Deberán pasar unos cuantos años para que la historia,
con la perspectiva que da el tiempo, nos proyecte una imagen ajustada de quien
fue y que representó Jordi Pujol.
A día de hoy, tengo -creo que como muchos
conciudadanos-, una imagen dual del personaje. Por una parte, la del
defraudador confeso que, ya en le vejez, después de hacer mil trapacerías al
fisco, confiesa sus maldades, probablemente para liberar su mala conciencia y
proteger a los suyos. Y por otra, la del ser humano que de muy joven se sintió
predestinado a llevar a cabo una misión concreta y a ello consagró su vida. O
eso hizo creer a propios y extraños.
De hecho, Jordi Pujol fue en la España negra de
Franco uno de aquellos burgueses demócratas con los que se debía y podía contar
para conducir el futuro. De todos modos,
siempre fue un personaje controvertido. Así por ejemplo, la época que, él
mismo, en sus memorias califica como de hacer país, estuvo salpicada de
conflictos. Pujol está detrás de los despidos en la empresa editora de la Gran
Enciclopedia Catalana, la censura de la revista Oriflama y también es el
responsable del despido del periodista Néstor Luján cuando compra el semanario
Destino.
Su liderazgo durante un largo período de tiempo es
incuestionable. No cabe duda de que ha dejado una huella profunda. Como
sostiene Lluís Bassets “Cataluña es el nombre de la voluntad de poder que Jordi
Pujol descubrió entre los veinte y treinta años, probablemente después de 1953,
tras salir de una profunda crisis religiosa”
El tema tabú del pujolismo ha sido el caso Banca
Catalana. Un asunto por el que siempre pasó de puntillas, cuando no, envuelto
en la bandera. Antoni Gutiérrez Díaz líder del PSUC y conocedor de Pujol desde
la infancia le espetó en sede parlamentaria: “Usted señor Pujol, no es que
cometa errores, es que usted es un error histórico, no sé de qué dimensión pero
un error”. Es evidente que Pujol
es de aquella clase de políticos que decanta a la gente, a favor o en contra,
pero nunca deja a nadie indiferente.
Sea como fuere, el sobreseimiento del caso Banco
Catalana sirvió, no sólo para que Pujol eludiera responsabilidades como
banquero, sino que sirvió para sentar las bases de la Cataluña corrupta que
durante casi 25 años ha permanecido silenciada desde el poder y sus aledaños, y ahora se está empezando a
conocer.
Justo es decir, sin embargo, que Pujol es un
político con una muy buena formación y gran experiencia. Con gran sentido de la
realidad y con las ideas muy claras de lo que es la táctica y lo que es la
estrategia, así como la terapia a aplicar en cada momento. Populista y demagogo.
Hombre lúcido, hizo del nacionalismo el eje vertebrador de su credo y de su
acción política. Desdeñó siempre los conceptos derecha-izquierda, aunque aplicó
sistemáticamente políticas de derechas. Adversario acérrimo primero del PSOE y
después del PP, pactó con unos y otros
sin ningún rubor cuando lo consideró oportuno para sus intereses. Recordemos si
no, a modo de ejemplo, el pacto del Majéstic. Sin duda, todo un personaje.
Por el contrario, Artur Mas es la antítesis de Jordi
Pujol. Su historia es que no tiene historia. No se le conocen inquietudes
políticas ni en la época estudiantil ni en los primeros años de la
incorporación al mundo del trabajo.
Chico de casa bien, nacionalista de fin de semana. Empezó a trabajar muy
joven en la Generalitat, convirtiéndose, de esa forma, en un trabajador
monótono y aparentemente aburrido.
Según el periodista Marc Álvaro “Mas es un héroe por
accidente (…) hermético, desconfiado y difícil a la hora de trabajar en equipo.
Muy pocos saben realmente que piensa y que hará”. Todo indica que Pujol había
reservado para Mas el papel de puente entre él y su hijo Oriol para establecer
en CDC y, por extensión, en Cataluña, una suerte de monarquía civil, pero la
trama de las ITV y otros asuntos no menores han acabado dando al traste con los
planes del patriarca.
Por su parte, Artur Mas ha demostrado ser un
político voluble y de criterios poco sólidos. Así por ejemplo, firmó ante
notario que no pactaría con el PP, después cambió de opinión y aprobó diversas
leyes con los populares e incluso un presupuesto. Más tarde, se fue a Madrid a
pedir el pacto fiscal para Cataluña, cuando Rajoy le dijo no, desistió y no
volvió a insistir. Entonces abrazó el derecho a decidir y convocó elecciones
para lograr una “mayoría excepcional” según sus propias palabras, pero perdió
12 diputados en el envite. Entonces se empecinó en la mascarada del 9N. Después
quiso convocar una elecciones plebiscitarias con una candidatura única de todas
las fuerzas soberanistas, cuando los supuestos socios le dieron calabazas
convocó elecciones a 9 meses vista -algo insólito en cualquier democracia-, y,
ahora, el Pacto por el derecho a decidir le acaba de dar una colleja al decirle
que de plebiscitarias nada de nada.
Además de todo esto, resulta inaudito que, en su
reciente comparecencia en la comisión parlamentaria que investiga la presunta
trama corrupta de la familia
Pujol-Ferrusola, dijera que él no sabía nada del dinero que su padre tenía en
Liechtenstein, ni de los trapicheos del que fuera su mentor Luís
Prenafeta, ni de los negocios de su
amigo del alma Jordi Pujol, alias “Junior”. También dijo no saber nada del
señor Millet y sus tejemanejes en el Palau de la Música a pesar de haber coincidido en más de una
ocasión veraneando en Menorca. Demasiado desconocimiento para una persona que
ocupa la más alta jerarquía del país.
Ciertamente, con las andanzas de estos dos
personajes se podría escribir un libro de un grosor más que considerable, pero
quedémonos, de momento, con la idea de Pujol no es más, pero tampoco menos que
un villano que se creyó rey y marcó con su impronta más de una generación. En
cambio, Artur Mas, no deja de ser un mesías de vocación tardía que está
fraccionando a la sociedad catalana y está poniendo su país a los pies de los
caballos.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 14/03/2015
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