El sistema de elección de un
dirigente, mediante la participación de toda la militancia de la organización,
es, parafraseando a Winston Churchill, el menos malo de todos los conocidos.
Puestos a cometer errores y a hacer una mala elección, siempre es preferible
que se equivoque el pleno del partido que un sanedrín que decide por sistema
digital quien debe liderar al grupo.
De hecho, el Partido
Socialista atesora una larga experiencia en estas lides. Se cumplen ahora 19
años de las primeras elecciones primarias que se celebraron en España. Entonces
fueron para escoger al candidato a la presidencia del gobierno del país y los
contendientes fueron Joaquín Almunia y Josep Borrell. Contra todo pronóstico
ganó el segundo; si bien la mala praxis del aparato del partido y la mandíbula
de cristal del candidato hicieron que, a los pocos meses, éste presentara su
dimisión.
Después, otros procesos de elección,
mediante elecciones primarias, tanto para escoger dirigentes orgánicos, como
aspirantes a alcaldías o presidencias de comunidades autónomas, han jalonado la
historia más reciente del socialismo español.
Ahora son tres los candidatos
que aspiran erigirse en secretario general del PSOE el próximo 21 de mayo. De
los tres, como se puso de manifiesto con la búsqueda de avales, la candidatura
de Patxi López parece la que menos posibilidades tiene de alzarse con la
victoria. De hecho, el ex lendakari ha optado por una campaña de presupuesto
muy escaso, con muchos kilómetros de recorrido, buscando el contacto con la
militancia. Para algunos López es la liebre que ha de distraer votos a Pedro
Sánchez.
Quisiera equivocarme, pero
mucho me temo que tras el proceso de elecciones primarias para liderar el PSOE,
gane quien gane, el partido va quedar seriamente fraccionado y las heridas
producto de esa fractura van a ser difíciles de cicatrizar.
En estos momentos quien más
predicamento tiene entre las bases del partido, es el ya mencionado Pedro
Sánchez y, al fin y al cabo, quien decide con sus votos es la militancia. No
obstante, no se puede obviar que el otrora secretario general ha perdido
soportes entre los cuadros y cargos públicos del partido. Además, no podemos
perder de vista que sería muy complicado llevar a la práctica un proyecto de
cierto calado teniendo de espaldas a la práctica totalidad de los barones. Esto
puede gustar o no, pero es una realidad incuestionable y la misma legitimidad
tendrá el que resulte ganador de las elecciones internas que aquellos que
ganaron las elecciones en un pueblo, una ciudad o una comunidad autónoma.
Y nos queda por visualizar la
candidatura de Susana Díaz que hizo su presentación oficial en los últimos días
de marzo, arropada por todo el PSOE “de siempre” y poniendo de manifiesto su
voluntad de continuismo con aquel proyecto. Ciertamente, fue un proyecto que le
dio a este país una vuelta que después no lo reconocía ni la madre que lo
parió, como dijo uno de los apóstoles que dio soporte a Díaz el día de su
puesta de largo política. En estas circunstancias y tal y como anda la
ciudadanía está por ver si con ese discurso puede, primero, ganar la secretaria
general y luego –y eso es lo más importante-, es capaz de conectar con las
clases medias urbanas, con los emergentes y con los profesionales que, no
olvidemos, es el gran agujero negro, en el ámbito electoral, que tiene, desde
hace mucho tiempo, el socialismo español.
Es evidente que el PSOE está
viviendo una de las etapas más magras desde que se reinstauró la democracia en
España; quizás, por eso, esta campaña de elecciones primarias resulta más
enconada que ninguna. Se ha pasado de la discrepancia a la descalificación, el
insulto a menudeado y las insinuaciones han sido hirientes. Es verdad que, con
frecuencia, eso lo han hecho los equipos de los candidatos, pero éstos no se
han molestado ni en desmentir, ni en rectificar, ni tan siquiera en matizar las
puyas lanzadas por sus compañeros de viaje. Da la impresión de que algunos han
olvidado que un socialista nunca es el enemigo de otro socialista.
Así las cosas, tras el 21 de
mayo, unos y otros deberán esmerarse para restablecer la situación. El proyecto
colectivo siempre ha de estar por encima de los personalismos. Para ello serán
necesarias políticas de mano tendida, mucha capacidad y voluntad de
integración, dialogo, negociación y acuerdo. El PSOE no puede seguir
desangrándose mucho tiempo más y a la sociedad le conviene una socialdemocracia
fuerte, estructurada y cohesionada. Dejar pasar esta oportunidad sería una
grave irresponsabilidad y eso se acabaría pagando muy caro.
Bernardo Fernández
Publicado e-notícies.cat
15/05/17