Según un estudio de la
Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, el gasto
social en Cataluña se ha reducido desde 2009 en un 19,96 %. Es decir, la
sanidad, la educación y los servicios y políticas sociales han perdido 4.134
millones de euros durante los años de la crisis económica. Cataluña tiene el
triste honor de ser la comunidad autónoma que más ha recortado en políticas
sociales.
Las cifras son
descorazonadoras. El gasto en sanidad ha caído un 27,5 %, entre 2009 y 2015. O
sea, 3.328 millones de euros. En educación el recorte fue de un 12 %, lo que
equivale a 781 millones de euros. Y para servicios sociales en estos años han
llegado 25 millones de euros menos.
Estas cifras significan que el
gasto social por habitante en 2017 fue de 2.227 euros, 560 menos que antes de
la crisis. Sobran las palabras.
Por otra parte, la
actividad legislativa y el necesario y democrático control al Govern han
desaparecido. En el mes de julio se
suspendió un pleno del Parlament por un desacuerdo, llamado Puigdemont entre
los grupos independentistas, y no está previsto celebrar ningún pleno hasta
octubre. Asimismo, la mayoría secesionista ha negado la creación de una
comisión de investigación para averiguar si los Mossos d’Esquadra espiaron a determinados
políticos, periodistas y abogados contrarios al procés. Pese a que según el artículo 67.3 del
reglamento de la Cámara catalana se debe crear una comisión cuando lo soliciten
una tercera parte de los diputados —65 de 135— o tres grupos parlamentarios. Ni
así. Lo pidieron Ciudadanos, PSC, Catalunya en Comú y el PP y los independentistas
hicieron como si oyeran llover.
Por si todo esto fuera
poco, en los despachos y en los centros de poder se está librando una sórdida
batalla, entre JuntsxCat y ERC, por el control de TV3 y Catalunya Ràdio. Mientras
que los trabajadores lamentan la existencia de “acuerdos privados para
repartirse TV3” y sigue pendiente la reforma de la ley de la Corporación
Catalana de Medios Audiovisuales pactada hace más de un año.
Con este panorama de fondo y -supongo
que, como dicen ellos- para normalizar el país, noventa altos cargos,
exdiputados y personal eventual del Govern cesados con el 155 han sido
recolocados en la Administración pública catalana. En su mayoría personas
vinculadas a los partidos independentistas de la coalición en el poder, que han
hecho del procés su modus vivendi. Prácticamente todos han recuperado el mismo
lugar de trabajo u ocupaciones parecidas, aunque hay casos de cambios
significativos de responsabilidad o de ascensos.
Los más relevantes son
los de los exconsejeros de Cultura y de Agricultura, Lluís Puig y Meritxell
Serret, que han sido nombrados, respectivamente, director del Programa para el
Desarrollo de Proyectos Culturales de Ámbito Internacional y delegada del
Govern ante la Unión Europea. Puig y Serret huyeron a Bélgica en octubre del
año pasado para evitar su procesamiento en España.
Con estos datos sobre la
mesa, el president Torra, en vez de ir al Parlament y debatir con el resto de
grupo parlamentarios, prefiere dar conferencias para sus acólitos, compararse con
Martin Luther King, proponer “marchas por las libertades”, decir que no
aceptará las sentencias a los políticos presos si no son absolutorias e
insultar con desfachatez, llamando fascistas, a los que no piensan como él. Tal
y como hizo en el acto realizado en el Teatre Nacional de Cataluña, el pasado 4
de septiembre.
De todos modos, le guste
o no a Quim Torra, la Cataluña real es la de los recortes para los ciudadanos
de a pie, la de falta de los más elementales sistemas de control democrático y de
control al gobierno. Sin embargo, lo que no falta es uno de los principios
fundamentales de un régimen autocrático que se precie: la colocación (en este
caso recolocación) de los leales a la causa.
Lo demás son mandangas
para tener al personal entretenido.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
05/09/18
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