Cataluña es la única comunidad autónoma
que carece de ley electoral propia. Es posible que haya quien sostenga que, tal
y como está el panorama político, no es el momento oportuno para tratar la
cuestión. Lo siento, pero discrepo. Llevamos 40 años largos aparcando el tema y
si no tenemos legislación propia sobre el particular es, en mi opinión, porque
así ya les va bien a los que con este sistema logran mayorías parlamentarias
cómodas.
Durante el tiempo que Convergencia i Unió
(CiU) estuvo en el Govern de Generalitat, los nacionalistas no tuvieron ningún
interés en desarrollar una nueva ley electoral, ¿por qué? La respuesta es
sencilla: Además de las ventajas evidentes que les daba el sistema, CiU debía
contestar de forma simultánea a dos demandas contradictorias. Por una parte,
los intereses del propio partido que se repartió el territorio como un
auténtico reino de taifas y, por otra, que un sistema electoral ha de ser
consensuado con otras fuerzas políticas y eso significaba ir a un concepto más
proporcional y, por lo tanto, a un modelo menos favorable para sus intereses. Luego,
cuando pasaron a la oposición, tampoco mostraron ninguna disponibilidad para
revertir la situación.
En
septiembre de 2021 el Consejo Ejecutivo aprobó el Plan de Govern para la actual legislatura. Entre otras muchas medidas, el Plan proponía “la
aprobación de un proyecto de ley electoral de Cataluña”. Pues bien,
estamos en octubre de 2022 y lo único que sabemos de ese proyecto es que el
president, Pere Aragonés, lo volvió a plantear, un año después, en el Debate sobre la orientación política general, celebrado
semanas atrás, pero el órdago lanzado por Junts y los hechos posteriores lo
sepultaron todo.
El hecho cierto es que,
a día de hoy, las elecciones al Parlament siguen reguladas por la disposición
transitoria cuarta del Estatuto de Autonomía de 1979 y la Ley Orgánica del
Régimen Electoral General española. Esa disposición transitoria repartió los
135 diputados a elegir entre las cuatro provincias catalanas de una manera
deliberadamente no proporcional a su población. A la provincia de Barcelona le
correspondieron 85 diputados en lugar de los 105 que le habrían tocado en
función de su número de habitantes. Hay quien sostiene que 85 fue una especie
de decisión salomónica entre los 65 que proponían los que querían castigar
todavía más a Barcelona y los 105 de los partidarios de atender al criterio de
la población.
La cuestión es que
el punto de partida de cualquier sistema electoral ha de ser la igualdad del
voto entre todos los ciudadanos. El voto de todos los electores ha de tener el
mismo valor en el momento de distribuir escaños y debe tener una influencia
equiparable en el parlamento que se constituya. Es muy difícil explicar que
hagan falta muchos más votos para ser diputado por Barcelona que por Lleida. Es
cierto, no obstante, que eso ocurre en otros lugares como, por ejemplo,
Bélgica, Francia y también en España, pero sucede de manera mucho menos
pronunciada y el porcentaje de escaños de cada partido se acerca mucho al porcentaje
de votos que obtienen.
Sin tomamos como referencia las elecciones de febrero de 2021, resulta que
la holgada mayoría absoluta independentista en el Parlament de que gozan ERC,
JxCat y la CUP (55% de los escaños, aunque ya vemos para que les ha servido)
reposa solo en el 48% de los votos. (Mucho se ha hablado del 52% de voto
independentista; sin entrar en el generoso redondeo del porcentaje exacto, hay
que recordar que en los parlamentos serios los votos de candidaturas
extraparlamentarias simplemente no cuentan). En cualquier caso, esa amplia
mayoría en escaños 74 de 135 no se corresponde con el recuento voto a voto. O
sea, mientras que el bloque independentista sumó 1.360.000 votos, los votos no independentistas aglutinaron 1.332.000 de ciudadanos
que apostaron por ellos, en resumen, una diferencia de menos de 30.000 votos
disparó, de forma excepcional, la consecución de escaños. Me parece,
sencillamente, una anomalía, no sé si democrática o no, pero anomalía al
fin.
Comprendo que
abrir ese melón no sea plato de gusto para aquellos que sacan provecho de la
situación. Los partidos
independentistas, aunque ahora mimo estén a la greña, no tienen ningún
incentivo para poner en riesgo sus mayorías holgadas en pro de una mayor
proporcionalidad. Es evidente que ni a ERC ni a JxCat les interesa que la
provincia de Lérida (un feudo independentista por naturaleza) pase de los 15
escaños que le corresponden actualmente a los 6 que le tocarían por población.
En consecuencia, no espero buenismo político ni altura de miras. Ahora
bien, sería deseable empezar por el principio: Por eso, tan solo exijo
democracia: un hombre, un voto, que a todos los ciudadanos se nos trate por
igual, incluso cuando se trata de nuestros votos. El problema es que a lo mejor
algunos opinan que no todos valen lo mismo.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 17/10/2022
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