investidura de Fernández Mañueco, primero y lograr la estabilidad del gobierno autonómico, después. Ahora, Mañueco deberá negociar en una situación de extrema debilidad y con la crisis de su partido como telón de fondo. Una vez más, se ha puesto de manifiesto, la escasa capacidad de la dirección actual del PP para diseñar una estrategia razonable y adecuada.

 No faltará quién sostenga que una victoria siempre es una victoria, aunque sea por la mínima. Y, ciertamente, eso es lo que hizo el PP: ganar las elecciones de Castilla y León el pasado 13 de febrero. Ahora bien, en situaciones como esa es donde se demuestra la eficiencia de los aparatos de los partidos. No le quiero echar agua al vino, pero está obligado a preguntarse: ¿para qué ha servido adelantar esas elecciones ya quién ha beneficiado? ¿Se hubiera destapado este affaire con un PP victorioso en las elecciones del 13-F? Cada uno de nosotros puede responder a esas preguntas, y otros por el estilo, según su mejor saber y entender, pero una respuesta objetiva y/o de la parte interesada (PP) jamás la tendremos.

 Es muy pronto y faltan datos para hacer conjeturas de cómo pueden evolucionar los acontecimientos. No obstante, una cosa es cierta, si un partido es incapaz de aglutinarse en torno a un proyecto, como va a motivar a sus electores para que le voten. Decía Soledad Gallego-Díaz en una brillante crónica de urgencia sobre el particular, publicada en El País el 18/02/22, que: la crisis abierta  tiene consecuencias imprevisibles y un solo beneficiario a la hora de recoger el desconcierto y descontento de la derecha : Vox. La situación parece muy enquistada porque ni el presidente del partido puede destruir a Díaz Ayuso ni ella está en condiciones de empujarlo fuera de Génova. La debilidad extrema de Casado ha quedado expuesta...,” y continúa:“La relación entre los dos políticos populares es ya irreconciliable y eso tendrá consecuencias inmediatas para los barones del partido, especialmente los que están en esferas de poder”.

 Sucesos como este no son nuevos en el PP. Personajes como Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes también se tuvieron que enfrentar al poder de Génova. Otros líderes como María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría mantuvieron sórdidas batallas por el poder a la espera de la caída de Mariano Rajoy. En la situación que ahora nos ocupa no hay diferencias sustanciales entre los dos enfrentados. Casado y Ayuso son, prácticamente, de la misma quinta, han hecho buena parte de su carrera juntos y no hay, entre ellos, ninguna diferencia ideológica. Es por consiguiente, una lucha por el poder.

 Ante esta situación tan poco virtuosa de la derecha de nuestro país, no hay que ser un lince para comprender que los grandes beneficiados de este desastre son la gente de VOX. fueron los verdaderos triunfadores de las elecciones en Castilla y León y ellos serán los que recojan el botín electoral que el PP está arrojando por la borda, como paso anterior al naufragio.

 El tumulto mediático que el affaire ha generado y la incomodidad de los barones del partido ha hecho que, desde la dirección de la calle Génova, pretenden dar la crisis por zanjada, pero el daño ya está hecho y no solo al PP, lo que es más grave: a la democracia en general. Además quedan demasiadas incógnitas por despejar. ¿Ordenó la dirección del partido espiar a Ayuso? ¿Hubo trato de favor de Isabel Díaz Ayuso a su hermano Tomás? ¿Hay indicios de corrupción en el Gobierno de la comunidad de Madrid? ¿Tiene miedo Casado de seguir adelante y perder su poltrona? Más allá de que los partidos de la oposición hayan puesto el caso en manos de la fiscalía, es el PP quién debe dar cuenta claras y concretas de lo que ha sucedido, con pruebas que acreditan sus sospechas porque hasta el momento, ni unos ni otros ,

 Ante este estado de cosas, que nadie espere que los ciudadanos nos demos por satisfechos y almacenemos el affaire en el baúl del olvido. La ciudadanía toda, tanto la que vota al partido popular como la que no, tiene todo el derecho a saber lo ocurrido. 

 No nos conformaremos con menos.

 

Bernardo Fernandez

Publicado en e notícies 21/02/2022

 

16 de febrer 2022

SABREMOS LA VERDAD


 

La desvergüenza de la jerarquía eclesiástica española no tiene límites. En el ámbito moral no tiene nada que ver lo que predican con lo que practican y en el terreno económico son auténticos depredadores; los fondos buitre, comparados con las prácticas de la Iglesia en cuestiones económicas, son como juegos de niños. Y si alguien piensa que exagero o falseo la verdad que reflexione sobre los abusos sexuales y/o las inmatriculaciones.

 Su falta de compromiso ético y social es alarmante y conste que, esto que escribe, no tiene nada que ver ni con personajes como, en su momento, fue el cardenal Tarancón, los curas obreros o la gente que vive volcada en ayudar a los demás , ya sea un título individual o vinculados a entidades como pueden ser Cáritas o parroquias que están al pie del cañón en los barrios más castigados por las crisis socio económicas. Por eso, quiero dejar claro que este artículo no tiene nada que ver ni con la religión, ni con la doctrina, ni con las creencias de las personas.  

 Hecha esta aclaración que me parece pertinente, quiero llamar la atención, con esta columna, sobre los abusos sexuales en la Iglesia. Tiempo tendremos, más adelante, para comentar el asunto de las inmatriculaciones, que es un tema que tampoco tiene desperdicio. 

 Fue un periódico de tirada nacional, El País, el que después de tres largos años de investigación destapó el asunto y puso en manos del papa Francisco un informe de casi 400 páginas. En el mismo se explican algunas de las fechorías sexuales que llevaron a cabo individuos que, amparados por su posición de poder por ser miembros de la Iglesia, abusaron, precisamente, de aquellos que acudieron a ellos en busca de cobijo y protección. Según ese informe se ven afectados, en principio, 31 órdenes religiosas y 31 diócesis. El estudio se remonta a 1943 y llega hasta 2018. A falta de datos oficiales, tanto de la Iglesia como de las Administraciones, se dan por verídicos más de 600 casos; cada uno hace referencia a un acusado y se considera que puede haber unas 1.240 víctimas.

 Es una evidencia de que la jerarquía católica española nunca ha estado por la labor de aportar luz y claridad a esas presuntas monstruosidades.   Por eso, Unidas Podemos, ERC y Bildu registraron, hace unas semanas, una propuesta para  crear una comisión de investigación en el Congreso.   Da grima comparar   el papel del Vaticano   con lo que ha hecho hasta ahora   la Conferencia Episcopal (CEE), que no se da por aludida, y ha decidido escurrir el bulto y remitir toda responsabilidad a las órdenes religiosas afectadas.

 En un principio la reacción del presidente de la CEE y arzobispo de Barcelona, ​​Juan José Omella fue para enmarcar. El prelado cargó contra los medios de comunicación porque, a su juicio, "incitan a un sexo libre" que "no ayuda" a combatir los abusos sexuales a menores. Esas declaraciones las hizo monseñor el pasado octubre. Sin embargo, parece que más tarde, Omella comprendió que se había pasado de frenada y en una comparecencia ante los medios en Roma, el pasado mes de enero, aseguró que la CEE está investigando los casos destapados por El País. 

No obstante, el cardenal no precisó ni cómo se hará la investigación ni cuándo se requerirán los resultados. tampoco explicó por qué un mes después de haber sido entregado el informe, solo 6 de las 31 diócesis afectadas (Santiago de Compostela, Barcelona, ​​Bilbao, Cartagena, Orihuela y Zamora) han ponerse en contacto con las víctimas. El cardenal ha asegurado también que “todas las diócesis van poquito a poco”

Para algunos el tiempo no pasa. Con esa actitud da la sensación de que la Iglesia se ha quedado estancada en el siglo XIX. Se muestra reacia a toda colaboración para esclarecer de los casos denunciados. Precisamente por eso, su posición tampoco sorprende. Porque está donde ha estado siempre. En la inopia. Sin haber visto ni escuchado nunca nada. Sin información sobre ninguno de los casos que están siendo objeto de denuncia. Ante esta situación no nos ha de sorprender que cada vez sean más los ciudadanos y ciudadanas que consideren que ha llegado la hora de exigir a la jerarquía católica española el fin de su silencio. Por el bien común y por justicia social, pero también porque la Iglesia no pierde más, su ya muy maltrecha credibilidad, es imprescindible una actuación decidida que clarifique todos y cada uno de los casos.

Lentamente, pero al fin algo se mueve. A pesar de que en principio se había planteado crear una comisión de investigación en el Congreso, todo indica que, finalmente, será una comisión de personas independientes dirigida por el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, la que ponga negro sobre blanco. Sin duda, para muchas de las víctimas ya será tarde. Algunas de las personas afectadas ya han fallecido. Pero todos merecen que su dolor deje de ser un secreto privado y se abra una puerta diáfana, institucional, creíble y definitiva para ellos.

El oscurantismo eclesiástico no es exclusivo de España. En otros países, la primera reacción de la Iglesia también fue la negación; tal vez por una inercia de siglos, hasta que llego la hora de la verdad. Esa hora ha llegado, por fin, también aquí, para nosotros.

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, afirmó, hace pocos días, que “los socios de investidura ven bien la vía del Defensor del Pueblo para investigar los abusos en el seno de la Iglesia y que él mismo ha pedido al presidente de la Conferencia Episcopal , Juan José Omella, que participen en ese proceso”. Bolaños sostiene que es preferible investigar esos abusos a través del Defensor del Pueblo en vez de hacerlo porque en una comisión parlamentaria considera que "tiene todas las garantías", es más útil y asegura mejor la privacidad de las víctimas.

 Hace unos días, el arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, en respuesta a preguntas de un reportero dijo que: “La propuesta de una comisión parlamentaria sobre los abusos en la Iglesia, bien realizada directamente en el Congreso o bien a través del Defensor del Pueblo, por parte de la Iglesia tengo que decir que es bien recibida”, las declaraciones de monseñor Barrio suenan muy bien. Son bienvenidos porque desde que se adquirieron a barajar opciones sobre cómo desarrollar el escrutinio público de la pederastia, ningún otro alto cargo de la Iglesia española se había manifestado a favor de una investigación sobre los abusos sexuales.

 Ojalá rectifiquen y pronto otros prelados se vayan sumando al criterio del arzobispo de Santiago. Ahora bien, sea cual sea el formato y los apoyos que den desde la Institución lo que queremos es saber la verdad. Toda la verdad. Sin duda ayudaría mucho y sería vital la participación activa y sincera de personas cualificadas de la Iglesia, y eso, solo de ellos depende. No obstante, ante esta situación, de una cosa pueden estar seguros en la jerarquía eclesiástica: con ellos oa pesar de ellos, queremos saber la verdad y sabremos la verdad.  

 

 

 Bernardo fernandez

Publicado en e notícies 14/02/2022

11 de febrer 2022

INCREIBLE PERO CIERTO


 Pensaba que ya habíamos visto todas las argucias y triquiñuelas posibles en la práctica parlamentaria, pero no. El independentismo tiene una capacidad infinita para sorprendernos. Son especialistas en dejarnos atónitos con cosas chuscas y banales, cuando no son embustes y patrañas, pero nunca con asuntos de enjundia ni calado social.

 Sin ir más lejos, el pasado 26 de enero se votó una iniciativa en el Parlament para “reparar y dignificar a las mujeres asesinadas en Cataluña acusadas de brujería entre los siglos XV y XVIII”. Y eso, cuando hay cientos de miles de familias que no llegan a fin de mes, miles y miles que no pueden pagar la factura del gas o de la electricidad, bastantes ciudadanos sin trabajo o más del 25% en riesgo de pobreza. Ante este panorama social, no parece que lo de las brujas sea un tema prioritario. Dicho esto, con todos mis respetos por esas señoras, a las que no tuve el gusto de conocer. Luego nos extraña que haya desafección política.

Pero el independentismo siempre se supera a sí mismo. El pasado martes, la presidenta del Parlament, Laura Borrás, respaldada por la mesa de la Cámara -de mayoría independentista- propuso paralizar la actividad parlamentaria hasta que la Comisión del Estatuto de los Diputados se pronunciase sobre si el diputado Pau Juvillà debía mantener o no su escaño. Juvillà había sido inhabilitado por desobediencia, al no haber atendido un requerimiento de la Junta Electoral que le instaba a retirar unos lazos amarillos del balcón de su despacho de concejal en el Ayuntamiento de Lleida, en la campaña de la elecciones generales de 2019. Posteriormente, ante la advertencia de los letrados de que podía incurrir en delito, Borrás rectificó y solo sugirió que se suspendieran las actividades hasta que la mencionada Comisión se pronunciara.

La cuestión no es menor, porque detrás de este aquelarre secesionista se esconde una batalla de egos personales. Es un secreto a voces que a Borrás el cargo de presidenta del Parlament le parece insuficiente. Sus anhelos pasan por sustituir a Carles Puigdemont, primero, al frente del independentismo trumpista y a Pere Aragonés, más tarde, al frente de la Generalitat (aunque con el affaire Juvillà Borrás se ha pegado un tiro en el pie).

De todas formas, la continuidad de Borràs al frente de la Cámara legislativa está condicionada por la actuación del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), que instruye la causa contra la actual presidenta del Parlament por los delitos de prevaricación, fraude a la administración, malversación y falsedad documental. Borràs fraccionó, presuntamente, contratos por valor de 260.000 euros para adjudicárselos a dedo a un colaborador suyo, el informático I.H. los indicios contra la presidenta del Parlament son sólidos porque incluyen correos electrónicos que intercambió con I.H. y que evidencian la existencia de amaños.

Ante esa situación, lo que pretende la presidenta es darse cuantos más baños de populismo mejor por lo que pueda venir. Y, si al final es destituida, salir por la puerta grande como víctima de la represión del Estado opresor y con los índices de popularidad tan disparados como sea posible.

La retirada del escaño a Pau Juvillà, de la misma manera que se le retiró a Quim Torra, por hechos muy similares, no presentaba ninguna duda ni técnica ni jurídica. Otra cosa es que Borrás quería marcar perfil propio y, a diferencia del entonces president del Parlament, Roger Torrent, que dejó a Torra sin escaño, la actual presidenta ha querido montar un show y convertirse, aunque solo sea por unos días, en la Agustina de Aragón indepe.

Para que quedara constancia del esperpento se celebró un pleno en el Parlament para debatir y votar el dictamen elaborado por la Comisión del Estatuto de los Diputados que sostenía que Juvillà ha de mantener el escaño siempre que no comprometa a los funcionarios de la Cámara. Ahí la presidenta denegó el voto a Pau Juvillà (que ya no había sido convocado) con el argumento de que la votación “no quedara contaminada por un conflicto de intereses”.

Sin embargo, (esto se ha sabido después) el quid de la cuestión es que el 28 de enero, día en que lo requirió la Junta Electoral, Juvillà fue dado de baja como diputado, según consta en la web del Parlament. Además, de manera oficiosa se le había comunicado que no cobraría la nómina de febrero. Su cese oficial se publicó el 4 de febrero en Boletín Oficial del Parlament de Cataluña (POPC). Es decir, una mascarada orquestada por Borrás y sus acólitos para atraer la atención. Increíble pero cierto.

Por lo tanto, Laura Borrás, segunda autoridad de Cataluña, escamoteó la verdad y mintió a sabiendas a los diputados y por extensión a la sociedad catalana, porque ella montó el paripé de la Comisión del Estatuto de los Diputados y el pleno, consciente de que Pau Juvillà ya no tenía su escaño, y si no lo sabía, es que no está capacitada para desempeñar tan alta magistratura. Es evidente que un personaje con semejante catadura moral no debería seguir ni un minuto más en su puesto porque devalúa la Institución y degrada a los catalanes como ciudadanos.    

Como decía el exdiputado Joan Ferran, en un interesante artículo publicado en Crónica Global el 01/02/22, El Parlament de Cataluña es, por definición, un órgano legislativo y representativo del Estado contemplado en el Estatut y la Constitución. Si la Cámara catalana es, como sostienen los secesionistas, la expresión máxima de la voluntad popular que emana de las urnas, su funcionamiento debería ser ejemplar en todos los sentidos. Lo debería ser en la forma, en el fondo y en la actitud de las personas que ostentan su máxima representación pública”. No obstante, vemos, con desasosiego, que la Cámara catalana está siendo utilizada de manera totalmente arbitraria, bien para enmascarar intereses espurios de su más alta representante y de su corte de aduladores, bien para lanzar soflamas que mantengan alta la moral de la tropa secesionista, aunque sea a base de falacias y cortinas de humo. Lo que en un tiempo fue el templo de la palabra, se ha convertido en un circo (con todos mis respetos y reconocimiento por las personas que se dedican a ese noble espectáculo), donde se hacen charlotadas y se degrada de forma sistemática la política.

Mientras sucedía todo este rifirrafe, se hacía público que Juvillà padece una grave enfermedad (cáncer), y como que lo uno no tiene que ver con lo otro, quiero, desde aquí, desear una rápida y total recuperación al político anticapitalista. ¡Suerte chaval!

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 07/02/2022

03 de febrer 2022

CIFRAS QUE HIELAN LA SANGRE


 Bajo el título “las desigualdades matan” Oxfam Intermón publicaba, hace un par de semanas, un informe que hiela la sangre a la gente de bien. Mientras que los indicadores macroeconómicos nos dicen que la actividad empresarial está en los niveles de pre pandemia, el estudio de Oxfam nos pone sobre la mesa otra realidad mucho más prosaica y cruel.

 En los dos años que llevamos de Covid-19 los ingresos han empeorado para el 99% de la humanidad y eso ha hecho caer en la pobreza a unos 160 millones de seres humanos. Sin embargo, los diez hombres más ricos del mundo han pasado de poseer unos 700.000 millones de dólares a 1,5 billones; es decir, han ganado 1.300 millones cada día.

 En opinión de Franc Cortada, director de Oxfam Intermón, “si los diez individuos más ricos perdieran el 99,99% de la riqueza seguirían siendo más ricos que el 99% del personal del planeta”. Dicho de otro modo, acumulan seis veces más riqueza que los 3.100 millones de persona más pobres. Es una obscenidad, pero es real.

 En el mencionado informe de Oxfam sostiene que luchar contra la pobreza de manera eficiente evitaría la muerte de 21.000 personas día. O sea, una persona cada cuatro segundos.

 Para Cortada "Hay quien ha tenido una pandemia de lujo. Mientras los bancos centrales y los gobiernos de los países ricos inyectaban billones de dólares para salvar la economía, una gran parte parece haber acabado en los bolsillos de los más ricos que se han aprovechado del auge de los mercados bursátiles y otros activos. El resultado, más riqueza para unos pocos y más deuda pública para todos. Se estima que la desigualdad entre países crecerá por primera vez en una generación. Las vacunas son un imperativo y una condición de mínimos necesaria para que cualquier país pueda encarar la recuperación ya que aún hay millones de personas en el mundo que no tienen acceso ni a una dosis”.

 De forma casi simultánea a la publicación del informe de Oxfam “Las desigualdades matan” veía la luz un estudio de la fundación Foessa, cercana a Cáritas, según el cual, los jóvenes son con un colectivo severamente castigado por los efectos socioeconómicos de la pandemia. Para ellos, la exclusión severa ha pasado del 10% al 15,1% desde el estallido del coronavirus. Son 1,45 millones de personas de entre 16 y 34 años las que se encuentran en esa situación, en España, más de medio millón más que antes de la covid-19. Dos crisis consecutivas son muchas para una generación.

En Cáritas opinan que el shock ha sido mucho más que económico. La pandemia ha deteriorado las relaciones personales y ha constatado que los cuidados siguen recayendo en las mujeres. Esta crisis ha agravado la brecha de género. El informe, realizado tras una encuesta a más de 7.000 personas, analiza la exclusión social desde múltiples perspectivas. Los expertos estudian 37 indicadores divididos en ocho ámbitos, que van desde el empleo hasta la educación o el conflicto social. Si ninguna de ellas se ve afectada, significa que se está en “integración plena”. Si al menos cinco lo están, la exclusión social es severa, según este baremo. Es el caso de más de seis millones de personas en España, dos más que en 2018, año en que se publicó la edición anterior del informe.

 La brecha generacional, ya era una constante antes de la pandemia. Pero el azote de la covid-19 ha sido mayor que en la anterior crisis y ha empeorado aún más las cosas, a cierre del año pasado más de uno de cada cuatro residentes en España de entre 16 y 35 años (el 28,5%) se encontraba en situación de exclusión moderada —según el indicador multidimensional que elabora Cáritas—, frente al 22,1% de 2018, cuando el virus no entraba siquiera en las cábalas de los más agoreros. Y se dispara hasta el 33,5% en el caso de los menores de 16 años.  

 Ciertamente, estas cifras son escalofriantes y no quiero hacer trampas al solitario ni dar una información sesgada. Pero me parece de justicia decir que La pandemia ha obligado, de manera especial, a los países del “primer mundo” a tender redes de protección para sus ciudadanos como nunca se había hecho hasta ahora. En Estados Unidos el estallido de la pandemia se cebó en los ciudadanos más vulnerables. Las tasas de empleo cayeron un 37%. Sin embargo, no se produjo un aumento de la pobreza. La actuación de la Administración mediante gasto y transferencias sociales no solo protegió a esos ciudadanos, sino que permitió reducir las tasas de pobreza entre 2020 y 2021 en un 45% en comparación con 2018. En total, 20 millones de personas escaparon de esa situación de vulnerabilidad. Una muestra evidente de que las políticas sociales son efectivas y que se puede reducir la pobreza severa en los países ricos si hay voluntad para ello. De todos modos, esas ayudas no fueron suficientes para reducir las desigualdades a causa de la elevada tasa con la que crecieron los ingresos y el patrimonio de los más ricos.

 La pandemia sí ha acelerado otro proceso que se venía produciendo desde la crisis financiera de 2008: la pérdida de la riqueza del sector público en favor del privado. Los estados ya venían perdiendo patrimonio en los últimos 50 años. Se da la circunstancia que en países como Francia, EE UU,   Reino Unido o España la riqueza cada vez se acumula más en manos privadas. Así, los gobiernos hoy son mucho más pobres que hace 40 o 50 años. Además, la pandemia ha agudizado ese proceso, puesto que los gobiernos han protegido a sus ciudadanos elevando sus déficits públicos y endeudándose a gran escala, hasta llegar a niveles récord. Y ese incremento de la deuda ha erosionado todavía más al sector público.

 Esta situación hace inevitable una pregunta: ¿Quién pagará esa deuda? Ahora, cuando la pandemia comienza a menguar, se empieza a plantear el debate sobre las posibles salidas que podría haber sobre la mesa, desde restructuraciones, hasta ajustes presupuestarios, pasando, claro está, por recortar servicios a la ciudadanía. Si los líderes políticos admitieran como solución volver a la austeridad, como ocurrió hace una década, lo que se conseguiría sería ahondar en las desigualdades. Y de eso en España tenemos bastante experiencia.

 Desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, lo lógico sería que, una vez superada la etapa más dura de esta tragedia, fueran los que más tienen los que contribuyeran de manera más cuantiosa a sufragar los desastres ocasionados en esta crisis. No obstante, no nos hagamos ilusiones porque ya sabemos que los caminos de la política y los de la economía, en demasiadas ocasiones, son como los del Señor: inescrutables.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 31/01/2022

DEL SOCIALISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

En el siglo XIX, la socialdemocracia fue una tendencia revolucionaria difícil de diferenciar del comunismo. Pretendía acabar con la división...