23 de febrer 2020

LAS FLAQUEZAS DE ALBERT BATLLE


Hace unos días me explicaba un amigo, ya felizmente jubilado, que cuando cesó en su labor profesional tuvo que vaciar el local que ocupaba su pequeño taller. Para llevar a cabo el trabajo contrató los servicios de un camión grúa para retirar la maquinaria. Como que tenían que cortar el tráfico de la calle para llevar a cabo el desalojo, mi amigo tuvo que hacer diversos trámites, llevar a cabo un farragoso papeleo, pagar unas tasas al Ayuntamiento y, de esa forma, le autorizaron a ocupar un par de horas la vía pública para realizar la maniobra. Llegado el día de autos, cuando los operarios estaban acabando el trabajo apareció una patrulla a de la Guardia Urbana que les pidió toda la documentación. Mi colega se la enseñó y, aunque admitieron que estaba todo en regla y quedaba media hora de margen, instaron a los trabajadores a que acabaran su trabajo y abrieran paso a la circulación porque la calle llevaba mucho tiempo cortada, según dijeron los agentes.
He sacado ese hecho a colación porque me parece que pone de manifiesto la doble vara de medir que tiene el Ayuntamiento de Barcelona en determinados asuntos. Me estoy refiriendo, seguro que ya lo han adivinado, a los cortes de tráfico en la Meridiana que los sufridos barceloneses soportamos cada noche desde hace más de cuatro meses.
Todo empezó con las protestas por la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del procés. En aquellos aciagos días de mediados de octubre se produjeron infinidad de incidentes que no voy a recordar aquí porque están en la memoria de todos, pero paulatinamente, unos más deprisa y otros menos, se fueron acabando. Sin embargo, un grupo de descerebrados indepes han seguido cortando el tráfico cada noche, de forma sistemática, en la Avenida Meridiana de Barcelona que, por si alguien no lo sabe es una de las vías de entrada y/o salida más importante de la ciudad.
No voy a meter el dedo en la yaga más de lo necesario porque todos sabemos lo que allí, noche tras noche está ocurriendo. Y, de hecho, si es grave que corten la avenida, más grave es aún que las autoridades lo permitan. Que el departamento de Interior del Govern de la Generalitat lo tolere, no me extraña, de este Ejecutivo se puede esperar cualquier cosa y cuanto más descabellada más probabilidades hay de que ocurra. Pero que el Ayuntamiento transija es muy grave. Ya sabemos que a la alcaldesa Colau le gusta jugar a dos bandas, pero es que el responsable de la Seguridad en el Consistorio es Albert Batlle ( que salió elegido en la lista del PSC) y, aunque es cierto que esos cortes del tráfico corresponde solucionarlos a los Mossos d’Esquadra, el Ayuntamiento no puede permanecer indiferente y hace mucho tiempo debería haber actuado para meter en vereda a los “cortadores” de la Meridiana, porque nada de lo que ocurra en su territorio le puede ser ajeno.
Confieso que no me gustó ver de nuevo en las listas electorales del PSC a Albert Batlle. “Mal debe andar de confianza en sus bases la dirección socialista de Barcelona, cuando han de echar mano de un tránsfuga ideológico”. Pensé.
No obstante, aplaudí sin reparos la iniciativa de Batlle, cuando recién nombrado máximo responsable de la Seguridad de la ciudad ordenó a la Guardia Urbana acotar la venta indiscriminada del top manta. Luego, con las abatidas nocturnas en las zonas de ocio del Port Olímpic y cercanías me pareció que, aunque acertadas estaban un poco pasadas de vueltas. En cambio, ahora, a Albert Batlle le ha salido la vena nacionalista y no ha movido un dedo ni ha dado una sola indicación para acabar con algo que es puro gamberrismo disfrazado de fervor patriótico.
Cada cual es muy libre de tener la ideológica que considere más oportuna y de ponerla en práctica dentro del marco de la legalidad, cuando se vive en un marco de libertad como es nuestro caso. Ahora bien, si se ostenta un cargo de representación política lo que debe prevalecer por encima de cualquier consideración es el servicio a la comunidad. Por eso, si Albert Batlle tiene dudas ante cuál es su responsabilidad o considera que le flaquean las fuerzas para llevar a cabo su cometido, lo que debe hacer es dimitir. Otros habrá que vendrán a cumplir con la obligación de servir a la sociedad que les ha nombrado.

Bernardo Fernández
Publicado en el Catalán 19/02/20

11 de febrer 2020

¿TANTO RUIDO PARA ESTO?


Llevamos casi ocho años con la matraca del procés en Cataluña. En todo este tiempo, hemos pasado de un movimiento, de apariencia, casi naif, “la revolución de las sonrisas”, a tener que soportar acciones claramente violentas que han ido desde la provocación y enfrentamientos con la policía, acampadas, cortes de tráfico y fuego en calles, autopistas y carreteras, hasta sabotajes en las vías férreas. Sin olvidar actos de vandalismo y saqueo en comercios e incluso varios intentos de abortar la actividad en el aeropuerto internacional de El Prat. En definitiva, un ramillete innumerable de acciones que han atentado directamente contra la convivencia y el derecho de todos los ciudadanos a moverse con absoluta libertad.
Todo eso no ha ocurrido por generación espontánea. Los líderes políticos que ahora quieren dialogar con el Estado son los mismos que negaron el pan y la sal de la democracia (el diálogo) los días 6 y 7 de septiembre de 2107 a la oposición en el Parlament. Ellos fueron los que, durante años, caldearon el ambiente con proclamas como el “España nos roba” “la democracia española es peor que la de Turquía”, “España es como Corea” y otras barbaridades por el estilo.
Desde las más altas instancias del poder se han alimentado, de forma totalmente irresponsable, grupos nada pacíficos como los Comités de Defensa de la República (CDR). Pues bien, por si no había bastante con esos descerebrados, en otoño de 2019 apareció un semi misterioso Tsunami Democrático de paternidad desconocida que invitaba a desobedecer al “Estado autoritario”, para el que personajes como el president Quim Torra, el vicepresident Pere Aragonés o el entrenador de fútbol Pep Guardiola pidieron soporte. Con esos antecedentes, que la violencia hiciera acto de presencia era una cuestión de tiempo.
Llegados a este punto, la pregunta parece obvia: ¿para qué ha servido todo eso? La respuesta también lo es: para nada. Perdón, si ha servido. Ha servido para generar dolor y enfrentamiento entre los ciudadanos, empobrecernos como personas y como país y, lo que es peor, fracturar a la sociedad catalana en dos mitades.
De todas maneras, esta etapa política se ha terminado. Lo anunció el president Quim Torra, en la declaración institucional que llevó a cabo, en el Parlament, tras perder su acta de diputado. y convocar elecciones, aunque sin fecha concreta, tras la aprobación de los presupuestos. La entrevista entre el presidente del Gobierno de España y el de Cataluña en el Palau de la Generalitat con la propuesta del primero de “La Agenda del reencuentro”, como se ha dado en llamar al documento que Pedro Sánchez puso encima de la mesa para empezar a negociar es, además de una propuesta de futuro, el certificado que acredita el fin de esa nefasta etapa. 
De los resultados que se den en las próximas elecciones autonómicas y de las alianzas y/o pactos que se puedan tejer tras esos comicios dependerá que Cataluña siga en caída libre o empiece a recuperar, aunque sea de forma paulatina lo que se ha ido dejando por el camino en estos años de secesionismo baladí.
La vía unilateral nos ha llevado a la etapa más oscura de nuestra historia reciente. Hemos perdido prestigio político y económico, además de otras muchas cosas de valor inmaterial, como puede ser la autoestima como pueblo, por ejemplo. La parálisis legislativa ha sido prácticamente total. La inacción de los sucesivos Governs secesionistas ha ido escandalosamente en aumento y eso ha hecho que nuestro nivel de vida descendiera. Hoy los servicios públicos como la Sanidad o la Enseñanza y las prestaciones sociales en general son peores que hace ocho años. Todos los Ejecutivos independentistas, que tan esplendidos y generosos han sido abriendo embajadas y subvencionando entidades de su cuerda ideológica, se han mostrado incapaces de revertir los recortes que puso en práctica Artur Mas.
Nos han hecho perder mucho tiempo, muchas energías y mucho de todo, a cambio no se ha ganado nada. La independencia se ha demostrado imposible y la unilateralidad impracticable. Separar de un día para otro y de manera abrupta lo que ha estado unido durante siglos no es viable. A no ser que se asalten los palacios de invierno. La segregación genera inquietud y rechazo tanto dentro de casa como en nuestro entorno geopolítico. Entre nosotros porque somos muchos más los ciudadanos que estamos por el pacto y el acuerdo con el resto de España que los que prefieren la ruptura. En Europa el secesionismo inquieta porque se percibe como una quiebra del bienestar existente y suscita el temor de que pueda producirse el efecto dominó en otros lugares con similitudes con Cataluña.
Todo esto, no significa que el independentismo como ideología no pueda tener su espacio político, pero sus defensores han de tener la capacidad de desarrollar el diálogo dentro de los cauces democráticos y con el máximo respeto a la convivencia, la Constitución y el Estatuto de Autonomía. Pero ya está bien de tanto ruido, tanto jaleo y tanto exabrupto. Ha quedado meridianamente claro que por esos caminos se acaba generando violencia y se quiebra la cohesión social que es, a mi modo de ver, el valor más preciado que como sociedad teníamos en Cataluña y, más pronto que tarde, lo hemos de recuperar.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 10/02/20

04 de febrer 2020

AQUELARRE "INDEPE"


Siento indignación y vergüenza cuando veo lo que sucede en el Parlament de Cataluña. Los parlamentos son, por definición, templos de la palabra. Sin embargo, el catalán desde que cayó en manos de la mayoría independentista, se ha convertido en una caja de resonancia de sus caprichos, un lugar donde con frecuencia se desprecian los derechos de las minorías y en el escenario preferido de los secesionistas para llevar a cabo sus performances. En aquel respetable hemiciclo JxCat y ERC igual se hacen arrumacos como dos tortolitos, que se baten en duelo para conservar el poder unos y para lograrlo los otros, como si la Cámara catalana fuera el OK Salón.
No hace falta tirar de hemerotecas para comprobar que no exagero. El pasado lunes, día 27, después de que el secretario del Parlament Xavier Muro le retirara el acta de diputado a Quim Torra, en cumplimiento de un fallo del Tribunal Supremo, los independentistas volvieron a ofrecer un espectáculo repulsivo.
Los enfrentamientos entre las familias secesionistas pusieron de manifiesto la división existente entre ellos. La crispación vivida durante la sesión plenaria, no sólo afecta a la ya maltrecha imagen del Parlament, también afecta al conjunto de instituciones catalanas, porque se proyecta una imagen de país tercermundista incapaz de autogobernarse. Y, como consecuencia, se pone en tela de juicio la capacidad política de los actuales gobernantes que se muestran incapaces de gestionar de forma adecuada una situación, ciertamente, delicada, pero a la que se ha llegado por la chulería infantilista del máximo responsable de la Generalitat, Quim Torra, jaleado por sus acólitos.
Hasta tal punto llegó el desencuentro que ni fueron capaces de aprobar los presupuestos del propio Parlament que ya habían pactado días antes. Tampoco los diputados de ERC aplaudieron y jalearon al president como viendo siendo habitual cuando éste finaliza una intervención.
El cruce de reproches fue tal y el desbarajuste de tanta dimensión que el president de la Cámara, Roger Torrent aplazó el pleno hasta la semana siguiente para intentar salvar los muebles y poder, aunque sea de manera precaria, recomponer la unidad, al menos de forma aparente.
Por si los sufridos ciudadanos no habíamos tenido bastante, para el martes siguiente tenían preparado otro show, pero con otro guion. Esta vez tocaba la comparecencia de seis de los políticos encarcelados por la sentencia del procés, en la comisión creada en el Parlament para investigar los efectos que tuvo la aplicación del 155.
En mi opinión, y con los avances tecnológicos de hoy en día, hubiera sido muy razonable que hicieran sus intervenciones por video conferencia. Sin embargo, no fue así. Tuvieron que asistir en persona y, como no podía ser de otra forma montaron otro aquelarre “indepe” en otro día histórico -uno más-.
Para empezar, cambiaron la reunión del Consell Executiu, que se reúne los martes al miércoles, para que el Govern en pleno asistiera al espectáculo. Una vez llegados los condenados al Parlament, y tras un recibimiento popular más que discreto, por poco más de un centenar de palmeros, fueron recibidos por los que comparten con ellos ideología y pesebre con alfombra roja, abrazos, aplausos, vítores y toda la parafernalia que imaginarse pueda. Sólo les faltó, a la salida, de regreso a la cárcel, dar la vuelta al ruedo y salir a hombros. Eso sí, a falta de tradición taurina entonaros “els segadors”.
Las declaraciones de los comparecientes no aportaron nada nuevo: el “ho tornarem a fer” fue una constante en todas las declaraciones y están convencidos que no hicieron nada mal hecho y que persistirán en la autodeterminación y en otro referéndum. El más lucido fue Oriol Junqueras, para quien estar en prisión es una inversión, y entre otras cosas dijo que “no condicionarían nunca le diálogo por estar en la cárcel”. También, en otro momento de su intervención, aunque se mostró escéptico consideró que “la mesa de diálogo (con el Gobierno) es un paso adelante, porque es la primera vez que se reconoce la existencia de un conflicto político…”
Al menos, en esta ocasión la trifulca independentista se ha resuelto con rapidez. El pasado miércoles a mediodía, Quim Torra entonó el canto del cisne. En una declaración institucional trufada de insultos y amenazas a todos los que no son suyos, suyos; anunció que la legislatura está agotada. En consecuencia, una vez aprobados los presupuestos (algo que ocurrirá, previsiblemente, entre finales de marzo y primeros de abril), convocará elecciones.
Ante esta sucesión de acontecimientos, hay quien opina que el procés ha muerto. Es posible. De todos modos, estemos preparados porque los últimos estertores pueden ser peligrosos.

Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán 02/02/20
 

DEL SOCIALISMO A LA SOCIALDEMOCRACIA

En el siglo XIX, la socialdemocracia fue una tendencia revolucionaria difícil de diferenciar del comunismo. Pretendía acabar con la división...