En el arco parlamentario español casi nunca ha existido un partido de centro derecha al estilo de las formaciones políticas europeas. Con la democracia recuperada parecía que la UCD podría desempeñar ese papel, pero UCD, más que un partido político, fue un cúmulo de intereses y proyectos personales, por eso duró, como dice el gran Sabina, “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks.” Años después, el PP de José María Aznar, ganó las elecciones de1996 y, forzado por la aritmética parlamentaria, jugó ese papel durante un tiempo. Sin embargo, tras la victoria en los comicios del año 2000 con una holgada mayoría absoluta, los populares se derechizaron. Más tarde, con Mariano Rajoy en la Moncloa, siguieron practicando el capitalismo de amiguetes en lo económico que había institucionalizado Aznar, pero en lo ideológico se abrieron al ultraliberalismo, y el incipiente centro derecha en España pasó a mejor vida.
Tras el cataclismo que les
produjo la moción de censura, era lógico pensar que aprovecharían la situación
para hacer un reset en su trayectoria y culminar el eterno viaje al centro que
los populares tienen pendiente desde que AP mutó al PP. Craso error. Por lo
visto son de los de facella y no enmendadla
La cuestión es que, hace poco
más de dos años, Pablo Casado alcanzó la cúspide del PP y uno de sus primeros
movimientos fue nombrar como jefe de gabinete a Javier Fernández Lasquetty,
patrono de la fundación FAES. De esa forma, el aznarismo volvía a la calle
Génova por la puerta grande. A las pocas semanas Soraya Sáenz de Santamaría
dejaba la política y tras ella el grueso de los dirigentes marianistas pasaba a
la trastienda de la política. La operación limpieza continuó con la elaboración
de las listas para las elecciones generales de abril de 2019. Tan solo diez de
los 52 cabezas de lista repitieron. Casado ignoró las resoluciones de los
congresos regionales e impuso a Teresa Madalla en Asturias y a la atleta Ruth
Beitia en Cantabria, aunque está dimitió a los pocos días. Tampoco le tembló el
pulso, pocas semanas antes de las elecciones en Euskadi, para cambiar al
candidato Antonio Alonso, hombre moderado y abierto al diálogo, por Carlos
Iturgaiz, más afín al propio Casado y miembro de la vieja guardia en los
tiempos de Aznar. Para muchos aquello fue la descapitalización del partido y la
pérdida de uno de sus mejores argumentos: la experiencia en la gestión.
Pero aún no había acabado su
renovación y colocó a Cayetana Álvarez de Toledo de cabeza de lista por
Barcelona y luego de portavoz del grupo parlamentario; y a Isabel Díaz Ayuso de
candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, en contra de la opinión
de buena parte del partido. Sin embargo, la jugada le salió bien en ambos
casos. Eso lo llevó a acuñar el eslogan la derecha “sin complejos.”
El cese, este pasado mes de
agosto de Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria obedece, más a una
estrategia para tranquilizar al sector moderado de la formación y a la intención
de blanquear la marca que a discrepancias de fondo entre Cayetana y el líder
del PP.
De todas formas, lo tiene
complicado el Partido Popular con la derecha extrema desatada que le está
comiendo espacios, por un lado y Ciudadanos que se ha lanzado a ocupar el
centro que ellos han dejado vacío, por otro. Ante esta situación, Pablo Casado
haría bien en sacar conclusiones de los resultados de las elecciones
autonómicas celebradas en Euskadi y Galicia este mes de julio, y ver que le
conviene más si el frentismo que han practicado en el País Vasco con Carlos
Iturgaiz como punta de lanza, o el talante templado y sin aspavientos utilizado
por Alberto Núñez Feijóo en Galicia. Los resultados de los populares están a la
vista.
Pero volvamos al hilo
conductor de esta breve reflexión: el viaje al centro. El máximo representante
de esa supuesta derecha “sin complejos,” Pablo Casado, se reunió días atrás con
el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el resultado del encuentro, no por
esperado fue menos decepcionante. Casado anunció que no dará su plácet a la
renovación de los órganos constitucionales (Poder Judicial, Tribunal Constitucional,
RTVE o Defensor del Pueblo) mientras Unidas Podemos siga en el Gobierno porque,
en su opinión, los podemitas están en contra del orden constitucional.
Inaudito. Pero es que tampoco está por colaborar para sacar los Presupuestos Generales
del Estado (PGE) adelante que, ante la situación de emergencia social y
política que ha generado la pandemia, son más necesarios que nunca.
El tiempo apremia. El 15 de
octubre debe presentarse en Bruselas el programa de reformas para optar al
fondo de recuperación económica europeo. La cantidad a que puede optar España
son 140.000 millones de euros. Con ese soporte, se podrá relanzar la economía y
dar un paso de gigante en cuestiones como la lucha contra el cambio climático,
la utilización de nuevas tecnologías o la aceleración de la transición
energética, solo por poner algunos ejemplos.
Ahora bien, para conseguirlo
es necesario hacer las cosas bien y con rigor. Ahí el primer partido de la
oposición tiene un rol muy importante que jugar; pero no vale ni ponerse de perfil,
ni practicar el obstruccionismo ni frivolizar con el futuro de las personas.
En estas circunstancias, si el
Partido Popular quiere, de verdad, ser un partido de centro, moderado y
moderno, ahora tiene la gran oportunidad de culminar su viaje y demostrarlo. Si
no lo hace es posible que pase mucho tiempo hasta que se le presente otra
ocasión como está y quizás para entonces ya hayan caído en la irrelevancia.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
07/09/20
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada