La situación social en
Cataluña se pone difícil. A la catástrofe, primero sanitaria y a continuación
económica que estamos padeciendo, hemos de sumar unos cuantos contratiempos más,
entre ellos el cierre de Nissan.
No hay que ser un adivino para
suponer que, a medida que vuelva la normalidad, empezarán a reaparecer en
escena toda esa panda de descerebrados que son los CDR, Tsunami demcràtic y
otros especímenes de la misma catadura moral que durante el confinamiento han
estado desaparecidos. A esos individuos no se les ha visto ni repartiendo
comida a los más vulnerables, ni ayudando a montar hospitales de campaña, ni
desinfectando residencias, ni… durante todo el confinamiento, pero que nadie
dude que serán los primeros los primeros en montar follones y altercados en las
calles a la primera de cambio.
Y es que, en Cataluña, por
desgracia, nos estamos acostumbrado a todo eso con demasiada facilidad. De la
misma manera que, como sociedad, nos hemos acostumbrado ya a perder una
oportunidad tras otra. No hace falta rebuscar mucho en las hemerotecas para
comprobarlo. Todos recordamos el jarro de agua fría que, en plena efervescencia
independentista, en noviembre de 2017, nos supuso la noticia de que la Agencia
Europea del Medicamento (EMA, sus siglas en inglés) no venía a Barcelona tras
su salida del Reino Unido por el brexit y se instalaba en Ámsterdam.
Fue un golpe psicológico muy
duro, pero, también económico, porque se esfumaban así 340 millones de
presupuesto, 900 profesionales con sus familias, una red de empresas satélites
(en Londres 1.600), lo que suponía alrededor de 4.500 puestos de trabajos
indirectos y que unos 40.000 expertos hubieran viajado a Barcelona cada año. Además
de un indeterminado número de inversiones paralelas de alto valor añadido.
Después, en noviembre de 2019,
más de lo mismo. En esa ocasión era Tesla, la empresa pionera en vehículos
eléctricos, la que descartaba instalarse en Barcelona como plataforma para su
desembarco en Europa.
En un principio, los
estadounidenses habían escogido Barcelona por su imagen de ciudad moderna. Por
su parte, la Generalitat había ofrecido unos terrenos bien comunicados en la
comarca del Anoia, a menos de una hora de la gran ciudad. Sin embargo, las
protestas por la sentencia del procés que llenaron las calles de Cataluña de
caos y, en no pocas ocasiones, de barbarie, hicieron que los norteamericanos se
decidieran por Berlín. Una vez más la inestabilidad política y la inseguridad
jurídica hicieron que perdiéramos otra muy buena oportunidad.
Los dirigentes de la empresa tenían
previsto que empezara a funcionar en 2021 y que en un año ensamblara unos
150.000 vehículos. Huelga explicar aquí los beneficios, tanto económicos como
en puestos de trabajo, que esa implantación hubiera generado.
De todas formas, lo peor de
todo esto es que nuestros dirigentes políticos no han aprendido nada. Con
Nissan ha vuelto a suceder.
En efecto, La noticia del
cierre de la empresa automovilística Nissan, no por esperada ha sido menos
dolorosa. El pasado jueves, 28 de mayo, el grupo japonés oficializó su decisión
de cerrar las instalaciones el próximo mes de diciembre. Eso va a significar
que se pierde el 1,3% del PIB catalán. O, dicho de otra forma: desaparecen más
de 3.000 empleos directos y se producirá un auténtico agujero en el ya
maltrecho tejido industrial catalán, porque se calcula que afectará a unos
20.000 puestos de trabajo indirectos. Es decir, otra catástrofe que hay que
añadir a la catástrofe general que está ocasionando el coronavirus.
Los trabajadores han
reaccionado con coraje y han mostrado su indignación con quema de neumáticos,
cortes de tráfico y manifestaciones en defesa de sus puestos de trabajo, que es
lo mismo que decir, en defensa de su pan. Están en su derecho y hacen bien, pero
me parece que la decisión está tomada.
En cualquier caso, las raíces
de este cierre hay que buscarlas en la falta de una política industrial clara y
operativa en Cataluña, por un lado y, por otro, que llevamos demasiado tiempo
con mandangas como el procés, el derecho a decidir, el referéndum del 1 O, o
los graves altercados por l sentencias a los líderes independentistas.
Además, tenemos al Govern entretenido
con sus embajadas, los ataques de cuernos entre socios de Ejecutivo, el
tacticismo por la lucha de poder, el enfrentamiento por todo y por nada con el
Gobierno central…, y un sinfín de bagatelas más. Pero, eso sí, el mundo nos
mira. Nos mira mientras, uno tras otro, vamos acumulando fracasos y perdiendo
oportunidades.
Durante mucho tiempo Cataluña
fue un referente. Desde hace unos años Cataluña es el ejemplo de lo que no se
tiene que hacer. Y así nos luce el pelo.
Bernardo Fernández
Publicado en El catalán
01/06/20
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