Es muy posible que, tras la
publicación de este artículo, se me acuse tanto por los talibanes del procés,
como por algunos buenistas, conservadores, equidistantes e, incluso, prudentes
de buena fe de estar a favor de coartar la libertad de expresión, jalear al
populismo y azuzar el enfrentamiento civil. Nada más lejos de la realidad. No obstante, tengo
por norma escribir según mi más leal saber y entender, aunque eso levante
ampollas o sea políticamente incorrecto. Y esos son para mí, principios
irrenunciables que no pienso cambiar, al menos, mientras tenga uso de razón.
Hecha esta aclaración, vaya
por delante que estoy a años luz de los planteamientos ideológicos de
Ciudadanos. No comparto ni sus propuestas sobre cuestiones económicas ni,
tampoco, me parecen acertadas casi ninguna de las que hacen en cuestiones de
sanidad, educación o políticas sociales en general. Además, considero que desde
que Pedro Sánchez presentó y ganó la moción de censura, a los de la formación
naranja el abismo se les ha abierto bajo los pies. Pensaban que llegar al
gobierno era cuestión de ver como se despeñaba Rajoy y el PP era pulverizado
por los innumerables casos de corrupción que le atenazan. Sin embargo, de la
noche a la mañana, han visto como caían en las encuestas y su líder, Albert
Rivera, perdía el argumento del relevo generacional frente al nuevo cabeza de
cartel de los populares, ya que Rivera y Pablo Casado, son prácticamente de la
misma quinta.
Quizás por todo eso han
endurecido su discurso, y de manera especial lo han hecho sobre Cataluña. De
todos modos, aquí nunca se anduvieron con medias tintas. De ahí que, echando
mano, de cierto populismo Rivera y Arrimadas días atrás se arremangaron para bajar
a la calle a quitar lazos amarillos.
Pues bien, no diré que
acciones de este tipo o las que protagonizaron casi un centenar de personas con
monos blancos y la cara tapada en la provincia de Girona sean dignas de aplauso,
no. Pero no hay que perder de vista que no fueron ellos los que han llenado
lugares públicos y fachadas de instituciones, que son de todos, de lazos
amarillos y pancartas en defensa de unos individuos que están en prisión por
intentar dar un golpe de estado los días 6 y 7 de septiembre del año pasado
convocar un referéndum ilegal o proclamar una república el último 27 de
octubre. Y es que a veces parece que tengamos Alzheimer selectivo.
Por eso, el Defensor del
Pueblo, Francisco Fernández Marugán, en una declaración institucional ha pedido
a los poderes públicos catalanes que respeten el principio de neutralidad
ideológica que debe regir en cualquier sociedad libre, abierta, democrática y
tolerante.
Tampoco deberíamos olvidar que
Ciudadanos ganó las elecciones del 21 D con un millón largo de votos y esos que
les votaron, con toda probabilidad, necesitan saber que hay quien se preocupa
por ellos y no sólo les va a pedir el voto.
Por todo ello, me han irritado
sobre manera declaraciones como las de Artur Mas cuando dijo que Ciudadanos
había nacido para romper la convivencia en Cataluña o las de Colau que les
sugirió poner lazos de color naranja. Tampoco tienen desperdicio las
declaraciones de Josep Costa, vicepresidente del Parlament (el mismo individuo
que se negó a dar la mano al jefe del Estado en los actos en honor a las
víctimas del 17 A) cuando reconoce que se ríe de la formación naranja porque
representa a los ultras de este país. De igual manera, Eduard Pujol, portavoz
de JuntsxCat, califica a Ciudadanos de pirómanos.
Desde luego, no seré yo quien
diga que la actitud de quitar lazos sea ejemplarizante ni un referente para
lograr un modelo de convivencia. Ahora bien, tampoco lo es ponerlos y este no
es el cuento del huevo y la gallina. Aquí hay una acción y una reacción. Sin la
primera nunca hubiera existido la segunda.
Así las cosas, sorprende que
se contemporice con los que inician la bronca y se quiera demonizar a los que
quieren volver al día de antes. Da la sensación que a la hora de juzgar no son
pocos los que utilizan un doble rasero.
Bernardo Fernández.
Publicado en El Catalán
05/09/18
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