Donald Trump no se besa porque no se
llega, pero se gusta mucho.  El
presidente estadounidense está pletórico y se ve estupendo, después de lograr
un frágil alto el fuego en Gaza. Ese acuerdo de mínimos le ha hecho subir la autoestima
y se cree capaz de todo. Una de las primeras cosas que anunció, cuando regresó
a la Casa Blanca, el pasado mes de enero, fue que acabaría con la guerra de
Ucrania en unas semanas. Sin embargo, la realidad es que, diez meses después,
el conflicto está lejos de concluir. 
Trump está convencido de poder
aplicar con Putin la misma receta que le ha funcionado con Netanyahu para parar
el genocidio gazatí. Craso error porque las condiciones de uno y otro son
diametralmente diferentes. 
Veamos: para empezar Vladimir Putin
no depende en nada de EE UU, mientras que Benjamín Netanyahu tiene una
dependencia directa de Washington en cuestiones tan decisivas como el armamento,
la diplomacia o la financiación, Putin no depende de los lobbys judíos, pero es
evidente que Netanyahu, sí. Rusia ha tejido sus alianzas políticas militares y
económicas con países que están fuera de la órbita de la influencia norteamericana.
Es el caso, por ejemplo, de la India que está siendo severamente castigada con
unos aranceles brutales, aplicados por Trump, por comprar petróleo ruso. Un
petróleo que, por cierto, refinan y luego venden, incluso a países europeos. Por
el contrario, Israel está cada vez más aislada internacionalmente y eso hace
que dependa directamente del Tío Sam. 
Con la idea de poner fin al conflicto
en Ucrania, Donald Trump convocó en el Despacho Oval a Volodomir Zelenski, para
sondear al presidente ucraniano, hablar con Putin y reunirse con él poco tiempo
después e intentar llegar a un acuerdo que pare la guerra.
El ucranio entró en la Casa Blanca
con, al menos, dos ideas claras. La primera, que Putin no quiere la paz, y la
segunda, tener el armamento necesario para atacar a los rusos dónde más daño
les puede hacer: la retaguardia. Para ello, nada mejor que los misiles de largo
alcance Tomahawk de fabricación norteamericana. 
Sin embargo, por una vez, y sin que sirva de precedente, Donald Trump se
mostró sensato y descartó esa opción por lo que puede suponer de aumentar
peligrosamente la escalada del conflicto. 
Ante esta situación, el dictadorzuelo
extremista húngaro, Víctor Orban, vio una ventana de oportunidad para ofrecer
Budapest como ciudad para el encuentro. Hungría es el país más pro ruso de la
UE, en la próxima primavera tiene elecciones y, de momento, las encuestas no le
auguran nada bueno a Orban.
Sin embargo, desde el Kremlin no
tardaron en hacer saber que no están interesados en negociar un alto el fuego
en Ucrania. Por eso, tuvo que salir el jefe de la diplomacia estadounidense,
Marco Rubio, y, poniendo al mal tiempo buena cara, anunciar que “no hay planes”
para una cumbre en Budapest en las próximas semanas.
En esta ocasión la displicencia
habitual de Putin no ha sentado nada bien en la Casa Blanca y el emperador
republicano no ha tardado en imponer duras sanciones al sector petrolero ruso,
motor de la economía del país. Y, aunque desde el Kremlin reconocen que esa
decisión será un duro golpe para sus interese económicos, también advierten que
no van a variar sus planes respecto a Ucrania. 
La realidad es que el líder ruso no
tiene ningún interés para negociar con el presidente estadounidense. Mientras
Putin controle Rusia no parece verosímil una derrota militar rusa. La
resistencia ucraniana es admirable, pero todo tiene un límite y si los
ucranianos aguantan es gracias al apoyo logístico de la OTAN. Pero la asimetría
es tal que la diferencia en motivación no es suficiente para inclinar la
balanza. Habrá ofensivas y contraofensivas con un enorme costo humano. Pero
Kiev no tiene la capacidad económica ni militar de Moscú. Cuando Putin lo
considere oportuno incorporará a filas a miles de hombres que, aunque no vayan
al frente, asumirán otras tareas liberando tropas para el combate.
La actitud esquiva de Putin para
negociar, hace que, por las cancillerías europeas haya empezado a extenderse el
temor de que, en algún momento, se llegue un acuerdo sobre Ucrania, sin Ucrania
ni sus socios europeos. Si eso sucede, supondría un fracaso sin paliativos para
Europa porque después de más de tres años de apoyo incondicional ni los
ucranios ni los europeos estarían en la mesa de negociación ni como convidados
de piedra.
Parece que en la reunión que Trump y
Putin mantuvieron en Alaska, el pasado mes de agosto, llegaron a un principio
de acuerdo para poner fin a este desgraciado conflicto y que, en esencia,
sería: territorios a cambio de paz, es decir, Ucrania cedería la región del
Donbás y Rusia retiraría el control que ejerce en la actualidad sobre Jersón y
Zaporiyia. Además de la destitución de Zelenski y del compromiso formal de que
Ucrania no entrará en la OTAN. Crimea anexionada por Rusia en 2014 de forma
ilegal ni entraría en la ecuación.
Lo que busca Putin es lograr una
mayor ocupación de territorio ucranio y asentarse de forma incuestionable en el
país vecino. Entonces y solo entonces, el líder ruso se sentará a negociar de
verdad, pero antes necesita ofrecer a su gente una victoria clara y sin
paliativos. No le vale ninguna otra opción. Todo lo demás para él es teatro:
puro teatro.  
Bernardo Fernández
Publicado en Catalunya Press
27/10/2025

 
 
 
 
 
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