17 de febrer 2021

EL CAMBIO EN MARCHA


 Cuando el pasado 30 de diciembre Miguel Iceta anunció que daba un paso al lado para que Salvador Illa fuese candidato de los socialistas a la presidencia de la Generalitat, a muchos no independentistas se nos encendió una luz en el horizonte de la negra noche de la política catalana. Solo nos faltaron, para empezar a soñar, varias encuestas que anunciaban qué la victoria del PSC era factible.

Y la mayoría de estudios demoscópicos esta vez dieron en el clavo.

En efecto, el PSC ha ganado las elecciones al Parlament celebradas el domingo 14 de febrero. El candidato, Salvador Illa, ya ha anunciado que se presentará a la investidura. Sin embargo, la correlación de fuerzas que ha salido de estas elecciones hace casi imposible que el líder de los socialistas pueda llegar, ahora, al Palau de la Generalitat.

Han sido unas elecciones atípicas en unas circunstancias excepcionales. Con una participación que no llegó al 54 % del censo, es la más baja desde 1980. El PSC ha ganado en votos y ha empatado a 33 escaños con ERC, y casi ha doblado los escaños obtenidos en 2017 que entonces fueron 17.

La paradoja es que el independentismo ha logrado los mejores resultados desde la restauración de la democracia. Por primera vez han superado el 50 % de los votos emitidos y han logrado 74 escaños. Una gran victoria, sin duda. No obstante, no se debería perder de vista que en números absolutos se han dejado por el camino más de 725.000 papeletas con respecto a 2017, mientras que el PSC ha sumado unas 46.500. Además, el independentismo está más dividido que nunca porque carecen de un proyecto político común, más allá de lograr la independencia, pero ahí empieza y acaba todo.

Hay partidos políticos independentistas de corte más o menos clásico con presencia en el territorio y arraigo en la sociedad, es el caso de ERC y como partido más pequeño la CUP. En cambio, JxCat es una organización política creada desde la distancia que no tiene estructura territorial y que necesita de los cargos públicos que se han escindido de otro partido, el PDeCat, para conectar con la ciudadanía. Por eso necesitan tener acceso a los resortes de poder para seguir existiendo, pero el día que su líder y alma mater, Carles Puigdemont, caiga en desgracia se convertirá en una organización residual porque no tiene ni estructura orgánica, ni raíces territoriales.  

Una vez pasado el calentón de la campaña electoral, veremos si el independentismo tiene voluntad real de acercamiento a posiciones templadas, en especial ERC. De momento los mensajes de Pere Aragonés han sido poco alentadores. En la noche electoral ya dijo que “sentaría al Gobierno para negociar un referéndum”, mal empezamos. Y es que si no hay reciprocidad no sé si serán sostenibles los pactos que el Gobierno de España mantiene con los republicanos. O si será viable la mesa de diálogo Tampoco sé, si tiene mucho sentido tramitar los indultos a los líderes del procés ni rebajar el delito de sedición en la legislación vigente, cuando siguen insistiendo en la amnistía y la autodeterminación. Imaginemos, por un momento, que “ho tornin a fer” (lo vuelven a hacer), como ya han advertido los condenados y no se cansan de repetir, ¿cómo quedaría el Gobierno ante la oposición y la opinión pública? Para que un acuerdo sea factible las dos partes han de estar dispuestas a ceder y modular sus reivindicaciones si no, es imposible.

Ojalá me equivoque, pero es muy poco probable que salvador Illa logre los apoyos necesarios para presentarse a la investidura con garantías. En esas circunstancias, será Pere Aragonés quien intente conseguir la presidencia de la Generalitat y es muy posible que lo consiga, porque lo tiene casi todo de cara. De todas maneras, no olvidemos que Aragonés lideró la campaña del “España nos roba” cuando dirigía las juventudes de su partido. Y eso nos puede dar una idea de su talante.

En cualquier caso, habrá que ver que Govern forma y con quién lo constituye. Aragonés ya ha manifestado su intención de formar un ejecutivo amplio con Junts, la Cup y Comunes. Mal comienzo, en mi opinión, porque un Govern con trumpistas catalanes, personas imputadas en presuntos delitos de corrupción y antisistema no creo que garanticen un futuro de reencuentro que es lo que más necesitamos, a día de hoy, en Cataluña.

Por cuestiones de espacio y tiempo dejo para otra ocasión el análisis de la entrada de Vox en el Parlament con el correspondiente sorpasso a los dos partidos de la derecha, Ciudadanos Y PP. Ahí el drama no ha hecho más que empezar. Creo que tanto a Pablo Casado como a Inés Arrimadas el domingo por la noche se les aparecieron todos los fantasmas y un sudor muy frío les bajaba por la espalda, aunque la noche no fue nada calurosa.

Pero no quiero terminar esta columna sin recordar que, durante los años convulsos del procesismo, el nacional-independentismo había dado al PSC por amortizado. De hecho, ya tenían el epitafio preparado,”los del 155”. Habían previsto poner en su tumba política. Sin embargo, resulta que después de soltar lastre el socialismo catalán ha vuelto para quedarse. Ha ganado las elecciones y ha puesto el cambio en marcha. Un cambio que nadie va a poder parar.

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 16/02/2021

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