Hace ahora treinta años
que el arquero, Antonio Rebollo, disparó una flecha encendida que prendió el
pebetero olímpico ubicado en Montjuic. De esa forma, se inauguraban los Juegos
Olímpicos de Barcelona ´92. La ciudad estalló entusiasmada. Se había llegado al
punto culminante de un largo y ambicioso proyecto, iniciado a principios de los
años ochenta, que consistía en traer unas olimpiadas a Barcelona, para
aprovechando aquel impulso, romper las costuras de la ciudad y ponerla en el
mapa.
Aquel plan se pudo
llevar a cabo gracias a la suma de voluntades del Ayuntamiento de Barcelona, el
Gobierno central, y la iniciativa privada que convenció primero y embelesó después
a la ciudadanía, como muy pocas veces había sucedido hasta entonces y como no
ha vuelto a ocurrir hasta la fecha.
Se recuperó y amplió,
de manera exponencial, el orgullo de ciudad. La profunda transformación urbana,
la recuperación del frente marítimo, la apertura de nuevos espacios, la mejora
de las comunicaciones y el transporte hicieron que Barcelona se convirtiera en
unos pocos años en una de las ciudades de referencia a nivel mundial.
Los Juegos Olímpicos fueron la
excusa para abrir Barcelona al mar, retirando las vías del tren que lo impedían
y hacer unas rondas para rebajar el tráfico por el centro de la ciudad. Se
abrió una gran calle para que el sol pudiera entrar en el barrio chino, la
rambla del Raval. Todo eso entusiasmó a los barceloneses La diferencia con la
actualidad es que no hay un proyecto ilusionante como aquel o, por lo menos,
nadie nos lo ha explicado.
No quiero
utilizar el recurso fácil de la nostalgia, pero en la actualidad no existe un solo proyecto con capacidad para ilusionar
a una gran mayoría de barceloneses, catalanes y también españoles. Lo hemos
podido comprobar con el fiasco de la candidatura para los Juegos de Invierno
de 2030. Una
iniciativa cuestionable pero que ha costado años de trabajo, miles de euros
invertidos, muchas horas de reuniones al más alto nivel y un trabajo silencioso
y discreto de diversos actores sociales para tejer complicidades. Sin embrago, el
enquistamiento de la crisis territorial española y el afán de protagonismo de
algún que otro dirigente han acabado por hacer imposible un proyecto ambicioso que,
aunque no generaba unanimidad, si hubiese podido servir para sacar a Cataluña
de la parálisis que acumula en los últimos diez años.
La sensación que
tenemos muchos ciudadanos es que la ciudad está atravesando una crisis que, si
no se ataja de manera adecuada, podría convertirse en crónica y generar
decadencia. La situación política, la marcha de empresas, el urbanismo táctico,
la delincuencia callejera o el vandalismo, que de forma recurrente reaparece
cada dos por tres, son factores que inciden negativamente en el desarrollo y en
la imagen de la ciudad. Se transmite la sensación de falta de seguridad y de
problemas de orden público.
Si queremos seguir avanzando necesitamos un proyecto
inclusivo de todos y para todos. Un proyecto que prescinda del sectarismo que
ha anidado en la política catalana de los últimos tiempos. Ni el enfrentamiento
ni la división han sido positivos para nadie. Es hora de pasar página y buscar
aquello que nos une y enterrar lo que nos separa.
Barcelona acogerá en 2024 la edición 37 de la Copa
América de Vela. En opinión del conseller del Departamento de
Empresa y Trabajo, Roger Torrent: "Es una gran noticia,
tendrá un retorno millonario y nos dará proyección". La candidatura presentada por el Ayuntamiento contó con
el apoyo de la Generalitat, la Diputación de Barcelona y el Puerto, y se espera
que el Gobierno central también se implique en la organización de unos de los
eventos más vistos del mundo y que podría tener un impacto económico de cerca
de 1.000 millones de euros. Ese impacto será directo y es que la Copa América
va más allá de cuándo se desarrolla la carrera.
Desconozco si ese tipo de competición tiene, por estas
latitudes, el suficiente arraigo como para ser el proyecto colectivo que
necesita la ciudad como revulsivo. Las Olimpiadas fueron posibles, entre otras
muchas cosas, porque miles y miles de personas colaboraron de manera totalmente
altruista. No sé yo si ahora se pidiesen voluntarios para colaborar en la Copa
América de vela cuantos se ofrecerían para participar.
Sea como fuere, la realidad es que Barcelona tiene capacidad para reinventarse. Lo hizo en 1888, en
1929 y, también, en 1992. Ahora necesita un nuevo empuje para soltar lastre y
seguir en la cresta de la ola internacional, sin dejar de lado ni a sus
ciudadanos ni a su entorno que son su auténtica
razón de ser. Se hizo muy bien y se puede volver a hacer, pero para eso hacen falta personas
capacitadas que vayan más allá de visiones cortoplacistas y de proyectos de
vuelo gallináceo que apuestan más por el decrecimiento que por el progreso.
Necesitamos, pues, un nuevo programa que, por encima de ideologías y
planteamientos políticos, nos ilusione y haga que nos volvamos a sentir como
miembros de una misma comunidad que comparten un objetivo común. Ante esta
situación y, para evitar posibles frustraciones, sería un acierto que Barcelona
se preparase para aspirar a la organización de unos segundos Juegos Olímpicos,
Sé que es tremendamente complejo, caro y difícil, pero si ciudades como Atenas,
Paris o Londres lo han hecho, Barcelona, ¿por qué no?
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 25/07/2022
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