Fuimos cientos de miles los
ciudadanos que el pasado 28 de abril, tras conocer los resultados de las
elecciones generales celebradas ese día, sentimos una gran satisfacción porque,
después de unos años dando tumbos, el PSOE resurgía de sus cenizas, y
revalidaba en las urnas lo que menos de un año antes había logrado en el
Congreso de los Diputados con el apoyo de otros partidos: la presidencia del
Gobierno. Sin embargo, cuando cerca de la medianoche se conocieron los resultados
definitivos de la jornada, muchos nos dimos cuenta de que con 123 diputados
sería muy difícil gobernar.
Lamentablemente los peores
augurios de aquella noche del 28 de abril se hicieron realidad. Por eso, se
fijó la fecha de la investidura el 22 de julio, dando así margen para la
negociación. Pues bien, llegaron el 22, el 23, el 24 y el 25 y el acuerdo no
fue posible ni para un Gobierno de coalición ni para un Gobierno a la
portuguesa.
Ahora, después de unos días de
asueto, se han reiniciado las conversaciones. El tiempo apremia, el 23 de
septiembre es la fecha tope, si para entonces no hay Ejecutivo el jefe del
Estado convocará elecciones y el 10 de noviembre tendremos que volver a votar.
Si eso ocurre, serán, desde 2015, las cuartas elecciones generales.
La culpa es muy negra y no la
quiere nadie. Aunque en público ningún partido diga que quiere ir a unas nuevas
elecciones, todos han hecho ya sus cálculos y tienen la maquinaria electoral a
punto para empezar una hipotética nueva campaña. Cada uno tiene sus razones y
todas son respetables, pero la cuestión es si las razones de partido, vistas
con la perspectiva de la ciudadanía, son de suficiente peso y calado como para
justificar la convocatoria del 10-N
En el PSOE hay una gran desconfianza
hacia Unidas Podemos y muchos socialistas piensan que de entrar gente de
Iglesias en el Gobierno daría lugar a un Ejecutivo dentro de otro. Por su parte
los podemitas que en el último ciclo electoral obtuvieron unos resultados más
que discretos ven la entrada en el Gobierno como su tabla de salvación. De esa
forma, se convertirían en partido del sistema y ganarían tiempo para asentarse
de aquí a los próximos comicios.
El PP, por su parte, entiende
que unas nuevas elecciones le darían la posibilidad de reagrupar el voto de la
derecha que tan fragmentado quedó en abril pasado. Y Ciudadanos ubicados
definitivamente en el conservadurismo, parece que ha decidido esperar que la
corrupción acabe de carcomer a los populares para ocupar el espacio de los de
Pablo Casado. Porque para los de Rivera, aunque lo disimules, su auténtico
adversario es el PP, su aspiración es liderar el bloque de la derecha.
Como todos sabemos, en las
últimas semanas, Pedro Sánchez se ha reunido con agentes sociales y
organizaciones progresistas como movimientos feministas, ecologistas y del
tercer sector. De esos encuentros ha salido un documento con más de trescientas
propuestas programáticas, entre ellas varias de Unidas Podemos que estos días
se está presentando en sociedad y, muy probablemente, en la semana del 9 al 15
se ofrecerá a la formación morada como base para llegar a un acuerdo de
legislatura con los de Pablo Iglesias. Si las conversaciones avanzan
razonablemente bien, es posible que Sánchez proponga incorporar al próximo
Gobierno algún independiente de la órbita de los podemitas.
En este contexto sería muy positivo
que los actores de este interminable culebrón tuvieran en cuenta algunas
cuestiones, como por ejemplo que, en 2016, cuando hubo repetición de
elecciones, la participación cayó tres puntos. ¿Cuánto podría caer ahora? Nadie
lo sabe, pero es fácil pensar que la abstención afectará más a la izquierda. El
28 de abril mucha gente fue a votar para frenar a la extrema derecha, hoy ese
temor se ha diluido y es muy posible que el espectáculo de desunión que están
dando las izquierdas tenga un efecto desmovilizador.
Dice un viejo luchador que las
elecciones forzadas las carga el diablo, No le falta razón a ese viejo amigo,
sino que se lo pregunten a Susana Díaz que las adelantó dos veces y en las dos
perdió escaños, hasta perder la presidencia de la Junta. También, en su
momento, nos convocó Artur Mas para lograr una mayoría suficiente y pasó de 62
a 50 diputados. Incluso Theresa May quiso reforzarse para negociar el Brexit,
convocó elecciones y perdió la mayoría absoluta.
De todos modos, parece que
Pedro Sánchez lo tiene claro: “ni coalición, ni elecciones, hay otra vía:
programa común progresista”, ha declarado en una entrevista publicada el pasado
domingo.
Celebro que el presidente en
funciones tenga bien meditada la fórmula que él considere más adecuada para
salir de este marasmo. No obstante, sería deseable que además de consultar a su
equipo de asesores, pegara la oreja al suelo y escuchara a la gente de la calle.
La noche del 28-A los ciudadanos se reunieron en la puerta de la sede
socialista en la calle Ferraz y gritaban: “con Rivera no”. No sé qué gritarían
ahora, pero estoy seguro de que no gritarían:” elecciones sí”.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
02/09/19
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