22 de juliol 2020

INCOMPETENCIA, EMBROLLO LEGAL Y CONFUSIÓN


Supongo que, si alguien tenía alguna duda sobre la incapacidad de Quim Torra para ser president de la Generalitat, después de lo que está ocurriendo con los rebrotes del coronavirus, habrá disipado su incertidumbre. Claro y concreto: Torra ha demostrado que no tiene la capacidad intelectual necesaria para ser presidente de una Comunidad Autónoma como Cataluña. Esas carencias las hemos ido viendo los ciudadanos desde que fue investido president en mayo de 2018. En un principio, no parecía prudente opinar sobre la cuestión porque cuando llegó a la más alta jerarquía catalana era un perfecto desconocido y había que darle un margen para que se afianzara en el cargo.
Sin embargo, a lo largo de estos dos años de presidencia, hemos constatado su nula capacidad y menos disposición para desempeñar la alta responsabilidad que le correspondía. De hecho, el mismo Torra ha dicho en más de una ocasión que lo único que le interesa es la independencia de Cataluña, cuando su cometido es presidir una Comunidad Autónoma, no otro.
El mayor fiasco ha llegado con los rebrotes del coronavirus porque hay vidas humanas en juego. Desde luego, saber en qué momento y que medidas hay que adoptar para que unos cuantos casos no se conviertan en una gran oleada de contagios no es fácil. Justo, por eso, están los especialistas que asesoran a los políticos, y han de ser estos los que acaben tomando las decisiones, y para eso hace falta sensibilidad, templanza e inteligencia. Tomar medidas inadecuadas y a destiempo puede provocar confusión entre la ciudadanía y, por consiguiente, un problema de magnitudes incontrolables, exactamente lo que ha sucedido en Lleida.
Observemos dos maneras distintas de gestionar una misma crisis: el gran rebrote de Lleida se originó en cuatro comarcas vecinas a Aragón. La primera reaparición del virus en el Segrià se produjo el 22 de mayo, pero el programa de detección de contagios del Govern no se activó hasta el 16 de junio, y entonces ya era tarde. Los casos del lado catalán empezaron a evolucionar a un ritmo de más de 100 diarios y la solución que propuso el Ejecutivo de Torra fue la de confinar a la población el día 4 de julio. Iniciativa rechazada por la jueza de guardia porque la consideró fuera de lugar.
En cambio, en el lado aragonés se decretó, casi de inmediato, la fase 2 en las comarcas afectadas y el número de afectados lleva dos semanas bajando. Se han limitado las reuniones a 15 personas, pero no se ha limitado la movilidad.
Como que la Covid 19 no entiende ni de fronteras, ni de ideologías, ni de nada que se le parezca, que llegarse a Barcelona y su área de influencia era cuestión de tiempo, y eso es lo que ha ocurrido en los últimos días: el 70% de los nuevos casos se concentran ya en el área metropolitana de la capital. Y esto no ha hecho más que empezar.
En una cuestión tan delicada como la que estoy comentando no me gustaría que nadie piense que hago leña del árbol caído. Por eso, quiero basar mi argumentación en personajes de reconocido prestigio como, por ejemplo, Oriol Mitjà, epidemiólogo de referencia de la Generalitat, para quien “las administraciones no se han preparado lo suficiente para hacer el seguimiento de los contagios”.
Una opinión muy similar sostiene el también epidemiólogo Antoni Trilla, jefe de Medicina preventiva del Hospital Clínic de Barcelona, asesor del Gobierno y del Govern, para quién, “el sistema de contención de rebrotes no está suficientemente preparado en Cataluña”.
Para Magda Campins, epidemióloga jefa del Vall d’Hebron, “la situación de Lleida se ha ido de las manos clarísimamente” (…) “los recursos en vigilancia epidemiológica son insuficientes” o “Cataluña no está preparada para una segunda oleada de coronavirus”.
Pero quizás la opinión más contundente ha sido la de Benito Almirante, jefe del servicio de enfermedades infecciosas de Vall d’Hebron, según él: “Tres o cuatro semanas de gestión propia y estamos peor que le resto de España”. Sobran los comentarios.
En cuatro meses el Govern ha sido incapaz de desplegar un sistema de rastreo eficaz. Su falta de capacidad de acción y de cintura política es muy preocupante. Se puso de manifiesto días atrás, cuando la jueza de guardia anuló el confinamiento del Segrià y el president, en plan tabernario, anunció que “ni estaba de acuerdo ni aceptaba la decisión judicial”. Como es lógico esa declaración originó un embrollo legal; de ahí que el Govern se tuviera que reunir de urgencia para aprobar un decreto ley que validara la iniciativa.
Lamento decirlo, pero la gestión que está haciendo el Govern de la crisis es caótica.  Se recomienda a la gente que no salga de casa, pero se mantienen abiertas playas y piscinas y, en cambio, se prohíben eventos culturales.
Ante tanto desbarajuste, los alcaldes de los municipios afectados por los nuevos rebrotes se han mostrado muy críticos con la gestión que la Generalitat ha llevado a cabo. La alcaldesa Ada Colau ha censurado el fracaso en la tarea de rastrear los contagios y ha ofrecido toda la colaboración institucional, aunque reconoce que ya es tarde.
Mal están las cosas en Cataluña; al escenario de catástrofe bíblica y hecatombe económica que nos deja la pandemia, hemos de añadir la situación de desgobierno que llevamos padeciendo desde hace años. Primero porque los que debían gobernar estaban entretenidos en otras bagatelas como vías unilaterales, referéndums y otras mandangas diversas. Después porque entre proclamar la república, pelearse por las 155 monedas de plata y poner tierra de por medio con la justicia olvidaron sus responsabilidades, y ahora con un president que tiene más de activista que de gobernante las cosas van como van.
La cuestión es: ¿cuánto más estamos dispuestos a soportar?


Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 21/07/20

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