El presidente Tarradellas decía que lo único que los catalanes no pueden permitirse en política es hacer el ridículo. Pues bien, a pesar de que lo explicaron en el colegio, parece que ese día los dirigentes nacionalistas e independentistas no fueron a clase.
Llamar “Declaración de soberanía” a una propuesta parlamentaria que no es una declaración de soberanía efectiva es un brindis al sol, además de una perdida de tiempo, de prestigio y de energías. Tan ful es la jugada que ni el Gobierno central se ha tomado en serio el envite.
Desde que Convergencia Democrática decidió disputar la hegemonía del catalanismo a Esquerra Republicana en el ámbito del independentismo, en Cataluña estamos viviendo en un terremoto político. El problema es que a Artur Mas y a los suyos no les queda otra que ir de farol en farol.
Hace poco más de dos años, Mas lanzó la apuesta del concierto económico. Después, ante el más que seguro fracaso de la iniciativa, la transformó en una propuesta de pacto fiscal entre el Estado y la Generalitat, que el mes de septiembre pasado fue rechazada de plano por el presidente del gobierno de España. Y luego, forzado por su pobre gestión gubernamental y dejándose llevar por la euforia generada el 11 S, hemos llegado a este punto en el que el partido nacionalista y sus aliados utilizan con extrema frivolidad palabras como soberanía, independencia y autodeterminación en un contexto en el que no hay ninguna posibilidad de convertirlas en realidad.
Los que gobiernan Cataluña están jugando con fuego, obviando que no cuentan ni con la mayoría social suficiente, ni con los aliados necesarios ni fuera ni dentro de España. Pero también olvidan que para lanzar un órdago de la envergadura de un proceso de secesión, se necesita mucho más que una ilusión. Por tanto, suya será la responsabilidad del fracaso. El problema es que las consecuencias las pagaremos todos.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 23/01/13
24 de gener 2013
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