Desde que el pasado 12 de
febrero comenzó el juicio a los líderes independentistas por el intento de
ruptura con España, el centro de gravedad de la política catalana se ha
trasladado a Madrid.
Como no podía ser de otro
modo, los medios de comunicación han puesto el foco en la sala de plenos del
Tribunal Supremo (TS) en la que se celebra la vista oral. Eso hace que lo que
suceda en Cataluña, aunque sea de mucha importancia y nos afecte de manera
directa, como ocurre, por ejemplo, con la falta de presupuestos, quede relegado
a un segundo término.
Curioso país el nuestro. El
pasado mes de diciembre, cuando se reunió en Barcelona el Consejo de Ministros,
los CDR y compañía montaron la marimorena. Cortes de carreteras, de líneas ferroviarias,
manifestaciones, enfrentamientos con la policía y toda una retahíla de
despropósitos. En cualquier otro lugar civilizado del mundo sería de lo más
normal que el Gobierno se reuniera en otra ciudad del Estado que no fuese la
capital, incluso se vería con agrado. En cambio, aquí algunos lo consideraron
una provocación. Cosas veredes Mio Cid que dice un viejo amigo mío.
En cambio, ni tan siquiera se
han debatido las cuentas de la Generalitat en el Parlament, por lo que se han
de prorrogar los presupuestos ya prorrogados de 2017, lo que significa que,
habrá que buscar financiación con líneas de crédito extraordinarias, que el
dinero escaseará para la sanidad, para la educación y los servicios sociales,
pero no se convocan elecciones porque “a Cataluña no le convienen”, según el
president. Pero tampoco se somete a una moción de confianza, que es lo menos que
se debe exigir en un sistema democrático, y aquí nadie dice ni pío. Como si el
asunto no fuera con nosotros.
Todo está centrado en el proceso
judicial: titulares de los medios de comunicación, tertulias, comentaristas,
todo el mundo opina. Según parece todo el mundo sabe de leyes. Hasta cierto
punto es lógico. Están en juego muchas cosas. Las sentencias y, en
consecuencia, el futuro de los acusados es una. Otra, es el prestigio de la
justicia española y por extensión la calidad de nuestra democracia. Y otra, no
menos importante, el futuro a corto y medio plazo de Cataluña.
Por todo ello, no es
casualidad que el tribunal haya permitido la retransmisión en directo de todas
las sesiones y que se cuide hasta el último detalle. Quien más y quien menos
sabe que la última carta que jugarán las defensas, si sus clientes no son
absueltos, es llevar el caso al Tribunal de Estrasburgo. El TS no ignora esa
posibilidad y de ahí la escrupulosidad con que se están haciendo las cosas.
No es la intención de este
modesto articulista hacer un análisis pormenorizado de todas y cada una de las
declaraciones y, mucho menos, entrar en cuestiones técnico-jurídicas. No
obstante, si considero oportuno, realizar una valoración política de algunas de
las intervenciones que se han producido en la sala de vistas del TS. Por
ejemplo, las respuestas de Rajoy, Sáenz de Santamaría y, sobre todo, la del
exministro del Interior, Juna Ignacio Zoido, fueron vergonzosas. Los máximos
responsables del Gobierno de España el 1 de octubre de 2017 no sabían…,
desconocían…, no dieron órdenes. Entonces, ¿para qué les pagamos los
ciudadanos? Demostraron ser o unos embusteros o unos irresponsables. No sé qué
es peor.
De todas maneras, el juicio
está resultando muy clarificador en términos políticos. La declaración que
hizo, días atrás, Iñigo Urkullu fue como una bocanada de aire fresco: ya era
hora que alguien dijera las cosas tal como ocurrieron. Ni Puigdemont quería
hacer lo que hizo, ni Rajoy quería llegar donde llegó y, sin embargo, uno
proclamó la independencia y el otro aplicó el 155. Dos políticos tibios que se
dejaron amedrentar. A los dos les temblaron las piernas e hicieron lo contrario
de lo que querían y debían hacer. Así van las cosas.
Por si alguien albergaba
alguna duda, empieza a ser bastante evidente que, para salir del atolladero al
que nos han llevado, se necesita gente con más fuste que la nos ha puesto a los
pies de los caballos. El problema es que, al menos en principio, no se ve a
nadie, ni aquí ni en las inmediaciones, capaz de reorientar la situación, aunque
tenga que pagar el precio de que le digan cobarde y traidor.
En cualquier caso, no
deberíamos desesperar, que tengamos presupuestos o no, es pecata minuta: el
juicio promete, esto no ha hecho más que empezar y va para largo.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
07/03/19
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