La enmienda a la totalidad de la CUP, a los presupuestos
del Govern para 2022, puso Cataluña al borde del precipicio. Con su iniciativa
los antisistema dinamitaron la teórica mayoría independentista en el Parlament
(he escrito teórica mayoría porque en
las democracias serias los votos que no obtienen representación no se cuentan,
y si hacemos aquí esa lectura, el secesionismo tiene una representación del 48%).
Todo esto, cuando no hace ni once meses que se celebraron las elecciones y poco
más de seis que fue investido Pere Aragonés como president. Eso nos da una idea
de la escasa estabilidad de la situación política catalana.
Aragonés estaba empeñado en que la mayoría
independentista del Parlament votase sus presupuestos. Por eso fue él quien se
puso al frente de las negociaciones con la CUP para conseguir el voto de los
anticapitalistas. Sin embargo, estos no cedieron en sus planteamientos. Esa
situación puso de manifiesto la falta de perspicacia política de Pere Aragonés
porque el president claudicó demasiado de prisa ante las exigencias de los
antisistema y se quedó prácticamente sin nada en la cartera para seguir
negociando.
En cambio, los cupaires han demostrado
ser alumnos aventajados en el aprendizaje de los mecanismos de la política parlamentaria.
Recurrieron al filibusterismo para forzar al president a aceptar sus demandas, y cuando ya
tenían satisfechas casi todas sus demandas se escudaron en su
asamblea parlamentaria para decidir su posición Al final, menos de 300 militantes
de ese partido decidieron que la enmienda siguiera viva, poniendo así en jaque
al Govern de Cataluña.
Ante esa situación y, a pesar de la mano tendida del PSC,
el president prefirió negociar con en Comú-Podem para evitar tener que ir a
unas nuevas elecciones, pero, claro, ni en la vida ni en la política, las cosas
son gratis. A cambio del soporte de los comunes los republicanos han tenido que
levantar el veto que Ernest Maragall puso a los presupuestos de Ada Colau en el
Ayuntamiento; luego el edil tuvo que rectificar, cambiar de opinión y tragarse uno
de los sapos más grandes de toda su trayectoria política. Y es posible que eso
signifique, más pronto que tarde, el final de su carrera, como ya ha empezado a
rumorearse en diversos ambientes.
En opinión de Junts el pacto con los comunes es un fracaso del independentismo. No han
querido tener en cuenta que el acuerdo con la CUP ponía en riesgo los Juegos
Olímpicos de Invierno, el Hard Rock o el Circuíto de Montmeló que son, en estos
momentos, algunas de las joyas de la corona para el sector empresarial que les
es más afín.
La situación es tan tensa entre los dos socios del Govern
que la intervención del diputado Joan Canadell, el día que se aprobó la
tramitación presupuestaria, parecía más propia de un grupo de la oposición que
de uno de los grupos que dan soporte al Ejecutivo catalán. Eso hizo que Pere
Aragonés expresara sus quejas al vicepresident Puigneró (algo que pudo ver todo
el mundo porque el pleno se retransmitía por televisión), y poco después el
president y la mayoría de consellers de ERC abandonasen el hemiciclo.
De todas formas la realidad es tozuda y acaba
imponiéndose. Con la tramitación de los presupuestos la mayoría independentista
se ha demostrado estéril. Ante esta situación se me ocurre una pregunta: ¿Para
qué sirve esa mayoría independentista, si los partidos que la conforman no se
ponen de acuerdo en temas capitales para Cataluña como son la ampliación del
aeropuerto del Prat, la mesa de diálogo con el Gobierno central o los
presupuestos para 2022?
En cualquier caso, me permito sugerir aquí que no cunda
el pánico en el sector independentista pensando que el procés se ha terminado. El
movimiento independentista catalán tuvo su punto álgido en el otoño de 2017,
desde entonces languidece de forma lenta pero constante. La descomposición que
hemos visto de la mayoría en le Parlament no es un hecho aislado, ocurrirá cada
vez con más frecuencia y, probablemente, cada vez con mayor virulencia.
De todas formas, a trancas y barrancas el independentismo
seguirá funcionando más o menos cohesionado en el Parlament. El 23 de diciembre con o sin apoyo de la CUP
tendremos presupuestos y eso dará aire al Govern y un buen margen de maniobra.
Que la situación está cambiando es evidente. Ahora bien,
creo que es prematuro pensar ya en un tripartito de izquierdas, como han sostenido
algunos en los últimos días. Las razones son variadas, pero voy a señalar dos.
La primera es que, a día de hoy, el PSC es el partido a batir por ERC. Hace
tiempo que los republicanos trabajan para convertirse en el partido hegemónico
de Cataluña, como un día lo fue Convergencia. Pero son los socialistas los que
ocupan el espacio sociológico que ellos necesitan para ser la primera formación
política en nuestro país, y están constatando que ese asalto es muy complicado. De ahí su inquina hacia los socialdemócratas
catalanes.
La otra, son los recelos que los republicanos despiertan
en los socialistas por las continuas deslealtades y salidas de tono de los de
ERC tuvieron en los dos tripartitos (de Maragall y de Montilla). La
animadversión de los unos hacia los otros y el recelo que los otros despiertan
en los unos (sobre todo en las bases menos catalanistas) hace que el pacto PSC
ERC sea extremadamente difícil.
No obstante, es bien vedad que, en política, cosas más
raras se han visto.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 29/11/2021
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