Desde hace tiempo los expertos en economía de la Seguridad Social trabajan en el desarrollo de un sistema de financiación de las Pensiones Públicas que sea viable, eficiente y sostenible en el tiempo. La cuestión es que, en los primeros años de este siglo en el Fondo de Reserva, llegaron a haber casi 68.000 millones de euros, mientras que en estos momentos el remanente de la hucha no llega a 2.000. Además en 2023 empezará a jubilarse la generación del baby boom que es la generación más numerosa de la historia.
Eso significa que para un trabajador con un sueldo medio, la subida de la cotización supondrá 11,86 euros al mes: 3,95 euros para el empleado y 7,91 euros para la empresa. Para una base mínima, el incremento será de 6,76 euros: 2,25 euros el asalariado y 4,50 la compañía. Y para las bases máximas alcanzará los 24,84 euros: 8,28 euros el trabajador y 16,56 la empresa.
Pues bien, cuando parecía que la reforma de la financiación de las Pensiones Públicas empezaba a estar razonablemente bien enfocada, la UE nos ha hecho llegar un mensaje que ha supuesto una ducha escocesa para los futuros pensionistas. Según dijeron, Bruselas exige a España, para que nos lleguen los 70.000 millones del fondo de recuperación —dinero que no hay que devolver—, aumentar a 35 años el tiempo de la vida laboral del trabajador para calcular la pensión a cobrar y, aunque el ministro José Luís Escrivá ha negado enérgicamente cualquier pacto ni imposición de Europa en esta materia, las dudas han enrarecido el ambiente. En cualquier caso, si esa iniciativa finalmente se tuviese que aplicar, el
Gobierno podría introducir mecanismos amortiguadores como, por ejemplo, la
elección de los mejores años de cotización o la opción de rellenar las lagunas
de cotización, para que su impacto fuese neutro.
De todas formas, si queremos
tener un sistema de Pensiones Públicas útil para unas cuantas generaciones,
pienso que hemos de hacer un réset en el modelo que se viene utilizando y
cambiar algunas de la normas que hasta ahora han sido básicas.
Ahí van algunas sugerencias:
Se debería cambiar el chip de la
edad de jubilación por el número de años cotizados. Para empezar, todo el
mundo, con las excepciones que fuesen pertinentes, debería cotizar 40 años. Por
ejemplo, si alguien empieza a trabajar con 18 años, pues que se jubile con 58.
En cambio, aquellos que se incorporan al mercado a una edad más avanzada porque
se han formado, porque han estudiado, porque se han sacado varios masters o,
simplemente, han podido y querido ver mundo, deberían cotizar el mismo tiempo
que los primeros.
Eso no significa que no se deban tener
en cuenta las diferencias existentes entre profesiones. Es habitual que las
personas con estudios primarios o inferiores trabajen en las actividades más
penosas y, de media, viven cuatro años menos que los que tienen formación
superior, según recogen los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Pues bien, no atender esa especificidad sería una grave injusticia en términos
de políticas sociales.
Es necesario que se promocione la
jubilación activa. No son pocas las personas que preferirían seguir trabajando
aunque le haya llegado la hora de la jubilación, pero para que se decidan a
seguir en el mercado laboral conviene que tengan incentivos suficientemente
atractivos para ello. Suecia y Noruega pueden ser unos buenos referentes a tener
en cuenta.
Está claro que el
problema es grave y no tiene fácil solución. Por eso habrá que echar mano de
ideas imaginativas. Fue Bill Gates el primero en lanzar la idea: si se pagan
cotizaciones sociales por los trabajadores para sostener el sistema de
Seguridad Social, cuando estos son sustituidos por robots, deberían pagarse
igualmente cotizaciones sociales por ellos. De este modo, la pérdida de empleo
para los humanos no derivaría en una pérdida de ingresos para la Seguridad
Social y podrían seguirse pagando las pensiones ahora y en el futuro, aunque
haya muchos menos humanos trabajando. Es posible que para algunos este
planteamiento les parezca rocambolesco o descabellado pero, en todo caso,
¿alguien habría imaginado hace cinco o seis años que hoy estaríamos hablando de
cómo hacer que coticen a la Seguridad Social los robots?
Tal vez más de un
lector piense que estoy haciendo un brindis al sol, que soy un iluso o ambas
cosas a la vez. Puede ser. Pero hay que entender este escrito como una modesta tormenta
de ideas nuevas para afrontar fenómenos nuevos. Por eso considero que no
deberíamos despacharlas pensando que ya tenemos todas las respuestas con
nuestros conceptos de siempre sobre el trabajo, las pensiones y otros asuntos similares.
Sería muy provechoso abrir un gran debate, con todos los sectores implicados para
ver hasta qué punto son útiles las nuevas propuestas hasta qué punto esconden
alguna debilidad. En paralelo no estaría demás revisar con sentido crítico los
planteamientos que venimos utilizando desde el siglo pasado. Da la sensación que,
en cuestiones como las cotizaciones a la Seguridad Social, el sostenimiento de
la Pensiones y un largo etcétera, no nos mueve la más mínima intención ni voluntad
de evolucionar.
Garantizar las pensiones de mediados de siglo en adelante
es muy complejo y sometido a multitud de variables. El sistema, para ser viable,
eficiente y sostenible —–como ya se ha mencionado más arriba—, necesita un réset.
Por eso, a las recetas clásicas
utilizadas hasta ahora como son la calidad y la cantidad de nuestro aparato
productivo, los sistemas de distribución de la riqueza y otros del mismo nivel,
se debería ir pensando en implementar con propuestas innovadoras como las
citadas con anterioridad u otras similares. Sin embargo, para algunos expertos la solución
al problema es un fuerte aumento de la productividad. Está claro que ese es un
factor a mejorar de forma sustancial. Ahora bien, tampoco sería bueno que nos
dejásemos deslumbrar por esa posibilidad, pues ese factor será parte de la solución,
pero nunca toda la solución.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 15/11/2021
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