22 d’octubre 2019

CATALUÑA ARDE


Desde hace años en Cataluña estamos padeciendo una polarización ideológica-sentimental creciente. El punto máximo, hasta el momento, ha llegado con la publicación, por parte del Tribunal Supremo, de la sentencia a los líderes del procés.
Es inútil negar las evidencias, el independentismo ha roto las costuras. Se veía venir, pero desde el pasado, 14 de octubre, es un hecho y me temo que lo seguiremos viendo durante mucho tiempo, aunque sea con un ritmo sincopado y con diversas intensidades, pero con un objetivo claro: poner en jaque al Estado.
Cuando empezó esta sin razón del procés los procesistas alardeaban de que el mundo nos miraba. Después, con la evolución de los acontecimientos, quedó claro que nadie reparaba en nosotros. Ahora, con el espectáculo de los últimos días, el mundo nos mira… y se asusta. No por casualidad algunos gobiernos, agencias de viajes y tour operadores están advirtiendo del riesgo que comporta venir a Cataluña.
La imagen que está proyectando es dantesca, más propia de revueltas en repúblicas bananeras y tercer mundistas que de una sociedad compleja, diversa, culta y adelantada como se supone que es la nuestra.  El Aeropuerto del Prat bloqueado, carreteras, autopistas y vías de tren cortadas, coches, motos y contenedores de basura ardiendo, varios comercios saqueados y encontronazos cada vez más violentos entre grupos extremistas y las fuerzas de orden público que han dejado, hasta la fecha, más de seiscientos heridos, entre manifestantes y agentes del orden, entre ellos un policía muy grave en la UCI.
Los daños y pérdidas que genera esta situación son incalculables, porque además del coste económico que supone la cancelación de vuelos y cruceros, los gastos que ocasiona el deterioro de material urbano, las horas de los operarios para revertir la situación y que las vías públicas puedan volver a ser transitables, están los daños morales. Sin olvidar las pérdidas de bienes privados o que las personas no puedan cumplir con sus obligaciones y/o compromisos, pero todavía existe algo peor: la quiebra de la convivencia.
Dicen los independentistas que lo que nos ha traído hasta aquí han sido las condenas de sus líderes: falso. Para ellos las únicas condenas que se podían contemplar era la libre absolución. Sin embargo, cualquier persona que haga uso del sentido común y la lógica sabe que eso no podía ser. El juicio que, a lo largo de cincuenta y dos sesiones, se pudo ver de forma íntegra por televisión, fue transparente y respetuoso con las garantías. Ahora bien, no hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír.
Para el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, lo que está sucediendo es “estrictamente un problema de orden público”. Cierto. No obstante, los orígenes de todo lo que está ocurriendo hay que buscarlos en el terreno de la política y de los sentimientos y ahí está, a mi modo de ver, el quid de la cuestión.
El pujolismo nos dejó, además del 3% y una clase dirigente muy tolerante con la corrupción (recordemos la frase de Félix Millet: “trescientas familias controlaban Cataluña”), un sistema educativo que, aunque quizás no llega a adoctrinar, si enfatiza las cuestiones identitarias hasta el absurdo y banaliza la historia hasta deformarla. Por si fuera poco, el nacionalismo se dotó de unos medios de comunicación públicos controlados, sin ningún rubor, por el poder. A la vez que, los privados eran generosamente recompensados, si defendían la causa a capa y espada, aunque fuese indefendible. Pues bien, seguimos igual y con esos mimbres nos han hecho estos cestos.
Este panorama ha generado un caldo de cultivo que, junto a cuestiones tan diversas como la sentencia de Estatuto de 2010, la crisis económica o un cierto sentimiento de superioridad han hecho que el independentismo tenga un caladero de incondicionales casi inagotable. Las marchas de estos días o la manifestación, en Barcelona, del día 18, con más de medio millón de personas dan prueba de ello.
De todas maneras, todo lo que está sucediendo no ocurre por generación espontánea. Organizaciones sociales como Omnium o la ANC han hecho un trabajo previo muy concienzudo. Llevan años caldeando el ambiente. El “ho tornarema fer o “amb les manifestacions no n’hi ha prou”, son eslóganes del condenado Jordi Cuixart, expresidente de Omnium. A esto hay que añadir una serie de organizaciones satélite como son los “comités de defensa de la república” (CDR), “tsunami democràtic” o “picnic per la república”, entre otras de las que no se sabe todavía ni quien las controla ni realmente quién está detrás
Por si la cuestión no fuera lo suficiente compleja, es indispensable tener en cuenta que, en el terreno político, hay intereses cruzados y un miedo atroz a que alguien sea calificado como traidor, porque lo que está en juego es la hegemonía política en Cataluña para mucho tiempo.
El duelo entre ERC y JxCat es sin cuartel, pero a la sombra. Hasta ahora, Puigdemont ha tenido una vida plácida en Waterloo, pero sabe que no puede ir mucho más allá de lo que dure Torra en la Generalitat. Éste, por su parte, tiene más vocación de activista que de molt honorable president de tan alta institución, y se siente más cómodo en las algaradas que en su despacho. Además, su incapacidad para ejercer el cargo es manifiesta Por eso, está tomando cuerpo la hipótesis de que desde la institución se da algún tipo de soporte a los alborotadores.
Por su parte, los republicanos consideran que les ha llegado el momento de encabezar el Govern de Cataluña, y si pierden esta oportunidad es posible que tengan que pasar décadas hasta que se presente otra.
Este galimatías político hace que la situación esté encallada y nadie se atreva a salir a la palestra, llamar a las cosas por su nombre, reconocer el fracaso, admitir que la unilateralidad no es posible y que la DUI fue un brindis al sol sin efectividad alguna.
¿Pero quién es el valiente que se atreve?

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 22/10/19

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