Algunos pensadores sostienen
que toda crisis conlleva oportunidades. Será verdad. No obstante, por más que
me esfuerzo en ver oportunidades tras
la crisis de 2008, lo que he constatado ha sido una sanidad pública más
precarizada, la enseñanza con menos recursos, más paro y trabajos más precarios,
así como una brecha social más grande entre ricos y pobres. En definitiva, más
marginalidad y sufrimiento que antes. Bien es verdad que en esa situación nos
gobernaba la derecha más montaraz y corrupta que ha habido jamás en este país. Por
lo tanto, con gobernantes de ese pelaje, esperar políticas progresistas y de
redistribución social es como pedirle peras al olmo.
Quizás sea por las
experiencias acumuladas, pero yo soy más de “a grandes males grandes remedios”,
aunque sea un dicho popular y menos sutil. Tal vez el adagio sea algo ramplón,
pero creo que se ajusta muy bien a la situación que estamos viviendo y, sobre
todo, nos señala como se debería encarar lo que está llegando en forma de
tragedia socioeconómica.
Para empezar, sería deseable
no levantar falsas expectativas sobre los cambios que se van a producir en el
futuro. Porque se puede generar frustración y ese es un caldo de cultivo para
nacionalismos y populismos que hay que evitar.
Ciertamente, muchas cosas
deberán cambiar. Ahora bien, que nadie se engañe, los mercados continuarán
siendo el eje vertebrador de la creación de riqueza y de la innovación. Y, en
ese contexto, los hijos de mala madre, la globalización sin alma y el capitalismo
salvaje seguirán existiendo, porque su razón de ser es sacar tajada sin
importarles lo más mínimo el daño que puedan ocasionar. Los escrúpulos no
existen en su escala de valores.
Según diversos estudios
demoscópicos hechos semanas atrás la ciudadanía está por amplios acuerdos entre
partidos políticos y agentes sociales al estilo de los Pactos de la Moncloa.
Sin embargo, el estado de crispación política y la polarización que estamos
viviendo hacen poco viables diálogos francos y abiertos que desemboquen en
grandes consensos. Ante esa realidad, nos tenderemos que conformar con acuerdos
sectoriales más o menos modestos que nos faciliten afrontar la nueva
normalidad.
Si queremos erradicar la
pobreza de nuestra sociedad, hemos de empezar por cambiar la lógica de la
solidaridad por la lógica de los derechos. Por eso, y más allá del color
político de cada cual hay que reconocer el acierto del Gobierno al aprobar el
Ingreso Mínimo Vital (IMV).
Se espera que, la nueva
prestación, cuando esté totalmente implantada, llegue a unos 850.000 hogares
vulnerables y sacará de la pobreza extrema cerca de 1,6 millones de personas.
Tengamos en cuenta que la tasa de pobreza severa en nuestro país es del 12,4%,
es decir que casi dobla la media de la UE, que está en el 6,9%.
España era el único país de la
Unión Europea que carecía de un programa de garantía de ingresos mínimos de
ámbito nacional. Hasta ahora la red de protección social estaba formada por las
Rentas Mínimas de inserción autonómicas, a todas luces insuficientes. El IMV supone
un rediseño de nuestro sistema de protección social. De esa forma, nos
pondremos, también en el terreno de la solidaridad, a la altura de los países
del norte y así, de paso, tendrán un argumento menos para negarnos su apoyo.
No padecer pobreza es un
derecho de la ciudadanía. En consecuencia, el gobierno de turno ha de llevar a
cabo las iniciativas pertinentes para erradicar esa lacra de la sociedad. De la
misma forma que en un momento dado la sanidad se vinculó a la Seguridad Social para
que llegara a todos los ciudadanos, ahora hay que hacer lo que corresponda para
que todo el mundo viva con un mínimo de dignidad.
En este contexto, reforzar la
cobertura que proporciona el Estado de bienestar es la mejor manera de encarar
la oleada de desigualdad y pobreza que trae la Covid-19. Es una obligación
moral y política aliviar la vida de los más frágiles.
Está muy bien decir que se es
un Gobierno de izquierdas y progresista, pero ahora hay que demostrarlo. El IMV
ha sido un gran acierto. La medida era necesaria, pero no nos podemos dar por
satisfechos. Hay que perseverar en ese camino. Algunos despotricarán. Es igual.
Aquí nos conocemos todos y la inmensa mayoría apoyará las iniciativas sociales
que ponga en marcha el Ejecutivo. El trabajo que hay por delante es ingente:
primero las personas y los servicios de sanitarios, la educación y las
políticas sociales. Después hay ayudar a las empresas, a las pymes y a los
autónomos para que salgan con las menos heridas posibles del
confinamiento. De manera simultánea, se
debe rediseñar la política industrial, la innovación y el turismo teniendo muy
presente el cambio climático, sin olvidar el problema territorial que venimos
arrastrando desde el siglo XIX.
Estamos ante una nueva
normalidad y eso significa también un nuevo paradigma. Hay que poner en
práctica otras maneras de entender y afrontar la realidad. El desafío es
ciclópeo, pero o se hace desde un gobierno de izquierdas o no se hace. Por eso,
como dicen algunos pensadores estamos ante una gran oportunidad. O si
prefieren, “a grandes males, grandes remedios”.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
08/06/20
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