29 de juliol 2020

MÁS Y MEJOR EUROPA


Los dirigentes europeos han aprendido la lección. Por eso, a diferencia de lo ocurrido en la crisis de 2008, cuando se hizo de la austeridad virtud y de los recortes en servicios sociales la fórmula magistral que servía para todo; ahora, para atajar el desastre social y económico que ha dejado la pandemia de la Covid 19, se ha dado un giro de 180 grados. Donde antes se practicó el austericismo se primarán las políticas expansivas, y donde se practicaban recortes ahora se dotará de recursos para que nadie se quede en el camino.
La cumbre de los mandatarios de la UE que acabó en la madrugada del pasado 21 de julio fue histórica y marcará un antes y un después en la historia de Europa. Tras durísimos debates los 27 socios de la Unión acordaron por unanimidad establecer un fondo de reactivación para paliar los daños económicos ocasionados por el coronavirus. Serán 750.000 millones y un nuevo marco financiero para 2021-2027 de más de un billón de euros. Por primera vez las subvenciones se financiarán con comisiones de deuda conjunta. Algo totalmente inédito en la historia del club que nos acerca a la unión fiscal.
No cabe duda que los países más beneficiados serán los del sur de Europa que se llevarán más del 50% de todo el paquete que se pondrá en movimiento. En ese contexto, España será el segundo país más beneficiado por las ayudas, recibirá unos 140.000 millones de euros. “Una cantidad extraordinaria que ha de servir para impulsar la modernización del país”, según el criterio de la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno María Jesús Montero.
Desde que, en el mes de marzo, se empezó a contemplar la idea de que la UE participara de forma activa en sufragar la deuda que iba a generar la pandemia se formaron dos grupos de países enfrentados por intereses divergentes: los llamados países frugales o halcones entre los que estaban Austria, Suecia o Holanda, capitaneados por Mark Rutte, primer ministro holandés, por un lado; y por otro, los países del Sur, encabezados por Italia y España. En esencia, los primeros pretendían reeditar las políticas practicadas en 2008 y dar préstamos con intereses elevados y controles estrictos sobre las iniciativas para salir de la crisis y como llevarlas a cabo. Por el contrario, el grupo de los países más castigados por el coronavirus proponían mutualizar la deuda. Entre las dos tendencias emergió la figura de Ángela Merkel que hábilmente secundada por Emmanuel Macron templaban los ánimos y, al final, hacían posible que “Europa fuera capaz de abrirse camino en una situación tan especial”, como dijo la canciller alemana una vez logrado el acuerdo.
Como es fácil suponer, las negociaciones no han sido un camino de rosas y a punto se ha estado en más de una ocasión de echar el carro por el pedregal. El holandés Mark Rutte pretendía establecer un derecho de veto para otorgar ayudas a los países que no hagas las reformas para las que reciban financiación. Por su arte, los países más necesitados de los apoyos económicos externos rechazaron la propuesta porque temían que lo que se produciría en realidad sería una parálisis del fondo de reconstrucción. Al final se llegó a un acuerdo, según el cual los desembolsos dependerán de la Comisión, previo informe del Comité económico y financiero (que está formado por técnicos de los Ministerios de Economía de los 27). Con esa fórmula, si uno o más miembros del Comité plantean objeciones a alguna de las ayudas, el expediente deberá elevarse al Consejo Europeo que tendrá tres meses para pronunciarse. Un sistema mucho más light que el propuesto por el halcón Rutte.
No insistiré mucho más sobre la cuestión porque estos días los medios ya han informado profusamente sobre el gran acuerdo. Tiempo tendremos de analizarlo minuciosamente y ver en qué forma incide en la política nacional. Quiero subrayar, no obstante, el papel desempeñado por la canciller alemana Ángela Merkel. Sin su participación activa en esa cumbre histórica de la UE, con toda seguridad, el gran éxito común no se habría producido.
El azar quiso que desde el 1 de julio Alemania ejerza la presidencia semestral de la UE. Eso hizo que Merkel, la más veterana del club, tal vez consciente de que está llegando su otoño político, pudiera ejercer el papel de mediadora hábil y neutral, válida para todas las partes. De esa forma asumió buena parte del protagonismo a lo largo de las arduas negociaciones. No deja de ser curioso que la misma líder que en 2008 fue adalid de la austeridad; haya sido ahora, con la inestimable colaboración de Emmanuel Macron, la defensora a ultranza de un fondo que beneficia por encima de todo a los países del Sur.
Es muy posible que este pacto sea el primer paso de un camino muy largo que algún día ha de desembocar en la unión fiscal. No será fácil. Pero quizás aquí se haga realidad aquel antiguo adagio que dice, “a grandes males grandes remedios”, si es así, y al final la pandemia nos habrá dejado algo que valdrá la pena.
El tiempo dirá, pero de momento tenemos un poco más de Europa y, sobre todo, bastante mejor.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 28/07/20

22 de juliol 2020

INCOMPETENCIA, EMBROLLO LEGAL Y CONFUSIÓN


Supongo que, si alguien tenía alguna duda sobre la incapacidad de Quim Torra para ser president de la Generalitat, después de lo que está ocurriendo con los rebrotes del coronavirus, habrá disipado su incertidumbre. Claro y concreto: Torra ha demostrado que no tiene la capacidad intelectual necesaria para ser presidente de una Comunidad Autónoma como Cataluña. Esas carencias las hemos ido viendo los ciudadanos desde que fue investido president en mayo de 2018. En un principio, no parecía prudente opinar sobre la cuestión porque cuando llegó a la más alta jerarquía catalana era un perfecto desconocido y había que darle un margen para que se afianzara en el cargo.
Sin embargo, a lo largo de estos dos años de presidencia, hemos constatado su nula capacidad y menos disposición para desempeñar la alta responsabilidad que le correspondía. De hecho, el mismo Torra ha dicho en más de una ocasión que lo único que le interesa es la independencia de Cataluña, cuando su cometido es presidir una Comunidad Autónoma, no otro.
El mayor fiasco ha llegado con los rebrotes del coronavirus porque hay vidas humanas en juego. Desde luego, saber en qué momento y que medidas hay que adoptar para que unos cuantos casos no se conviertan en una gran oleada de contagios no es fácil. Justo, por eso, están los especialistas que asesoran a los políticos, y han de ser estos los que acaben tomando las decisiones, y para eso hace falta sensibilidad, templanza e inteligencia. Tomar medidas inadecuadas y a destiempo puede provocar confusión entre la ciudadanía y, por consiguiente, un problema de magnitudes incontrolables, exactamente lo que ha sucedido en Lleida.
Observemos dos maneras distintas de gestionar una misma crisis: el gran rebrote de Lleida se originó en cuatro comarcas vecinas a Aragón. La primera reaparición del virus en el Segrià se produjo el 22 de mayo, pero el programa de detección de contagios del Govern no se activó hasta el 16 de junio, y entonces ya era tarde. Los casos del lado catalán empezaron a evolucionar a un ritmo de más de 100 diarios y la solución que propuso el Ejecutivo de Torra fue la de confinar a la población el día 4 de julio. Iniciativa rechazada por la jueza de guardia porque la consideró fuera de lugar.
En cambio, en el lado aragonés se decretó, casi de inmediato, la fase 2 en las comarcas afectadas y el número de afectados lleva dos semanas bajando. Se han limitado las reuniones a 15 personas, pero no se ha limitado la movilidad.
Como que la Covid 19 no entiende ni de fronteras, ni de ideologías, ni de nada que se le parezca, que llegarse a Barcelona y su área de influencia era cuestión de tiempo, y eso es lo que ha ocurrido en los últimos días: el 70% de los nuevos casos se concentran ya en el área metropolitana de la capital. Y esto no ha hecho más que empezar.
En una cuestión tan delicada como la que estoy comentando no me gustaría que nadie piense que hago leña del árbol caído. Por eso, quiero basar mi argumentación en personajes de reconocido prestigio como, por ejemplo, Oriol Mitjà, epidemiólogo de referencia de la Generalitat, para quien “las administraciones no se han preparado lo suficiente para hacer el seguimiento de los contagios”.
Una opinión muy similar sostiene el también epidemiólogo Antoni Trilla, jefe de Medicina preventiva del Hospital Clínic de Barcelona, asesor del Gobierno y del Govern, para quién, “el sistema de contención de rebrotes no está suficientemente preparado en Cataluña”.
Para Magda Campins, epidemióloga jefa del Vall d’Hebron, “la situación de Lleida se ha ido de las manos clarísimamente” (…) “los recursos en vigilancia epidemiológica son insuficientes” o “Cataluña no está preparada para una segunda oleada de coronavirus”.
Pero quizás la opinión más contundente ha sido la de Benito Almirante, jefe del servicio de enfermedades infecciosas de Vall d’Hebron, según él: “Tres o cuatro semanas de gestión propia y estamos peor que le resto de España”. Sobran los comentarios.
En cuatro meses el Govern ha sido incapaz de desplegar un sistema de rastreo eficaz. Su falta de capacidad de acción y de cintura política es muy preocupante. Se puso de manifiesto días atrás, cuando la jueza de guardia anuló el confinamiento del Segrià y el president, en plan tabernario, anunció que “ni estaba de acuerdo ni aceptaba la decisión judicial”. Como es lógico esa declaración originó un embrollo legal; de ahí que el Govern se tuviera que reunir de urgencia para aprobar un decreto ley que validara la iniciativa.
Lamento decirlo, pero la gestión que está haciendo el Govern de la crisis es caótica.  Se recomienda a la gente que no salga de casa, pero se mantienen abiertas playas y piscinas y, en cambio, se prohíben eventos culturales.
Ante tanto desbarajuste, los alcaldes de los municipios afectados por los nuevos rebrotes se han mostrado muy críticos con la gestión que la Generalitat ha llevado a cabo. La alcaldesa Ada Colau ha censurado el fracaso en la tarea de rastrear los contagios y ha ofrecido toda la colaboración institucional, aunque reconoce que ya es tarde.
Mal están las cosas en Cataluña; al escenario de catástrofe bíblica y hecatombe económica que nos deja la pandemia, hemos de añadir la situación de desgobierno que llevamos padeciendo desde hace años. Primero porque los que debían gobernar estaban entretenidos en otras bagatelas como vías unilaterales, referéndums y otras mandangas diversas. Después porque entre proclamar la república, pelearse por las 155 monedas de plata y poner tierra de por medio con la justicia olvidaron sus responsabilidades, y ahora con un president que tiene más de activista que de gobernante las cosas van como van.
La cuestión es: ¿cuánto más estamos dispuestos a soportar?


Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 21/07/20

15 de juliol 2020

EL PNV COMO REFERENCIA


Quiero felicitar a Alberto Núñez Feijóo y al Partido Nacionalista Vasco por sus contundentes victorias en las elecciones de sus respectivas comunidades autónomas del pasado 12 de julio.
Cuatro mayorías absolutas consecutivas, por un lado y el mejor resultado en 36 años, por otro, demuestran bien a las claras lo enraizados que están los respectivos proyectos en las sociedades a las que se dirigen. Y eso en política es un valor añadido.
En las elecciones del pasado domingo pudimos ver dos formas distintas de lograr un mismo objetivo: ganar unos comicios con la mayoría más amplia posible. Mientras Feijóo, en Galicia, orillaba a la formación política que le da cobijo el PP, tanto como podía; Iñigo Urkullu en Euskadi exhibía la enseña del PNV, su partido, con legítimo orgullo. Nada que objetar, cada cual plantea las campañas electorales como cree que mejor le van a funcionar. En determinadas ocasiones, algunos candidatos piensan que el partido es más un lastre que un activo. Le ocurrió a Xavier García Albiol en las pasadas elecciones municipales cuando se presentó en Badalona y le ha sucedido ahora a Núñez Feijóo en Galicia.
De todas maneras, ese no es el caso del PNV, porque pocas organizaciones políticas puede presentar una trayectoria tan brillante como la del partido nacionalista vasco.
A finales de este mes de julio, se cumplirán 125 años desde que se fundó el partido nacionalista vasco. Llegó al Gobierno de Euskadi en la Segunda República, pero su trayectoria de éxito se produce con la recuperación de la democracia. Ahora mismo, gobierna en las tres diputaciones y en las tres capitales del país.
Ciertamente, se hace difícil catalogarlo como un partido al uso. De raíz conservadora, oscila entre la democracia cristiana y la socialdemocracia en lo esencial. Eso hizo que en 1989 introdujo la renta básica en Euskadi, algo a tener muy en cuenta.
En opinión del catedrático de Historia Contemporánea, Santiago de Pablo, “es un partido pragmático que resuelve el día a día y a la vez defiende algo más utópico en el futuro, es gris a diario, pero hace posibles las aventuras.” No obstante, cuando en alguna ocasión han intentado echarse al monte, como ocurrió con el pacto de Lizarra en 1998 o con el plan Ibarretxe entre 2001-2005, buena parte de su electorado les ha dado la espalda, parece que sus seguidores no están para muchos experimentos. Según el filósofo y político Daniel Inneraity, buena parte de su éxito se debe a cuatro indicadores que ningún otro partido alcanza: “identificación con el territorio, competencia de gestión, ética pública y sensibilidad social.”
Durante bastantes años, en Cataluña existió un partido Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) que parecía seguir la estala del PNV. Sin embargo, una estructura de poder demasiado personalista, el culto desmesurado al líder y, sobre todo, la corrupción sistémica, terminaron por arruinar el proyecto y provocaron la desaparición forzosa del partido.
Ahora, ante la más que probable convocatoria de elecciones al Parlament el próximo otoño, en el espacio nacionalista, además de los partidos que ya están en la arena política como JxCat o el PDeCAT, un grupo bastante numeroso de plataformas, organizaciones y grupúsculos políticos, entre los que están el Partit Nacionalista Catalá, Units per avançar. Lliures, la Lliga democrática o Convergents, están evaluando la posibilidad de presentarse. Todos ellos tienen un denominador común: proceden del nacionalismo más o menos conservador y aspiran a recoger votos en el caladero que un día fue convergente.
Con la sopa de letras que se nos va a proponer puede haber bofetadas para conseguir un lugar al sol. Sin embargo, los electores tendrán dónde escoger, desde los que propondrán la vía escocesa para lograr la independencia, hasta los que la rechazan de plano, pasando por los que no se andan con medias tintas y siguen obcecados en la unilateralidad.
En estos momentos, quien parte como favorito, en ese magma posconvergente, es el expresident Carles Puigdemont, que ha hecho para los más hiperventilados de su deslealtad a los suyos y de la falta de coraje para enfrentarse a la justica, virtud. Además, tiene un rifirrafe considerable con su antiguo partido el PDeCAT por la titularidad de las siglas de JxCat. La cuestión no es baladí porque tras esa titularidad están los derechos electorales y eso no es un asunto menor. Aunque según Jordi Sánchez, uno de los ideólogos de referencia de Puigdemont, “no utilizarán los derechos electorales del PDeCAT para no ser esclavos del pasado.”  (?)
Nunca sabremos como hubiera evolucionado la política en Cataluña y en que estadio nos encontraríamos ahora si aquí hubiese existido un partido al estilo del PNV en versión catalana. De todos modos, el proyecto máximo del nacionalismo vasco es prácticamente idéntico al del nacional independentismo catalán, unos sueñan con la “patria vasca y los otros con “els països catalans”. La diferencia es que unos han optado por el pragmatismo y los otros por la unilateralidad imposible, pero en definitiva son dos caras de la misma moneda.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 14/07/20

08 de juliol 2020

UNA DÉCADA PERDIDA


Estos días se cumplen diez años desde que se hizo pública la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatut de Cataluña.
La elaboración de aquel texto fue, desde el minuto uno, un camino tortuoso y lleno de dificultades que estuvo a punto de fracasar en más de una ocasión. Tras un largo proceso de negociaciones repleto de dudas, desconfianzas y zozobras el nuevo Estatut se aprobó en un larguísimo y tenso pleno en el Parlament en septiembre de 2005. Más tarde, pasó por el Congreso y el Senado, dónde fue “convenientemente cepillado”, como dijo Alfonso Guerra, para ser, finalmente validado, por una amplísima mayoría, en referéndum en junio de 2006. No obstante, la participación no alcanzó el 50% del censo.
En aquella ocasión, y como después se ha ido repitiendo distintas veces, la derecha representada por el PP y los independentistas por ERC pese a ser antagónicos, coincidieron en el sentido de su voto, ambas formaciones pidieron a sus seguidores que votaran no al nuevo texto.
En 2010, un TC muy cuestionado por su falta de renovación, emitía la sentencia sobre el Estatut que anulaba 14 artículos y reinterpretaba otros treinta. De esa forma se suprimían, entre otras atribuciones, el uso preferente del catalán en la Administración, que las decisiones del Consejo de Garantías fueran vinculantes o que el Síndic Greuges tuviera competencias exclusivas. Además de eliminar el valor jurídico del preámbulo en el que Cataluña se proclamaba nación.
Sea como sea, el caso es que aquella sentencia marcó un antes y un después en la política catalana y, por el efecto dominó, también en la española. La publicación del fallo judicial fue la espoleta que hizo detonar la escalada independentista que ha llegado hasta nuestros días. Hay quien sostiene que, sin la crisis económica, que entonces ya estaba desbocada, el secesionismo no hubiera tenido chance. Es posible, pero, en cualquier caso, aquellos polvos trajeron estos lodos.
Con una mayoría de la sociedad muy defraudada con “la política de Madrid” y un Govern de izquierdas con importantes vías de agua a CiU no le fue difícil ganar cómodamente las elecciones al Parlament (46%, 62 diputados) que se celebraron a finales de noviembre. En su discurso de investidura, Artur Mas reivindicó un nuevo modelo de financiación para Cataluña y la “transición nacional” basada en el derecho a decidir. Fue escogido president de la Generalitat el 23 de diciembre y anunció que constituiría el “Govern dels millors”. No sé si fue el “Govern dels millors”, en mi opinión, no, pero desde luego, aquel Ejecutivo puso en práctica las políticas más austericidas de Europa y el que más recortes hizo en menos tiempo de todo el continente.
En verano de 2011 el presidente del Gobierno de España, entonces, Mariano Rajoy, y Artur Mas mantuvieron una entrevista en la Moncloa, en la misma el primero se negó en redondo a negociar cualquier régimen de financiación especial para Cataluña. Eso hizo que Mas, a los pocos días de su regreso de Madrid, se echara en brazos de los movimientos independentistas, aun bastante incipientes. Eso y, quizás, que los casos de corrupción de su partido empezaban a aflorar con fuerza le hicieron tomar la deriva que nos ha traído hasta aquí.
En cualquier caso, el hecho cierto es que ya han pasado diez años, y si echamos la vista atrás podemos ver con cierta perspectiva que esta última década ha sido una década perdida para los catalanes y las catalanas.
El fracaso del proyecto independentista es total: ni viaje a Ítaca, ni unilateralidad, ni República. Pero es que tampoco hemos mejorado como comunidad autónoma. El enfrentamiento permanente del Govern de la Generalitat con el Estado y su intención de ruptura ni nos ha dado más autogobierno, ni mejor financiación, ni tan siquiera nuevas transferencias competenciales. Por otra parte, la Comisión bilateral Estado-Generalitat, solo se ha reunido una vez y fue a instancias de la ministra de Política Territorial, la socialista Meritxell Batet.
En cambio, más de cinco mil empresas trasladaron sus sedes a otras comunidades autónomas, ante la inseguridad jurídica ocasionada por la inestabilidad política. Asimismo, las inversiones extranjeras han mermado de forma considerable, con lo cual hemos perdido capacidad económica como país y, por si no teníamos bastante, se ha divido la sociedad y se ha roto la cohesión social. En mi opinión el bien más preciado que teníamos como sociedad.
Frente a esta nefasta situación, podemos contraponer la evolución de Gobierno Vasco que tras el fracaso del Plan Ibarretxe supo reaccionar, modificar su estrategia y hacer del diálogo, la negociación y el pacto su seña de identidad para entenderse con el Gobierno central.
Las consecuencias están a la vista: una treintena de competencias han sido o serán traspasadas en breve al Gobierno Vasco. En ese contexto hay que destacar como transferencia estrella el régimen económico de la Seguridad Social que muy pronto será gestionando directamente por el Gobierno de Vitoria
Mientras eso sucede en Euskadi, aquí la cuestión es que, como sociedad hemos perdido una década y no se atisba solución, mientras los líderes secesionistas no cambien de actitud. Mal vamos si no son capaces de mostrar arrepentimiento y se empeñan en el “ho tornarem a fer.” Así es prácticamente imposible salir del círculo vicioso al que nos ha llevado el procés.
Por eso no ayudan declaraciones como las que hizo muy recientemente el vicepresident del Govern y coordinador nacional de ERC, Pere Aragonès al decir que: “amnistía para los presos y expatriados, fin de la represión, autodeterminación e independencia, es lo que propondremos en la mesa de diálogo con el Gobierno central”.
¡Hombre! Si esas declaraciones son para consumo interno, pase. Pero si van a ir con ese cartapacio bajo el brazo a negociar, se pueden ahorra el viaje.


Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 07/07/20

02 de juliol 2020

ELECCIONES, YA


A medida que vamos dejando atrás la pandemia de la Covid-19, al menos la fase más nociva, se van alzando voces que piden elecciones al Parlament, cuanto más pronto mejor.
Una mayoría de políticos, periodistas, tertulianos, agentes sociales y personajes de la sociedad civil consideran que la actual etapa política en Cataluña ha terminado y son necesarios unos comicios que den el pistoletazo de salida a una nueva época en nuestro país. Solo algunos hiperventilados, ni siquiera todos, y los que han situado su modus vivendi a la sombra del poder niegan esa evidencia.
El pasado, 29 de enero, fue el propio president Quim Torra quien anuncio en rueda de prensa que fijaría la fecha de las elecciones tras la aprobación de los presupuestos, porque se había perdido la confianza entre los socios de Govern. JxCat y ERC.  Los independentistas no querían, entonces, que fuera el Tribunal Supremo el que marcase la fecha electoral al inhabilitar a Torra. Eso hizo pensar que en verano o, como muy tarde, en otoño, los catalanes acudiríamos a las urnas. Sin embargo, la emergencia sanitaria, vino a cambiarlo casi todo, incluso las previsiones electorales.
En Cataluña, llevamos unos años en los que las cosas suelen ser diferentes al resto del mundo. Por ejemplo: en una crisis como la que hemos padecido lo más razonable era unir fuerzas, acentuar la colaboración y dejar para más adelante las diferencias. En cambio, Torra y su equipo ha hecho todo lo contrario: han acentuado el perfil político-ideológico al estilo de la derecha extrema y han buscado la confrontación constante con el Gobierno central. La cuestión no era menor. De esa forma también marcaban distancia con ERC de cara a lo que está por venir.  
En declaraciones muy recientes Quim Torra ha admitido que “se necesita un nuevo Govern que marque el rumbo político” y que él “tiene muy claro cuando han de ser esas elecciones”. Pues bien, ante la más que probable inhabilitación de Torra, por el Tribunal Supremo, el próximo mes de septiembre, es muy lógico pensar que en otoño seremos llamados para renovar el Parlament. La inestabilidad y fragmentación del espacio nacional-independentista es un hecho muy poco cuestionable y eso puede significar el fin de la hegemonía secesionista.
Con este nuevo paisaje político es muy plausible que se abran unas expectativas inusitadas desde hace muchos años en Cataluña. Por eso, no son pocas las plataformas, grupos y grupúsculos que están barajando la posibilidad de dar el salto y presentarse a las próximas elecciones autonómicas. Los ejemplos más claros son Lliures de Antoni Fernández Teixidó o la Lliga Democrática que está en la órbita del ex primer ministro francés Manel Valls.
El pasado fin de semana se llevó a cabo, de manera virtual, el congreso constituyente del nuevo Partit Nacionalista Català (PNC). La nueva formación está constituida de manera muy mayoritaria por antiguos convergentes incómodos en las filas independentistas y que tienen como referente al Partido Nacionalista Vasco (PNV).
Esta nueva organización estará dirigida por Marta Pascal que había sido coordinadora general del PDECat y fue fagocitada por Carles Puigdemont. De hecho, Pascal ya está en negociaciones con Units per Avançar para concurrir juntos a las próximas elecciones. Es decir, la versión posmoderna de CiU.
Las dos formaciones tienen muchos puntos en común, pero también serias discrepancias. Mientras que el PNC defiende la vía escocesa para lograr la independencia de Cataluña, o sea un referéndum pactado con el Gobierno central, en Units son partidarios de una negociación con el Estado para blindar competencias. Dicho de otro modo, los demócratas cristianos de Units pretenden un sistema competencial y de financiación muy similar al que tienen en Euskadi y Navarra, pero con otro nombre.
Mientras, en el PDECat, entre navajazos y puñaladas por la espalda van deshojando la margarita para decidir si se integran en el proyecto de Carles Puigdemont o mantienen su identidad hasta estrellarse en las rocas de la irrelevancia política.
Por su parte, el ex president prófugo perfila su proyecto, quizás el último. Un proyecto que sería la suma de la Crida per la República, PDECat más algún despistado con ansias de un buen sueldo por un tiempo y, tal vez, alguna estrella de relumbrón como se dice estos días por los cenáculos políticos de Barcelona. Hay quien apunta a Josep Lluís Carod Rovira e incluso a Pep Guardiola en un sitio relevante de la lista, aunque después el entrenador de fútbol renunciara.
La situación es apasionante y hay que ver cómo evoluciona. Estas formaciones tienen un poso ideológico y unas convicciones políticas muy diferenciadas entre sí. Por eso, será muy interesante comprobar si alguna de ellas llega a ser fundamental para conformar una mayoría, y si es así, en que cesta decide poner sus huevos. ¿O sencillamente se venderán al mejor postor, al que más cargos les prometa?
Desde luego, el nuevo estadio político promete.
Con el permiso de todos ustedes seguiré comentando.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 01/07/20


DEL SOCIALISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

En el siglo XIX, la socialdemocracia fue una tendencia revolucionaria difícil de diferenciar del comunismo. Pretendía acabar con la división...