27 d’octubre 2022

HACE CUARENTA AÑOS


 

Siete años después de la muerte de Franco, España encaraba 1982 como un año crucial: La inflación rondaba el 15%, el déficit público era superior al 5% y el paro pasaba del 17%. La situación social era muy delicada y, como es suponer, las coberturas sociales de entonces nada tenían que ver con las que tenemos ahora. Si ahora, en muchas ocasiones, son insuficientes, entonces podrían ser paupérrimas. Con ese paisaje de fondo el presidente de Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, convocó elecciones generales pare el 28 de octubre.

Ante el buen temor de que ganase la izquierda, parte de las clases pudientes, puso sus dineros a buen recaudo en lugares de fiscalidad templada como Suiza. Las reservas bancarias disminuyeron aquel año cerca del 20% y solo en octubre se esfumaron unos 1.500 millones de dólares, porque existió la certeza, como así fue, de que el PSOE iba a ganar aquellas elecciones.

En efecto, los socialistas ganaron aquellos cómicos con una ventaja abrumadora. Recuerdo aquel día como si hubiera sido ayer: estábamos un grupo de amigos, entre nerviosos, expectantes y esperanzados, esperando novedades. Poco después del cierre de los colegios electorales, en una comparecencia televisiva, Alfonso Guerra anunció que, con los datos que le dio un sondeo que había hecho el partido, obtendrían 202 diputados; alguien a mi lado dijo algo así como «este tío está loco». Algo más tarde, era el entonces ministro del Interior, Juan José Rosón, quien daba como oficiales las cifras que poco antes solo eran fruto de un sondeo. Guerra no estaba loco, el PSOE, con más de 10 millones de votos, obtuvo 202 escaños, algo que aún no se ha igualado a día de hoy.  

Mientras tanto, una coalición de izquierdas gobernaba en Francia. En mayo de 1981 los socialistas habían ganado las elecciones. Formaron un gobierno con los comunistas que presidió François Mitterrand y tuvo como primer ministro a Pierre Mauroy. Su primera intención fue gobernar con un ambicioso proyecto socialdemócrata clásico para la época: impuestos a las grandes fortunas, aumento del salario mínimo, ayudas a las familias, quinta semana de vacaciones pagadas, jornada laboral de 39 horas semanales, adelanto de la edad de jubilación a los 60 años, nacionalización de bancos grandes, empresas y un largo etcétera. Sin embargo, la realidad fue muy distinta a lo que habían imaginado. El resultado inmediato fue un incremento del paro, del déficit público y una reacción brutal en contra de los mercados. para sobrevivir, Mitterrand hubo de volver con rapidez a la senda de la ortodoxia. Se descubrió la imposibilidad del “keynesianismo en un solo país”.

Como se vio después, Felipe González y su equipo más próximo tomó buena nota de la experiencia francesa y su primera decisión fue guardar bajo siete llaves el programa económico que los economistas socialistas habían diseñado y con el que se había hecho la campaña electoral y tenían previsto gobernar Comprendieron que de seguir por aquel camino repetirían los fracasos de Mitterrand. De ahí que se empezasen a aplicar reformas más liberales, protagonizadas por ministros pragmáticos como Miguel Boyer primero y Carlos Solchaga más tarde. Ese giro hizo que González fuera muy cuestionado a lo largo del tiempo por los más puristas del socialismo ortodoxo. Sin embargo, la evolución socioeconómica del país puso de manifiesto que las decisiones del Ejecutivo eran las adecuadas en aquel contexto.

Poco después de la gran victoria, un eufórico Alfonso Guerra decía: “Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió”. Y efectivamente, en la primera legislatura socialista (1982-1986), el Gobierno de González tuvo que hacer frente a una difícil situación económica. El gabinete socialista cumplió un estricto plan de seguridad económica que implicó un proceso de reconversión industrial que llevó al cierre de muchas industrias obsoletas. Estas medidas provocaron el desconcierto entre las centrales sindicales, pero permitieron sanear la economía y prepararla para la recuperación.

El gobierno socialista tuvo que hacer frente a una dura campaña terrorista de ETA, con más de cien muertos durante la legislatura, ya la vez reformar el Ejército para acabar con el peligro del golpismo. Esta reforma fue uno de los grandes éxitos del gabinete.

Otras medidas fueron la aprobación de la reforma universitaria, la LODE, que establecía la enseñanza gratuita y obligatoria hasta los dieciséis años, y una despenalización parcial del aborto.

Se sucedió la Ley General de Sanidad de 1986, donde se propusieron las bases legales para la universalización de la atención sanitaria.

España finalmente consiguió acceder a la Comunidad Económica Europea el 1 de enero de 1986. El viejo anhelo de integración en Europa se convirtió en realidad.

Como contrapartida, Felipe González cambió radicalmente su discurso sobre la OTAN. La negativa al ingreso en la alianza militar occidental se tornó en apoyo. González mantuvo su promesa de convocar un referéndum y pidió el voto afirmativo a la permanencia en la OTAN. El triunfo de la postura defendida por González posiblemente marcó su cenit como líder político.

Como colofón de esa legislatura, se terminó de diseñar el mapa autonómico español con la aprobación de los diversos estatutos de autonomía.

En 1986, el PSOE volvió a ganar las elecciones por mayoría absoluta propiciando la crisis entre sus contrincantes. Fraga repitió resultados lo que siguió una larga crisis en su partido y el PCE se coaligó con diversas fuerzas menores configurando Izquierda Unida.

Pero todo eso lo dejaremos para otra ocasión, hoy toca recordar el 28-O del 82. Por el cambio.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 24/10/2022

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