30 d’octubre 2018

GESTICULACIÓN POLÍTICA


Reconozco que estoy harto de escribir casi siempre de lo mismo: el monotema, y lo que es peor: sospecho que la mayoría de los lectores están hasta la coronilla de artículos, editoriales, tertulias y bagatelas diversas sobre le Procés de nunca acabar.
No obstante, considero que es un deber cívico denunciar y poner en evidencia a aquellos que nos están arruinando el presente y siguen poniendo todo su empeño en destrozarnos nuestro futuro y el de nuestros hijos.
En mi opinión, del gobierno de una nación o de una CCAA hemos de esperar que se preocupe de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Lo razonable es hacerlo mediante iniciativas políticas que, a partir de la redistribución de la riqueza, reequilibren, tanto como sea posible, aquellas situaciones de injustica social que per se, se originan en sociedades complejas como la nuestra.
Guste o no, este es el patrón de acción política que, a grandes rasgos, se utiliza en todo el mundo civilizado y de manera muy específica y concienzuda en occidente.
Pues bien, en Cataluña no es exactamente así. Como todos sabemos, en estos días se cumple un año de la declaración de independencia y de proclamar la república. Una proclamación en la que nadie se atrevió ni a salir al balcón para anunciarlo a la ciudadanía ni, tampoco, nadie se atrevió a quitar la bandera de España del mástil del Palau de la Generalitat. Con este panorama de fondo, afirmar que aquello fue un fiasco y que nos desquició como sociedad es algo que sólo los muy iluminados pueden negar.
En estas circunstancias, lo lógico sería reconocer errores y aparcar el proyecto a la espera de tiempos mejores. Y mientras esos tiempos llegan conducir el país hacia cotas de del mejor bienestar posible, mediante políticas sociales, estimular la inversión etcétera. Sería lo razonable, ¿no?
Pues no, el president de la Generalitat, Quim Torra, en una declaración institucional para conmemorar el primer aniversario de la DUI en el Parlament (desde luego, hay gente para todo: hay a quien  gusta de celebrar derrotas e insensateces), ha advertido al Estado “que no se condene a los presos” y “que la única sentencia que contempla es la absolución de los políticos y activistas presos y el regreso” según él “de los exiliados” (fugados de la justicia, son en realidad).
Pero es que Torra se está convirtiendo en un especialista en política gestual. Estos días ha impulsado el Consejo de la República. Una especie de gobierno a la sombra que nadie sabe qué papel ha de desempeñar pero que está liderado por Carles Puigdemont, con la supuesta pretensión de tutelar la Generalitat…, eso sí, desde Bélgica.
También el president ha constituido el consejo asesor del Foro Cívico para el Debate Constituyente (que tampoco se sabe qué tareas ha de realizar) y ha dado la presidencia a Lluís Llach que, a su vez, ha escogido como colaboradores a personajes como Dante Fachín, Antonio Baños o Beatriz Talegón. En fin, que Dios los cría y ellos se juntan.
Más allá de toda esta gesticulación, que es lo que se refleja en los medios y mantiene los ánimos exaltados, la realidad política es otra. La realidad es que desde el mes de julio se han producido más de una treintena de reuniones entre miembros del Gobierno central y del Govern de la Generalitat, para ir desencallando cuestiones de vital importancia para la ciudadanía como las listas de espera que llevan años arrinconadas por las urgencias del Procés, y por las pocas ganas que tenía el Gobierno Rajoy de reconducir la situación en Cataluña si no era con la rendición incondicional de los secesionistas.
Ciertamente, resulta difícil saber cual es el Torra auténtico: si el de las soflamas o el que fue a la Moncloa a dialogar con Pedro Sánchez. Si el que manda a sus consellers a la Comisión bilateral Estado Generalitat y a negociar con los ministros del Gobierno de España o el que gesticula para mantener unido al cada vez más dividido movimiento independentista.
Desde luego, el que nos conviene como sociedad es el que fue a la Moncloa, el que busca el dialogo y el que intenta la negociación. Puesto que por esa vía en Cataluña se volverán a aplicar los cánones básicos de hacer política para que los ciudadanos tengan la mejor calidad de vida posible.
Pero, lamentablemente, el que sale en los medios, el que llena portadas, abre telediarios y mantiene a su gente tensionada, es el de las bravatas y la gesticulación, y así, no vamos bien.

Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 30/10/18


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