Sin lugar a duda, la detención
de Carles Puigdemont, en Alemania, a pocos quilómetros de la frontera con
Dinamarca es un éxito del Estado de derecho. Asimismo, la decisión que tomó
días atrás el magistrado Pedro Llarena de enviar a prisión preventiva a cinco
dirigentes independentistas, unido a los que ya estaban entre rejas y los que
están huidos deja a los secesionistas sin líderes claros y seriamente tocados.
Si, tocados, pero no hundidos. Que nadie dude que, más pronto que tarde, otras
personas con más o menos carisma, con mejor o peor talante, con inteligencia
política o sin ella enarbolaran lo que ellos llaman la bandera de la libertad.
De hecho, de todo el affaire
soberanista que estamos viviendo en Cataluña, se pueden aprender muchas lecciones,
yo me quedo con una: el fracaso de la política.
El
asunto viene de lejos. Todo empezó cuando Artur Mas cometió el gravísimo error
de ponerse en manos de movimientos radicales y populistas como Omnium y la ANC.
Después, con el golpe de mano que se llevó a cabo en el Parlament de Cataluña,
los días 6 y 7 de septiembre, con la aprobación de la ley del referéndum y la
de la transitoriedad jurídica, la concentración del día 20 del mismo mes ante
la consejería de Economía impidiendo la salida de la Guardia Civil y los
acontecimientos de octubre, hicieron necesario que la justicia tomara cartas en
el asunto.
Acto
seguido vino el rosario de registros, incautación de sobres, papeletas,
etcétera, por un lado, y por el otro, ocupación de espacios públicos, manifestaciones,
acampadas frente al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) y toda una
demostración de músculo y desprecio manifiesto a la legalidad vigente. De
forma, prácticamente simultánea, los tribunales de justicia empezaron su tarea
y no tardaron en dar con sus huesos en la cárcel algunos dirigentes
secesionistas y poner pies en polvorosa otros.
Con
este paisaje de fondo, nadie, ni de aquí ni de allí, fue capaz de poner un poco
de seny, echar el freno de mano y decir: “dialoguemos”. Todo lo contrario,
mientras el ambiente se iba caldeando, unos y otros (el gobierno de aquí y el
gobierno de allí), iban echando más leña al fuego. Y así llegamos al 1 de
octubre. Punto culminante de todo un proceso de despropósitos y sin razón.
La
obcecación de unos y el inmovilismo de otros han sido el caldo de cultivo que
ha hecho posible que llegásemos hasta aquí. A poca sensatez que se tenga, los
secesionistas saben que lo del 1-O fue cualquier cosa menos un referéndum, y la
DUI del día 27 una provocación que no podía quedar sin respuesta.
Esa
declaración unilateral es la que activó la puesta en marcha del 155. Más tarde,
y tras las elecciones del 21 D, se han producido toda una serie de
acontecimientos en cascada que, de momento, han culminado con la ya mencionada
detención de Carles Puigdemont en Alemania.
Es
posible que pasen semanas hasta que los jueces alemanes decidan si entregan o
no al expresident para que sea juzgado, entre otros, por el delito de rebelión
por el Tribunal Superior español. Previa estancia en la cárcel de Extremera.
Para
los independentistas, los dirigentes que el juez Pablo Llarena ha metido en
prisión son presos políticos y los huidos de la justicia exiliados.
Ciertamente, cada cual es muy libre de utilizar los eufemismos como considere
más oportuno; ahora bien, la verdad es que unos están encarcelados no por sus
ideas sino por las acciones que llevaron a cabo, y los otros salieron corriendo
para no tener que dar explicaciones delante de los tribunales y asumir después las
posibles consecuencias.
Como
dice un viejo amigo: “fuera de la ley, no. Sólo con la ley tampoco”. El fracaso
de la política es evidente y el hecho cierto es que se ha roto la cohesión
social, Cataluña está en un callejón sin salida y la situación económica se
deteriora por momentos.
En
estas circunstancias, sólo cabe investir un nuevo presidente que pueda actuar
en plenitud de facultades, dejarse de sueños y quimeras, así como de algaradas
y movilizaciones, cruzar los dedos y esperar que la sensatez vuelva a las instituciones.
Además de todo eso, hemos de
ser conscientes de que el independentismo siempre ha existido y existirá en
Cataluña. Es verdad que ha sido descabezado por la justicia, pero, más pronto
que tarde se rehará, que nadie lo dude. Ahora bien, hay que lograr que vuelva a
ser minoritario. Un movimiento cuanto más testimonial mejor. Para lograrlo es
imprescindible que la ciudadanía catalana perciba que el Gobierno central se
ocupa y preocupa de lo que aquí sucede y, a decir verdad, eso es algo que hace
mucho que no ocurre o, al menos aquí, no se percibe.
Bernardo Fernández
Publicado en El Catalán
29/03/18
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