Reconozco que estoy harto de
escribir casi siempre de lo mismo: el monotema, y lo que es peor: sospecho que
la mayoría de los lectores están hasta la coronilla de artículos, editoriales,
tertulias y bagatelas diversas sobre le Procés de nunca acabar.
No obstante, considero que es
un deber cívico denunciar y poner en evidencia a aquellos que nos están
arruinando el presente y siguen poniendo todo su empeño en destrozarnos nuestro
futuro y el de nuestros hijos.
En mi opinión, del gobierno de
una nación o de una CCAA hemos de esperar que se preocupe de mejorar la calidad
de vida de los ciudadanos. Lo razonable es hacerlo mediante iniciativas
políticas que, a partir de la redistribución de la riqueza, reequilibren, tanto
como sea posible, aquellas situaciones de injustica social que per se, se originan
en sociedades complejas como la nuestra.
Guste o no, este es el patrón
de acción política que, a grandes rasgos, se utiliza en todo el mundo
civilizado y de manera muy específica y concienzuda en occidente.
Pues bien, en Cataluña no es
exactamente así. Como todos sabemos, en estos días se cumple un año de la
declaración de independencia y de proclamar la república. Una proclamación en
la que nadie se atrevió ni a salir al balcón para anunciarlo a la ciudadanía ni,
tampoco, nadie se atrevió a quitar la bandera de España del mástil del Palau de
la Generalitat. Con este panorama de fondo, afirmar que aquello fue un fiasco y
que nos desquició como sociedad es algo que sólo los muy iluminados pueden
negar.
En estas circunstancias, lo
lógico sería reconocer errores y aparcar el proyecto a la espera de tiempos
mejores. Y mientras esos tiempos llegan conducir el país hacia cotas de del
mejor bienestar posible, mediante políticas sociales, estimular la inversión
etcétera. Sería lo razonable, ¿no?
Pues no, el president de la
Generalitat, Quim Torra, en una declaración institucional para conmemorar el
primer aniversario de la DUI en el Parlament (desde luego, hay gente para todo:
hay a quien gusta de celebrar derrotas e
insensateces), ha advertido al Estado “que no se condene a los presos” y “que
la única sentencia que contempla es la absolución de los políticos y activistas
presos y el regreso” según él “de los exiliados” (fugados de la justicia, son
en realidad).
Pero es que Torra se está
convirtiendo en un especialista en política gestual. Estos días ha impulsado el
Consejo de la República. Una especie de gobierno a la sombra que nadie sabe qué
papel ha de desempeñar pero que está liderado por Carles Puigdemont, con la supuesta
pretensión de tutelar la Generalitat…, eso sí, desde Bélgica.
También el president ha
constituido el consejo asesor del Foro Cívico para el Debate Constituyente (que
tampoco se sabe qué tareas ha de realizar) y ha dado la presidencia a Lluís
Llach que, a su vez, ha escogido como colaboradores a personajes como Dante
Fachín, Antonio Baños o Beatriz Talegón. En fin, que Dios los cría y ellos se
juntan.
Más allá de toda esta
gesticulación, que es lo que se refleja en los medios y mantiene los ánimos
exaltados, la realidad política es otra. La realidad es que desde el mes de
julio se han producido más de una treintena de reuniones entre miembros del
Gobierno central y del Govern de la Generalitat, para ir desencallando
cuestiones de vital importancia para la ciudadanía como las listas de espera
que llevan años arrinconadas por las urgencias del Procés, y por las pocas
ganas que tenía el Gobierno Rajoy de reconducir la situación en Cataluña si no
era con la rendición incondicional de los secesionistas.
Ciertamente, resulta difícil
saber cual es el Torra auténtico: si el de las soflamas o el que fue a la
Moncloa a dialogar con Pedro Sánchez. Si el que manda a sus consellers a la
Comisión bilateral Estado Generalitat y a negociar con los ministros del
Gobierno de España o el que gesticula para mantener unido al cada vez más
dividido movimiento independentista.
Desde luego, el que nos
conviene como sociedad es el que fue a la Moncloa, el que busca el dialogo y el
que intenta la negociación. Puesto que por esa vía en Cataluña se volverán a
aplicar los cánones básicos de hacer política para que los ciudadanos tengan la
mejor calidad de vida posible.
Pero, lamentablemente, el que
sale en los medios, el que llena portadas, abre telediarios y mantiene a su
gente tensionada, es el de las bravatas y la gesticulación, y así, no vamos
bien.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies
30/10/18
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada