15 de juny 2022

EL FONDO Y LAS FORMAS


 Ni en sus mejores sueños de adolescencia y juventud Gabriel Rufián pudo imaginar que sería diputado a Cortes, menos aún, portavoz de un grupo parlamentario y, además, por un partido independentista. Como cantaba el bueno de Sandro Giacobbe: “La vida es así/  no la he inventado yo”. Una vez más la realidad ha superado la ficción.

Gabriel Rufián llegó a la política profesional mediante la plataforma Súmate. Súmate es una entidad creada en 2013 con el objetivo de promover el voto independentista en Cataluña  entre la comunidad castellanohablante. ​ Rufián era uno de los miembros destacados de dicha plataforma y muy pronto estableció una relación muy intensa con el hombre fuerte de Esquerra, Oriol Junqueras. Fue cabeza de lista de ERC por Barcelona en las elecciones al Congreso de Diputados convocadas para  20 de diciembre de 2015 y consiguió el acta de diputado. ​ En las elecciones generales de 2016 volvió a presentarse en las listas de ERC y volvió a resultar elegido. Igual que lo fue en las convocatorias de abril y noviembre de 2019.

Aún recuerdo el tono nada respetuoso, por no decir despectivo de nacionalistas e independentistas, hacia José Montilla porque no les cabía en la cabeza que una persona nacida en un pueblo de Córdoba llegara a presidente de la Generalitat de Cataluña. Sin embargo, la dirección de ERC no tuvo ningún reparo a la hora de designar a Rufián cabeza de lista a la generales; en mi opinión fue nombrado por dos motivos: uno, porque pensaron que así blanqueaban su imagen de partido sectario y xenófobo (que se ganaron a pulso en la época de Heribert Barrera, Joan Hortalà y Àngel Colom) y dos, porque Rufián podía ser el charnego útil (pido perdón por utilizar el término charnego porque soy refractario a este tipo de calificativos, pero aquí es el que mejor define lo que quiero explicar) que entrarse como punta de lanza  en el nicho electoral de los castellanohablantes, donde el PSC era y es hegemónico.

Todo esto viene a cuento porque, como ustedes saben, la semana pasada se montó un jaleo más que considerable a raíz de unas declaraciones de Rufián en las que afirmaba que Puigdemont era un “tarado” por haber declarado la independencia. Aunque el diputado republicano enseguida se percató de su metida de pata y pidió disculpas, la ofensa ya estaba hecha y ahí ardió Troya. A Gabriel Rufián le han llovido palos por todas partes. Desde las filas del independentismo le han dicho de todo menos guapo. Los de su propio partido le han vapuleado sin ninguna consideración, el president Pere Aragonés le desautorizó ante la andanada que le lanzó Albert Batet, portavoz de Junts, durante la celebración del pleno en el Parlament en la que se aprobó la nueva ley del catalán. No obstante, ha habido dos excepciones que conviene destacar: una, el que fuera su maestro y compañero, en eso del parlamentarismo, Joan Tardà que salió en su defensa y quiso quitar hierro al asunto, pero como que la pelota se fue haciendo grande, Tardà acabó llamando supremacista al vicepresident Puigneró que previamente había dicho que Rufián no era digno de Cataluña (me gustaría saber si para el vice  son dignos de esta magna tierra los Pujol Ferrusola), y la segunda excepción es Oriol Junqueras que se limitó a retuítear el aviso que le hizo Marta Rovira, cuando le advirtió que “no se equivocase de adversarios”, pero sin ninguna aportación y/o amonestación del líder, ¿por qué será?

Todos sabemos que Gabriel Rufián no es ni un fino estilista ni un orador al estilo de Emilio Castelar o Manuel Azaña (solo por poner un par de ejemplos), pero es que tampoco tiene nada que ver con otro parlamentario mucho más cercano: Miquel Roca. Faltaría a la verdad si no dijese que Rufián no ha mejorado su oratoria desde que llegó al Congreso en 2015, pero lo suyo es el tuiteo, la frase corta, seca y, a menudo, hiriente. Todavía conservo su imagen grabada en mi retina, con una impresora bajo el brazo en un pleno en el hemiciclo de la carrera de San Jerónimo.

Siempre he pensado que los mandamases de ERC han utilizado al lenguaraz de Rufián como persona interpuesta para decir aquello que querían decir pero que, para no dejar de ser políticamente correctos, no les parecía oportuno manifestar. No hace falta retroceder mucho, baste con recordar las puyas que periódicamente lanza Puigdemont a Esquerra o las intervenciones de Comín y el propio Puigdemont en el reciente congreso de Junts celebrado en Argelès-sur Mer. Lo que pasa es que el diputado Rufián, en ocasiones, da la sensación de padecer incontinencia verbal.

El quid de la cuestión es qué, lo que dijo Rufián, lo piensa mucha gente en Cataluña, independentistas y no independentistas. El problema surge cuando no se sabe o no se quieren diferenciar las situaciones. No se debería utilizar el mismo lenguaje en una conversación entre colegas, acodados en la barra de un bar o en un chat de amiguetes que en una entrevista concedida a los medios o en una intervención desde la tribuna de un parlamento. Y es que, en la política, como en la vida, tanto en lo que se hace, como en lo que se dice, las formas suelen ser tan importantes como los fondos. Lo malo es que, por desgracia, los hay que no tienen la capacidad suficiente para distinguir el culo de las témporas, que diría Don Camilo José.

 

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 13/06/2022

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