Hace unos días me explicaba un
amigo, ya felizmente jubilado, que cuando cesó en su labor profesional tuvo que
vaciar el local que ocupaba su pequeño taller. Para llevar a cabo el trabajo
contrató los servicios de un camión grúa para retirar la maquinaria. Como que
tenían que cortar el tráfico de la calle para llevar a cabo el desalojo, mi
amigo tuvo que hacer diversos trámites, llevar a cabo un farragoso papeleo,
pagar unas tasas al Ayuntamiento y, de esa forma, le autorizaron a ocupar un par
de horas la vía pública para realizar la maniobra. Llegado el día de autos,
cuando los operarios estaban acabando el trabajo apareció una patrulla a de la Guardia
Urbana que les pidió toda la documentación. Mi colega se la enseñó y, aunque
admitieron que estaba todo en regla y quedaba media hora de margen, instaron a
los trabajadores a que acabaran su trabajo y abrieran paso a la circulación
porque la calle llevaba mucho tiempo cortada, según dijeron los agentes.
He sacado ese hecho a colación
porque me parece que pone de manifiesto la doble vara de medir que tiene el
Ayuntamiento de Barcelona en determinados asuntos. Me estoy refiriendo, seguro
que ya lo han adivinado, a los cortes de tráfico en la Meridiana que los
sufridos barceloneses soportamos cada noche desde hace más de cuatro meses.
Todo empezó con las protestas
por la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del procés. En aquellos
aciagos días de mediados de octubre se produjeron infinidad de incidentes que
no voy a recordar aquí porque están en la memoria de todos, pero
paulatinamente, unos más deprisa y otros menos, se fueron acabando. Sin
embargo, un grupo de descerebrados indepes han seguido cortando el tráfico cada
noche, de forma sistemática, en la Avenida Meridiana de Barcelona que, por si
alguien no lo sabe es una de las vías de entrada y/o salida más importante de
la ciudad.
No voy a meter el dedo en la
yaga más de lo necesario porque todos sabemos lo que allí, noche tras noche
está ocurriendo. Y, de hecho, si es grave que corten la avenida, más grave es aún
que las autoridades lo permitan. Que el departamento de Interior del Govern de
la Generalitat lo tolere, no me extraña, de este Ejecutivo se puede esperar
cualquier cosa y cuanto más descabellada más probabilidades hay de que ocurra.
Pero que el Ayuntamiento transija es muy grave. Ya sabemos que a la alcaldesa
Colau le gusta jugar a dos bandas, pero es que el responsable de la Seguridad
en el Consistorio es Albert Batlle ( que salió elegido en la lista del PSC) y,
aunque es cierto que esos cortes del tráfico corresponde solucionarlos a los
Mossos d’Esquadra, el Ayuntamiento no puede permanecer indiferente y hace mucho
tiempo debería haber actuado para meter en vereda a los “cortadores” de la
Meridiana, porque nada de lo que ocurra en su territorio le puede ser ajeno.
Confieso que no me gustó ver
de nuevo en las listas electorales del PSC a Albert Batlle. “Mal debe andar de
confianza en sus bases la dirección socialista de Barcelona, cuando han de
echar mano de un tránsfuga ideológico”. Pensé.
No obstante, aplaudí sin
reparos la iniciativa de Batlle, cuando recién nombrado máximo responsable de
la Seguridad de la ciudad ordenó a la Guardia Urbana acotar la venta
indiscriminada del top manta. Luego, con las abatidas nocturnas en las zonas de
ocio del Port Olímpic y cercanías me pareció que, aunque acertadas estaban un
poco pasadas de vueltas. En cambio, ahora, a Albert Batlle le ha salido la vena
nacionalista y no ha movido un dedo ni ha dado una sola indicación para acabar
con algo que es puro gamberrismo disfrazado de fervor patriótico.
Cada cual es muy libre de
tener la ideológica que considere más oportuna y de ponerla en práctica dentro
del marco de la legalidad, cuando se vive en un marco de libertad como es
nuestro caso. Ahora bien, si se ostenta un cargo de representación política lo
que debe prevalecer por encima de cualquier consideración es el servicio a la
comunidad. Por eso, si Albert Batlle tiene dudas ante cuál es su
responsabilidad o considera que le flaquean las fuerzas para llevar a cabo su
cometido, lo que debe hacer es dimitir. Otros habrá que vendrán a cumplir con la
obligación de servir a la sociedad que les ha nombrado.
Bernardo Fernández
Publicado en el Catalán
19/02/20