Soplaban vientos del sur
y el hombre emprendió viaje.
Su orgullo, un poco de fe
y un regusto amargo fue
Su equipaje…
(Joan Manuel Serrat)
El
pasado 22 de febrero se cumplieron 80 años de la muerte de Antonio Machado en
el pueblo francés de Colliure.
Una
comitiva de cinco personas, formada por Antonio Machado, su madre, Ana Ruiz,
José, su hermano, la esposa de éste, Matea Monedero y el escritor Corpus Barga,
cogieron un tren, en Cerbère un frío 28 de enero de 1939 a las 17,30 horas y, media
hora después les dejaba en el andén de la estación de Colliure.
Se
calcula que más de 450.000 españoles pasaron la frontera en los últimos días de
la Guerra Civil española. Fueron muchos los ciudadanos que, desde 1936, optaron
por la marcha al ver amenazada su integridad física. Pero, a partir de que la
Batalla del Ebro se veía perdida y el avance de los sublevados se hizo
imparable, el éxodo aumentó de forma considerable.
Después,
con la caída de Barcelona la desbandada fue general. Niños, viejos, mujeres u
hombres. Civiles o militares, era igual. Las caravanas huyendo del fascismo con
lo puesto y la derrota en la cara son, a mi modo de ver, una de las mayores
vergüenzas de la sociedad occidental del siglo XX.
Ahora,
80 años después un presidente del Gobierno de España ha visitado por primera
vez las tumbas de Antonio Machado, Manuel Azaña y ha visitado el campo de
concentración de Argelès-sur-Mer, destino ineludible de todos los españoles que
pasaban a tierras francesas desde Cataluña.
El 6 de febrero de 1939, Manuel Azaña, presidente de la Segunda
República, fijó su residencia Pyla-Sur-Mer. Allí le informan de que los
alemanes y un comando franquista quieren apresarle. Ante el inminente peligro, marchó
a Montauban. No obstante, no estuvo demasiado tiempo en ese lugar. En octubre
de 1940 sufre una trombosis y el 3 de noviembre del mismo año muere, le
acompañaban su mujer, Dolores Rivas Cherif, y algunos colaboradores y/o amigos.
Sus restos descansan en el cementerio de esa localidad, Montauban,
Manuel Azaña tenía la firme convicción de que la política era la manera más
noble de resolver los conflictos sociales. Su memoria debe ser ejemplo vivo.
Nos enseña que una conciencia cívica debe huir al mismo tiempo del fanatismo y
de la equidistancia.
Azaña defendió el valor de la legitimidad democrática, pero rechazó
siempre el dogmatismo de los que se creen en posesión de la verdad absoluta. A
pesar del tiempo transcurrido, tiene plena vigencia y emociona leer su discurso
“Paz, Piedad, Perdón”, pronunciado en la Barcelona destrozada de 1938.
Por su parte, Antonio Machado representa, de alguna manera, el
destino trágico de la Segunda República unos días antes de morir. Al salir al
exilio en la desbandada de la derrota, cuando la policía francesa le dejó
continuar viaje hasta Colliure, gracias a las acreditaciones oficiales que pudo
mostrar. Para su suerte y desgracia, a la vez, fue separado de los españoles que
iban a ser recluidos en campos de concentración. La distancia entre el poeta y
su pueblo representó la verdadera quiebra de un sueño republicano que se había concebido
a sí mismo como elemento transformador de la vida cotidiana de los españoles a
través de la educación y la cultura.
Estos dos hombres, sintetizan a aquellos cientos de miles de
ciudadanos y ciudadanas que protagonizaron el exilio republicano español y que
en el sur de Francia se conoce como “La retirada”. Así, sin traducir.
Ni puedo ni quiero evitar acabar este modesto escrito de
homenaje a todos aquellos conciudadanos, sin recordar unos magníficos versos de
Joan Manuel Serrat que dicen: “profeta, mi mártir/ quiso Antonio ser/ y un poco de
todo lo fue/ sin querer.”
Descansen en paz.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán 02/03/19
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