13 d’octubre 2022

BALANCE DE UN FRACASO


 

Con la salida de JxCat del Govern se pone fin al proceso secesionista catalán, al menos como lo hemos conocido en estos años. Eso no significa que el independentismo vaya a desaparecer de nuestro universo político. Son decenas de miles los ciudadanos que sueñan con una Cataluña independiente y eso no se erradica como por ensalmo. Ante esta nueva situación, las instituciones del Estado, empezando por el Gobierno central y siguiendo por todas las demás, deberían poner en práctica, sin caer en favoritismos absurdos, políticas muy afinadas, para que ese secesionismo vaya reduciéndose paulatinamente a unos porcentajes residuales, como los que había en los primeros años de la recuperación de la democracia.

Hubiese sido clarificador para unos, reconfortante para otros y balsámico para todos que algún líder procesista hubiera tenido la gallardía política suficiente para admitir que su proyecto desde el primer día estaba abocado al fracaso. Desgraciadamente, no ha sido así, nadie ha sido capaz de entonar el mea culpa y miles de personas aún no tienen claro que aquello de la “revolució dels somriures” era una patraña que no tenía ninguna posibilidad de prosperar, pero que ha servido para que un nutrido grupo de aprovechados vivan a cuerpo de rey a costa de las arcas del Estado. Esto es, de lo que pagamos todos.  

Desde hace tiempo el independentismo más pragmático ha asumido que su proyecto no tiene recorrido ni a corto ni a medio plazo. Parece que el president Pere Aragonés lo tiene claro y, aunque de vez en cuando, recuerda lo de volver a votar, acabar con la represión, la amnistía y algunas soflamas más. Resulta evidente que son mensajes para mantener alta la moral de la parroquia y que no cunda el desánimo entre sus bases. No obstante, los dirigentes políticos independentistas saben que la barra libre se ha terminado y ahora toca gobernar la autonomía.

Sería interesante que alguien nos explicara que hemos ganado los ciudadanos catalanes, independentistas o no, con el procés; si ha mejorado nuestra calidad de vida, si los servicios básicos como la sanidad, la educación o las prestaciones sociales son ahora mejores que antes de que empezara la milonga de la secesión. En mi opinión, no.

Tampoco a nivel macroeconómico hemos ganado nada con el procés, más bien al contrario. El movimiento generó pánico bancario y las dos entidades financieras catalana, Banc Sabadell y CaixaBank pusieron tierra de por medio y trasladaron sus residencias fiscales. Marcharon para evitar quedar fuera del sistema del Banco Central Europeo (BCE), y en los día posteriores al 1-O los clientes de La Caixa retiraron unos 7.000 millones de euros, pero es que la fuga siguió durante varios meses y de Cataluña marcharon, la friolera, de unos 33.000 millones de euros.

Igual que los bancos, varios miles de empresas grandes y medianas siguieron el mismo camino. Los expertos en la materia calcularon que unas 4.500 sociedades optaron por buscar la seguridad jurídica y política que aquí no tenían en otras ciudades españolas, sobre todo en Madrid. No obstante, la Generalitat redujo ese número pero asumiendo que afectó a 3.700 compañías. Fuera el número de traslados que fuese, fueron demasiados miles de empresas las que marcharon. Ciertamente, se podrá cuestionar el impacto real que esos movimientos han tenido en la economía catalana, pero lo que no se puede discutir es la imagen poco edificante que hemos transmitido al mundo. Es triste pero real, de las grandes compañías que cambiaron su domicilio social, solo ha regresado Agbar, pero con menos activos que con los que marchó.

Pero es que tras las empresas también la élite de los ejecutivos ha ido mudando su domicilio fiscal y eso significa que su IRPF y el conjunto de impuestos los pagan en otras administraciones.

No obstante, justo es escribir que la evolución del PIB y del empleo ha ido en paralelo al conjunto de España y se ha recuperado el turismo, tanto el vacacional como el de negocios.  Si bien hay que decir que ese sector aporta muy poco valor añadido y escasa cualificación profesional.

Sintetizando: Después de diez años de proceso independentista la economía catalana no ha mejorado, más bien todo lo contrario. La calidad de vida de la ciudadanía tampoco ha experimentado ninguna mejora, los servicios que nos presta la Administración se han deteriorado. La cohesión social se ha resquebrajado y estamos ante un riesgo de quiebra como sociedad.

Por su parte, el Govern de la Generalitat no ha obtenido ni una sola nueva competencia y el prestigio de nuestras instituciones como, por ejemplo, el Parlament ha caído como no podíamos imaginar. Ese estado de cosas hace que lamentablemente Cataluña, como región europea, ya no sea referencia para nadie ni motor de nada.  

Ante esta situación de fracaso incuestionable de una determinada manera de hacer, pretender prolongar la situación que nos atenaza es de una insensatez descomunal. Por si alguien tenía alguna duda el exsecretario general de JxCat Jordi Sánchez afirmó el pasado sábado, en declaraciones a Catalunya Radio que "el procés, definitivamente, se ha cerrado", tras la decisión de Junts de romper el Govern de coalición con ERC y pasar a la oposición.  Así pues, ahora, que JxCat ha decidido poner en práctica el suicidio político se cierra definitivamente una etapa política en Cataluña.

En estas circunstancias, el president, Pere Aragonés, tiene la oportunidad de dar un puñetazo en la mesa y dando un giro copernicano a la acción política del Govern, abrir un nuevo ciclo que permita a la sociedad catalana sosegarse, recomponer la cohesión social, trabajar por mejorar la calidad de vida y recuperar el prestigio que nunca debimos perder.  Esa sería la mejor fórmula para iniciar una época de bienestar y progreso para todos, sin tener en cuenta ni credos ni ideologías.

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 10/10/2022.

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