26 de març 2019

NO TODO VALE


Como catalán siento vergüenza, por un lado y rabia, por otro, por tener como presidente de la máxima institución de mi país, La Generalitat, a un hooligan del nacionalismo más irracional: Quim Torra.
Cataluña ha sido, durante mucho tiempo, referencia para otros pueblos de España. Se nos respetaba y admiraba por nuestra cultura, por nuestra laboriosidad y por ser un pueblo sensato y abierto a Europa. Muy posiblemente la comunidad autónoma más europea de todas.
Sin embargo, los veintitrés años de pujolismo distorsionaron esa imagen. Las deslealtades del nacionalismo moderado, la política del “peix al cove” y sobre todo no comprometerse nunca con la gobernabilidad de España hicieron que en el resto del Estado se percibiera a los catalanes como gente hosca, poco amigable y excesivamente celosos de conservar su status quo, aún a costa de machacar el de los demás.
No obstante, el prestigio de “lo catalán” seguía siendo considerable en las sociedades de nuestro entorno. Sin embargo, todo empezó a cambiar en septiembre de 2012, cuando Artur Mas se echó en manos de las entidades independentistas y se empezó a hablar del procés.
Desde entonces, todo ha ido cuesta abajo. Cataluña ha perdido atractivo para los inversores que prefieren lugares de mayor estabilidad como Madrid. Miles de empresas han marchado ante el temor de que la situación política haga tambalear la seguridad jurídica y el turismo está disminuyendo de manera alarmante.
Como dijo, Antonio Bayona, letrado mayor del Parlament durante los hechos de octubre, en su declaración en el juicio a los líderes independentistas “No todo vale”.  Y en esas estamos.
El president Quim Torra debe pensar que tiene patente de corso y puede hacer y deshacer a su antojo. Lo hemos visto estos últimos días con la pamplina de las pancartas y los lazos. Tal vez creía que los edificios de La Generalitat eran propiedad privada del president o, mejor aún, de los independentistas y podían poner en ventanas y balcones lo que les diera la gana y el resto nos tendríamos que callar y aguantar. Por eso, cuando la Junta Electoral Central, hizo quitar la decoración secesionista de los lugares públicos Torra se enfurismó como un adolescente mal criado y mandó colocar otra pancarta apelando a la libertad de expresión y opinión. Con esa actitud, el president muestra, una vez más, su ignorancia y/o mala fe porque la libertad de opinión y expresión son derechos individuales no de las instituciones.
Ya está bien. Llevamos más de seis años de fantasías, posverdades, falsos relatos y fake newes. Es necesario que dejen de seguir creando frustración. Tiene que haber alguien con las suficientes agallas y cuajo que salga y diga la verdad. La pseudo proclamada república ni fue legal ni legitima ni efectiva. Por no quitar no quitaron ni la bandera de España del Palau de La Generalitat. Y el Govern, después de la proclamación se fue de fin de semana. Es que ni en las formas más elementales fueron serios.
Y para terminar un ruego: por favor que a nadie se le ocurra comparar lo del 27 de octubre del 17, con el paso de la dictadura a la democracia. Lo primero fue, por decirlo suave, una irresponsabilidad. Lo otro, fue, desde cualquier punto de vista, legal, legítimo y efectivo. Y, por consiguiente, un modelo a seguir.

Bernardo Fernández
Publicado en el Catalán 26/03/19

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