Buena parte de la sociedad
catalana, inducida por sus líderes políticos y agitadores sociales a sueldo,
camina imperturbable hacia el abismo.
El problema es que, en su
viaje hacia el absurdo, nos van a arrastrar a todos, tengamos o no el mismo
credo ideológico.
El mundo nos mira decían hace
un tiempo los secesionistas. En efecto, el mundo nos mira, alucina y se asusta.
No es casualidad que la inversión haya caído y las reservas hoteleras para las
próximas fiestas en Barcelona sean un 50% menos que el año pasado en las mismas
fechas. ¿Por qué será? ¿Tendrá algo que ver la situación política que estamos
viviendo?
Algunos irresponsables no
acaban de tomar en serio que más de 3.000 empresas hayan cambiado su sede
social y un millar largo la fiscal. Cuando empiece la deslocalización y con
ella la pérdida de puestos de trabajo, entonces todos lo lamentaremos, pero la
culpa será de aquellos que generaron inseguridad política y jurídica, aunque
acabaremos pagando los de siempre: trabajadores, clases medias y populares.
Con este panorama de fondo,
tuvo lugar la semana pasada la marcha amarilla. Unos 250 autocares, una
quincena de vuelos chárteres y un sinfín de coches particulares se desplazaron
la semana pasada a Bruselas, aprovechando la fiesta de la Constitución y el
puente de la Inmaculada, para manifestarse, entre otras cosas, en contra de esa
misma Constitución, que paradoja, ¿no?
Según la policía belga, unas
45.000 personas asistieron al evento, Datos que, por cierto, empiezan a ponerse
en tela de juicio. En cualquier caso, mucha gente, sin duda. Eso demuestra que
el soberanismo está movilizado y no se para en barras.
Desde luego, cada cual es muy
libre de manifestarse como y donde quiera. No obstante, todo tiene un límite y
los excesos verbales, diatribas y exabruptos que día sí, día también, lanzan
contra el sistema de convivencia del que libremente nos hemos dotado, no es
tolerable.
Basta con escuchar con un
mínimo de atención las intervenciones que llevaron a cabo los exdirigentes fugados
y las de los bufones que les fueron a visitar para constatar los desvaríos de
esos personajes.
Ahora bien, quien se lleva la
palma en todas las declaraciones e intervenciones es el president cesado,
Carles Puigdemont. Hace unos días tuvo la ocurrencia de proponer un referéndum
para saber si los catalanes querían salir de Europa, porque la UE era un “club
de Estados decadentes” había dicho con anterioridad.
Por otra parte, en la
intervención que hizo ante los manifestantes dijo que “aquella manifestación
independentista era la mejor cara de Europa.” Me parece que ante tales
expresiones no hacen falta explicaciones, se explican por si solas.
Ante este cúmulo de
despropósitos, me inclino a pensar que es muy posible que el frío del corazón
de Europa haya afectado las meninges de Puigdemont y sus escuderos. De todos
modos, cuando estaban aquí, en pleno ejercicio de sus responsabilidades, ya
dieron señales de algún tipo de inestabilidad. ¿De qué otra forma si no, se
pueden entender las acciones que llevaron a cabo en el Parlament los días 6 y 7
de septiembre y la convocatoria del 1 de octubre?
Además, no deja de ser curioso
que, mientras Puigdemont se las de demócrata, apela al derecho a decidir, a la
libertad de expresión y un puñado de bagatelas más, concede entrevistas y hace
declaraciones en sesión continua a medios de comunicación extranjeros y, por
descontado, catalanes, les niega hasta el saludo a los españoles.
Y mientras todo esto sucede,
aquí estamos en plena campaña electoral, pero ni el paro, ni la corrupción, ni la
sanidad, ni la enseñanza, por no hablar de infraestructuras o de inversiones,
están entrando en el debate. Son cuestiones que no parecen importarle a nadie,
y menos que a nadie a los secesionistas, para ellos todo se reduce al mono tema
del procés.
En mi opinión, el problema de
fondo de esta lamentable situación es la obcecación que padecen los
soberanistas. Una obcecación, que es familia directa del fanatismo, y así mal
se pueden solventar las cosas.
En estas circunstancias, vayámonos
preparando para el 22 D. Ese día, o se empiezan a buscar soluciones de verdad, o
el problema, más pronto que tarde, llegará a un punto imposible de solucionar.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
11/12/17
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