Pido
disculpas. El pasado día 5 de julio publicaba, en esta magnífica ventana que es
e notícies, un artículo bajo el título “Investidura incierta”. Allí decía, entre
otras cosas, “Disculpen mi atrevimiento, pero con este trabajo demoscópico
sobre la mesa, me atrevo a vaticinar que este mes de julio habrá Gobierno”. Con
ese comentario, hacía referencia a una encuesta del CIS hecha pública días
atrás que daba un amplio margen al PSOE, en caso de que se repitieran las elecciones.
Yo pensaba que aquello datos allanarían la investidura de Pedro Sánchez Me
equivoqué.
El
espectáculo que nos ha ofrecido estos días la clase política desde el Congreso
de los Diputados ha sido bochornoso. No nos debería extrañar que la ciudadanía
que ha de hacer filigranas en su vida privada para salir adelante cada día y
llegar a fin de mes, esté desencantada y se sienta cada vez más alejada de la política.
Que el
pasado jueves, en la segunda y última sesión de este proceso de investidura,
fuera Gabriel Rufián el que en una intervención llena de sentido común dijera
que “toda la izquierda nos arrepentiremos” y “en septiembre todo será más
difícil”. Nos puede dar una idea del despropósito de la izquierda.
Desde
luego, los desencuentros entre los partidos de izquierda no son ninguna
novedad, al menos en nuestro país. Las desavenencias entre el PSOE y los
partidos situados teóricamente a su izquierda vienen de lejos. Felipe González
no tuvo buena sintonía ni con Santiago Carrillo, ni con Gerardo Iglesias y con
Julio Anguita obsesionado en hacer la pinza con Aznar y dar el “sorpasso” se
llevó peor que mal. Tampoco José Luís Rodríguez Zapatero tuvo una relación
especialmente fluida con Gaspar Llamazares. Tan solo Joaquín Almunia selló,
deprisa y corriendo, un pacto con Paco Frutos, secretario general del PCE, para
las elecciones del año 2000. En aquella ocasión los socialistas obtuvieron los
peores resultados de su historia hasta entonces.
Desde
luego, la propuesta que estos días parecía que iba a cuajar, no estaba exenta
de riesgos para un partido reformista como el PSOE. No era fácil para una
organización sistémica como son los socialistas compartir Consejo de Ministros
con un partido a priori antisistema. No obstante, con los 123 escaños obtenidos
el pasado 28 A, la fragmentación parlamentaria que ha implosionado el
bipartidismo imperfecto y la actitud irresponsable y cerril de la derecha,
Pedro Sánchez no tenía mucho más donde escoger para lograr una cierta
estabilidad y hacer posible “la segunda gran transformación” como él mismo
calificó a la nueva etapa política que debería haber comenzado.
Ni con
Podemos ni con la coalición Unidas Podemos el camino nunca ha sido de vino y
rosas. Desde que los socialistas eran “la casta” hasta tener “el pasado en cal
viva” y “no son de fiar”, los encontronazos han sido muchos y gruesos. A pesar de todo, en esta ocasión las cosas
hubieran podido ser distintas. Parecía que de la necesidad harían virtud. No ha
sido así. La izquierda no ha aprendido y, en buena lógica, Sánchez tendrá que
volver a intentarlo antes del 23 de septiembre porque ha empezado la cuenta
atrás. Todo puede ocurrir, pero el ambiente estará más viciado con la sentencia
del Tribunal Supremo sobre el juicio del procés a punto de hacerse pública, un
ambiente internacional, presumiblemente enrarecido por el posible Brexit a la
brava y la derecha que ya procurará calentar la situación y que tengamos que ir
a elecciones.
Escribo
estas líneas cuando hace pocas horas que ha terminado la última sesión de la
investidura fallida. Me he quedado con una sensación mezcla de fracaso, rabia y
frustración. No quiero hacer juicios de valor. Tiempo habrá para analizar y
evaluar las consecuencias directas y los daños colaterales de este dislate. Tan
solo quiero apuntar que, en mi opinión, ha faltado altura de miras. El interés
personal y/o partidista se ha impuesto al interés de país. Algunos han querido
tapar sus fracasos en las urnas desviando la atención sobre otras cuestiones.
El tiempo pondrá a cada cual en su lugar.
De
todas maneras, no olvidemos que la división de la izquierda acostumbra a
provocar abstención. Y que nadie dude que la derecha ya huele sangre y está
haciendo números, si suman, aunque sea con Vox, armarán la marimorena para
echar a Pedro Sánchez de La Moncloa.
Por lo
menos, que no nos cojan desprevenidos.
Bernardo
Fernández
Publicado
en e notícies 26/07/19