10 de desembre 2021

LA HISTORIA SE REPITE


 La noticia nos estremeció a todos. Fue la última madrugada de noviembre, en la plaza Tetuán de Barcelona. Una pareja y sus dos hijos (uno de tres y otro de un año) morían en un incendio que se produjo en una antigua oficina bancaria que estaba ocupada.

 La historia se repite. Todavía no hace un año que las llamas devoraron una nave al sur de Badalona. Allí malvivían más de un centenar de personas en condiciones de precariedad y pobreza. La falta de servicios básicos en un edificio que no estaba concebido para ser vivienda y el abandono del enclave marcaban el día a día en el interior de la instalación que estaba habitada desde hacía años por migrantes.

 Murieron cuatro personas y hubo más de 20 heridos, varios de ellos graves. Esa desgracia hizo que se pusiera el foco en una situación humanitaria crítica, pero que ya se conocía desde hacía tiempo. La ocupación ilegal del recinto era conocida por el consistorio que había puesto una mayor vigilancia sobre el lugar en los últimos meses. Allí vivía una población que oscilaba entre las 100 y 150 personas, la mayoría de origen subsahariano.

Se encontraban en situación irregular y se dedicaban al oficio de mantero, así como a la recolección de chatarra e incluso a la confección de muebles con palés. La pandemia agudizó su situación de pobreza. Sin acceso a agua o electricidad, se habían conectado a la toma general de luz.

En esta ocasión ha sido en pleno centro de Barcelona, junto a la escuela concertada, el Sagrat Cor y a solo 50 metros de la Consejería de Interior de la Generalitat. Era una antigua sucursal bancaria, donde vivían ocho personas: la familia fallecida y otras cuatro que se refugiaron en un patio hasta que les rescataron los bomberos.

La pareja llevaba un año viviendo en esta antigua oficina de Evobanco, que cerró en 2019, según explicaron los vecinos. Él era de origen paquistaní y ella, procedente de Rumanía, ambos de 40 años; sus dos hijos habían nacido en España. Vivían de recoger chatarra.

El ayuntamiento de Barcelona hizo público un informe según el cual en la ciudad viven unas 735 personas en locales y naves ocupadas, y sobre 340 en chabolas situadas en solares. Aquí hay que añadir un millar largo de personas que no tienen ni eso, viven al raso.  El pasado mes de octubre, la Guardia Urbana y personal del distrito del Eixample acudió a hacer una inspección en el local ocupado, en la que, según fuentes municipales, “no se detectó ninguna situación de peligro, ni riesgo estructural para hacer un desalojo de urgencia o una intervención de bomberos”.

Pese a que los servicios sociales municipales conocían el caso en el que había menores, la Dirección General de Atención a la Infancia y Adolescencia (DGAIA), de la Generalitat, no tenía ninguna constancia de ello. Según un portavoz del departamento de Derechos Sociales el Ayuntamiento no había informado del caso a la DGAIA, y este organismo no puede intervenir hasta que los servicios sociales básicos lo pidan. Por ley, los servicios sociales municipales tienen que elevar un informe a la DGAIA si perciben riesgo para el menor de edad.

Según el informe de 2016 sobre pobreza energética de la Agencia de Ciencias Ambientales (ACA), en torno al 11 % de los hogares de España (unas 5,1 millones de personas) se declaran incapaces de mantener su vivienda a una temperatura adecuada en invierno. Esta cifra se sitúa por encima de la media europea, que está en un 10,2 %, y representa un incremento del 22 % en los casi cuatro años transcurridos desde la publicación del informe anterior. Además de ese 11 % que no puede calentar su hogar de forma adecuada, un 21 % de los hogares españoles padece algún tipo de carencia relacionada con la pobreza energética (retrasos en los pagos, temperaturas inadecuadas, porcentaje excesivo de gastos asociados a facturas energéticas etcétera). En Catalunya, el 18,7 % de la población destina más de un 10 % de su renta disponible al gasto de energía, el 11,1 % acumula retrasos de pago y el 8,7 % no puede mantener la vivienda a una temperatura adecuada.

 La Ley 24/2013 del sector eléctrico —que es la ley que, en teoría, debería establecer la protección de las personas consumidoras vulnerables— constituye el marco jurídico por el que se rige la actividad del sector energético en España. En la práctica, esta ley considera la energía como un “servicio de interés económico general” y ha servido para profundizar la liberalización del mercado eléctrico. El hecho de que la electricidad deje de entenderse como un servicio público significa que la protección del mercado es prioritaria. Y, por lo tanto, a día de hoy, siguen siendo las empresas del oligopolio las que ostentan el privilegio de gestionar estos servicios, lucrándose con cifras millonarias y ejerciendo un control abusivo del mercado.

 Ante esta situación, la mayoría de los ayuntamientos del país están abordando la pobreza energética como si fuera un problema de ingresos y, en consecuencia, es asumido por los servicios sociales, que pagan recibos para evitar el corte de suministro. En realidad, esta estrategia es solo una prolongación de la pesadilla, ya que las facturas se vuelven a generar al mes siguiente.

 Tragedias como la de Badalona o la de la plaza de Tetuán ocurren con relativa frecuencia y no es descabellado pensar que seguirán sucediendo. Pero, eso sí, después de cada drama, siempre hay políticos a los que, con lágrimas de cocodrilo, les falta tiempo para lamentarse. Ahora bien, más allá de esa escenificación  y de la inestimable aportación de los municipios (dentro de sus limitadas posibilidades), ¿ustedes creen que nuestros gobernantes se preocupan por hacer efectivo el artículo 47 de la Constitución que es el que establece el derecho a una vivienda digna y adecuada?  Han acertado: NO.

 

Bernardo Fernández

Publicado en e notícies 10/12/2021

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