A medida que se aproxima el
día en que se ha de hacer público el fallo del juicio del procés, el pesimismo
crece entre las huestes independentistas. Sólo los más radicales (como el
president Quim Torra) hablan de sentencias absolutorias, pero ya nadie, ni
moderados ni radicales, plantea llevar el tema a los Tribunales de Justicia
Europeos, porque saben que allí las posibilidades de que sus recursos prosperen
son prácticamente nulas.
De todos modos, hay que
reconocer que uno de los muchos planteamientos que hacen los secesionistas con
esta cuestión, es, por lo menos, curioso. Vienen a decir, si las sentencias no
son totalmente absolutorias es porque el Estado español es represor y nosotros
no queremos un Estado así, por lo tanto, el camino es la unilateralidad. Pero también dicen. Si las sentencias
absuelven a los líderes presos es porque hicieron bien y hemos de seguir
perseverando en el derecho de autodeterminación para ser libres. Total, que la
cuestión es marchar.
Es igual, sea cual sea el
dictamen del Tribunal Supremo (TS), de no ser absolutorio los indepes lo
entenderán, no como un castigo a unas personas que cometieron unos delitos
tipificados en el Código penal, sino como un agravio a Cataluña. Es decir, será
-desde su óptica- una condena a todo el país.
Días atrás el president Torra
dio una conferencia en Madrid inaugurando así el curso político. Allí, en vez
de tender puentes, que es lo que hubiera hecho cualquier político con un
coeficiente intelectual medio, y buscar puntos de coincidencia, dinamitó los
pocos que podían quedar. “Lo volveremos a hacer”, dijo entre otras lindezas y
apostó por un activismo institucional “hasta conseguir la independencia”, “a
pesar de las multas las inhabilitaciones y las amenazas”, en clara referencia
al juicio que ha de afrontar por negarse a retirar los lazos amarillos durante
la campaña electoral del Palau de la Generalitat. Pero es que el pasado martes,
en el mensaje institucional difundido con motivo de la Diada volvió a la carga
hablando “autodeterminación”, “pueblo oprimido”, “camino de la libertad” y
milongas por el estilo. Con un interlocutor así, ¿quién se querrá sentar a
dialogar? Y si alguien piensa que el problema que existe en Cataluña se puede
arreglar sin diálogo, es que no ha entendido nada.
Más allá de las diatribas de
Torra el hecho cierto es que el independentismo no tiene una estrategia para
responder a un posible fallo condenatorio para los responsables de procés.
Mientras que desde ERC proponen una convocatoria de elecciones en JxCat, lo
descartan porque las encuestas no les auguran nada bueno en unos hipotéticos
comicios. De ahí, las declaraciones, contra declaraciones y reproches de los
últimos días entre Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.
Los secesionistas están
buscando a la desesperada algo que les aglutine para no proyectar la lamentable
imagen de división que estamos viendo en los últimos meses. Pero más allá del
deseo de absolución las divergencias son mucho más profundas que las
coincidencias.
En este contexto, el president
del Parlament, Roger Torrent había puesto sobre la mesa la formación de un
Govern de concentración con la entrada de los comunes, pero estos han rechazado
la propuesta y ha quedado en agua de borrajas. Asimismo, hay quién apuesta por
una huelga indefinida, pero estaría por ver que seguimiento tendría; en mi
opinión muy escaso. Por lo que el fracaso sería estrepitoso. Tampoco ha faltado
la idea de investir a Carles Puigdemont como president, acción descartada por
el president del Parlament el republicano Torrent.
La cuestión de fondo es que,
como ya han comprendido que la independencia es inviable, al menos en muchos
años, ahora la lucha es por el poder, a ver quien logra la hegemonía independentista
en Cataluña. Mientras, y a la espera de la sentencia, para tener al personal
entretenido, van caldeando el ambiente, porque si fuera muy severa los podría
volver a aglutinar, aunque fuera de forma temporal.
Bernardo Fernández
Publicado en El catalán
12/09/21
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