Es una evidencia que cada día
que pasa el proceso secesionista catalán está más agotado. Lo vimos con el
lamentable espectáculo que nos ofrecieron con las celebraciones del 1 de octubre. Después, lo volvimos a ver y
padecer con el bochornoso vodevil en el Parlament sobre la delegación del
voto de los diputados inhabilitados.
Ante una situación como esta,
en un país normal no sería descabellado pensar que las elecciones pueden estar
a la vuelta de la esquina. Pero Cataluña, a día de hoy, no es un país normal y,
pese a las cada vez más evidentes desavenencias entre JxCAT y ERC y de éstos
con la CUP, aquí no habrá elecciones autonómicas, hasta que sean dictadas las
sentencias a los políticos encarcelados.
“… El Porcés solo es ya un
moribundo cuya desaparición nadie quiere certificar por miedo a quedarse sin
herencia…”, escribía Milagros Pérez Oliva (El País 07/10/18). Cierto, y yo
añadiría: y porque muchos han hecho del camino hacia una independencia imposible
su modus vivendi.
La situación es grave porque se
echan a faltar líderes que sepan manejar lo que está ocurriendo. Los que, en
teoría, podrían hacerlo están huidos o en prisión y sus sucesores, no tienen,
ni por asomo, el cuajo y el carisma social y político necesarios para sacar a
los suyos del atolladero, en el que, por cierto, ellos solos se han metido.
Seamos claros: Quim Torra es
una caricatura de president. Estoy seguro de que ni en sus mejores sueños se
había visto entrando a Palau, mientras una escuadra de los mossos le presentaba
armas. Que un personaje de ese calado nos represente a todos, a la vez que
habla de desobediencia, lanza utimátums al presidente del Gobierno central y propone
implementar la república es, a mi modo de ver, un insulto a la inteligencia.
Por su parte ERC ha entendido
que la vía de la confrontación sólo les llevará al fracaso y han optado por
normalizar la vida institucional y política, mientras amplían su base social. Desde luego su planteamiento es impecable,
pero yo lo resumiría como la táctica del lobo agazapado tras una piel de
cordero a la espera de tiempos mejores.
Uno de los problemas de fondo en
esto del Procés de nunca acabar es que algunos están confundiendo el dialogo
que ofrece el Gobierno de Pedro Sánchez con una muestra de debilidad y un
cambio de cromos. O sea, concesiones a cambio de estabilidad parlamentaria en
el Congreso. Craso error y esperar un cambio de actitud, en determinados
elementos es como pedir peras al olmo.
La retirada, por parte del
PDeCAT, de aquella resolución que instaba al PSOE y nacionalistas catalanes a
hablar de todo dentro del marco de la legalidad, es una muestra de la poca
consistencia de los planteamientos políticos de algunos de los protagonistas de
la política en Cataluña.
No son pocos los indicadores
que señalan que el Procés no da más de sí y no es probable que en un futuro
cercano supere ese 47,50 % en que se halla estancado. Ahora bien, los
constitucionalistas tampoco avanzan, pueden ofrecer certezas, incluso seguridad,
pero, seamos sinceros, no generan ilusión.
En este estado de cosas y sin
liderazgos claros en el independentismo, el control de la calle se convierte en
algo primordial y, en estos momentos, nadie parece estar capacitado para
ejercer un mando efectivo sobre esos extraños CDR, los que, a ciencia cierta,
nadie sabe quien recluta, organiza, controla y ordena.
Resulta muy preocupante ver
como esos personajes emponzoñan de amarillo lugares públicos mientras gritan “las
calles serán siempre nuestras”. la verdad es que me dan miedo, entre otras
cosas porque recuerdan aquel ya olvidado “la calle es mía” de Manuel Fraga
Iribarne.
Como también es muy grave que
la ANC proponga liberar los presos y tomar el control del territorio y nadie
diga nada, ante semejante barbaridad.
Agotadas las vías
institucionales e ignorados los caminos políticos que pueden desatascar el
conflicto, perder el control de la calle es una temeridad que acabaremos
pagando muy cara.
Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies
15/10/18
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