16 d’octubre 2018

EL CONTROL DE LA CALLE


Es una evidencia que cada día que pasa el proceso secesionista catalán está más agotado. Lo vimos con el lamentable espectáculo que nos ofrecieron con las celebraciones del 1 de octubre. Después, lo volvimos a ver y padecer con el bochornoso vodevil en el Parlament sobre la delegación del voto de los diputados inhabilitados.
Ante una situación como esta, en un país normal no sería descabellado pensar que las elecciones pueden estar a la vuelta de la esquina. Pero Cataluña, a día de hoy, no es un país normal y, pese a las cada vez más evidentes desavenencias entre JxCAT y ERC y de éstos con la CUP, aquí no habrá elecciones autonómicas, hasta que sean dictadas las sentencias a los políticos encarcelados.
“… El Porcés solo es ya un moribundo cuya desaparición nadie quiere certificar por miedo a quedarse sin herencia…”, escribía Milagros Pérez Oliva (El País 07/10/18). Cierto, y yo añadiría: y porque muchos han hecho del camino hacia una independencia imposible su modus vivendi.
La situación es grave porque se echan a faltar líderes que sepan manejar lo que está ocurriendo. Los que, en teoría, podrían hacerlo están huidos o en prisión y sus sucesores, no tienen, ni por asomo, el cuajo y el carisma social y político necesarios para sacar a los suyos del atolladero, en el que, por cierto, ellos solos se han metido.
Seamos claros: Quim Torra es una caricatura de president. Estoy seguro de que ni en sus mejores sueños se había visto entrando a Palau, mientras una escuadra de los mossos le presentaba armas. Que un personaje de ese calado nos represente a todos, a la vez que habla de desobediencia, lanza utimátums al presidente del Gobierno central y propone implementar la república es, a mi modo de ver, un insulto a la inteligencia.
Por su parte ERC ha entendido que la vía de la confrontación sólo les llevará al fracaso y han optado por normalizar la vida institucional y política, mientras amplían su base social.  Desde luego su planteamiento es impecable, pero yo lo resumiría como la táctica del lobo agazapado tras una piel de cordero a la espera de tiempos mejores.
Uno de los problemas de fondo en esto del Procés de nunca acabar es que algunos están confundiendo el dialogo que ofrece el Gobierno de Pedro Sánchez con una muestra de debilidad y un cambio de cromos. O sea, concesiones a cambio de estabilidad parlamentaria en el Congreso. Craso error y esperar un cambio de actitud, en determinados elementos es como pedir peras al olmo.
La retirada, por parte del PDeCAT, de aquella resolución que instaba al PSOE y nacionalistas catalanes a hablar de todo dentro del marco de la legalidad, es una muestra de la poca consistencia de los planteamientos políticos de algunos de los protagonistas de la política en Cataluña.
No son pocos los indicadores que señalan que el Procés no da más de sí y no es probable que en un futuro cercano supere ese 47,50 % en que se halla estancado. Ahora bien, los constitucionalistas tampoco avanzan, pueden ofrecer certezas, incluso seguridad, pero, seamos sinceros, no generan ilusión.
En este estado de cosas y sin liderazgos claros en el independentismo, el control de la calle se convierte en algo primordial y, en estos momentos, nadie parece estar capacitado para ejercer un mando efectivo sobre esos extraños CDR, los que, a ciencia cierta, nadie sabe quien recluta, organiza, controla y ordena.
Resulta muy preocupante ver como esos personajes emponzoñan de amarillo lugares públicos mientras gritan “las calles serán siempre nuestras”. la verdad es que me dan miedo, entre otras cosas porque recuerdan aquel ya olvidado “la calle es mía” de Manuel Fraga Iribarne.
Como también es muy grave que la ANC proponga liberar los presos y tomar el control del territorio y nadie diga nada, ante semejante barbaridad.
Agotadas las vías institucionales e ignorados los caminos políticos que pueden desatascar el conflicto, perder el control de la calle es una temeridad que acabaremos pagando muy cara.


Bernardo Fernández
Publicado en e-notícies 15/10/18

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