Cuando el pasado 30 de diciembre Miguel Iceta anunció que daba un paso al lado para que Salvador Illa fuese candidato de los socialistas a la presidencia de la Generalitat, a muchos no independentistas se nos encendió una luz en el horizonte de la negra noche de la política catalana. Solo nos faltaron, para empezar a soñar, varias encuestas que anunciaban qué la victoria del PSC era factible.
Y la mayoría de estudios demoscópicos esta vez dieron en el
clavo.
En efecto, el PSC ha ganado las elecciones al Parlament
celebradas el domingo 14 de febrero. El candidato, Salvador Illa, ya ha
anunciado que se presentará a la investidura. Sin embargo, la correlación de
fuerzas que ha salido de estas elecciones hace casi imposible que el líder de
los socialistas pueda llegar, ahora, al Palau de la Generalitat.
Han sido unas elecciones atípicas en unas circunstancias
excepcionales. Con una participación que no llegó al 54 % del censo, es la más
baja desde 1980. El PSC ha ganado en votos y ha empatado a 33 escaños con ERC,
y casi ha doblado los escaños obtenidos en 2017 que entonces fueron 17.
La paradoja es que el independentismo ha logrado los mejores
resultados desde la restauración de la democracia. Por primera vez han superado
el 50 % de los votos emitidos y han logrado 74 escaños. Una gran victoria, sin
duda. No obstante, no se debería perder de vista que en números absolutos se
han dejado por el camino más de 725.000 papeletas con respecto a 2017, mientras
que el PSC ha sumado unas 46.500. Además, el independentismo está más dividido
que nunca porque carecen de un proyecto político común, más allá de lograr la independencia,
pero ahí empieza y acaba todo.
Hay partidos políticos independentistas de corte más o menos
clásico con presencia en el territorio y arraigo en la sociedad, es el caso de
ERC y como partido más pequeño la CUP. En cambio, JxCat es una organización
política creada desde la distancia que no tiene estructura territorial y que
necesita de los cargos públicos que se han escindido de otro partido, el
PDeCat, para conectar con la ciudadanía. Por eso necesitan tener acceso a los
resortes de poder para seguir existiendo, pero el día que su líder y alma mater,
Carles Puigdemont, caiga en desgracia se convertirá en una organización residual
porque no tiene ni estructura orgánica, ni raíces territoriales.
Una vez pasado el calentón de la campaña electoral, veremos
si el independentismo tiene voluntad real de acercamiento a posiciones
templadas, en especial ERC. De momento los mensajes de Pere Aragonés han sido
poco alentadores. En la noche electoral ya dijo que “sentaría al Gobierno para
negociar un referéndum”, mal empezamos. Y es que si no hay reciprocidad no sé
si serán sostenibles los pactos que el Gobierno de España mantiene con los
republicanos. O si será viable la mesa de diálogo Tampoco sé, si tiene mucho
sentido tramitar los indultos a los líderes del procés ni rebajar el delito de
sedición en la legislación vigente, cuando siguen insistiendo en la amnistía y
la autodeterminación. Imaginemos, por un momento, que “ho tornin a
fer” (lo vuelven a
hacer), como ya han advertido los condenados y no se cansan de repetir, ¿cómo
quedaría el Gobierno ante la oposición y la opinión pública? Para que un
acuerdo sea factible las dos partes han de estar dispuestas a ceder y modular
sus reivindicaciones si no, es imposible.
Ojalá me equivoque, pero es muy poco probable que salvador
Illa logre los apoyos necesarios para presentarse a la investidura con
garantías. En esas circunstancias, será Pere Aragonés quien intente conseguir
la presidencia de la Generalitat y es muy posible que lo consiga, porque lo
tiene casi todo de cara. De todas maneras, no olvidemos que Aragonés lideró la
campaña del “España nos roba” cuando dirigía las juventudes de su partido. Y
eso nos puede dar una idea de su talante.
En cualquier caso, habrá que ver que Govern forma y con quién
lo constituye. Aragonés ya ha manifestado su intención de formar un ejecutivo
amplio con Junts, la Cup y Comunes. Mal comienzo, en mi opinión, porque un
Govern con trumpistas catalanes,
personas imputadas en presuntos delitos de corrupción y antisistema no creo que
garanticen un futuro de reencuentro que es lo que más necesitamos, a día de
hoy, en Cataluña.
Por cuestiones de espacio y tiempo dejo para otra ocasión el
análisis de la entrada de Vox en el Parlament con el correspondiente sorpasso a los dos partidos de la derecha,
Ciudadanos Y PP. Ahí el drama no ha hecho más que empezar. Creo que tanto a
Pablo Casado como a Inés Arrimadas el domingo por la noche se les aparecieron
todos los fantasmas y un sudor muy frío les bajaba por la espalda, aunque la
noche no fue nada calurosa.
Pero no quiero terminar esta columna sin recordar que,
durante los años convulsos del procesismo, el nacional-independentismo había
dado al PSC por amortizado. De hecho, ya tenían el epitafio preparado,”los del
155”. Habían previsto poner en su tumba política. Sin embargo, resulta que
después de soltar lastre el socialismo catalán ha vuelto para quedarse. Ha
ganado las elecciones y ha puesto el cambio en marcha. Un cambio que nadie va a
poder parar.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 16/02/2021
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