El mono tema procesista cada
vez resulta más tedioso, quizás por eso, el sunami que ha removido, estos días,
la ciénaga política madrileña ha despertado nuestras neuronas y ha dado un poco
de vida ante tanto titular de victimismo ya amortizado.
Así las cosas, a los que
tenemos la gran suerte de dejar por escrito nuestras opiniones sobre los temas
más variopintos y, además, verlas publicadas, nos ha venido como agua de mayo
el lamentable espectáculo que ha ofrecido Cristina Cifuentes con su máster no
realizado y las cremas no pagadas.
Dicen que Cifuentes tenía
previsto presentar su dimisión como presidenta de la Comunidad Autónoma de
Madrid el próximo 2 de mayo. Precisamente el día que se celebra la Fiesta de la
Comunidad. Sin embargo, alguien, por si acaso, ha decidido hacerla caer antes.
Se comenta en los mentideros
políticos madrileños que, en otoño de 2016, un empresario con importantes
intereses en la Comunidad se puso en contacto con diversos medios de
comunicación de ámbito nacional ofreciéndoles importante documentación sobre la
vida privada de Cristina Cifuentes, entre la misma un video que la dejaba
bastante mal parada, a cambio de que se dejara de publicar información sobre el
ático de Ignacio González en Estepona. Entonces, nadie entró al trapo y el
asunto, hasta hace unos días, permaneció archivado, vayan a saber ustedes
donde.
El caso es que, 35 días
después de que se destapara el escándalo del no máster, a Cifuentes le ha
estallado un bombazo en plena cara, por
hurtar unas cremas en un centro comercial. El hecho en sí es doblemente
miserable. Miserable porque alguien ha hurgado en la vida personal de un cargo
público para sacar sus miserias a la luz y acabar así con su carrera política. A
la vez, también es miserable que una persona en la que millones de ciudadanos
han depositado su confianza para que gestione cosas tan sensibles como la
sanidad, la educación de los hijos o las ayudas sociales, haya sido capaz de
hurtar unas tristes cremas regeneradoras. Si eso hizo en un súper mercado ¿qué
no sería capaz de hacer en un lugar como el Gobierno de la Comunidad de Madrid
dónde se mueven cientos de millones de euros? Menos mal que cuando accedió al
cargo advirtió que tendría tolerancia cero con la corrupción porque si no, a
poco que se hubieran despistado los madrileños se lleva a su casa la fuente de
Cibeles o la puerta de Alcalá. Eso sí, por error y sin darse cuenta,
naturalmente.
De hecho, Cifuentes debería
haber dimitido inmediatamente después de que se destaparan las irregularidades
de su título. Ella sabía mejor que nadie que había de verdad y que de mentira
en ese affaire. Sin embargo, prefirió poner en marcha el ventilador y hacerse
la víctima lamentando una campaña contra ella de acoso y derribo, orquestada,
según dijo, desde su propio partido.
Bien es cierto que fue
Cifuentes quien informó al fiscal de posibles irregularidades en el Canal de
Isabel II y que también puso al descubierto diversas deficiencias en la
construcción de la ciudad de la Justicia.
Quizás, de esa forma, la ya expresidenta estaba firmando su defunción
política y ahora los carroñeros políticos no han hecho otra cosa que cobrarse
la pieza al más puro estilo de la mafia.
Hace un par de semanas era
aclamada en la convención que su partido hizo en Sevilla. En cambio, ahora, algunos
de aquellos que entonces la aplaudieron son los que han precipitado su caída.
Muchos pensábamos que con la
corrupción del PP valenciano ya habíamos visto todo lo malo y peor que se podía
ver en política. Nos equivocamos. En Madrid, desde el tamayazo en 2003 y con
los casos Gürtel, Púnica y Lezo, además de los aferes internos, los populares
nos han demostrado que siempre se puede hacer peor y siempre se puede corromper
más.
Desde luego, no seré yo quien
mueva un dedo ni escriba una frase en defensa de un personaje como Cristina
Cifuentes. No obstante, este turbio asunto pone de relieve que, si los caminos
del Señor son inescrutables, lo que se cuece en la cocina de las cloacas del
poder, para conseguirlo, mantenerlo o cargarse a quien lo ostenta -según
interese en cada momento-, es insondable.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
30/04/18