La concesión de los indultos a los nueve líderes independentistas presos, por parte del Gobierno de España es, con toda probabilidad, la operación política más complicada de esta legislatura para Pedro Sánchez. En función de cómo se desarrollen los acontecimientos el PSOE podría recibir un fuerte correctivo en las próximas elecciones generales. No obstante, el secretario general de los socialistas y presidente del Gobierno ha decidido hacer una apuesta clara por el diálogo, la negociación y el pacto, es decir, ha apostado por “la Agenda del Reencuentro” como han bautizado los fontaneros de la Moncloa el acercamiento a Cataluña, para solventar el conflicto que estamos viviendo.
Desde que se insinuó la
posibilidad de la medida de gracia, han corrido ríos de tinta tratando la
cuestión. No ha habido ningún medio de comunicación que, en un momento u otro, no
le dedicara su portada, su editorial o ambos espacios a la vez; como tampoco
han faltado tertulianos, columnistas y plumillas que han expresado su opinión,
a favor de la excarcelación, unos y en contra otros. Por lo tanto, yo no
insistiré en la bonanza y/o inconveniencia de la medida. El tiempo nos dirá si
ha sido una iniciativa acertada o, por el contrario, el indulto no ha logrado
los objetivos que Pedro Sánchez se había marcado: esto es, normalizar la
situación política, económica y social de Cataluña.
Quiero, sin embargo, poner el
foco en la reacción que se ha producido en la otra ribera, es decir, en el terreno
independentista. Nadie con un mínimo de sentido común esperaba que los presos
indultados dieran las gracias, algo que ni siquiera es deseable. Ahora bien, tampoco
hacía falta que los excarcelados salieran de la prisión de Lledoners
enarbolando una pancarta con el Freedom for Catalonia, ni que fueran recibidos
con honores casi de Estado. De la misma manera que bravatas como el “vamos a
por todas” de Raúl Romeva o “lucharemos por un estado independiente” que dijo
Jordi Sánchez, la fanfarronada de Jordi Turull cuando manifestó que “su
compromiso no es parcial ni revisable”, al igual que la chulería de Gabriel
Rufián en el pleno del Congreso preguntando “cuando va a terminar la represión
en Cataluña”, no ayudan a tranquilizar el ambiente. Más bien todo lo contrario
y, además, dan argumentos a los que no quieren los indultos. De todas formas,
podemos estar tranquilos porque con aliados como estos el Gobierno no necesita
adversarios.
Se argumentará que son proclamas
para el consumo interno y para mantener alta la moral de los feligreses del
nacional independentismo, pero es que al otro lado de la raya también hay
personas que tienen su raciocinio y sus sensibilidades a los que les ha costado
mucho asimilar lo de los indultos, si ahora tienen que escuchar que “lo
volverán a hacer”, “que esto es un derrota para el Estado”, que exigen
“autodeterminación y amnistía”, y otras
milongas por el estilo, para ellos es un escarnio y de ahí a pensar que hubiera sido mejor que los presos se hubieses quedado
en la cárcel solo hay un Pablo Casado atizando las bajas pasiones.
“Dos no se pelean si uno no
quiere”, dice un conocido refrán. Cierto, pero también es verdad que para que
dos sean amigos lo han de querer las dos partes. El Gobierno de España ya ha
dado pasos para intentar solventar el problema. Ahora debe ser el
independentismo, encabezado por ERC, porque de los hiperventilados no cabe
esperar nada, quien marque el punto de inflexión.
En las últimas semanas
habíamos asistido a la representación de la política de las formas, es decir,
buenas palabras, fotos de saludos, declaraciones más o menos cordiales y un
largo etcétera. Ahora ha llegado el momento de la política de los hechos.
Es probable que en las
próximas semanas se constituya la Mesa de Negociación entre Gobierno central y
el de la Generalitat, cuando se hagan públicos los nombres de las personas que
participaran en las negociaciones empezaremos a tener una idea bastante precisa
de la voluntad de las partes para llegar a acuerdos.
A nadie se le pide que
renuncie a sus sueños. Sin embargo, si podemos y debemos exigir a los líderes
políticos que sean pragmáticos y en la situación que estamos viviendo es
primordial que se ocupen de la política de las cosas y, no tanto, de las cosas
de la política.
Quiero ser razonablemente
optimista y pensar que sobre la mesa se van a poner cuestiones viables dentro
de la legalidad y que tengan un encaje constitucional. Para eso, es necesario
que ERC se desprenda del marcaje al que les someten los del cuanto peor mejor
porque quizás este sea el último tren que pase, en mucho tiempo, con destino a
la estación del reencuentro y la concordia, y si descarrila la derecha puede
ser la gran beneficiada. Entonces, algunos que, sin mucho entusiasmo han
apoyado los indultos, lo lamentarán, pero todos lo vamos a pasar muy mal. En
especial los que estamos por el diálogo, la negociación y el acuerdo.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
28/06/21