Según los cánones establecidos en el siglo XIX, toda
nación tiene derecho a un Estado propio. En el siglo XX este principio se
reformuló como el derecho colectivo a la autodeterminación. No obstante, en las
postrimerías del siglo pasado, el término soberanismo hizo fortuna, y si bien
es cierto que significa lo mismo que independencia, por su concepción más
ambigua admite interpretaciones más adaptables al criterio de cada cual.
De hecho, el soberanismo fue un invento de los
nacionalistas quebequeses de finales de los sesenta. Tenía la ventaja de ser
menos abrupto que el independentismo y al
aparentar menos rupturismo, legitimaba el aumento gradual de competencias sin
fijar un límite, a la vez que permitía disponer del derecho de
autodeterminación sin necesidad de ejercerlo. De ahí, que se convirtiera en la
nuevo mantra del nacionalismo clásico.
En Cataluña, desde los años noventa, la expresión arraigó
con fuerza, quizás porque esa ambigüedad permitía que Unió Democrática de
Cataluña (UCD), Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) y Convergencia
Democrática de Cataluña (CDC), todos se autocalifiquen soberanistas y se den
por satisfechos, a pesar de que sus ideologías fundacionales son radicalmente
distintas.
En la segunda mitad de esa década, el ya extinto
secretario general de CDC, Pere Esteve, puso el soberanismo de largo entre los
suyos y en los medios. Jordi Pujol, en el discurso inaugural del undécimo congreso
de su partido (CDC), en el mes de noviembre
de 2000, lo dejó claro: en épocas de vacas flacas para el autonomismo, por la
mayoría absoluta del PP (entonces como ahora), los soberanistas de pura cepa
-como ellos-, se adecuan a todas las situaciones: igual pactan con la derecha
más rancia que se niegan a reformar el Estatut y mucho menos la Constitución,
pero no por ello pasan a ser menos nacionalistas.
No obstante, más allá de eslóganes, discursos y
políticas de salón, hacía tiempo que la sociedad daba por agotada la etapa
Pujol y con el principio de siglo se empezaba a vislumbrar el cambio. Con los gobiernos de izquierda formados por
PSC, ERC e ICV, se estuvo muy cerca de dar ese giro, se definió bien el
objetivo, pero se escogió mal el camino.
Se decidió hacer un nuevo Estatuto y poner el acento en las políticas
sociales. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, es evidente que los
términos hubieran tenido que ser a la inversa: primero las políticas sociales y
con calma reformar el Estatuto. Bien es
verdad que la reforma estatutaria era la condición sine quanon de ERC para
subir a aquel barco y sin ellos las mayorías necesarias quedaban insuficientes.
Después, las deslealtades, el ruido gubernamental,
la falta de visón de gobierno de algunos y, sobre todo, la crisis económica y
la sentencia del Tribunal Constitucional del Estatut dieron al traste con lo
que hubiera podido ser una Cataluña plural, diversa, fraternal y abierta. A
partir de ahí, la situación se ha ido deteriorando de manera indefectible y
entre un gobierno monotemático y otro sordo y ciego, hay poco que hacer.
Tanto es así que estamos en un camino de no retorno
y el desiderátum llegará con las elecciones del 27 S. Unas elecciones que por
más que algunos se empeñen, nunca podrán ser plebiscitarias porque como es
lógico se presentarán múltiples opciones y cada cual planteará y defenderá
aquello que considere más conveniente y más oportuno.
Pero es que ahora, por si con todo eso no había
suficiente, han empezado a dar la matraca con el mensaje de que las elecciones
municipales de mayo son la primera vuelta de las de septiembre. Para Oriol
Junqueras, líder de ERC, puede haber una gran similitud entre el próximo 24 M y
el 12 de abril de 1931, que fue cuando se celebraron las elecciones municipales
que propiciaron el advenimiento de la república. Obviamente, son muchas las
diferencias entre aquellos comicios y los que se han de celebrar en mayo, pero
debería bastar señalar sólo una para hacer callar por indocumentado al líder de
Esquerra: aquellas elecciones se celebraron en un sistema pre-democrático y las
de ahora se celebrarán en un Estado de pleno derecho y democrático, equiparable al de cualquier país del mundo.
Los hechos son tozudos, y la realidad es que la
burbuja soberanista se está desinflando. Por eso necesitan agarrarse a
cualquier cosa para que aquellos que, de buena fe, se engancharon al mal
llamado derecho a decidir no se bajen del carrusel y se pregunten porque el
gobierno de la Generalitat no ha hecho nada relevante en los últimos cuatro
años.
Por eso, también, genera mucha inquietud en los
cenáculos soberanistas la irrupción en Cataluña del nuevo partido Podemos, dado
que vienen dispuestos a jugar el partido de los
cabreados sociales, de los que hasta ahora, los soberanistas aspiraban a
tener el monopolio con la cantinela del expolio fiscal y el España nos roba.
El soberanismo necesita tener a sus acólitos en una
nube, ya que está visto que con las estructuras de estado no es suficiente, hay
que buscar otras maromas. Estemos preparados para lo que se nos viene encima.
Esto no ha hecho más que empezar.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 26/02/15
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