El pasado 3 de marzo se cumplieron 25 años desde que el PP ganó, por primera vez, unas elecciones generales. De “dulce derrota” calificaron, entonces, algunos barones socialistas aquel revés electoral. En términos absolutos la victoria fue pírrica, menos de 300.000 votos separaron al PP del PSOE. No obstante, fueron suficientes para que los populares firmaran con CiU el pacto del Majéstic y se pusiera fin a catorce años de gobiernos socialistas.
Desde aquel PP, casi omnipotente, con un José María Aznar
eufórico a la cabeza con su eslogan de “España va bien”, de principios de este
siglo, al actual PP, carcomido por la corrupción hasta el tuétano, con el
aliento de Vox en el cogote y un líder, Pablo Casado, cada vez más cuestionado
por los suyos, parece que haya pasado una eternidad. Y no; tan solo han transcurrido
cinco lustros, pero ese tiempo en política es muchísimo (a pesar de que el
tango dice que “veinte años no son nada”)
y los ciudadanos las hemos visto de todos los colores.
Si algún mérito tuvo Aznar en su trayectoria fue aglutinar
bajo unas siglas a toda la derecha de este país, desde los liberales a la
derecha extrema, pasando por la derecha casposa y los moderados que, haberlos
hay los, aunque sean un sector a extinguir por el fuego amigo. No obstante, eso
se ha diluido con el tiempo y ahora la derecha está desgajada en tres frentes,
lo que la hace débil y vulnerable, pero también impredecible porque se siente
herida.
Con este panorama tan poco halagüeño, la solución que ha
encontrado Pablo Casado y su equipo, para cortar con el pasado y poner tierra
de por medio, ha sido vender la sede de la calle Génova de Madrid. Craso error
porque, tanto en el Senado como en el grupo parlamentario europeo, los
populares siguen teniendo personajes que aglutinaron mucho poder y
responsabilidades en tiempos pasados y parece probable que tuvieron que ver con
cuestiones poco claras.
Los dirigentes actuales del PP se equivocan si piensan que
van a liquidar el asunto cambiando la ubicación de su sede y atribuyendo las
responsabilidades de la corrupción sistémica de su partido tan solo a los dirigentes
y gestores anteriores. Más allá de las responsabilidades jurídicas que se irán
viendo en los tribunales en los próximos años, la ciudadanía tiene todo el
derecho a saber quiénes fueron los que aprovechando su situación de privilegio
desviaron o indujeron a desviar dinero del erario público para gastarlo de las
formas más variopintas posibles. Desde remodelación de sedes políticas, pago
fraudulento de campañas electorales y, como no, regalos para uso y disfrute
personal como, por ejemplo, relojes, bolsos o viajes de placer, sin olvidar,
claro está, los famosos sobres que salían, según el extesorero Luís Bárcenas,
de la caja B del partido para complementar los sueldos de determinados
dirigentes, sin ser declarados a la Hacienda pública.
Como sostiene la exdirectora de El País, Soledad Gallego
Díaz, “Lo que exige el contexto político,
con buenas razones, es que el actual presidente del PP se comporte con la
máxima pulcritud en sus relaciones con la justicia y que, por ejemplo,
desbloquee inmediatamente la renovación del Consejo General del Poder
Judicial”.
Nunca doy consejos a nadie porque bastante tengo con
organizar mi vida. Sin embargo, ante la grave situación que está viviendo el
PP, en mi opinión los populares deberían poner en marcha un proceso de
reflexión serio y profundo que les lleve a analizar los motivos de sus tristes
resultados en las elecciones al Parlament del Cataluña del pasado 14 F, (3,8%
de los votos) y lo que les pasó en julio en las elecciones en Euskadi (6.7%) en
coalición con Ciudadanos. Casos de corrupción como la trama Gürtel, la caja B,
el caso Kitchen entre otros affaires y esos resultados electorales son vasos
comunicantes. Para nuestro sistema institucional es muy grave que el partido
que es la alternancia natural en el sistema político carezca de predicamento en
lugares como Cataluña o el País vasco y es muy difícil que lo tenga mientras no
haga una limpieza profunda, admita los errores cometidos y demuestre voluntad
real de cambio.
El primer requisito de la democracia es la alternancia, pero
no una alternancia cualquiera. En nuestra situación, necesitamos que la
oposición esté encabezada por un partido moderado, sin mochilas judiciales, que
no practique el obstruccionismo en los órganos constitucionales y que tenga
como norma ineludible de actuación la lealtad institucional. Es decir, todo lo
contario al PP actual.
Quizás los dirigentes populares estaban convencidos de que el
gobierno Frankenstein duraría lo que dura un caramelo a la puerta de un colegio
y que era cuestión de sentarse a la puerta a ver el cadáver del vecino pasar.
Pero la realidad casi nunca es como la imaginamos y, de momento, el gobierno
Frankenstein parece que tiene una mala salud de hierro y que su continuidad, al
menos esta legislatura, está casi garantizada. En cambio ellos van a vender la
sede para escapar de sus demonios. Veremos. Ya se sabe que en toda mudanza se
suelen extraviar cosas y no me extrañaría que en esta se perdiera el
presidente, el logo… y hasta las siglas.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 08/03/2021
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