13 de desembre 2017

LA MARCHA AMARILLA

Buena parte de la sociedad catalana, inducida por sus líderes políticos y agitadores sociales a sueldo, camina imperturbable hacia el abismo.
El problema es que, en su viaje hacia el absurdo, nos van a arrastrar a todos, tengamos o no el mismo credo ideológico.
El mundo nos mira decían hace un tiempo los secesionistas. En efecto, el mundo nos mira, alucina y se asusta. No es casualidad que la inversión haya caído y las reservas hoteleras para las próximas fiestas en Barcelona sean un 50% menos que el año pasado en las mismas fechas. ¿Por qué será? ¿Tendrá algo que ver la situación política que estamos viviendo?
Algunos irresponsables no acaban de tomar en serio que más de 3.000 empresas hayan cambiado su sede social y un millar largo la fiscal. Cuando empiece la deslocalización y con ella la pérdida de puestos de trabajo, entonces todos lo lamentaremos, pero la culpa será de aquellos que generaron inseguridad política y jurídica, aunque acabaremos pagando los de siempre: trabajadores, clases medias y populares.
Con este panorama de fondo, tuvo lugar la semana pasada la marcha amarilla. Unos 250 autocares, una quincena de vuelos chárteres y un sinfín de coches particulares se desplazaron la semana pasada a Bruselas, aprovechando la fiesta de la Constitución y el puente de la Inmaculada, para manifestarse, entre otras cosas, en contra de esa misma Constitución, que paradoja, ¿no?
Según la policía belga, unas 45.000 personas asistieron al evento, Datos que, por cierto, empiezan a ponerse en tela de juicio. En cualquier caso, mucha gente, sin duda. Eso demuestra que el soberanismo está movilizado y no se para en barras.
Desde luego, cada cual es muy libre de manifestarse como y donde quiera. No obstante, todo tiene un límite y los excesos verbales, diatribas y exabruptos que día sí, día también, lanzan contra el sistema de convivencia del que libremente nos hemos dotado, no es tolerable.
Basta con escuchar con un mínimo de atención las intervenciones que llevaron a cabo los exdirigentes fugados y las de los bufones que les fueron a visitar para constatar los desvaríos de esos personajes.
Ahora bien, quien se lleva la palma en todas las declaraciones e intervenciones es el president cesado, Carles Puigdemont. Hace unos días tuvo la ocurrencia de proponer un referéndum para saber si los catalanes querían salir de Europa, porque la UE era un “club de Estados decadentes” había dicho con anterioridad.
Por otra parte, en la intervención que hizo ante los manifestantes dijo que “aquella manifestación independentista era la mejor cara de Europa.” Me parece que ante tales expresiones no hacen falta explicaciones, se explican por si solas.
Ante este cúmulo de despropósitos, me inclino a pensar que es muy posible que el frío del corazón de Europa haya afectado las meninges de Puigdemont y sus escuderos. De todos modos, cuando estaban aquí, en pleno ejercicio de sus responsabilidades, ya dieron señales de algún tipo de inestabilidad. ¿De qué otra forma si no, se pueden entender las acciones que llevaron a cabo en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre y la convocatoria del 1 de octubre?
Además, no deja de ser curioso que, mientras Puigdemont se las de demócrata, apela al derecho a decidir, a la libertad de expresión y un puñado de bagatelas más, concede entrevistas y hace declaraciones en sesión continua a medios de comunicación extranjeros y, por descontado, catalanes, les niega hasta el saludo a los españoles.
Y mientras todo esto sucede, aquí estamos en plena campaña electoral, pero ni el paro, ni la corrupción, ni la sanidad, ni la enseñanza, por no hablar de infraestructuras o de inversiones, están entrando en el debate. Son cuestiones que no parecen importarle a nadie, y menos que a nadie a los secesionistas, para ellos todo se reduce al mono tema del procés.
En mi opinión, el problema de fondo de esta lamentable situación es la obcecación que padecen los soberanistas. Una obcecación, que es familia directa del fanatismo, y así mal se pueden solventar las cosas.
En estas circunstancias, vayámonos preparando para el 22 D. Ese día, o se empiezan a buscar soluciones de verdad, o el problema, más pronto que tarde, llegará a un punto imposible de solucionar.


Bernardo Fernández

Publicado en e-notícies 11/12/17

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