Llevamos
siete meses sin president y, de momento, ni está ni se le espera. No obstante,
que no cunda el pánico porque antes de que llegue el 26 de mayo, día en que se
agota el plazo legal, tenderemos president de la Generalitat y nuevo ejecutivo que,
a pesar del órdago lanzado por ERC, con toda probabilidad, será de
coalición.
ERC
odia a Junts y Junts desprecia a ERC. Pero se necesitan y, sobre todo, tanto a
los unos como a los otros, les aterra aparecer delante de la parroquia independentista
como los verdugos de la unidad secesionista.
Eso sería tanto como ganarse el título de “botiflers” a perpetuidad. Ese
es el verdadero motivo por el cual los republicanos, aunque han amenazado
varias veces con explorar otras vías alternativas al gobierno de coalición, a
la hora de la verdad, no lo han hecho. Y no lo han hecho porque saben que
intentarlo fuera del ámbito independentista sería un suicidio y, la otra
posibilidad, un gobierno en minoría no es una fórmula válida. Esa eventualidad tendría
muy escaso recorrido: justo hasta presentar los próximos presupuestos.
En
principio, no debería ser muy complicado llegar a un acuerdo para formar un
nuevo ejecutivo porque las dos formaciones tienen el mismo objetivo: la
independencia. Si bien es cierto que difieren en la forma de lograrlo. Mientras
que en Junts son partidarios de la confrontación con el Estado y la
unilateralidad, en ERC prefieren abrir el espacio independentista a otras
sensibilidades. Además, llevan cinco años compartiendo responsabilidades de
gobierno y, quizás, es el conocimiento mutuo lo que genera la desconfianza.
Sea
como sea, la cuestión es que Pere Aragonés ha puesto toda su capacidad de persuasión
política a funcionar para convencer a los neoconvergentes de la necesidad y
conveniencia que tiene el país de un Govern netamente independentista. Sin
embargo, los correligionarios de Puigdemont no tienen prisa y, aunque todo es
posible, parece muy poco probable que antes del congreso que Junts, ha de
celebrar los próximos 6 y 7 de mayo, den el sí a los republicanos.
Todo
puede ocurrir, pero hasta que el mencionado cónclave no proclame un vencedor que
saldrá de uno de los dos sectores que aspiran a controlar el partido -uno que
encabeza Laura Borrás y el otro Jordi Sánchez-, no se tomaran decisiones de
calado, como formar parte, o no, de un gobierno de coalición.
En
cualquier caso, gane quien gane ese congreso se va a encontrar con unas
cuestiones que, a día de hoy, tienen muy difícil encaje en las negociaciones
con ERC. Por ejemplo, el papel que le reservarán a Carles Puigdemont para que
no quede definitivamente marginado en su exilio dorado de Waterloo, el rol del
Consejo de la República, si los republicanos permiten o no que tutele los
grandes ejes de la política del Govern o si los dos partidos coordinarán su
estrategia de confrontación con el Gobierno de España y torpedean la Mesa de
Diálogo pactada con el PSOE como proponen los duros de Junts.
Además,
los acólitos de Puigdemont han de valorar si deciden pasar a la oposición, lo
que les supone quedar fuera del Govern a nivel de cargos. Eso supondría que
unos 200 responsables políticos de confianza que, hasta ahora están cómodamente
instalados en el sottogoverno, deberían dejar despachos y prebendas con todo lo
que eso lleva aparejado.
Pero
los problemas no se acaban aquí. Suponiendo que lleguen a un principio de
acuerdo para hacer el gobierno de coalición, después vendrá la negociación de
lo concreto. Es decir, entre otras cosas, poner sobre el tapete nombres y
apellidos para ocupar consejerías y ahí ERC recela, con razón, de determinados
personajes tóxicos como, por ejemplo, Josep Costa, Joan Canadell o Ramón Tremosa,
que están ideológicamente muy próximos a Vox en versión blanqueada del
nacional-independentismo, y que pueden ser elementos desestabilizadores en el
futuro Govern.
Sea
cual sea el resultado final del congreso postconvergente, es todo un síntoma de
cómo está el país en términos políticos que dirigentes de los dos partidos que
aspiran a formar gobierno se hayan reunido, en un par de ocasiones, en la
cárcel de LLedoners a negociar. A esas reuniones han asistido, por lo menos, dos
internos, uno Jordi Sánchez y el otro Oriol Junqueras. Espero que, al menos, la
consejería de Justicia haya tenido la delicadeza de ofrecerles pastas, canapés y
algún refresco para hacer más llevadera las reuniones que duraron varias horas.
Vergüenza debería darles a los que tuvieron tan brillante idea. ¿Será igual de
permisiva la dirección de instituciones penitenciarias si los que piden permiso
para reunirse son delincuentes encarcelados por otro tipo de delitos? O, por el
contrario, ¿es qué hay distintos niveles de presos y no todos reciben el mismo
trato? No quiero ni pensar que haya trato de favor para con algunos reclusos. Sería tan vergonzoso como aberrante para
nuestro Govern.
Bernardo
Fernández
Publicado
en e notícies 03/05/2021
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